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Día de playa

Día de playa

El día de playa se presentaba divertido. Aunque era mayo el día había amanecido sensacional. Estábamos pasando un fin de semana en la casa de Pepe. Un fin de semana para divertirnos nos había prometido. Lo estábamos haciendo. Más lo haríamos. No había nadie cuando llegamos a la playa. El agua estaba un poco fría pero nos dio igual, nos desnudamos y nos metimos en el mar.

Al rato salimos y nos tumbamos los cinco en la arena para secarnos con el sol. No pasó mucho tiempo cuando escuchamos el ruido de una moto. Como estábamos desnudos nuestra primera intención fue ponernos algo, pero como supusimos al verla que era un chico no le dimos importancia y decidimos continuar en pelotas. No era lo habitual cuando íbamos a la playa pero como estaba la playa tan vacía nos apeteció más. Pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando el motero aparcó no muy lejos de nosotros, se quitó el casco, y descubrimos que era una mujer, una mujer castaña, de unos veintipocos años, y muy, muy atractiva. Tal vez fuera eso lo que hizo que no nos vistiéramos, ella había visto claramente que estábamos así. Lo que hizo después hizo que aumentara nuestra curiosidad. Lentamente y sin quitarnos la vista de encima, se fue despojando de toda su ropa hasta quedarse desnuda, y parsimoniosamente se dirigió hasta el agua.

Como la distancia entre ella y nosotros era escasa, unos pocos metros, tanto ella como nosotros distinguíamos todo con mucha claridad, sus pechos pequeños pero firmes, sus pezones erectos, las suaves curvas de sus caderas, sus nalgas redondeadas, su pubis moreno y recortado, y cómo no, nuestra creciente excitación. Como la situación era un tanto comprometida, por sus miradas y las nuestras, algunos amigos míos se dieron la vuelta para ocultar sus incipientes erecciones, pero como ella no hacía más que provocar -llegó a inclinarse sobre la orilla enseñándonos todo el esplendor de su sexo palpitante-, decidimos seguirla el juego y todos nos dimos la vuelta, elevamos el torso, y le mostramos gloriosamente todo el poder de nuestras cinco vergas erectas, cinco pollas tiesas, cinco falos de todas las formas y tamaños, grandes y pequeños, gruesos y menos gruesos, curvos y rectos, pero cinco mástiles al fin y al cabo que formaban una poderosa escuadra. La armada atrevida.

Y ella allí en la orilla continuaba mirándonos al mismo tiempo que sonreía. Sonreía y sin avanzar mucho, comenzó a frotarse agua por el cuerpo, primero por los brazos, luego por sus pechos, por su culo, hasta llegar a su vagina en donde se entretenía con movimientos pausados. Eso claro, hizo que nosotros decidiéramos seguirla el juego, así que polla en mano comenzamos a masturbarnos al tiempo que la mirábamos fijamente, arriba y abajo, recorriendo todo el camino de placer que proporciona un cipote tieso, lentamente, muy lentamente. Tal vez fue eso lo que provocó que se acercara. Sin decir nada llegó hasta nosotros y se tumbó en medio, indicándonos con la mirada lo que teníamos que hacer.

Supongo que debió de ser la variedad de pollas al mismo tiempo lo que la incitó. Cinco contra una. Sin decir nada comenzó a mamar una por una todas las pollas que allí había. Una tras otra. Y disfrutaba muchísimo con ello porque claramente podíamos ver lo palpitante, húmedo y mojado que estaba su chochito. En un momento determinado -no debía de aguantar más- se tumbó y abrió sus piernas mostrándonos su espléndido coño. Sabíamos lo que teníamos que hacer. Uno tras otro la fuimos follando, siempre igual, ella abajo y cuando uno terminaba la montaba uno de los otros, que para mantenernos firmes continuábamos pajeándonos. Y ella muda, solo gemía discretamente, pidiendo más con la mirada. Con unos maravillosos ojos grandes y marrones.

Cuando fue mi turno ya me había corrido dos veces, pero ahí estaba mi polla tiesa, larga y curva preparada para la batalla. Se la metí suavemente, tenía un coño caliente y estrecho, húmedo ya de la anterior guerra con mis compañeros, pero placentero. Empujón a empujón la miraba fijamente, la de cosas que pasaron por mi mente, y ella gemía y sonreía, sonreía y volvía a gemir, más, más y más, y a seguir empujando.

De repente me indicó que parara, me hizo apartarme, tumbó al último que quedaba por follarla, le agarró la polla, se la metió sentándose a horcajadas sobre él y se tumbó, elevando su hermoso culo, girando la cabeza, metiéndose los dedos en la boca para después pasárselos por el ano, me indicó claramente lo que tenía que hacer.

Agarré mi nabo que aún no había terminado su faena y me dispuse a afrontar esa nueva experiencia -que ya en algún lugar de mi mente había deseado-, con la mano dejando solamente la cabeza libre lo guié hasta su cavidad, e intenté metérsela, al principio me costó, pero luego entró perfectamente, y así continué el bamboleo placentero. Fue una sensación distinta a un coño normal claro, pero intensamente agradable, el golpeteo de mi pubis contra ese culito, mis huevos chocando con su coñito y contra la polla de mi amigo, fue sensacional…

En unos momentos todos nos colocamos para satisfacerla y satisfacernos. Uno en su vagina, otro en su boca, dos en sus manos, y yo en su hermoso trasero. Debíamos de parecer una atracción circense. Menudo espectáculo. Menuda mujer. Cinco pollas en una. Y fuimos explotando poco a poco. Con todos exhaustos en la arena, ella se acercó al agua se baño, se dirigió a su moto, se vistió, arrancó y se fue. Ni siquiera miró hacia atrás. La armada atrevida no volvió a actuar.

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