El ser
Capítulo I
Sé que hay ciertas cosas que la gente de ciudad desconoce, o no quiere conocer, y que mi historia no pasará de ser considerada como una increíble fantasía, o como una mentira muy gorda.
Pero he vivido toda mi vida en un pueblo que solo sale en algunos mapas locales de Galicia.
Y por eso las cosas en las que nosotros creemos no tienen por que ser las mismas en las que creen ustedes.
Así que piensen lo que quieran acerca de mi relato.
Como mi padre falleció hacia ya varios años era mi madre la que trabajaba las pocas tierras que nos quedaban, y yo la que cuidaba de la casa y Virginia, mi hermana pequeña.
Por cierto yo me llamo Lurdes y, en aquella época, aun no había cumplido los dieciocho.
De mi aspecto solo puedo decirles que siempre he estado muy bien dotada de delantera, quizás para compensar que no soy muy guapa; y ya desde niña notaba como las miradas de los hombres de la aldea se posaban muy descaradamente en mis firmes y abultados senos, las pocas veces que acompañaba a mi madre al mercado, haciéndome sentir violenta.
Pues desde que iba al colegio era consciente de que mis espectaculares pechos atraían a los chicos como imanes.
Ya por aquel entonces había tenido que enfadarme con algunos de los compañeros de clase por no saber tener las manos quietas, dado que casi todas sus bromas y travesuras tenían como único objetivo el ver o tocar mis prominentes senos.
Creo que ese fue el principal motivo que hizo que mi tía recurriera finalmente a mí.
Ella siempre ha vivido en el monte, lejos del pueblo, y de los hombres; sobre todo desde que murió mi padre, su hermano mayor. Por eso, cuando me pidió que fuera a verla a solas a su apartada casa del bosque fui enseguida, pues pensé que podía estar enferma.
Cuando llegue a su casa me tuvo un buen rato charlando de tonterías, hasta que por fin encontró la confianza suficiente como para contarme cuál era su curioso problema.
Me llevo a su dormitorio, y allí pude ver al animal más raro que había visto en mi vida; y que, aun hoy, no sé de dónde salió, ni como sabia mi tía tantas cosas acerca de él.
Para que se hagan una idea les diré que era como una preciosa bolita de pelo naranja, de apenas dos palmos de alto por solo uno de ancho.
Tenía unos ojitos lilas, muy redondos y pequeñitos; y, en lugar de poseer nariz y boca, tenia una especie de fina trompetilla rosada, que no paraba de olisquear el aire, de una forma muy graciosa.
En vez de tener brazos y pies tenía seis tubitos de pelo que, aunque le hacían andar de un modo un tanto raro, como hacen los insectos, le servían también para ponerse erguido, o sentado, si le apetecía.
Los dos tubitos del medio casi no los movía, pero del interior de los otros cuatro le salían tres finos tubitos, de color amarillo pálido, que le servían como manos.
Estos pequeños tubitos me recordaban a los tentáculos de un pulpo, pues eran un poco pegajosos, aunque no manchaban, y él los usaba para agarrar las cosas que le acercaban.
No sabia si era macho o hembra, pues solo se le veía un pequeño orificio por detrás; que supuse que le serviría para evacuar las heces.
Estuve un rato jugando con él, dejando que atrapara mis dedos con sus suaves tentáculos; o que oliera mis manos con su trompetilla, la cual me hacia unas cosquillas terribles cuando succionaba delicadamente mi piel.
Mi tía no me dio demasiadas explicaciones, pero por sus palabras me di cuenta de que lo consideraba una especie de criatura celestial; o, por lo menos, un amuleto que le daba suerte y protección.
No me dijo cuánto tiempo hacía que lo tenia, pero lo mas seguro es que lo llevara escondiendo desde hacia ya bastantes años, así que no tarde en preguntarle porque había esperado tanto tiempo en enseñármelo, y porque lo hacia justamente ahora.
Ella, bastante triste, me explicó que el ser, al que se negaba a darle un nombre, solo podía pasar de una mujer a otra, y que si lo conocían la gente del pueblo, o de la ciudad, no tardarían en quitárselo y llevárselo, para estudiarlo a fondo y experimentar con él.
Después me aclaró que el estrambótico ser era tan solo un bebe, y no podía tomar otra cosa que no fuera leche materna. Había probado a darle todo tipo de comidas pero desde que ella lo tenia solo había conseguido que tomara leche humana para poder alimentarse.
Ni tan siquiera le servía la leche preparada en las farmacias, sólo aceptaba la que él tomaba directamente.
Yo estaba la mar de sorprendida, pues sabia que mi tía nunca había tenido hijos, pero me aclaro que él se las apañaba solo para amamantarse de las hembras.
Aunque había un problema, el ser solo podía obtener leche de aquellas humanas que estuvieran en edad de procrear, y a mi tía le acababa de llegar la menopausia.
El ser llevaba ya dos días sin comer y mi tía no vio más solución que pasármelo a mí, para que yo lo cuidara, y alimentara; manteniéndolo escondido de la gente.
Yo, al principio, pensé en negarme, pero el ser era tan tierno y dócil que no supe oponerme a los deseos de mi tía, máxime cuando sabia que la pobre no tenía ninguna otra amiga que pudiera ayudarla.
Siguiendo sus instrucciones me quite la holgada camisa, y el aparatoso sujetador, para dejar que el ser se acercara a mis grandes pechos desnudos.
Nada mas hacerlo, salieron disparados todos sus tentáculos, hasta conseguir rodear mis dos prominentes senos.
Era la mar de divertido ver cómo su pequeña trompetilla se desplazaba de una colina a la otra con rápidos y nerviosos movimientos.
Eso, unido al insidioso roce de los tentáculos, que no paraban de explorar toda la superficie de mis tetas, hizo que muy pronto se me endurecieran los gruesos pezones.
Ya que estos, en consonancia con mis pechos, son también desmesurados, por lo que el simpático ser no tuvo ningún problema a la hora de encontrarlos.
En cuanto dio con uno de ellos pegó su curiosa trompetilla directamente encima, y uso todos sus tentáculos para agarrarse, firmemente, a ese globo en concreto.
Durante las fiestas mayores de mi pueblo, algunos años antes, un avispado muchacho de un pueblo vecino consiguió engatusarme lo suficiente como para que le dejara acariciar mis pechos mientras nos besabamos, amparados en la oscuridad de un estrecho callejón.
El muy pícaro no se conformó solo con eso y, aprovechándose de la debilidad que me estaban provocando sus hábiles maniobras, consiguió soltar casi todos los botones de mi liviano vestido, deshaciéndose a continuación del corsé con una soltura bastante sospechosa.
Sus manos se multiplicaron a partir de ese momento, masajeando mis pechos por todas partes, dándome tanto placer que hasta le permitió meter la cabeza dentro de mi vestido, donde estuvo un buen rato chupándome los pezones. Como no le deje hacer nada mas, a pesar de su insistencia, no le volví a ver jamás por mi vera. Y no me arrepiento de ello.
Y el ser, acoplado a mi pezón, me hizo recordar aquella noche. Con una salvedad, que el ser lo hacia mucho mejor. Lamía, chupaba, y mordía, todo en uno.
Era una sensación rarísima que me estaba excitando como nunca había estado, y que me obligaba a apretar con fuerza las rodillas para que mi tía no se diera cuenta de la turbación que sentía.
Solo sufrí un momento, cuando sentí como si me hubiera clavado una fina aguja hasta lo más hondo de mi sensible pecho.
Pero mi tía se apresuró a calmarme diciéndome que eso era normal, y que solo dolía la primera vez.
El dolor cesó enseguida, y pronto note como el ser absorbía algo de dentro de mí.
Debía estar verdaderamente hambriento, pues mi tía me dijo que lo normal eran unos diez minutos y el ser estuvo casi quince antes de pasar, el solo, en busca del otro seno desnudo.
Allí repitió la operación, dándome mayor placer aun si cabe, mientras yo miraba asombrada como salía de mí enrojecido e irritado pezón la última gota de mi leche.
Aunque ya me lo esperaba, me dolió lo mismo que la otra vez, y me alegré de que no me tuviera que volver a doler nunca más.
Cuando acabó de mamar recogió sus tentáculos y se quedo dormido, casi de seguida, enroscado en mi regazo.
Parecía una especie de gatito pequeño, pero mucho mas encantador. Y, como no, decidí hacerme cargo de él, sin tener ni idea de todo lo que nos sucedería a continuación.
Capítulo II
Mi tía me dijo que solo había un problema con las comidas, y es que no podía darle de mamar una vez que se hubiera hecho de noche.
No me quiso aclarar nada mas sobre este tema, pero me aseguro, reiteradamente, que podía resultar muy peligroso para el ser.
Este solía comer solo dos veces al día, por la mañana y por la tarde, pero si le daba una sola vez no pasaba nada. Eso sí, si lo dejaba con hambre podía intentar servirse el solo.
Para evitar que lo hiciera me regalo un curioso sujetador suyo, al que mi tia había cosido un candado, que el ser no podía abrir.
Me aconsejo que lo usara siempre que me fuera a dormir, y que cerrara bien la puerta; pues, aunque mi madre también era menopausica, y a mi hermana aun le quedaban un par de años para hacerse mujer, no debía subestimar la habilidad del ser, pues podía escaparse de la casa y perderse para siempre en el bosque.
La estancia a escondidas en casa de mi tía hizo que se me acumulara el trabajo del hogar y me pase el resto de la mañana trabajando sin descanso en casa, en cuanto hube acondicionado un escondite adecuado para el ser en mi dormitorio, en una cesta debajo de la cama.
Apenas termine de comer me di una buena ducha de agua fría y me tumbe en mi cama para dormir la siesta, como suelo hacer, con un liviano camisón por toda vestimenta.
El ser debía estar hambriento de verdad pues, en cuanto empecé a jugar con él se aferró a uno de mis voluminosos senos, buscando el grueso pezón a través de la tela para volver a amamantarse.
Esta vez no pude resistir la tentación y me masturbe, muy dulcemente, con la yema de los dedos, mientras me despojaba de la fina prenda y le daba de comer.
Al igual que la vez anterior en cuanto el ser hubo saciado su voraz apetito en mis dos generosos cántaros de miel se quedó tan dormido como yo, acomodado entre mis pechos como si fuera un simpático peluche.
Al despertar, aproveche que estaba sola en la casa, como de costumbre, y el resto de la tarde me lo pase jugando con él en mi dormitorio, divirtiéndome horrores con sus pequeños tentáculos pegajosos y su curiosa trompetilla.
Esa noche me di cuenta de que el sujetador de mi tía me venia demasiado pequeño, pues no solo no me lo podía abrochar, sino que mis poderosos globos se desparramaban por todas partes.
Al final tuve que cortarle todas las tirantas y unirlas provisionalmente con un trozo de cuerda, hasta que pudiera confeccionarme uno similar pero de mi tamaño.
Quedaba muy ridícula, con las viejas copas clavándose en la cima de mis pechos, pero al menos tenía la certeza de que el ser no llegaría hasta mis pezones durante la noche.
Capítulo III
Pero el ser seguía teniendo mucha hambre, y la mejor prueba de ello la tuve esa misma madrugada, cuando me desperté en mitad de un espasmo de placer.
Alcance el segundo orgasmo, mucho más violento que el primero, cuando todavía seguía medio adormilada, y aun no me había terminado de darme cuenta de que era lo que me estaba pasando.
Pronto vi claro lo que me sucedía, y es que el pequeño ser, aprovechando mi desnudez, se habia deslizado hasta mi desprotegida intimidad, luego había introducido la gruesa y sensiblisima pepita de mi clítoris dentro de su trompetilla, quizás creyendo que era una especie de raro pezón, y libaba de ella con un ansia febril que me estaba volviendo loca.
El tercer orgasmo de la madrugada lo obtuve cuando este empezó a introducir sus finos y resbaladizos tentáculos amarillos por mi encharcada cueva, explorando de una forma maravillosa mi virginal cavidad.
Incluso llegue a obtener un cuarto orgasmo, de lo mas violento, cuando uno de sus largos tentáculos hallo la manera de cobijarse en mi angosto orificio posterior, obligándome a morder la almohada entre ahogados gritos de locura.
El ser, cuando por fin se canso de intentar sacar leche de donde no había, retiro los tentaculos de mis cavidades y ascendió por mi cuerpo sudoroso, y termino por cobijarse de nuevo entre mis mullidos senos, acomodándose fácilmente en la amplia hendidura.
Yo, ahíta de placer, me quede dormida enseguida, mientras cavilaba sobre lo fantástico que había sido todo, y en volverlo a repetir la experiencia en cuanto me fuera posible.
La verdad es que durante las semanas siguientes no me costo mucho acostumbrar al espabilado ser a que debía darme mucho placer antes de que yo accediera a amamantarle, libando mi agradecido clítoris con sus tiernas trompetillas. Pronto nos acostumbramos, pues, a los dulces orgasmos que precedían ineludiblemente a su yantar.
Dado que mi madre nos había mentalizado desde muy pequeñas de que era mucho más higiénico dormir sin ningún tipo de ropa interior, mis despertares solían ser realmente gloriosos.
Pues el ser, que madrugaba mucho más que yo, en cuanto tenia hambre se dirigía, sin vacilaciones, hacia mi cálida gruta, donde libaba, ansioso, hasta hacerme rugir de placer.
Obligándome a enterrar la cabeza en la almohada para mitigar mis jadeos.
Pero era por las tardes, justo después de dormir la siesta, cuando mejor me lo pasaba.
Y esto era debido a que dejaba que me provocara un orgasmo detrás de otro sin dejarle comer, obligándole a introducir los extremos de sus finos tentáculos en mis dos estrechos orificios, para que el gozo fuera todavía más intenso.
El ser pronto aprendió la forma de agitar estos osados tentáculos en mi interior para acelerar mis orgasmos, volviéndome medio loca de placer.
Después, como recompensa, dejaba que el ser se alimentara hasta la saciedad, mamando de mis grandes ubres inagotables.
Capítulo IV
Creo que todo este ambiente idílico se torció a partir del día en que tuve que acompañar a mi madre al mercado de un pueblo vecino.
Pues ese día nos marchamos tan temprano para hacer el viaje que no me dio tiempo de darle de mamar, y regresamos cuando ya era muy de noche.
Recordando el consejo de mi tía me abstuve de darle de comer, aunque me daba mucha pena ver el ansia con que buscaba mis pechos cuando lo acurruque entre mis brazos para dormir, como de costumbre.
Tan desesperado estaba que no dudo ni un instante en deslizarse por encima de mi cuerpo hasta incrustarse en mi desnuda intimidad, succionando mi clítoris con un ansia y frenesí desconocido hasta el momento.
Pronto perdí la cuenta de la cantidad de orgasmos que obtuve esa noche, pues cuando me quede dormida, de puro agotamiento, en mitad de uno de ellos, el ser todavía seguía libando de mi dulce almejita y sepultando a la vez una cantidad abrumadoramente desconocida de tentáculos en mis dos acogedores orificios.
Sin embargo a la mañana siguiente me sorprendió que apenas tuviera ganas de mamar, pero lo achaque a que también él estaría cansado después de una noche tan tormentosa. Menos mal que a la tarde ya volvió a succionar mis pezones con su hambre habitual, calmando así mis inquietudes.
Durante los días siguientes se volvió a repetir el proceso, ya que apenas si tenía ganas por la mañana, pero merendaba con un ansia barbara.
Tarde todavía casi una semana mas en darme cuenta del sutil cambio que se estaba operando en todo su cuerpo.
Aunque al principio pensé que eran solo figuraciones mías pronto tuve que aceptar la realidad, y es que el suave pelaje del ser se estaba volviendo de un color mucho más oscuro, tornándose casi rojo; al mismo tiempo su tamaño se incrementaba, y ya medía casi cincuenta centímetros.
Pense que se estaba haciendo ya mayor, y que los cambios serían algo natural, por lo que decidí restarle importancia.
Por desgracia todo su cuerpo estaba creciendo de igual forma y pronto, con gran pesar, tuve que empezar a prescindir de sus agradables visitas a mi intimidad, pues sus tentáculos eran ya tan gruesos que llegue a temer que me desvirgaran, si continuaban entrando con tanta facilidad en mi angosto interior.
Ademas succionaba y libaba con tanta fuerza de mi clitoris que me hacia hasta daño.
Por otra parte su trompetilla era ya tan grande que cuando se acoplaba a mi pezón, abarcaba una buena parte de mi seno.
La cosa no tendría mayor importancia si no fuera por que su succión también era mucho mas violenta y me dejaba los sensibles pitones totalmente irritados y algo morados al acabar de mamar.
Ahora, cuando el ser se amorraba a mis grandes fuentes, sus tentáculos, cada vez más largos y fuertes, me rodeaban todo el torso, incluidos los brazos, dejándome totalmente inmovilizada sobre la cama mientras calmaba su voraz apetito.
Pues, a medida que crecía de tamaño también aumentaba su necesidad de alimento, pasándose cada vez más tiempo pegado a mis jugosos pezones.
Sin embargo, después de apagar su sed volvía a ser el maravilloso peluche que tanto me gustaba, enroscándose, mimoso, a mí alrededor, hasta quedarse dormido.
Capítulo V
Fue la casualidad la que hizo que una de esas noches me despertara con ganas de ir al aseo, cosa bastante rara en mí, y me asustara al ver la puerta del dormitorio abierta.
No teníamos cerraduras dentro de la casa, pero como el ser nunca había dado muestras de interés por la puerta, supuse que no sabría abrirla.
Salí lo más sigilosa que pude para ver donde se había escondido, y lo encontré enseguida, pues estaba en el cuarto de mi hermanita, justo enfrente del mío.
Me quede parada allí mismo, junto a su puerta, viendo asombrada, gracias a la pálida luz de la luna que entraba por su ventana abierta, como el ser se alimentaba de ella.
Virginia permanecía con los ojos completamente cerrados mientras emitía apagados suspiros, por lo que no podía saber a ciencia cierta si estaba despierta o dormida.
Tenía los brazos y las piernas completamente separadas, formando una cruz.
Las sabanas, supongo que por el calor, estaban enrolladas a sus pies, y tenia el camisón subido hasta más allá del ombligo.
Gracias a eso podía observar como los largos tentáculos amarillos que salían de sus dos bultos inferiores, y que ahora eran bastante gruesos, exploraban cuidadosamente su virginal intimidad, absteniéndose, afortunadamente, de penetrar en su angosta ranura.
Limitándose a deslizarse y restregarse contra sus rosados labios íntimos.
No sucedía lo mismo con su lindo trasero, pues uno de ellos se había introducido, bien a fondo, en su orificio posterior, que parecía acoger sin problemas el insidioso tentáculo.
El habilidoso ser, cuyo cuerpo desaparecía casi por completo debajo de su camisón de florecitas, debía estar poniéndose las botas a base de bien con los tiernos pezones de mi hermanita, mientras inmovilizaba sus bracitos con sus largos tentáculos.
Como novedad les diré que Virginia tenía uno de ellos metido dentro de la boca, y lo chupaba golosa como si fuera un chupete, mientras emitía apagados gemidos de placer.
Ahora me explicaba él porque de la extraña inapetencia del ser por las mañanas.
Y, para confirmarlo, me acerque sigilosamente hasta la cama.
Solo con bajarle la tiranta deje al descubierto el seno del que se alimentaba en ese momento, así vi como la amplia trompetilla del ser cubría completamente el pequeño pechito de mi hermana, que desaparecía por completo debajo del mismo.
Decidí dejarle comer en paz y, desde mi habitación, contemple cómo el ser se las ingeniaba para cerrar ambas puertas, fácilmente, hasta regresar a mi lado.
Al día siguiente decidí esperar a que mi madre se fuera a casa de una amiga, a media tarde, como tenía previsto, para hablar a solas con mi hermanita.
La pobre Virginia rompió a llorar como una madalena en cuanto le pedí que me contara lo que pasaba en su cuarto bien entrada la madrugada.
Cuando se calmo un poco, todavía con lágrimas en los ojos, me explicó que por las noches la visitaba un demonio, ya que era una niña mala.
Le pedí que me aclarase todo eso y, algo turbada, me confesó que desde que se había hecho mujer, hacía poco mas de un mes, no había parado de tocarse la almeja todas las noches, porque disfrutaba horrores con el divino placer que sentía.
Por eso, hacia un par de semanas, la había visitado un pequeño diablo rojo, y la había poseído, mamando de su conejito, y después de sus senos, mientras le daba el placer que tanto le gustaba a base de hurgar en todos los orificios de su cuerpo con unos largos y fuertes tentáculos.
Desde entonces todas las noches se despertaba con violentos orgasmos, producidos por el demonio que le absorbía la almeja al mismo tiempo que entraba en su culito, y que después succionaba sus pechos, hasta agotarla, mientras continuaba acariciándola.
Después de oír su cándida e ingenua confesión no me quedó más remedio que contarle la verdad, advirtiéndole también de lo malo que era que el ser comiera después de anochecer.
Le enseñe el pequeño escondite en que lo guardaba durante el día, en mi habitación, y deje que jugara con él durante un buen rato, antes de que yo le diera la merienda.
El ser, que ya pasaba de los setenta centímetros, era demasiado pesado para mí, y apenas podía moverme cuando sus largos tentáculos me inmovilizaban mientras mamaba.
Virginia disfruto de lo lindo viendo como el ser se alimentaba de mis gruesos pezones, bromeando acerca de las caras raras que yo ponía cuando sus tentáculos encontraban la manera de meterse dentro de mis bragas, alcanzando así mis castos orificios indefensos.
Después, cuando por fin se enroscó, cansado de mamar, le regale a mi querida hermanita el otro sujetador que me había dado mi tia, enseñándole como debía usarlo para que el ser no la volviera a molestar por las noches.
A cambio accedí a que ella le diera de mamar alguna que otra vez, para que así ambas disfrutáramos de la trompetilla del ser.
Capítulo VI
Las aguas volvieron de nuevo a su cauce, y durante varios días reino la normalidad, aunque yo estaba empezando a preocuparme por el crecimiento del animal, pues no sabia si podría seguir escondiéndolo en mi habitacion como continuara aumentando de tamaño.
Hasta aquella noche en que el ser sé abalanzó sobre mí, aprovechándose del profundo sueño que tenía.
Su peso, y sus largos tentáculos, me impidieron apartarme de debajo cuando note que estos, hábiles y fuertes, se deshacían fácilmente de mi nuevo sujetador, tirando de este hacia abajo hasta que mis generosos pechos quedaron al descubierto.
Fue una tremenda succión, violenta y prolongada, como nunca antes la había hecho, dejándome los pezones muy irritados y doloridos.
El ser, cuando sació su inusitado apetito, en lugar de enroscarse como tenia por costumbre, se dirigió resueltamente hacia mi desprotegida intimidad.
Gracias a la claridad que daba el resplandor de la luna llena que teníamos esa noche pude ver, por primera vez, como salía un enorme tentáculo de color oscuro de cada uno de sus dos bultos medianos.
Estos dos nuevos tentáculos, como los otros, median casi treinta centímetros de largo, pero eran muy rugosos y con raras protuberancias, y su grosor triplicaba a los amarillos, superando el diámetro de mi muñeca.
El ser, que mantenía mis piernas completamente separadas con sus tentáculos, ya había estado explorando mis sensibles oquedades con estos, como de costumbre, mientras se amamantaba, por lo que apenas vacilo a la hora de incrustarme ese par de descomunales miembros en mis indefensos y desprotegidos orificios.
Tuve que morder la almohada para que no resonasen por toda la casa los apagados gritos que emití mientras el desagradecido ser me violaba, salvajemente, destrozando ambas virginidades a la vez.
Su rápidisimo vaivén simultáneo me recordaba al de los conejos cuando montan a sus hembras, y quizás fue ese el motivo de que acabara gozando, a mi pesar, mientras sus dos enormes martillos pilones llegaban hasta lo más hondo de mi cuerpo.
El poderoso orgasmo que sentí cuando el ser eyaculo dentro de mí, con una dureza increíble, fue tan intenso que perdí el sentido.
Cuando lo recobre, calculo que un par de horas después, dolorida como jamas había estado, apenas sentía mis piernas, de la flojera que tenia.
Pero tuve que hacer un esfuerzo y levantarme de la cama, pues quería avisar a mi inocente hermanita de lo que me había pasado antes de que fuera demasiado tarde.
Por desgracia no lo logre, pues cuando llegue hasta su habitación ella ya estaba siendo poseída por el ser.
Por suerte Virginia parecía estar disfrutando bastante con la frenética violación de que era objeto, aunque tenia los ojitos completamente anegados de lagrimas; ya que la mano que se mordía con fuerza era para mitigar los gemiditos de gozo que se le escapaban tras cada violenta embestida del ser, mientras su otra mano retorcía uno de sus puntiagudos e irritados pezones sin piedad, para darse mayor placer.
Nada mas arrodillarme a su lado la pequeña sepultó su carita ruborizada entre mis acogedores senos, abrazándome con auténtica desesperación mientras se restregaba contra ellos, hasta que se amarró al que tenía más cerca, aprovechando su desnudez.
Estuvo así hasta el final, cuando un potente orgasmo, mucho mas violento que los anteriores, la impulso a devorar el grueso pezón que tenia metido en la boca, mordisqueándolo con furia y pasión, mientras aullaba como una loca.
Al día siguiente tuvimos que enterrar al ser, apenadas, pues había muerto nada mas terminar de fecundar a mi hermanita.
Esto lo supimos cuando, al caer la noche siguiente, expulsamos las dos una pequeña bolita anaranjada por cada uno de nuestros orificios.
Ahora tenemos cuatro pequeños seres que amamantar y, por la cuenta que nos trae, procuraremos que no nos vuelva a pasar lo mismo otra vez.