La puerta del averno
Nemesio, con algo de dificultad, apoyó su enorme humanidad sobre sus rodillas.
Con ambas manos y suma delicadeza separó las nalgas de la frágil Camila inspeccionando la zona.
Desde allí, expectante, oscuro y misterioso, el ojo de Saurón… esa puerta del averno, lo miraba fija e insistentemente.
No sin sentir algo de temor, y lentamente, acercó su rostro.
Pudo percibir el inconfundible aroma a muerte que se acerca.
Sabía a lo que se enfrentaba, por eso la adrenalina de sus nervios lo hacía temblar de manera incesante.
Dentro de la concavidad en donde se encontraba, pudo percibir la infinidad de venillas violetas que circundaban al anillo dándole poder.
A sabiendas de su historia, era intimidante.
Abrió su boca y con la punta de la lengua tocó suave al ojo, sintiendo que se contrajo levemente para luego aflojar y ofrecerse, cual cazador se aquieta frente a su presa.
Repitió la acción, y el ojo, más distendido, no ofreció resistencia alguna. Acercó aún más su punta, y ahí cual animal agazapado el ojo tomó su lengua hacia atrás, como adentrándolo a su oscuro mundo. Él apoyó directamente sus labios abiertos contra la concavidad y empujando con el estilete de su lengua, ingresó un poco. Sintió como los oscuros fantasmas del averno quisieron llevárselo hacia adentro en una succión digna de un torbellino.
Salió urgente con algo de miedo.
Esta vez no lo repitió, pero dejó con la punta de esa lengua un montículo de saliva como ofrenda.
Nemesio, con dificultad por su tamaño, se irguió de pie nuevamente.
Tomó el extremo de su poderoso mástil y escupiéndose la mano untó, lubricando su punta.
Separó nuevamente las nalgas de Camila y con extremo cuidado apoyó su punta en el centro del ojo.
La adrenalina fluía por sus venas como un caudaloso rio por la montaña.
Excitado y a la vez temeroso, se aferró a los costados de las caderas de su presa con ambas manos, separando con sus pulgares las nalgas de la muchacha.
En una profunda inspiración tomó el aire suficiente para envalentonar su acto, ahora sí, se sentía preparado para afrontar lo desconocido.
Lenta y progresivamente presionó el ojo con su herramienta.
Al principio sintió algo de resistencia, pero de golpe, el ojo aflojó la tensión permitiendo que el puñal de carne ingresara un poco.
A la distancia se escuchó el gemido de alguien.
Nemesio, sintió que le temblaban las piernas, pero debía concluir la hazaña.
Inspirando nuevamente, volvió a presionar hincando el mástil hasta la mitad de su recorrido.
Volvió a temblar, pero con más intensidad.
Aspiró y empujó con ganas, el gemido lejano se convirtió en un grito enmudecido, había llegado al fondo.
Espero unos segundos a ver como reaccionaba el ojo, hubo un momento de quietud. Su corazón estaba a punto de salirse de su pecho, el ojo aún permanecía inmutable.
Decidió realizar el vaivén comenzando muy lentamente, incentivándolo, y a los pocos segundos tuvo el primer atisbo que su muerte era implacable.
Percibió al anillo atesorar con firme y creciente presión sobre la base del tronco.
Tuvo miedo.
Con valentía decidió seguir, aunque sea lentamente.
Al cabo de un par de movimientos certeros el ojo, al fin reaccionó.
Su interior, ese cofre tan deseado, pero a la vez, tan temido, se ciñó firme e inexorable como un manto sobre el cuerpo de su nueva y voluminosa víctima.
Aprisionaba la rugosa superficie venal, cual anaconda rodea su presa hasta dejarla sin aliento.
Su técnica de caza era infalible, ejercía presión sobre la cabeza de sus presas realizando movimientos alternadamente concéntricos.
La muerte, inminente, recorría los cuerpos cavernosos de Nemesio diluyendo su adrenalina a crecientes temblores.
Todo duró unos segundos, aunque parecieron ser una eternidad.
En un momento dado, Nemesio a pesar de su voluntad no pudo mantener el control de la ejecución, y ante un sufrimiento que parecía no tener límite. Cedió en su férreo trajinar, dejándole paso libre al ojo para finalizar su cometido.
Un par de cortos movimientos fueron el desencadenante de la situación, Nemesio en un profundo gemido cercano al llanto, sintió su vida irse en estocadas espasmódicas incontrolables.
Estaba prisionero de una cárcel cruenta que le aspiraba la vida en breves sorbos.
Su carga partió, blanca, viscosa e inexorable, a ser devorada por el ojo de forma implacable.
Él se desplomó casi sin aire sobre la espalda de Camila, quedó sobre ella como un lecho de muerte, sintiendo los últimos y decisivos estertores, partiendo de su cuerpo poco a poco.
Desde atrás, podía observarse entre sus pesadas piernas, los latidos finales de su accionar perdiéndose en ella.
Todo quedó en silencio, y luego de un buen rato, Nemesio, o lo que quedó de él, nunca más pudieron ser lo que hasta ese momento fueron.
El ojo de Saurón ya había cobrado una nueva víctima…