Me quieres así, servido,
despojado de empaques y envolturas,
dispuesto, extendido,
sin voluntad ni movimiento,
abandonado.
Solo quieres mi mirada atenta,
mis sentidos despiertos
y mi voz de rugidos sin palabras.
Miras con lentitud la ofrenda
extendida sobre mesa
y la bañas con sonrisas.
Tu mirada recorre el cuerpo
anticipando el banquete,
y por momentos de detiene
en el centro somnoliento
(en esos momentos se endereza).
Sí: tus ojos se desplazan
en todas direcciones,
saltan brevemente a mis ojos
y tu sonrisa expresa la sed y el hambre.
Pero no presuras el festín,
te complaces en la tardanza.
Pasado el tiempo justo,
desatas tus manos para que repitan
la danza de tu mirada sobre la ofrenda.
Al contacto, se empinan sus espigas y crepitan
con el viento que azota el fuego.
Esta danza de tus manos sobre la ofrenda
va y viene, se acerca y se aleja,
toma y arroja, captura y libera
las viandas que has de consumir.
Entonces liberas otra fiera que se suma al festín:
Es tu boca que recorre las huellas
de tus ojos y las huelas de tus manos danzantes.
Tiembla la tierra, ruge el viento.
Tu lengua hiere como un tornado,
asolando toda la comarca.
El río de sangre corre furioso y se levanta.
Tus manos y tu boca
lo atrapan y lo reprimen,
lo fuerzan a que obedezca.
Ahora no solo el viento,
también la tierra ruge, truena,
se agita como roca líquida.
Tus ojos y tus manos y tu boca
asedian y atropellan por todos los frentes.
Tu voz también llena el aire y gime
con demandas inmediatas.
Exiges lo que es tuyo y ahora tiene prisa,
lo quieres ya.
Solo necesitas un minuto más
y la ofrenda final, saldrá del surtidor
y será del todo tuya,
y no habrá, por el momento,
más hambre ni más sed.