Capítulo 2
Buenas noches, mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.
Esta es la continuación de una historia que lleva momentos vividos en mi vida como docente.
El 15 de Marzo del 95 me presenté a trabajar y noté un cambio en la escuela, mis horarios habían sido disgregados, la tensión en la Secretaría era evidente, la justificación de los cambios eran poco creíbles. Enfrenté las clases con normalidad, pero algo había cambiado.
Al salir de la última clase me encontré con Lola: “hola perdido, ¿cómo estás? ¿Te enteraste? Alguien habló y están buscando la forma de sacarte del medio. Las mujeres despechadas son complicadas, te entregaron pero como somos mayores de edad, te van a invitar a irte” dijo mientras encendía un cigarrillo.
El 25 de marzo presenté la renuncia y no volví al pueblo hasta 25 años después, y eso es parte de esta historia.
Ya retirado de la docencia, jubilación mediante, me he dedicado a escribir buena parte de mis historias que puedo compartir con ustedes. Entré al correo electrónico ya que estaba esperando el mail que confirmaba la publicación de mi última producción, cuando encontré una tarjeta de invitación al festejo de los 50 años de aquella escuela donde me inicié.
Reconozco que me sorprendió, pues estaba clara la situación que me había llevado a dejar el lugar. A medida que la fecha se acercaba, dudaba más y más si debía concurrir, pero algo me impulsaba a viajar allí.
Ahora vivo a más de 200 kilómetros del pueblo y cuesta recorrer la distancia en auto, pero algo me decía que valdría la pena.
Ese viernes, el despertador sonó a las 6 de la mañana, me di una ducha para despertarme, me vestí para la ocasión, subí al auto y me puse en marcha.
Las casi dos horas que demoré en llegar, las utilicé en pensar a quienes hallaría, cómo reaccionarían al verme y cuál sería la mía cuando me encontrase con viejos conocidos.
Al tomar la rotonda de acceso a la localidad, me había transformado en un manojo de nervios y más aún cuando luego de estacionar me encaminé al portal de la escuela.
Ingresé y tuve mi primera sorpresa: Brenda era la encargada de recibir a los invitados. Ya era una mujer hecha y derecha, esos ojos celestes y el cabello enrulado negro no habían cambiado para nada, se la veía mucho más estilizada que como la recordaba; avanzó dos pasos hacia mí y me abrazó fuertemente “Sabía que no nos ibas a fallar, te estábamos esperando Alejo” dijo mientras me plantaba un beso en una de las mejillas. “Pasá, que después hablamos un rato. Vas a encontrar a muchos conocidos” mencionó mientras me señalaba el lugar donde se preparabael evento.
El primer paso estaba dado y evidentemente algunas heridas habían cicatrizado luego de tanto tiempo. La siguiente en aparecer y acercarse fue Claudia, quien acompañada por su esposo e hijos se había ubicado en lugares asignados previamente, el saludo fue afectuoso con las presentaciones de rigor y un murmullo en el oído derecho: “Con lo que me enseñaste, hoy tengo una familia feliz, Gracias profe” y se sonrió antes de volver a sus asientos.
La dama de compañía me ubicó en un asiento en la segunda fila de invitados, los de mayor edad ocupaban las primera. Separados por un pasillo, estaban los padres y benefactores de los alumnos de la escuela, entre ellos resaltaba una melena rubia, un vestido espectacular y una figura más imponente aún: Flavia, acompañada por su padre, era centro de miradas y las principales atenciones por parte del personal. Giró su cabeza, me observó e hizo un movimiento de cabeza a modo de saludo a distancia. No había cambiado prácticamente nada, seguía siendo la más atractiva.
El evento dio comienzo, se reconoció al personal más antiguo, a las dos primeras directoras del establecimiento y así fueron pasando las distinciones, hasta que llegó mi momento: me entregaron un presente y fue en ese instante en que varios me reconocieron. Obviamente los kilos, las canas y el paso de los años los habían desorientado un poco.
Cuando el acto formal concluyó, llegó el momento de los reencuentros, los abrazos, los besos, los apretones de manos sinceros (y otros no tanto), charlas y recuerdos a raudales.
Brenda, ya despojada de sus obligaciones formales, se acercó y se colgó de mi brazo, Me llevó a saludar a cada uno de los conocidos y rememorar tiempos pasados. Antes de dejarme con un grupo de ex alumnos me dejó una frase picante: “No puedo creer como te me escapaste, no supe cómo llevarte conmigo”. Me guiñó un ojo y se fue meneando ese trasero que tanto atraía.
Estaba en plena charla cuando alguien me tapó los ojos, casi colgándose y con la clásica voz estridente dijo: “¿Quién soy?”. No había duda alguna ya que era una voz inconfundible: Lola estaba a mi espalda y me afirmaba un par de tetas voluminosas. Destapado de ojos, giro de cuerpo y un abrazo tan o más fuerte que el de Brenda, que se completó con un beso sonoro y una sacudida de cuerpo. “Bienvenido Alejo, ¡¡cuánto tiempo sin verte!! Estás igual que hace 25 años, no como nosotras” dijo entre carcajadas.
Solo la ex directora, que había provocado mi salida, se acercó y saludó con altísimo grado de hipocresía.
Hubo un ágape que se extendió por casi dos horas, durante el cual se acercó Flavia y con la delicadeza que la caracteriza, saludó y dejó otra frase intrigante: “Espero que te quedes a la cena de esta noche, habrá varios interesados en charlar informalmente con vos”.
La charla con los ex alumnos era buenísima, recuerdos, historias, anécdotas, todas rematadas con risas. A medida que avanzaba el tiempo, las familias se retiraban, solo quedando aquellos que habíamos ido solos. Fue entonces cuando Jorgito (ya mucho más crecido pero con la misma frescura y desparpajo de siempre), me empezó a torturar con que estuviese en la cena del reencuentro.
Para mí, hacer 600 kilómetros nuevamente solo para la cena era agotador, y trataba de excusarme de mil maneras, hasta que sugirió algo que avalaron Berta y Lola.
Jorge: Negro, quédate, no viajes. La vasca (Flavia) tiene 3 casas que alquila a “trabajadores golondrina” para la época de las cosechas, ahora están vacías. Dejame hablarlo con ella y te ubico seguro.
Desapareció y se fue detrás de Flavia, Con Lola y Berta colgadas de cada uno de mis brazos, recorrí la escuela nuevamente, viendo las instalaciones, y saludando a los antiguos profes y los nuevos que casi ni me conocían. Estábamos terminando el recorrido cuando volvió a aparecer Jorge.
Jorge: listo Negro, todo arreglado. Ahí te paso la dirección de la casa y te acompaño a comprar algunas cosas para almuerzo y cena.
Recibí un beso en cada mejilla por parte de mis guías turísticas y alguna insinuación tal como “Esta noche vamos a recordar buenos viejos tiempos” o “No te me escapás esta vez…” por parte de ellas, provocando sonrisas de los presentes.
Fui con Jorge a hacer las compras y en el camino me contó buena parte de lo acontecido cuando dejé de estar en la escuela. Así me enteré que Berta jamás formó pareja, aunque hubo algunos noviazgos, Lola se había casado con un ex compañero de curso pero el matrimonio duró casi nada, aunque dejó un hijo en común. Flavia se casó con un muchacho ajeno al pueblo, de buena posición económica, que la hizo una empresaria importante y que lamentablemente falleció en un accidente casero (lo tumbó un caballo y le golpeó la cabeza con sus patas) y desde entonces se ocupó y preocupó por los negocios, prosperando de manera importante.
Terminé las compras y cargué la dirección en el GPS del celular. Minutos más tarde llegaba a una casa de buenas dimensiones casi en las afueras del pueblo. Algo rústica, pero grande. Podía verse las persianas entreabiertas, pero no había movimientos. Estacioné bajo unos árboles, bajé del auto, encendí un cigarrillo y me dispuse a esperar que llegara alguien a recibirme.
Llevaba unos 10 minutos esperando cuando se abrió la puerta de ingreso y vi como aparecía Flavia. Ya se había cambiado las ropas de gala y vestía una calza, remera clara y sandalias bajas.
Flavia: pasá, te estaba esperando.
Me dejó pasar, cerró la puerta y me condujo al comedor. Dejé allí las cosas y siguiéndola, me mostró una habitación preparada para que utilizara, me mostró donde estaba los sanitarios y me dio las instrucciones para el uso del lugar. Fuimos juntos a la cocina, buscó en una alacena un equipo de mate, me lo alcanzó mientras ponía el agua a calentar.
Flavia: ¿seguís tomándolo amargo?
Alejo: si
Flavia: genial, te hago compañía un rato y me voy a casa.
Charlamos durante una hora, donde me contó lo que había sucedido cuando me “invitaron” a renunciar. Se corrió la voz que varios docentes estaban enroscados con alumnas: el más complicado era el profe de gimnasia, que dejó embarazadas a dos de ellas entre el viaje de egresados y un campamento de fin de año. Formó pareja con una y debió hacerse cargo de la mantención del otro hijo, lo más grave es que el tipo era casado y tenía familia en otro pueblo: un verdadero quilombo.
En cuanto a mí, una despechada habló y lanzó comentarios que me perjudicaron, pero al no haber embarazos ni parejas, solo quedó en rumores que el tiempo fue aplacando.
Flavia: una tarada que nos dejó a todas con las ganas de conocerte mucho más.
Alejo: Jamás entendí lo sucedido, pero no quise tener problemas, era muy nuevo en la docencia.
Flavia: Eras una de las atracciones de la escuela, si hasta chicas de otra escuela cercana pidieron pasarse para conocerte. Tenías tu arrastre.
Alejo: ¿Tenía? ¿Tiempo pasado?
Flavia: Hoy ya sos un hombre y nosotras mujeres adultas, sabemos a lo que nos exponemos al vivir en un pueblo chico.
Alejo: Lo decís como si todavía hoy pudiese surgir algo
Flavia: y va a pasar, no tengas dudas.
Me constó entender que algo sucediese con apenas una horas en el pueblo, era difícil de aceptar. Ella se puso de pie y dejó en la mesada el mate y el termo, todo hacía suponer que se iría, pero no.
Flavia: cuando hoy te vi en la escuela y cómo te miraban Berta y Lola, me imaginé que ellas te llevarían a sus casas, pero no se animaron. Pero seguro que esta noche, alguna va a dormir con vos.
Se acercó y sin mediar palabra me estampó un beso. Me tomó de la mano y me llevó a la habitación.
Flavia: pienso ganarles de mano y sacarme el deseo de saber cómo sos en la cama. Algo sé de vos, Claudia es muy amiga y no tenemos secretos.
Se quitó las sandalias, tomando el borde de la remera la desplazó de abajo hacia arriba, la retiró dejando a la vista un brassier de puntillas blancas bastante chico y colocando las manos en los laterales de la calza, la bajó hasta retirarla por completo y exhibir una tanga minúscula haciendo juego con el brassier.
Flavia es una mujer hermosa, proporcionada, voluptuosa, tentadora y ante eso quien podría resistirse. Me acerqué, le di un beso en los labios y recorrí lentamente cada una de sus curvas. Mientras yo lo hacía, ella desprendía mi camisa, para dejarla caer, se apresuró a bajar el cierre del pantalón y luchó con el botón para que al desprenderlo también cayera al suelo.
Había urgencia en sus movimientos y yo pretendía algo más tranquilo, me empujó a la cama y estando ella de pie, desprendió el brassier dejando esas terribles tetas blancas, coronadas por pezones rosados, erectos a más no poder. Bajó la tanga hasta los tobillos y moviendo alternativamente los pies, se despojó de ella. Tenía la concha absolutamente depilada, parecía virginal, rosada y pequeña. Brillaba de excitación.
Flavia: si Claudia no me mintió, quiero que me hagas llegar al orgasmo con un oral delicioso, por eso me preparé así.
Se trepó a la cama gateando, acercándose a mi lado, para una vez ubicada a la altura justa, pasar una pierna por sobre mi pecho y ubicarse exactamente a la altura de mi boca. Se afirmó a la cabecera de la cama y se puso al alcance de mi lengua que no demoró nada en recorrerla por primera vez, tenía un perfume especial, muy dulce que se mezclaba con las primeras gotas de sus flujos. Me aferré a los cachetes del culo, contundentes, para poder moverla adelante y atrás: los gemidos provenientes de su boca no demoraron en salir.
Ella aumentaba el movimiento, hasta casi ahogarme entre sus piernas. La detuve unos segundos y abriendo sus labios, metí mi lengua dentro de esa concha rosada. “Si!!! Eso estaba esperando!!! Quiero más!!!” pedía mientras metía y sacaba mi lengua de su cueva. Por momentos se estremecía y en otros se dejaba caer para sentirla bien adentro.
“Ya me vengo, no pares, que me estoy viniendo” dijo mientras aceleraba al máximo los movimientos de sus caderas. El orgasmo llegó y me empapó de flujos. “Ponete atrás y penetrame, dame otro orgasmo ya” dijo mientras me descabalgaba y se ponía de culo en pompa. “Métela, métela rápido antes que se enfríe”, me ubiqué detrás y dejé que la verga se fuera entre los labios vaginales. Entró fácilmente, favorecida por los jugos. Me aferré a la cintura y se la dejé tan adentro como pude, ella hizo el resto sacudiéndose hasta que no pudo más y en medio de un grito de placer entregó el segundo orgasmo. No había podido acabar dentro de ella, por lo que retiré la verga, completé una buena paja y derramé toda la leche en el culo y la espalda.
Se detuvo y trató de recuperar el aliento. “Claudia tenía razón, tu lengua es mágica y el pene alcanza para quedar satisfecha” dijo mientras se dejaba caer en la cama. Ni siquiera al momento del sexo dejaba de ser una señora fina y delicada, hasta para hablar.
Habrían pasado unos 20 minutos y se levantó del lecho, me miró y después de lanzar un beso al aire se fue de la habitación, para volver 10 minutos después, dispuesta a vestirse para dejar la casa.
Flavia: sería genial pasar más tiempo juntos, pero tengo que irme. Gracias por regalarme esos momentos súper placenteros. Algo tengo que dejarles a las chicas. No cambies la ropa de la cama, que se acuesten sobre mis jugos.
Dicho esto, salió y se fue de la casa. Quedé cansado, pero satisfecho. Me di una ducha y me recosté en otra de las piezas a descansar. Unas 4 horas después, desperté, ya estaba anocheciendo; volví a vestirme, comí algo liviano y me dispuse a ir rumbo a la fiesta.
A las 21:30, cruzaba el portal de acceso y buscaba ubicación en el salón. Una alumna me llevó a una mesa especial, donde compartiría con otros profes la cena abundante y muy bien regada. La charla fue animada y en un momento dado, salí rumbo al patio a fumar un cigarrillo. Se acercó Lola, me quitó el cigarrillo de la mano y lo consumió. “¿Dónde te ubicó Flavia? ¿En la casa de la entrada?” preguntó, a lo que respondí afirmativamente. “Buenísimo, esa queda cerca de casa” comentó mientras se acercaban otros comensales a disfrutar de un cigarrillo en el exterior. Berta, pese a no fumar, también se acercó y se incorporó al grupo de charla. “¿Descansaste bien o te tuvieron ocupado? Me susurró al oído en medio de una sonrisa picaresca. “Todo tranquilo” le respondí pero seguramente no quedó convencida ya que insistió sobre si había estado solo o acompañado, sin dudas ya algo se sabía.
Berta: no soy Flavia ni Lola, me gustaría estar con vos, pero no hoy. Acá se sabe todo en cuanto sucede y seguro que esta noche alguien más estará en tu cama.
Diciendo eso, me dejó un papel en el bolsillo, un beso en la mejilla y volvió al salón.
La noche transcurría entre charlas, bailes y agasajos, siendo casi las 4 de la mañana, me sentía bastante cansado por lo que comencé a despedirme de los conocidos para poder irme a dormir.
Me sorprendió que nadie se aproximara mientras salía, por lo que subí al auto y me fui rumbo a la casa que Flavia me había facilitado. Ingresé en ella, me preparé un café y cuando estaba por irme a la cama, me llegó un mensaje por WhatsApp desde un número no agendado “Dejá la puerta sin llave, en un rato estoy ahí” decía. Obviamente tendría visitas, pero ¿quién sería?
Fui a la habitación, dejé la ropa en una silla y me acosté tan solo vestido con el bóxer habitual. Minutos después, la puerta principal se abría y una silueta femenina hacía su ingreso a la casa. En silencio, se aproximó a la habitación donde ya estaba acostado, se quitó las ropas y se metió bajo las sábanas. No había dudas era Lola, su perfume la delataba; no habló en ningún momento, se ubicó sobre mí y comenzó a besarme con intensidad. Lola es muy espontánea, sin filtros, tanto con su accionar como con su lenguaje: esto último se ha transformado en algo que me excita y mucho.
Abrió las piernas, para que la pequeña mata de vellos rozara sobre mi vientre. Recién en ese momento se despegó unos instantes de mi boca y dejó en claro a qué venía y qué pretendía de esa noche.
“Mirá Negro, vine a garchar ya que hace casi tres años que no tengo una verga adentro. Desde que volví al pueblo no me entra nada en la concha, debe tener telarañas y se apretó seguro. Quiero buenos polvos, que me chupes bien chupada, dejame llena de leche, ni se te ocurra ponerte un forro” fue el monólogo que recitó antes de empezar con las actividades de cama.
Aprovechando el espacio libre, giré sobre ella y liberado de sus labios, bajé los míos a esas tetas grandes, de pezones duros y de gran tamaño. “Eso, chupamelas hasta que me duelan” parecía una radio sexual, no paraba de hablar y eso me estaba poniendo cada vez más caliente. Noté como los pezones se erguían como piedras, apuntando al techo. Las apreté tratando de juntarlas y que ambos pezones casi se rozaran entre ellos, cuando los tuve así, ya no chupé, más bien comencé a morderlos y tironear de ellos.
“¡¡Uff!!, como me gusta eso, me estoy mojando como una yegua. Comeme la concha, no seas guacho, haceme acabar y te prometo una chupada de verga con tragada de leche” dio mientras empujaba hacia abajo mi cabeza.
Pasé la lengua desde las tetas hasta llegar a la concha hirviendo. Flexionó las piernas, levantó las caderas y ubicó una almohada debajo, dejándome más comodidad al momento de comerla.
Extendió sus brazos y abrió los labios de su almeja, dejando liberado un clítoris algo más oscuro, inflamado y reclamando atención.
“Chupalo, mordelo, meté la lengua adentro, que el primer polvo se viene rápido” dijo guiándome a lo que quería recibir.
De más está decir que a esas alturas la concha parecía tener una canilla abierta al máximo, despidiendo jugos de manera descontrolada.
“¡¡Estoy acabando!! No se te ocurra salir de ahí, ahhhh!!” gritó mientras tensaba el cuerpo a tope y retenía mi cabeza entre sus piernas abiertas.
Sentía como le latían los labios vaginales ya enrojecidos de tanto ser chupados y mordidos. Aflojó la presión y cayó rendida.
“¡¡qué manera de acabar, que gusto y cuanto hacía que no me sentía así de puta!!” dijo mientras recuperaba la tranquilidad.
Alejo: me alegro que te haya gustado.
Lola: Me encantó, espero que cuando me la metas me dejes igual de feliz.
Subí hasta ubicarme a su lado, me recargué sobre un codo y quedé de frente a ella. “Tenes una canilla de jugos” le dije mientras la miraba.
Lola: tres años sin coger, solo alguna paja cuando mi hijo se va con sus amigos de joda, Es mucho tiempo sin verga
Alejo: ¿por qué no te buscas alguien que te atienda?
Lola: ¿Estás loco? Acá tardas más en vestirte que el pueblo en saber con quién te encamaste.
Alejo: en alguna escapada a la ciudad, podrías conseguirte algo
Lola: ni loca, no sabés con quien te encamás y cómo te puede ir. Dos chicas de acá la pasaron mal en algún viaje a Buenos Aires, no querido, prefiero mis deditos.
Mientras descansábamos me contó un poco de su vida, la infidelidad que la llevó a divorciarse y volver al pueblo para retomar su vida. “quién te dice que cuando ya me estabilice definitivamente me busque un buen partido y vuelva a formar pareja, no es sencillo con un hijo de 17 años” remató antes de volver a besarme, dispuesta a un segundo round.
Las caricias se fueron haciendo más intensas, los besos más profundos y la humedad volvía a hacerse presente, mientras mi verga recuperaba tamaño.
“¿Cómo queres garcharme? ¿Qué posición te gustaría más? Estoy dispuesta a dejarte elegir, te lo ganaste” ronroneó mientras me acariciaba la verga buscando que se pusiese lo más dura posible.
Alejo: ¿te parece en cuatro?
Lola: ¿por qué no? Acordate que llevo tres años sin verga, andá despacio que está apretada, nunca fui muy abierta y con la falta de sexo, se cerró.
Alejo: ok, te la chupo un poco, la mojo bien y después vamos metiéndola
Lola: suena prometedor, voy más al borde de la cama y me la metés de parado, así te ayudo abriéndome bien.
Encendí la luz de la mesa de noche, para poder ver bien lo que estaba punto de disfrutar, tal lo acordado, se movió hacia el final del colchón, separó las piernas, abrió bien los cachetes del culo dejando a la vista una raja cerrada algo pronunciada por el tamaño de la cola y un agujerito anal muy apretado.
Se ubicó de cara al colchón, en el centro de la cama, se arrodilló levantado el culo tanto como podía. Era un espectáculo buenísimo, tenía a una hembra dispuesta a garchar sin compromiso, más que sacarse las ganas y la necesidad acumulada.
Me puse detrás, pasé un dedo desde el inicio de la raja hasta rozar el anillo anal y dio un respingo: “Ojo con mi culo que es virgen, ni se te ocurra meterla ahí” pidió casi como un ruego. “Dejame hacer y después vemos que pasa” dije mientras empezaba a deslizar la lengua a través de la concha. Pasada a pasada, los flujos empezaban a brotar. “¡¡Cómo me gusta esa repasada de concha!! Pasaría horas disfrutando de esa lengua” comentó mientras aspiraba fuertemente. “¡¡Eppaa!! Acá hay olor a concha, pero no es mío. ¿No me digas que ya estuviste cogiendo acá? No hay pendejos sueltos… ¿Te la sacudiste a Flavia? Es la única capaz de depilarse toda”
No le respondí y seguí dedicado a mi tarea.
Enfilé la verga a los labios que se abrían muy lentamente, apoyé la punta y traté de empujar. “Despacito que está cerrada, vamos poco a poco, yo te llevo adentro” pidió mientras ayudaba abriendo los labios para que aquel agujero fuera recibiendo centímetro a centímetro. Cada tanto se detenía para amoldarse, gemía cada vez que introducía un poco más, iba lento pero cada vez más profundo: “Uuufff cuanto tiempo sin una verga adentro, me siento igual que cuando me desvirgaron, está tan cerrada que me cuesta meterla” murmuró unos minutos antes de sentir como mi cuerpo hacía tope con el suyo. “Ahora si, a moverse despacio pero entrando y saliendo, me encanta estar empalada” comentó mientras empezaba a moverse.
Cada entrada era correspondida a un gemido y la salida a un bufido. Mandó una de sus manos a la concha y se acariciaba ayudando con la lubricación, por momentos me acariciaba la base de la verga cuando entraba al máximo. “¡¡Qué puta soy, cuanto disfruto de una verga!! Está lista, movete que quiero sentir la leche llenándome la concha, clavame a fondo, dale” pidió en medio de un grito que hizo que la embistiese con más furia. Ya no gemía, gritaba y recibía chirlos en los cachetes del culo, alternados en uno y otro. Se descontroló totalmente, se sacudía como poseída pidiendo más y más. Noté que ambos estábamos al límite y sin dudar, dejé caer varias cargas de saliva en el agujero del culo y sin dudar le mandé el dedo medio a fondo.
“¡¡Ese dedo, me está matando, movelo y haceme acabar como una yegua!!” gritó segundos antes de que su concha se cerrara, apretándome y su culo hiciera una presión terrible sobre el dedo que ya no se movía, había quedado adentro totalmente.
“SIIIIIIIIIIII, ROMPEME TODA, LLENAME DE LECHE QUE ESTOY ACABANDO COMO UNA PUTA REVENTADA!!” gritó y explotó en jugos hasta parecer que se meaba de tanto placer. Mi leche la llenó y terminó escapando por los costados de mi verga, hasta empapar las sábanas. Ambos agotados, caímos rendidos en la cama, aún con mi verga adentro, sentía latir su concha y aplastaba su cuerpo con mi peso.
Algunos minutos después, la verga fue despedida del interior, la respiración de Lola era lenta y profunda. Me quité de arriba y me tendí junto a ella.
Habrían pasado unos 20 minutos cuando recobró algo de aire y pudo hablar. “Cuánto hacía que no tenía un polvo así, me hiciste gozar como una loca y menos mal que tenes una verga normal. Si hubiese sido grande, me habrías destrozado, pero hiciste trampa con el dedo en el orto y que bien se siente: jamás lo hubiera imaginado.”
Nos reimos de su ocurrencia y nos abrazamos, dándonos besos cálidos y profundos. “Gracias Lolita, te portaste como una loba, fue un hermoso polvo” le agradecí antes de dormirnos un rato.
Cuando los primeros rayos del sol se filtraron por los pequeños espacios de la persiana, nos despertamos. Hubo algunos besos más, pero sabíamos que llegaba la hora de despedirse: ella a su casa antes que su hijo llegara y yo a la mía tras recorrer el camino de vuelta.
Arreglamos un poco la habitación, pusimos las sábanas con restos de la lucha nocturna en un lavarropas, nos lavamos un poco y nos despedimos sin promesas pero sabiendo que podía repetirse si es que ella venía a mi ciudad en algún momento. Tomó su ropa, se vistió y antes de salir de la casa me dejó una última frase: “te debo la chupada de verga, pero ya es tarde y seguro que casi no te queda leche para darme, será en otro momento”.
Miró a ambos lados de la calle que estaba casi desierta y emprendió el camino a su casa. Yo tomé unos mates, dejé la casa cerrada y la llave donde Flavia me había pedido. Subí al auto y emprendí el regreso.
Cuando estaba llegando a mi casa, sonó el celular con mensajes: uno de Lola con una foto de la concha enrojecida, agradeciendo la noche vivida. El otro venía de un número no agendado: “nos vemos en un mes, viajo para allá por temas personales. Espero que te recuperes y guardes energía para atenderme. Besos. Berta.”
El futuro pintaba bien, había disfrutado de tres de las mejores mujeres que había conocido en el pueblo, pero faltaba la cuarta que ya se presentaba como un desafío. Pero esa es otra historia.
Espero sus comentarios, y más que nada tu opinión.
Saludos,
Alejo Sallago – alejo_sallago@yahoo.com.ar