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Islas Canarias paraíso sexual

Islas Canarias paraíso sexual

Cuando en junio escuché en la tele que en Inglaterra se tomaban a las Islas Canarias como un paraíso sexual no le di ninguna importancia y me pareció una exageración las quejas de una persona encargada del turismo porque menospreciaban todos los encantos de las Islas.

Yo hasta entonces no me había fijado en que últimamente en las playas abundaban mucho los guiris y, sobre todo, los guiris jóvenes y en pandilla.

En fin, la verdad es que ni Dorotea ni Linda ni yo, que me llamo Dafne, pensamos en ingleses cuando decidimos darnos un homenaje y salir de Tenerife tras sacarnos la carrera y dejar por un fin de semana a nuestros novios para disfrutar del sol a solas y de lo que quisiéramos.

Las tres solas somos un peligro, aunque pese a que tonteamos mucho con los chicos cuando salimos por garitos, no pasamos de insinuaciones en la pista de baile y de aceptar las copas a las que nos invitan nuestros admiradores. Y los tenemos porque la verdad es que estamos que rompemos:

Dorotea, morena de pelo rizado, es la que mejor cuerpo de las tres tiene; si quisiera, podría tener una carrera como modelo porque tiene las medidas de ensueño.

Además tiene una piel muy suave y cuidada. Para mi gusto, sus pechos son demasiado pequeños pese a que dice que su talla es la 90. De todas formas esa falta de pecho la conjuga con esos pezones redondos y rosados.

Linda hace honor a su nombre y es preciosa de cara: rubia, carita de ángel, una nariz pequeña y puntiaguda, unos ojos verdes de ensueño, unas proporciones mágicamente distribuidas.

Aunque tiene un poco de complejo por su culazo enorme, que tiene que disimular con pantalones y faldas no demasiado ajustados, y por sus pechos demasiado separados. Una tontería, yo si fuera un hombre pensaría que tiene un polvazo.

Y yo bueno, conjugo un poco de las dos. Pelo negro, corto, una cara no tan perfecta como la de Linda pero atractiva gracias sobre todo a mi mirada sensual, cuerpo sin medidas tan proporcionadas como las de Dorotea pero que muchas quisieran para sí, en gran medida por estos pechazos que no busco ocultar.

Además soy la que más atrevida visto y potencio con descaro todas mis virtudes.

Hechas las aclaraciones con las descripciones, iré al viaje que ocupa mi relato: el fin de semana en una localidad cerca de Tenerife, un hotel precioso, unas playas de ensueño, un clima de lujo para broncearnos. Las provocaciones de ese grupo de ingleses en el hotel no las hicimos casos: mucho ruido y pocas nueces.

Si creían que nos escandalizaríamos porque nos hacían calvos o incluso nos enseñaban sus pollas, estaban muy equivocados.

Además no tenían mucho que enseñar y si nos quitamos la parte de arriba de nuestros bikinis no fue para que se mataran a pajas delante de nosotras, sino para olvidarnos de marcas.

He de reconocer, eso sí, que era excitante ver cómo ese grupo se comportaba como unos monos fuera de sí mientras nos gritaban groserías que por supuesto entendíamos…

Pero el morbo no acabaría ahí. Al día siguiente, ya sábado, después de broncearnos y dejar sin esperma a nuestros vecinos, salimos de marcha como habíamos hecho ayer. Esta vez en el grupo de ingleses que nos acosó había uno interesante: moreno, alto, atlético…

Un cañón, pero por desgracia muy callado.

Llevaban la voz cantante los demás. Eran 6 contando el moreno, pero los otros 5 se disputaban el galardón al tío más feo: pelirrojos, pecosos, delgados, pequeños, barrigones, estúpidos… Al menos nos divertían y su alcoholismo les dejó lejos los reparos más tarde, a la quinta vez que se nos acercaban.

Estos no querían bailar con nosotras. Resultaba que también se hospedaban en el hotel y nos habían visto broncearnos (pero no eran los pajilleros).

Nos hicieron una oferta que nos hizo entender por quién nos habían tomado: 500 euros por pasar la noche con ellos.

Aunque al principio nos indignamos, sobre todo Linda, luego nos puso lo excitante de la situación. Yo estaba un poco pasada de copas y fui la conciencia mala de mis amigas.

Una noche de sexo salvaje con desconocidos me resultaba muy apetecible. A Dorotea no tardé en convencerla. Con Linda lo logré acumulando argumentos. Les dijimos a los guiris nuestras normas:

Nosotras llevaríamos las riendas en todo momento. Lo haríamos en nuestra habitación y ellos tendrían que estar limpios y bien lavados.

Con una buena provisión de condones. A no ser que nosotras no aceptáramos, todas las relaciones tendrían goma de por medio. Además subimos el precio a 600 euros. Ellos aceptaron y nos pagaron la mitad por adelantado.

Cuando llegamos a nuestra habitación, estuvimos tentadas de largarnos con la pasta, pero al final nuestro grado de excitación pudo con nosotras y nos arreglamos: Dorotea se puso un conjunto ceñido de escándalo: un vestido corto de cuero que apenas le cubría la tanga también oscura y cuyo escote palabra de honor le realzaba sus pechos mucho.

Linda fue la más recatada: una vestido blanco y estampado de flores, de tela fina que transparentaba, aunque no tanto como para dejar ver su lencería de encaje blanca.

El escote no era demasiado atrevido, la verdad. Y yo una mini muy ajustada y una camiseta de tirantes blanca. Sin ropa interior, cosa que se intuía, sobre todo porque mis pezones se trasparentaban casi como si estuvieran al aire.

Estaba mojada mucho antes de que nuestros invitados llamasen…

Nuestros guiris estaban menos arreglados que antes, aunque se notaban que estaban recién duchados. Iban en bañadores y a algunos se les notaba la erección. Pusieron un montón de condones encima de la mesa y nos comieron con la mirada.

Pusimos música y les hicimos unos bailes muy sugerentes. Ahora los ingleses estaban mudos y con la boca abierta. Uno se sacó la polla y el resto hizo lo mismo.

Uno de ellos nos sorprendió: un pedazo de herramienta de unos 20 centímetros y gorda como un pepino. Otro de los feúchos era lo contrario: una birria de micropene de no más de 11 centímetros.

El resto, incluyendo mi moreno, medidas estándar. Eso sí, un desnudo fabuloso, que no desmerecía.

Pasamos a las mamadas. Cada una de rodillas en medio de dos guiris, alternando polla de uno y polla de otro. Yo pronto pasé del condón cuando acabé en el pollón de aquel barrigón. Apenas me cabía en la boca, pero su corrida me la tragué entera.

Los primeros condones cayeron al suelo y los guiris tomaron confianza tocándonos y besándonos por fin. El cuadro era increíble:

La recatada Linda dejaba que le quitaran el vestidito mientras un pelirrojo le morreaba y le sobaba el sujetador.

El otro pecoso estaba de rodillas bajándole sus preciosas bragas y chupándole su concha, nada depilada pero muy atractiva. El inglesito sabía lo que hacía al separar sus labios vaginales.

¡Cómo gritaba la guarra! Sus separadas tetas desaparecían en los labios del otro, que al parecer estaba encantado con tanta separación.

Dorotea, mientras tanto, estaba sentada encima de un guiri dejándose bajar su vestido, enseñando sus pechos. Sus pezones fueron pronto la atracción para el chico.

El otro que estaba a su lado le acariciaba los muslos y le metía un dedo dentro de la falda.

Estaba intentando quitarle la tanga. Probablemente ya estaría comprobando lo depilada que

Dorotea tiene su pubis, pues le gusta dejárselo pelado (bueno, le gusta a su novio). Ese que lo estaba intentando era míster polla y no estaba siendo nada cuidadoso.

Al poco tiempo tenía un trozo de tanga en su mano izquierda. La derecha estaba hurgando en el interior de mi amiga, creo que en los dos agujeritos.

Y yo estaba tumbada en la cama subiéndome la falda para que mis dos amigos me hicieran gozar con sus lenguas.

Notaba cómo mi moreno entremezclaba su lengua con otro de los guiris, aunque casi siempre mis dos orificios eran explorados alternativamente.

Mi clítoris estaba siendo pajeado de un modo increíble. No me corté en gemir como una puta. Cuando llegué al orgasmo, me levanté y proclamé en voz alta que estaba lista para recibir uno por uno a todos.

Uno que estaba con Linda, el que estaba con sus tetas, de buen pene, se puso el condón y me atravesó de un golpe. Encima de mí, en un par de culadas se corrió.

El siguiente casi ni lo noté: su pajarito tardó más en correrse pero no lo noté. Les insulté diciéndoles que no me estaban haciendo gozar. El tercero fue más rudo y me mordió los pezones mientras me decía todo tipo de barbaridades.

Estaba a punto cuando terminó. Luego vino mi moreno y con él me corrí. Dejé para el final a la tranca brutal y el quinto no estuvo mal. A el sexto lo cabalgué yo para que no me destrozara. Aguantó más de lo que esperaba con mi ritmo lento.

El primero ahora estaba con Linda, que estaba a cuatro patas. En posición de perrito, recibía por detrás los arreones con gusto.

No la estaban dando por culo, pero a mí me abrió la imaginación. Mi vista se alegró al ver a Dorotea siendo traspasada por dos a la vez, previa ensalivación y dilatación anal. Yo también quería que me dieran por culo. Mi moreno fue el elegido, por supuesto.

A cuatro patas recibí su tranca sin contemplaciones.

No sabía cómo Dorotea estaba disfrutando porque a mí su polla me estaba matando, aunque eso fue al principio y poco a poco me fui adaptando a esa ocupación que me llenaba el estómago. Pronto fui cogiéndole gusto y ni entonces me di cuenta de que se había dejado el condón en la mesa.

Ya poco me daba igual. Me gustó mucho sentir su calor y su ardiente semen, que le hice tragar al del pito pequeño, al cual hice chupar de mi culo el semen de su amigo.

A uno de los guiris se le ocurrió que dos de nosotras hiciéramos un lésbico.

Linda no podía ser porque el “monstruo” la estaba jodiendo de lo lindo, nunca mejor dicho, de pie arrinconando contra la pared a mi amiga.

Dorotea y yo nos fundimos en un beso tremendo de lengua, ambas mirándonos a los ojos con lujuria.

Al estar dándome el lote con ella vi que sus pechos eran más de lo que de lejos me había parecido siempre.

Pero su coño me volvió loca. El 69 que hicimos fue una locura y el orgasmo al que llegamos fue el mejor de la noche.

Linda, que había terminado con míster tranca, se unió al banquete y recorrió con su lengua nuestros pechos; aunque nosotras retomamos la iniciativa y fuimos la que le provocamos llegar a la gloria con nuestras caricias y lametones.

La puta le había cogido gusto a esto del sexo.

Ya era tardísimo cuando terminamos la sesión lésbica, pero el show había calentado mucho a nuestros guiris, que estaban de nuevo (ya había perdido la cuenta) empalmados.

De nuevo fui yo quien eligió polla y me fui a por Andrew, que así se llamaba el del zipotón. Le senté y luego me senté dándole la espalda, siendo mis pechos aplastados por sus rudas manos.

Fui acomodando como pude su tranca en mi recto. Bajaba poco a poco porque necesitaba dilatarme al máximo. Al fin, llegué hasta al final. Estaba sentada sobre sus piernas y lo que sentía dentro era increíble.

Me la saqué hasta la mitad y me volví a sentar; me levanté más aún y me volví a sentar, así una y otra vez y otra vez, ah, ah, ah, aaaaah, cómo me gustaba, Phil, el del pito enano, me estaba trabajando el clítoris con la boca y me estaba metiendo la mano entera en mi coño, sacándola y metiéndola al ritmo de mi follada anal.

Llegué al orgasmo antes que mi semental, así que me quedé parada porque mis piernas y mi cuerpo entero estaba medio atontado.

Andrew me levantó y me tumbó en la cama. Se subió encima de mí y siguió follándome, ahora por delante, con la misma rudeza, pero besándome en el cuello y en los labios.

A veces me mordía. Le gritaba e insultaba porque me hacía sufrir, pero a él le encantaba y se ponía más bestia. Me provocó otro orgasmo de escándalo. Y él sin eyacular.

Me arrodillé y le masturbé. También a Phil, que no dejaba de escrutar mi cuerpo de arriba abajo. Quería que me inundaran de leche.

Mathew, otro que estaba por ahí, me metió su polla en la boca; cuando estaba a punto de correrse, se la sacó y se la meneó más lentamente. Querían acabar todos a la vez y lo consiguieron. Chorros por las mejillas, por los labios, por el pelo, por las tetas…

Durante todo este tiempo no había dejado de observar cómo se follaban a mis amigas.

A Linda le había gustado que la diesen por culo y a cuatro patas sus tetas bailaban al ritmo de las embestidas de Steve, el más pelirrojo de todos.

Y por delante Steve, el más barrigón, con su polla en la boca de mi puta más salvaje.

A ella también acabaron enterrando en semen. La penetración anal había sido también sin goma.

Y Dorotea estaba con mi Jim, mi moreno, alternando posiciones en la cama, revolcándose como animales, unas veces ella encima, otras debajo, siempre los dos besándose en la boca y tocándose lo que podían: él sus tetas, piernas y coño, diciéndole lo buena que estaba (yo, entre furiosa y sorprendida al ver que hablaba); ella, sobándole a veces con demasiada fuerza sus testículos, sus abdominales y sus pectorales.

Cuando acabaron él la daba por detrás, pero no por el culo.

Fue cuando vi que la estaba follando sin condón. Eso significaba que a Doro también le había gustado el chico.

Fue la única que no acabó con chorros de esperma en su cuerpo.

Íbamos a terminar la orgía en la bañera.

Se supone que no tendrían más fuerza, pero los nueve en una bañera donde como mucho tres entrarían estuvimos haciendo de todo.

Yo ya estaba muy cansada como para sentir nada, aunque he de reconocer que hubo un momento en que pedía más y más.

En vistas que no podíamos lavarnos, fuimos haciendo turnos.

Los guiris se vestían y se marchaban, besándonos cada uno donde quería y dando por buen gasto los 500 euros.

Nosotras regresamos por la tarde (la mañana la dedicamos a descansar) y a la noche estábamos con nuestros novios, que nos preguntaban qué tal lo habíamos pasado y nosotras contestábamos que muy bien.

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