Prólogo

Preparadlo para recibir su castigo, quiero que aúlle suplicando piedad y yo pueda gozar con sus sufrimientos.

Las esclavas esposaron mis extremidades a una cruz en forma de aspas que se encontraba plantada en el centro de la habitación sobre una tarima; pasaron una soga por mi cintura de forma que mis caderas quedaran inmovilizadas sobre el madero y mis genitales sobresalieran generosamente expuestos a una altura de metro y medio del suelo.

Mis esclavas, expertas en tortura sexual poseen una crueldad sin límites; primeramente despellejaran tu pene, recibirás treinta azotes de las zapatillas de Zintia, luego si mi placer no es suficiente haré continuar el suplicio para comprobar tu resistencia.

Las zapatillas eran de danzas del tipo de media punta, de lustroso cuero negro y delgadas suelas, muy flexibles por el doble uso al que su dueña las destinaba.

Los preparativos

Zintia se descalzó, con las zapatillas empezó a acariciarme el pene, en forma delicada, alternando el roce del suave cuero con la aspereza de la suela; lo introdujo dentro de la zapatilla e hizo que el glande disfrutara repetidamente frotándolo contra la suave plantilla.

Respondiendo mi miembro comenzó a crecer hasta adquirir una tremenda erección; entonces Luvna se acercó y le anudó fuertemente en la base un delgado cordel de cuero humedecido, haciendo lo propio con mis testículos colgó una pesa de dos kilos; luego ajustó mediante un nudo corredizo un largo cordel a la cabeza de mi miembro, pegó un par de bruscos tirones y ató el extremo a una anilla elongando mi pene, dejándolo en tensión y completamente inmovilizado.

La flagelación

Zintia ofreció una de las zapatillas a Luvna; ambas se situaron frente a mí, a una señal del ama, la rubia levanto su brazo y con un seco ademan descargo el instrumento de lleno sobre mi pene; seguidamente Zintia hizo chasquear con fuerza inusitada la punta de su zapatilla sobre la cabeza de mi pene.

Ambos impactos casi al unísono hicieron convulsionar mi cuerpo en sus ligaduras, un golpe de corriente eléctrica recorrió mi cerebro, una sensación de insoportable quemadura subió con intensidad desde mi miembro.

El desesperado alarido de dolor que brotó de mi garganta se interrumpió con el sonido de nuevos chasquidos; las esclavas aplicaban los azotes con un ritmo cadencioso, median la distancia, revoleaban su brazo a fin de dar más fuerza y precisión a los golpes; por el tipo de dolor podía saber con certeza cuando era la punta y cuando la suela las que me castigaban El ama advirtió que una parte del pene no recibía castigo, entonces ordenó una nueva serie de azotes.

Luvna amarró la punta del cordel del extremo de mi pene a la cuerda en mi cintura, el pene quedó pegado sobre mi estómago, las esclavas hicieron restallar sus zapatillas treinta veces sobre esta zona, mucho más sensible que la anterior.

El ama disfrutaba con deleite; cuando finalizó la tanda, se acercó a evaluar los efectos del castigo. Mi pene se encontraba totalmente inflamado; comprobó su dureza y sonrió, el tamaño descomunal del miembro era provocado por las ligaduras y los golpes recibidos; la cabeza estrangulada por la presión del nudo corredizo parecía a punto de separarse del cuerpo; su color rojizo estaba salpicado por negros hematomas que se transparentaban a través de la piel repleta de escoriaciones, la cual sin quebrarse exhibía vestigios de sangre que se habían filtrado por los poros; la bolsa del escroto hinchada y brillante por el efecto de la oscilante pesa que pendía de ella parecía un fruto maduro a punto de reventar.

El ama ordenó con ferocidad: Emplead las sandalias de Luvna, quiero ver saltar su sangre a borbotones. La esbelta nórdica de grandes pies perfectos calzaba unas sandalias doradas de suelas de cuero muy fino y largas tiras. Prestamente alcanzó una a Zintia y con movimientos felinos se acercó a mi lado; por un segundo la punta de la sandalia beso mi pene, se elevó y descendió como un rayo estampando con un sonoro chasquido la delgada suela en la sufrida piel de mi glande; al tercer golpe la piel se abrió, oscuras gotas de sangre salpicaron a las esclavas; éstas continuaron implacablemente su tarea, la negra se ensañó con mis testículos, tratando de hacerlos sangrar, descargaba su brazo con fuerza en golpes secos y precisos; el cuero de la sandalia prontamente cubrió de moretones y ronchas la zona sin quebrar la piel; en la sala los chasquidos mezclados con alaridos y jadeos se convirtieron en una monótona letanía.

Luvna transformó mi pene en un despojo sangriento: la sandalia, hábilmente manejada convirtió en heridas los hematomas formados por la zapatilla; el insoportable dolor que sentía y la visión dantesca me provocó espasmos que dieron lugar a la expulsión de mi semen en pequeños chorritos.

La voz del ama resonó con furia: Castígalo Zintia, el perro ha soltado su leche sin mi permiso, castígalo con rigor, que pruebe la fuerza de tu brazo, La esclava reaccionó con alegría pues deseaba sacar sangre de mis testículos; de una pared en donde colgaban látigos de todo tipo y tamaño escogió una flexible fusta de jinete con una corta lengüeta de cuero trenzado, rematada en una estrellita erizada de afiladas puntas; un instrumento terrorífico en las manos que lo empuñaban, se podía anticipar la precisión y el efecto devastador de sus golpes.

Zintia se acercó lentamente mostrándome la fusta, un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando la deslizó sobre mi pene, imprevistamente el látigo silbó en el aire y las púas de acero mordieron el escroto, la sangre brotó inmediatamente en gruesos goterones; me flagelaba sin piedad, la negra azotera de cuero tanto restallaba sobre mis testículos como se enroscaba en mi pene, pero siempre su extremo rasgaba mis partes abriéndolas con facilidad y arrancando trocitos en cada impacto. Mi cuerpo ya colgaba exánime, no se convulsionaba al recibir los azotes, mi cerebro apenas percibía el silbido de la fusta y los chasquidos posteriores, de mi boca solo salían esporádicos quejidos, hasta que perdí la conciencia.

El empalamiento

Cuando la recobré, calcule que habían pasado algunas horas, me encontraba amarrado y estirado en un potro horizontal, con las piernas bien separadas y mi pene totalmente flácido; le habían quitado las ligaduras y las heridas ya no sangraban.

Ambas esclavas treparon al potro y comenzaron a excitarme con sus pies; Zintia calzaba sus zapatillas, Luvna tenía los pies desnudos con cuidadas uñas pintadas de rojo.

Mientras la rubia acercaba sus pies a mis labios ordenándome que los besara, chupara sus dedos y lamiera sus plantas, la negra jugueteaba con mi pene, acariciándolo y pisándolo cual una colilla de cigarrillo contra la madera del potro; al rato cambiaron de posición caminando sobre mí.

Tuve que limpiar con mi lengua las zapatillas mientras los deliciosos pies de Luvna consiguieron una completa erección, pues no escatimaron caricias, tanto recorriendo el pene con sus plantas como aprisionando el glande entre los dedos o arañando mis heridas. Me hallaba con una gran excitación mezclada con ansiedad, el descanso que me había proporcionado y estos preparativos anticipaban el nuevo tormento al que el ama me sometería.

El ama dijo: Me sorprende el umbral de resistencia que tienes al dolor; se nota que gozas con el sufrimiento; hemos terminado la parte exterior, ahora te aseguro que experimentaras las sensaciones nuevas que deseas en tu interior, Zintia empalará tu pene; este suplicio admite diversos grados, te aplicara el más severo; lo hará muy lentamente a fin de prolongar tu agonía y continuara hasta el final. Sobre una mesa había cánulas, jeringas, cadenillas, tientos con nudos, agujas y bastoncillos de madera. Solamente el verlos me produjo una contracción en el ano. La esclava toma una delgada cánula muy flexible y explico al ama que primeramente sondearía la uretra, la lubricaría, comprobaría su resistencia ensanchándola con elementos más livianos y finalmente la empalaría con el objeto adecuado, con la mayor lentitud y manteniendo siempre en movimiento el objeto introducido puesto que esto producía un dolor constante.

Hizo penetrar la cánula en el orificio de mi pene; con diestros movimientos hacia delante y hacia atrás fue escarbando en mi interior hasta introducirla totalmente, y luego le inyecto vaselina líquida; después mediante pequeños tirones retiró la sonda. Sentí el frío del aceitoso líquido esparciéndose dentro de mí; todo esto me provocó una voluptuosa sensación al punto de llegar casi a eyacular. Inserto una delgada varilla de madera que sus manos hábilmente hicieron descender lentamente hasta el fondo, la retiro y escogió otra de mayor grosor.

Lentamente acercó para que observara. Era un bastoncillo de ébano tallado, de igual grosor pero unos centímetros más largo que la varilla anterior, engrosado cada tanto por ásperos nudos; – con terror advertí que eran de diferente tamaño, iban creciendo hacia unos de los extremos, sin pensar dije que era imposible que penetraran en mi pene -; el ama rio y me respondió que aunque le demandara una ardua tarea Zintia lo lograría y yo me sorprendería de la elasticidad de la membrana uretral; también ordeno a Luvna que vendara mis ojos pues él no ver acrecentaría mis sufrimientos.

Ambas treparon al potro, los hábiles pies de la rubia se encargarían durante todo el tormento de mantener mi excitación, recorriendo todo mi cuerpo con preferencia mis labios, tetillas y testículos; la negra se sentó entre mis piernas abiertas muy cerca de mi pene que se erigía cual obelisco. Sentí que insertaba la madera en la abertura introduciendo unos tres o cuatro centímetros, que penetraron en forma muy ajustada; tuve el aviso doloroso del primer nudo al atorarse; la negra tomó sus zapatillas, mientras con una acariciaba el pene aplicaba la punta de la otra al extremo del palillo, rozándolo, ejerciendo presión y martillando levemente.

El suave roce del cuero sobre mi glande me excitaba más de forma que mi conducto interior se ensanchaba, mientras la madera bajaba lenta y dolorosamente podía sentir como milímetro a milímetro los rugosos nudos se turnaban para lacerar mi carne.

El suplicio se hizo interminable, cuando avanzaba un par de centímetros la esclava se detenía; aguardaba a que la presión interna del pene comenzara a expulsar el palillo, enseguida las zapatillas corregían lo ocurrido hundiéndolo aún más. Zintia efectuaba la tarea con precisión, cuando uno de los nudos detenía su avance, regulaba la fuerza de la zapatilla y entre indecibles dolores sorteaba el obstáculo.

El no ver multiplicaba mis sensaciones, se mezclaba íntimamente el placer y el dolor, casi sin llegar a distinguirlos, en mi mente veía con exactitud la posición de la madera y de cada uno de sus nudos; el dolor era muy intenso durante el avance de la varilla, luego un lapso de tiempo que era siempre distinto en que se detenía y comenzaba a salir, después continuaba penetrando; mi cerebro asistía a la continua puja entre los nudos azuzados por la zapatilla y mi carne doliente, lid en la que inexorablemente vencían los primeros.

Cuando aún restaban penetrar los últimos tres nudos, es decir los mayores, poco menos de la mitad del recorrido, Zintia comprobó con desagrado que la madera se hallaba hincada con firmeza; ya la presión del pene era insuficiente para expulsarla; yo sentía muy adentro, que al segundo nudo le resultaba estrecho el camino abierto por el primero; la zapatilla fustigó con fuerza el cuerpo del pene varias veces, la varilla vibró dentro de mí cada vez pero continuó inmóvil.

Me quitó la venda de los ojos invitándome a ver lo que seguía; llamó a Luvna quien acudió blandiendo una de sus sandalias, la suela chasqueó sobre el palillo y cuatro centímetros de madera con uno de sus nudos desaparecieron de golpe; mis ojos se desorbitaron, un insoportable martilleo resonaba en mis sienes, todo mi cuerpo comenzó a temblar, junto con una saliva espumosa salían de mi boca apagados quejidos; tenia le sensación que la punta de la madera había llegado al final de mi cuerpo.

Zintia entusiasmada aguardo a que cesara de temblar, su zapatilla azoto por dos veces todo el largo del pene tratando de mantener mi excitación; luego pacientemente continuo el repiqueteo de la zapatilla sobre la madera. Avanzaba muy lentamente, después de un rato el último nudo ingreso en mi interior pero no lograba pasar el glande; a una señal intervino Luvna.

Al recibir el primer golpe mi cabeza empezó a girar vertiginosamente, mis sienes parecían a punto de explotar: el segundo golpe resonó en la lejanía en mi cerebro, al descargar el tercero yo había perdido el sentido sin llegar a ver que el madero de ébano se encontraba totalmente enfundado en mi carne.

El final

Cuando abrí los ojos Zintia tiraba del extremo del bastoncillo, lentamente con un movimiento de torsión hizo emerger un buen tramo totalmente ensangrentado, la sangre oscura manaba abundantemente, mientras el cuero de las zapatillas acariciaba mi pene; el dolor se fusionó con las caricias produciéndome inefables sensaciones; Luvna, con avidez, aplico un par de veces su sandalia y la madera se introdujo totalmente; divertidas las esclavas repitieron varias veces la operación, extraían la varilla casi en su totalidad, y luego la volvían a hundir, en medio de un cuadro infernal pues la hemorragia era completa, la sangre brotaba libremente, la uretra había sido desgarrada totalmente por los continuos viajes de los nudos; la sandalia y la zapatilla chorreando y salpicando sangre terminaron su labor cuando los nudos de la madera penetraban y salían con fluidez; tanto que bastaba la presión de la suela de la zapatilla para hacer descender el palillo hasta el fondo; Zintia lo quitó de un tirón, surgió un largo chorro de sangre mezclado con semen.

El ama ordenó que finalizaran el suplicio aplicando el fuego. Luvna fácilmente insertó en mi pene un grueso alambre de cobre, colocó el nudo corredizo en la cabeza de mi miembro para evitar que lo expulsara; Zintia acercó al extremo sobresaliente del alambre un soplete de gas y lo encendió; rápidamente sentí en mi interior que el calor del alambre aumentaba segundo a segundo, pronto el extremo estuvo al rojo vivo y el trozo en mi interior comenzó a quemarme; la parte del alambre bajo la llama estaba blanca, el rojo vivo llegó al pene y se introdujo continuando su recorrido, un olor a carne chamuscada fue lo último que percibí antes de perder el sentido definitivamente…