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Vivir la vida

Vivir la vida

Con una ligera sonrisa, aparqué el coche en el círculo situado al final de aquel callejon de las afueras.

Otros habían llegado antes que nosotros para agruparse junto a la piscina y disfrutar de una barbacoa de fresca tarde veraniega.

Seguramente iría llegando más gente a medida que avanzase la tarde hasta que unas 2 docenas de parejas estuvieran a disposición de la fiesta; todas fueron recibidas, al igual que Ana y yo, por nuestros anfitriones.

Roberto era un distinguido ejecutivo de mediana edad de buen parecer, como el de una estrella de cine italiano. Beatrice, su mujer, era su opuesto: una esbelta exmodelo que todavía hacía girar cabezas por donde quiera que pasase.

Ana bien podría haber sido modelo.

De hecho había sido bailarina: flexible y de piernas largas, con un cuerpo esbelto y unos perfectos pechos pequeños que forman un conjunto muy armonioso. Ella es alta, pero sólo me llega a los hombros, y su oscura belleza rivaliza con mi bronceada constitución atlética y mi pelo oscuro.

Para el que pudiera estar mirando por casualidad tan sólo se trataría de otra fiesta de fin de semana en una de mas mejores zonas residenciales, y así sería hasta la hora mágica de las 8, cuando no se admitirían más invitados, y empezaría la verdadera diversión de la noche. Todos estábamos allí con una meta.

Pero, siendo tan pronto, paseábamos, saludando a las amistades, observando quién más había venido, tomando algún bocado, y relajándonos con grandes vasos de refrescantes bebidas.

La casa era enorme, con varias plantas y moderna.

Uno casi se atrevería a llamarla mansión.

Ostentaba una gran cantidad de dormitorios, así como también una cocina de último diseño y un salón-comedor de grandes dimensiones. La cocina en especial estaba considerada como una zona neutral cuando la temperatura erótica subía en el ambiente.

Ana y yo ya habíamos estado allí anteriormente, y muchos de los invitados eran, si no viejos amigos, si viejos conocidos.

Algunas de las mujeres eran nuevas y, eran esposas o amantes de hombres que eran asiduos de las fiestas de Roberto.

Llegaron las 8 de la tarde y todo gradualmente: primero algunas mujeres deambulando en topless, y después cada vez más y más invitados despojándose de las prendas exteriores, hasta que la mayoría de nosotros nos quedamos con poco más que la ropa interior o incluso ni eso.

Algunas parejas se abrazaban y besaban intensamente por los rincones del salón, mientras que otras se encaminaban hacia los dormitorios.

Una morena con una figura magníficamente bien proporcionada se dirigió hacia el bar vestida tan sólo con una cadena de oro alrededor de la cintura.

Ana y yo paseamos hasta más allá de los ventanales que dominaban el apartado césped situado detrás de la casa. La palma de mi mano descansaba sobre su encantador culito, y su brazo de rodeaba la cintura.

Me incliné para besarla, excitado ya por la proximidad de tanta energía, aunque sin ninguna precipitación en particular.

Eran noches para disfrutar, y ambos queríamos tomarnos un largo preámbulo, besándonos y acariciándonos mutuamente, antes de encaminar nuestros pasos de vuelta hacia arriba en busca de un dormitorio libre.

Varios dormitorios ya estaban ocupados al máximo de su capacidad, tal como evidenciaban los sonidos producidos por los gemidos ardientes y la carne humeante uniéndose en su ya ritmo tradicional.

La luz de las velas iluminaba la bombeantes nalgas y los palpitantes pechos y, aquí y allá, se podía ver el destello de un collar de oro o de una muñequera de tenis.

Además de algunas parejas activamente entrelazadas, había otras mirando, esperando el momento oportuno o la invitación para unirse a ellas.

Encontramos una habitación donde las camas habían sido alineadas una junto a la otra para formar una amplia y sugerente zona de juegos.

Allí había un hombre tumbado de espaldas que estaba siendo montado por una rubia, aparentemente insaciable, de enormes pechos bamboleantes y largas uñas rojas.

Había 2 siluetas más abrazándose en el otro extremo de la habitación, y Ana y yo nos deslizamos hasta sentarnos, y observamos cómo el hombre empujaba a la mujer hasta el lecho y empezaba a comerle el coño con evidente placer.

La mano izquierda de Ana se deslizó hacia mi polla y empezó a masturbarme con suavidad, mientras su otra mano acariciaba su coño rasurado.

La mujer a quien le lamian el coño volvió la cabeza hacia nosotros y sonrió.

Ella murmuró algo a su pareja, quien tendría que haber respondido algo, pero parecía no haber perdido en ritmo en absoluto. Su mano se alzó hacia Ana y le hizo señas para que se aproximara.

Ana se levantó graciosamente y se arrodilló a su lado inclinándose para besar a su nueva amiga. Yo la seguí cómo una sombra, esperando que la mujer me invitara a unirme a ellos.

Cuando me acerqué, me di cuenta que les conocíamos ligeramente, aunque nunca habíamos practicado sexo con ellos. Julio era una prometedora estrella de la banca, y creía que su esposa se llamaba Vera.

Ana me atrajo hacia ellos, y Vera acercó su mano a mi polla y empezó a masturbarme mientras yo también me inclinaba para besarla.

Ana se deslizó hacia abajo y besó la oreja de Julio, forzándole a abandonar su festín el tiempo suficiente para darle un apasionado beso perfumado con la fragancia de Vera.

Vera me empujó sobre ella de manera que pudiera abrir las piernas sobre sus hombros, dándole así fácil acceso a mi polla.

Por encima de mi hombro vislumbré a Julio y a Ana que, por turnos, intentaban incordiar a Vera para que se corriera, pero rápidamente me distrajo su cálida boca, que me devoraba la verga.

Parecía tener una garganta sin final, y pronto me encontré sujetándole la cabeza y follándole la boca, cuando el movimiento tras de mí me indicó que las cosas habían cambiado también ahí detrás.

Un rápido vistazo me permitió ver la cara de Ana sepultada bajo el coño de su amiga mientras Julio se disponía a tomar a Ana por detrás.

Sentí el empuje de su penetración inicial y gradualmente Vera y yo adecuamos nuestro ritmo al de ellos.

Al otro lado de la habitación, la tetuda rubia estaba gimiendo mientras se corría una y otra vez, hundiendo sus rojas uñas en los hombros de su pareja, a la vez que él se erguía para enfrentarse a su bamboleante culo.

De pronto él se agarrotó y asió sus caderas, obviamente disparando a chorros su leche dentro de ella.

Vera empezó a estremecerse debajo de mi cuando Ana la llevó más allá del límite, y eso hizo que mis pelotas se endurecieran aun más.

Mi polla se hinchó al máximo cuando entré en erupción dentro de la boca de Vera. Ella tragó, tosió y volvió a tragar, y gemía continuamente.

Me volví para ver como Ana aún succionaba otro espasmo orgásmico de su amiga y se entregaba a su propio clímax.

Julio siguió penetrándola hasta que él también se agarrotó y se derrumbó sobre la espalda de mi mujer.

Descansamos durante un rato para a continuación ir en busca de un cuarto de baño.

La iluminación era intensa, y había montones de toallas limpias y esponjosas, además de un cuenco de porcelana china repleto de condones de varios colores.

Ella me hizo caer en la cuenta de que cogiera un par de ellos después de que nos hubiéramos duchado, por si nuestro siguiente encuentro fuera con alguien que no conociéramos.

Esperaba encontrar algún culo antes de que la noche tocara a su fin, pero nunca se sabía con que se podía topar uno.

Quería comer y beber alguna cosa, de manera que fuimos hacia la cocina.

Como siempre, Roberto había dispuesto un copioso bufet, y estuvimos un rato probando diferentes viandas mientras observábamos las travesuras amorosas de otros invitados.

Una vez saciado nuestro apetito, nos dirigimos de vuelta a los dormitorios y, decidimos tácitamente que íbamos a observar a los demás durante un rato.

Ana, siempre práctica, cogió el condón, que yo había olvidado, y entramos en un dormitorio al azar. Me apoyé contra la pared con mi mujer al lado e inspeccionamos la habitación.

Una hermosa mujer de cabellos castaños-rojizos estaba de pie en brazos de un hombre maduro. No había nadie más en aquel momento, y Ana decidió tomar cartas en el asunto.

Se puso al lado de la pelirroja y le cogió de la mano, volviéndola hacia ella para darle un beso que recibió con avidez.

Las 2 mujeres se dirigieron hacia la cama y se echaron en ella, explorándose mutuamente los pechos y el culo antes de situarse en posición para hacer un sesenta y nueve que, obviamente, las excitó. Yo me acerqué con la mano sobre mi polla, acariciándomela hasta endurecerse de nuevo.

Al otro lado de la cama, el otro hombre estaba haciendo lo mismo, pero de forma más pausada. Creí que le gustaba mirar, y yo respeté su actitud. La mujer que estaba con él era digna de ser observada.

Las 2 mujeres se sujetaban por las nalgas, y dejaban escapar unos gritos apagados a medida que ambas empezaban a estremecerse con el inicio de lo que parecía una serie de orgasmos cada vez mas intensos.

Cuando emergieron para tomar aire, la belleza de cabellos castaño-rojizos alzó la mirada hacia su pareja y él sonrió en señal de aprobación.

Las chicas volvieron a unirse, pero esta vez Ana se situó encima de la otra besando y mordiendo sus pezones mientras ella la follaba con los dedos de su mano derecha.

La espalda de la otra se arqueó debajo de mi mujer, quien gimió mientras era poseída por otro orgasmo que la estremeció hasta los huesos.

Ella levantó su mirada hacia mi y entonces las 2 me agarraron y me arrastraron a su lado.

Me colocaron tendido sobre mis espaldas y en pocos momentos había 2 bocas voraces chupándome la polla. El otro hombre estaba de pie tocándose y sonriendo entusiasmadamente.

Ana cogió mi cipote con su mano y desenrolló el condón que todavía sujetaba.

Haciendo señas a la otra mujer para que separara mis caderas, ella guio mi miembro enfundado en látex hacia su destino, y la pelirroja se dejó caer sobre mi con un gemido de placer.

Cuando ella empezó a montarme, Ana escudriñó al otro hombre, pero él se contentaba con hacerse una paja mientras observaba y articuló un “no, gracias” cuando se le invitó unirse.

Ana se acercó y me besó antes de sentarse sobre mi cara y dejarme lamer su magnifico coño, mientras ella besaba a su última compañera de juegos.

Cabalgaba sobre mi lengua con tanta avidez como la otra mujer lo hacía sobre mi verga, y era un auténtico dilema saber quién de nosotros se correría primero.

En realidad fue el coño de la pelirroja el que tuvo espasmos momentos antes de que Ana se agarrase a ella, atormentada por su propio placer salvaje.

Me había estado conteniendo mejor de lo que yo creía, pero pronto me deshice en una corrida abundante, estremeciéndome y brincando bajo la dulce carga de tan suculenta carne femenina.

Cuando Ana se apartó un poco pude ver que nuestro compañero silencioso se había corrido, y chorreaba esperma sobre su mano mientras el coño de su pareja me ordeñaba hasta que mi debilitado miembro se escurrió fácilmente de su chochito.

Pronto la otra pareja se marchó, y nosotros permanecimos tumbados en silencio durante unos minutos, antes de que ella se escabullese para asearse.

Volvió al poco rato cogida de la mano de otra mujer, obviamente recién salida de la ducha, y ambas resplandecían de una manera que delataba que habían estado jugando entre ellas mientras se refrescaban.

Detrás de ellas venía un hombre joven, más o menos de mi estatura, con una de los miembros viriles más grandes que había visto aquella noche.

Ana y la morenita estaban ansiosas por continuar sus juegos, así que me aparté a un lado y les dejé la mejor parte de la enorme cama.

El hombre se apoyó en el estribo del lecho y me lanzó una sonrisa de conspiración.

Su enorme porra estaba lista para la acción, y las 2 chicas se abalanzaron sobre ella con sus ávidas bocas. Pero enseguida renunció a favor de mi mujer, mientras ella se revolvió a un lado con la clara intención de reanimar mi fláccido órgano.

Demostró poseer una boca y unas manos de un talento excepcional, y casi me alegré de estar un poco cansado, ya que me dio la oportunidad de disfrutar de sus servicios durante un mayor periodo de tiempo antes de tener que dejarlo.

Ana estaba echada de espaldas con las piernas hacia arriba, y guiada la larga y gruesa polla del hombre hacia su, por fortuna, dilatado coño.

Sus ojos se engrandecieron cuando ella se estiró para hacer que él penetrara por completo en su interior, y gimoteó lastimosamente cuando él a follarla, lenta y gentilmente al principio y con fuerza y ritmo crecientes posteriormente, espoleado por sus gritos.

Era una visión asombrosa, y yo estaba seguro de que él estaba escenificando su postura de manera que obtuviera las mejores vistas de su vasta erección desapareciendo dentro del voraz coño de mi mujer.

Entre los servicios dispensados por la boca de su pareja, y la prodigiosa follada de mi mujer, volvía a tenerla dura y lista para la acción.

Ella cogió un preservativo que estaba al lado de la cama y lo desenrolló sobre mi polla, usando tan sólo su boca.

Giré la mujer sobre su estómago y la puse de cuatro patas de forma que podía tomarla al estilo perruno.

Me deslicé en el interior de sus cálidas profundidades con facilidad, deleitándome con su avidez mientras ella encastraba sus caderas en mi.

Ella volvió la cabeza y dijo algo que no pude entender del todo, después se aclaró la garganta y me pidió que la follara el culo con violencia.

Aquellas fueron las palabras mágicas, y me aparté de su chorreante coño, preparé su culo con sus propios jugos y hundí mi palanca hasta el fondo, su estrecho pasadizo me masajeaba mientras la follaba más y más fuerte para si intento placer.

Entonces, de pronto, sus músculos se reblandecieron con esa suavidad que siempre me vuelve loco, y se la metí y se la saqué como un poseso hasta que sentí que sus piernas empezaban a temblar y que su ano se cerraba sobre mí de nuevo.

Con una última arremetida y un grito de guerra victorioso, me corrí, arrastrándola a ella conmigo. Nos estremecimos y brincamos al unísono antes de dejarnos caer sobre la cama.

Mi mujer todavía estaba siendo empalada por su último amante, y estaba claramente embriagada por toda su intensidad, movió su cabeza adelante y atrás sobre la almohada, y sus ojos se pusieron vidriosos cuando se estremeció a través de un clímax tras otro.

Cuando le venció el cansancio, él se retiró y se hizo una paja sobre su cuerpo postrado, y su polla se hinchó hasta hacerse aún más grande justo antes de que su corrida saliera a borbotones.

La morenita se movió debajo de mí, ávida de lamer el semen del cuerpo de mi mujer, y me hice a un lado, para que pudiera hacer justamente lo que pretendía.

Las 2 mujeres yacían una en brazos de la otra cuando me levanté para ir al lavabo a asearme.

Al salir se levantaron y se besaron.

Entonces las chicas fueron a ducharse y a jugar un poquito más.

Me desplomé en una butaca y me quedé adormilado pero enormemente satisfecho…

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