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Adagio

Adagio

Te sueño entre mis brazos, estrechando tu cuerpo contra el mío, sintiéndonos la piel bajo la ropa, descubriendo un amor que no conoce ni el más profundamente enamorado.

Mis manos se refugian en la gruta de amor de tus caderas; las tuyas, dibujan el arcoíris sobre el cielo nublado de mi espalda.

Antes que nuestros labios se ensamblen ardorosos y tengan nuestras bocas luna llena, se besan nuestros ojos, profundos de grabar en las retinas la mirada infinita del amor.

En tus ojos, princesa, se esconde un universo y se funde la miel en tus pupilas cuando, en ellas, como lágrima limpia y cristalina, se refleja el espacio de mis ojos.

Una vez atrapadas las miradas, nuestros labios se juntan y adormecen y explosionan los besos, multiplicándose hasta el infinito, recorriendo, milímetro a milímetro, el espacio interior de nuestros cuerpos, allí donde es imposible que lleguen los labios, allí donde no alcanzan las caricias.

Tu boca, princesa, es una luna y el cielo en que se acuna cada noche, manantial de los besos infinitos, de los besos suaves y profundos, de los besos calientes y entregados.

Se aprisionan nuestros labios mutuamente, enredándose los unos con los otros.

Nuestras lenguas se buscan y acarician paladares y dientes y ponemos en común nuestra saliva para bebernos el uno al otro, por completo.

Mis manos te moldean la cintura; las tuyas aletean en mi pelo. Y, mientras dura el beso, nos miramos con los ojos del alma enamorada.

Tu desnudez, princesa, es como el azahar cuando florece estrenando primaveras.

Tu desnudez no llega sola.

Viene acompañada de mis manos clavadas a tu cuerpo y de mis labios sedientos de ti que recorren tu cuello, lentamente, para alcanzar el paraíso de tus hombros.

Despojada de tu ropa eres, princesa, la diosa más hermosa, mujer sublime, amor desnudo, que me haces temblar por el deseo.

Cuando tu desnudez atrapa la mía y nos sentimos la piel, poro con poro, y se funden los besos y caricias y tu alma es mi cuerpo y tu cuerpo es mi alma, dejamos de ser dos y nos fundimos.

Porque tú y yo, princesa, estando hechos el uno para el otro, nos deshacemos el uno con el otro y nos hacemos uno, construyendo un amor que no conoce ni el más profundamente enamorado.

Tus pechos, pequeños y redondos, perfectamente perfectos, tienen la suavidad precisa para ser el terciopelo de mis dedos.

Tus pezones que emergen de un pequeño mar violeta, juguetean en mis manos y en mi boca y rozan mi pecho o se clavan en mi piel, dulces, seductores, celadores del placer más infinito.

Terciopelo de tu vientre que se eleva y se contrae al ritmo de tus palpitaciones, cuando mis labios se posan sobre el oasis de tu ombligo abotonado.

Mis labios, que siguen la estela que dejan las caricias de mis manos sobre cada milímetro de tu piel, se pierden en tus piernas y en tu espalda, en tus nalgas inmensamente femeninas, en tus preciosos piececitos de princesa.

Y llegan a tu sexo humedecido, siluetean sus labios y los atrapa, lo penetran mis dedos y mi lengua y me lleno de ti…

Buscan mis labios otra vez los tuyos por que pruebes tu sabor, ahora que mis labios saben a ti.

Buscarán los tuyos mi sabor, siguiendo la estela que dejan las caricias de tus manos sobre cada milímetro de mi piel.

En tu boca, mi sexo es epicentro del placer que se extiende por mis venas. Mi sangre va cuajada de tu amor y tiemblo, vida mía, estoy temblando…

Y rompemos el tiempo y el espacio cuando la inmensidad de tu cuerpo desnudo me cubre por completo y mis labios se encarcelan en tus labios, tus pechos palpitan en mi pecho, tu vientre es uno solo con el mío, tus piernas atrapan mis caderas, posas tus pies sobre mis piernas, tus manos se entrelazan con las mías y estoy dentro de ti y estás dentro de mi.

Y un leve gemido me estremece, te estremeces con mi respiración y te mueves, princesa, te elevas y tus pechos y mis manos y las tuyas se apelmazan.

Tu pelo te cae sobre la cara y yo lo aparto. Sudamos y sentimos y rompemos el concepto del amor para crear un nuevo concepto que no conoce ni el más profundamente enamorado.

Te pones de espaldas y aprieto dulcemente tus pezones.

Mis manos, apresadas en tu piel, se deslizan por tus pechos y tu vientre, hasta alcanzar la cima de tu sexo y formar un racimo con tus manos en mi sexo, para ahogarnos de un placer que nos recorre el interior y el exterior de nuestros cuerpos, de nuestras almas, de nuestro único cuerpo y nuestra única alma, unidos, princesa, abrazados, estrechados, como ahora, que te sueño, sintiendo que tu piel me está quemando en este paraíso del deseo y de este amor, amor mío, de este amor que no conoce ni el más profundamente enamorado.

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