Entraba y salía de su vagina ese enorme objeto, perecía mentira que entrase cosa tan grande en su interior. Comencé a acariciarme de pura excitación por lo que estaba viendo.
Cuando consideré que ya estaban bastante duros, subí la bandeja y coloque las pinzas, que colgaban de las cadenitas, una en cada pezón.
Se quedó inmóvil con mi picha dentro y me ordenó que no me moviera, ella si en cambio con los músculos interiores de su vagina ordeñaba mi miembro, era tremendo no movía un ápice su cadera.
No tengo una cifra estadística objetiva, pero en mi experiencia personal, el 90% de los taxistas están dispuestos a coger con otros hombres...
Soy de ascendencia y condición agrícola. Nací y me crié en una masía catalana perdida en las montañas del Pirineo.
De cómo la bella Susana aprendió a no abusar de la hospitalidad de su suegro, ese Italiano Petiso.
Un hijo arregla todo para seguir viendo como se lo monta su ninfómana madre, esta vez con un mecánico.
Mientas hacía esto, él insistía en besarme la boca y el cuello, en tanto que continuaba esforzándome por apartarme de él, cuando de pronto entre mi agitación y forcejeo, pude ver apenas por el rabillo del ojo
Estos machos estaban mejor que nunca, había de todo, músculos, jóvenes, rasados, peludos, vergas hermosas, cabezonas y venosas, vergas chicas encogidas y dulces, mulatos, blancos, latinos e incluso un chico indio del norte de América.
Tokyo, Japón. Una de las ciudades mas grandes del planeta. Y una que me traería una gran sorpresa.