Una profesora muy aplicada.
Mónica apagó la televisión, cansada de hacer zapping y no ver más que programas insulsos de cotilleos y reencuentros.
Estaba tumbada en el sofá.
Se quitó las gafas y las observó.
Su madre la llevó a la óptica después de comprobar despavorida que no veía bien de lejos.
Ahora tenía que ponérselas cada vez que viera la televisión o se sentara frente al ordenador.
De momento no le importaba, mientras no tuviera que llevarlas por la calle.
Las dejó sobre la pequeña mesilla que estaba al lado del sofá. Jugueteó por unos instantes con el mando a distancia.
Estaba aburrida y no sabía qué hacer.
Las opciones que barajaba le parecían cada vez peores, más que nada porque requerían levantarse y ponerse en movimiento.
Durante unos segundos barajó la posibilidad de poner una película porno. Sabía perfectamente que el pack de «Cine del Oeste» hacía tiempo que no contenía películas de Clint Eastwood.
Su padre había sustituido las cintas por películas de Canal+.
Desechó la posibilidad pues ya se las sabía de memoria (tampoco es que el argumento fuera tan difícil de recordar, pero era cierto que las había visto muchas veces) y además tenía que levantarse, encender el vídeo, etc, etc. «Buff» pensó. Sólo de pensarlo ya se cansaba.
Cerró los ojos. Tumbada en el sofá solo podía hacer una cosa: dormir. Comenzó a pensar en las clases de aquella mañana. Nada fuera de lo normal. Recordó la clase de educación física.
Su mente escogió delicadamente las imágenes de Víctor en pantalón corto corriendo por la pista, haciendo abdominales y flexiones, manteniéndose los músculos de los brazos y el tórax en tensión mientras realizaba el pino ante la examinadora mirada de la profesora.
Porque aquel año habían cambiado de profesor.
El viejo verde que tenían antes finalmente había sido despedido después de las repetidas quejas de muchas alumnas. Mónica estaba felizmente exenta de aquel grupo.
Excepto furtivos toqueteos a su culito, no había recibido demasiada atención por parte de José Manuel. Es más, lo añoraba, pues con él todo era más fácil.
Carita de niña buena, le soltaba que le dolía la tripa o el pie y terminaba la clase tranquilamente sentada en un banco o, con suerte, tumbada en una colchoneta en el gimnasio. Lo más que tenía que hacer era, de vez en cuando, ayudar a recoger en el material. Luego una cachetada en el culo y adiós muy buenas.
Pero por lo visto el tierno José Manuel había intentado llegar bastante más lejos con otras chicas y aquello acabó en un escándalo encubierto que terminó con el despido.
Este año tenían a una profesora. A los chicos el cambio les pareció genial, aunque ahora, eso sí, tenían muchas veces que encubrir notables erecciones.
La profesora, de nombre María, era lo que se puede decir una tía muy muy buena. De mediana estatura, era fuerte pero femenina, no marcaba demasiado los músculos.
Unas bonitas piernas, que lucía de vez en cuando con pantaloncitos cortos o mallas, culito respingón y cintura esbelta. Un pecho delicado y bonito, aunque un poco pequeño y una carita resplandeciente; boca pequeña y ojos de color miel, aderezada con una melena rubia atada en una coleta.
No era extraño ver a alguno de los chicos babear notoriamente mientras ella hacía la demostración de un ejercicio haciendo gala de una gran elasticidad que daba lugar a ideas ciertamente pecaminosas.
Pero era de carácter recio. Mónica tuvo varios enfrentamientos con María al negarse a hacer determinados ejercicios o no esforzarse demasiado. Sinceramente, le importaba un pimiento aquella clase.
Durante el último mes Mónica había sido capaz de escaquearse de varias de las clases alegando que tenía el período o que se encontraba mal del estómago.
Pero aquella misma mañana María le había advertido que una falta más y suspendía el curso. ¡¡Y quedaban tres meses!!
Pero se olvidó de ella y volvió a pensar en Víctor y su cuerpo atlético y musculado, no obstante, era nadador y eso se notaba a primera vista.
Su cerebro no escatimó en detalles y comenzó a recorrerlo mentalmente de arriba abajo. Sus piernas, su culo prieto, el abdomen marcado, los pectorales.
Comenzó a excitarse y se le ocurrió algo mejor que echarse la siesta. Se abrió la chaqueta del chándal y la dejó caer al suelo.
Una camisetita rosa con una muchacha dibujada quedó a la vista. Le marcaba completamente todo y le dejaba el ombliguito adornada de un piercing al descubierto.
Le había costado horrores convencer a su madre para que le dejara perforarse el ombligo.
¡Ni que le hubiera dicho que quería ponerse un aro en el pezón! Se estaba acariciando el vientre perfectamente plano, calentándose poco a poco. Comenzó a tocar suavemente con su mano derecha una de sus tetas.
La tela apretada de la camiseta la erotizaba más aún.
Tomó el mando de la televisión y comenzó a pasarlo suavemente, rozando su piel desde el bajo vientre hacia arriba. El suave roce le gustaba y le hacía unas tímidas cosquillas.
Al llegar a sus pechos lo situó en el valle formado por estos. Advirtió que sus pezones se marcaban con firmeza a través del tejido rosa e introdujo el mando alargado por el escote.
Lo notó frío en comparación con la temperatura de su piel y esto le hizo dar un respingo. Suavemente comenzó a mover el mando como si le estuviera haciendo una cubana.
Sus tetas se sensibilizaron enormemente y cada vez se sentía más excitada. Echó una mano al bajo vientre y se dio un ligero apretoncito a su monte de venus, el cual comenzaba a picarle.
Este ligero picor era fruto de la excitación que le estaba causando pensar no sólo en Víctor, sino en el resto de tíos buenos de clase.
Incluso se reconoció a sí misma pensando en el morbo que le daba Tomasito, aquel chaval con gafas tan callado y tímido y que tampoco ofrecía un mal cuerpo cuando se esforzaba en clase de educación física.
Su mano izquierda se coló por debajo del chándal azul, marca Adidas (hay que ver cuánto la criticaba su hermana por lo pija que podía llegar a ser), y notó las costuras superiores de unas braguitas verde claro.
Esas eran de las últimas que su madre le había comprado.
Desde hacía exactamente 5 meses (la fecha de su último cumpleaños) eso era ya sólo asunto suyo.
Es por eso que las braguitas infantiles habían ido desapareciendo de su cajón de la ropa íntima para ir dando paso primero a prendas más normales acorde a su edad, y cada vez más, a tangas y otros atrevimientos que su madre no llegaba a ver con buenos ojos.
Su mano se encontraba en aquel momento en el espacio entre sus braguitas y el chándal.
La finura de la ropa interior le permitía más exactitud a la hora de ir tocando su rajita. Las caricias suaves fueron dejando paso a pequeños achuchones que luego generaban en otros mayores e incluso un dedo se afanaba en apretar contra su agujerito a pesar de la oposición de la tela.
Su mente divagaba en conjeturas del cuerpo de Tomasito, que se mostraba mucho más atrevido haciendo un pequeño striptease para ella. Incluso se ayudaba para ello de la típica barra de stripper.
Mónica, muy caliente ya, se bajó los pantalones y las bragas todo de una vez hasta los tobillos.
Se imaginó a Tomasito enfundado en un tanga que revelaba toda su hombría mientras se acercaba insinuante a ella. Introdujo un dedo en su vagina y lo agitó de adentro afuera.
No tardó en separar los labios para poder tocarse a placer el clítoris y dejarse llevar entre sueños hasta el polvo que se estaba imaginando que le echaba Tomasito. En ese momento sonó el timbre de la puerta.
Sorprendida soltó un pequeño gemido mezcla de excitación, sorpresa y un ligero temor a ser descubierta en aquellos menesteres. Un segundo timbrazo la decidió a tranquilizarse un poco e ir a abrir la puerta. Se subió los pantalones y se colocó la camiseta.
Se miró al espejo y decidió que, aunque un poco sofocada, no daba la impresión de estar haciendo lo que estaba haciendo. Fugazmente se le ocurrió pensar en sus manos, las olió rápidamente y percibió el aroma de su sexo.
Pero el tercer timbrazo la sacó de sus pensamientos y miró por la mirilla. Era María. Podría haber pasado de ella e ignorarla, pero en ese caso volvería cuando sus padres sí estuvieran y eso podría ser peor, de modo que decidió intentar convencerla de que no volvería a faltar a clase. Abrió la puerta.
– ¡Hola María, qué grata sorpresa! – Dijo mostrando una amplia y falsa sonrisa.
– Hola Mónica. He venido para comentar con tus padres ciertos aspectos de tu trayectoria en este curso.
– Creí que ya había quedado claro lo de no faltar, ¿no? De todas formas, mis padres no están.
– Vaya. ¿Pero es que ni siquiera me vas a invitar a pasar?
– Por supuesto, adelante.
Cerró la puerta y vio desaparecer su esperanza de despacharla rápido y poder terminar su paja interrumpida. María dejó la bolsa de deporte que llevaba al lado del sillón en el que se sentó y comenzó a hablar:
– Verás, no solo quería hablar acerca de tu actitud en mi clase.
– Ah, ¿no?
– No. Como bien sabes, soy la tutora de este grupo y creo que es mi deber comunicar a tus padres las numerosas faltas de clase que llevas y el mal comportamiento que muestras en prácticamente todas las clases, a pesar de unas notas medianamente buenas.
– Oh. Vaya, que tutora más aplicada.
– Sólo intento cumplir con mi trabajo.
– Sabes qué pienso yo?
– Qué?
– Que sólo intentas joderme la vida. Te molesta que no ponga interés en tus clases y te… vengas de este modo. Igual que un vulgar chivato.
– Jajaja. Te equivocas Mónica, no te des esos aires de grandeza, no eres ni mucho menos el centro del mundo. Pero sí es cierto que me molesta mucho tu actitud en mis clases.
– Luego admites que haces esto por fastidiar…
– No. Tu caso ya está solucionado. Si vuelves a faltar, suspendes. Y si suspendes no pasas de curso.
– Cómo?? – Mónica puso el grito en el cielo. Hasta dos asignaturas suspensas aún se podía pasar de curso.
– Lo que has oído. Como tutora tuya no dudaré en recomendar que no pases de curso.
– Pero eso no es justo.
– Ya lo sé. De todos modos, no quisiera que esta visita fuera en balde y como sé que no quieres quedarte atrás en tu vida académica te puedo ofrecer un trato.
– Qué clase de trato? – Frunció el ceño pensando en qué estaba tramando su profesora.
– Bueno, a ti no te gusta hacer deporte, eso lo sabemos las dos, pero también sabemos ambas sabemos qué otras actividades te gustan.
– De qué hablas?
– ¿Corren ciertos rumores de tus virtudes en las artes del sexo – ¿Santo cielo, a dónde quería ir a parar? -. ¿Eres bastante famosa entre los chicos, lo sabías?
– No tanto como usted – No sabía por qué, pero dejó de tutearla, lo cual le agradó a la profesora que esbozó una sonrisa.
– Sí… algo he oído. Bueno, no nos vamos a engañar, estoy bastante bien y lo sé. Pero creo que tú también sabes hasta dónde llegas, ¿verdad?
– Estoy de acuerdo.
– Bien, pues te propongo ya mi trato. Yo te dejo en paz el resto del curso a cambio de sexo.
La respuesta ya era de esperar desde varias frases atrás pero aun así le resultó chocante la proposición: directa y concisa, sin rodeos.
Comenzó a dudar que María hubiese venido realmente a hablar con sus padres. Todo aquello resultaba raro. Sin embargo, sobre el tapete ahora mismo tenía una oferta la mar de jugosa.
Eran solo tres meses, «Tres meses de duro entrenamiento, corriendo, haciendo abdominales, flexiones, gimnasia…» se decía a sí misma. Y por el otro lado, un escarceo amoroso con su profesora.
– Y a qué se refiere con dejarme en paz el resto del mundo? – Inquirió con un hilillo de voz. María volvió a sonreír ante su actitud sumisa.
– Naturalmente no puedo dejar que no asistas a clase, eso sería motivo de preguntas y quejas de tus compañeros. Pero no tendrías que hacer ni la mitad de lo que hacen tus compañeros.
– Y qué nota sacaría?
– Eso depende de cómo realices el examen, ya sea uno adelantado a hoy – Le mostró su dentadura blanca y bien alineada mientras mostraba una amplia sonrisa -, o a final de curso basándome en tu esfuerzo y superación.
Mónica se levantó, todavía sin saber qué iba a hacer. Podía aceptar su oferta o simplemente pedirla que se marchara. Se acercó al sillón en el que estaba María y se paró en frente de ella. Iba a pedirle que se fuera de su casa, pero… se quitó la camiseta mostrando su bien proporcionado pecho. La oferta era demasiado buena.
– Ya me lo imaginaba – Sonrió María -. Bien, vayamos al grano.
Se levantó y le acarició los pezones lo suficiente para ponerle la piel de gallina y, de paso, los pezones duros. Mónica cerró los ojos y aspiró con fuerza. La profesora delimitó la redondez de sus tetas con su dedo índice, arañando ligeramente con la uña, pero sin dejar huella alguna.
Recorrió el pecho derecho y luego el izquierdo.
Después subió por el valle formado por ambas mamas y su dedo índice siguió ascendiendo por su cuello. Pasó el dedo por el contorno de sus labios secos, tomó su mejilla derecha con la mano y ladeando un poco la cabeza la besó dulcemente.
Su lengua aún un poco tímida acarició sus labios y la parte exterior de su boca. Al retirarse los labios de Mónica se encontraban húmedos de la saliva de María.
La llevó de la mano hasta el sofá, donde le hizo tumbarse. María se arrodilló en el suelo, justo delante y comenzó a prodigarse en caricias, besos y lametones a los bonitos pechos de su alumna.
Los rosados pezones refulgían bañados en saliva mientras desaparecían entre los labios de María. Ni un solo milímetro quedó sin repasar por la dulce boca de aquella mujer.
Mónica contempló extrañada cómo María comenzó a lamer sus axilas y vio cómo María cada vez se excitaba.
A ella esto apenas le producía un ligero cosquilleo, pero la excitación global que mantenía desde hacía unos minutos la eclipsaba por completo. Volvieron de nuevo a besarse, ahora mezclando sus lenguas y saboreándose bien a fondo, degustándose cómo el más exquisito de los platos.
Después de la larga sesión de besuqueo, María volvió otra a los pechos de su alumna, aunque esta vez su paso fue fugaz. Se dirigió hacía su vientre y allí se dedicó a juguetear con el ombligo perforado de Mónica. Sus manos fueron situándose en sus caderas y metiéndose entre los pantalones del chándal.
Le palpaba el trasero elevándola con sus manos mientras su lengua se afanaba en meterse por el ombligo. De pronto bajó sus pantalones junto con sus braguitas verdes hasta abajo y la hizo sacárselos por completo.
Cuando el segundo pie pasó por la abertura del pantalón María lo tomó en sus manos y le quitó los calcetines.
Y retomó sus jueguecitos ahora con su pie izquierdo, el cual masajeaba y besaba e incluso llegaba a pasar la lengua entre los pequeños deditos. Mónica sintió un escalofrió cuando la sintió hacer cosquillas en la planta del pie.
Después se dio cuenta de que en realidad le estaba pasando la punta de la lengua.
Cuando se hubo cansado de aquella parte de su cuerpo subió un poco hasta instalarse en la región púbica y de allí no se movería hasta pasado un buen rato.
Los ojos de María resplandecieron de lujuria al ver el vello cuidadosamente recortado en un triangulito. Vio los labios entreabiertos y húmedos y no pudo evitar la tentación de pasar su lengua.
Recorrió cada pliegue de su vulva, separaba y estiraba con los dedos los labios y después los soltaba y miraba divertida cómo retomaban lentamente su posición.
Cuando el primer dedo se acopló en el interior de su vagina Mónica no pudo reprimir un gemido de placer. Con ese único dedo fue capaz de llevarla hasta el primer orgasmo.
Después evitó que su cuerpo se normalizara y comenzó a mamarle el coño, de modo que así la mantuvo en plena excitación y la llevó a un segundo orgasmo.
Pasó a introducir dos dedos, los cuales agitaba hacia todas partes, palpando el interior de su vagina y llevándola a cotas de placer nunca antes visitadas.
Así la mantuvo en plena excitación y corriéndose una vez detrás de la otra durante no menos de 15 minutos.
Momento en el cual levantó la cabeza mientras separaba, no sin cierta reticencia, su lengua de la raja de Mónica. María se relamió un hilillo de flujo que le goteaba por la barbilla.
Acto seguido se despojó de su camiseta y de un sujetador deportivo, sin broches. Sus pequeñas tetas se mostraron ante los ojos de Mónica, que se encontraba en otra dimensión, flotaba como si hubiera tomado una droga.
– Chúpalas, cariño, no te cortes.
La cariñosa sugerencia de su profesora fue como una orden para ella, que no tardó en acatarla y se lanzó con tal violencia sobre ella que fue capaz de derribarla sobre el suelo.
Tendida en el suelo lamía y daba pequeños mordisquitos a los pechos de su profesora. De vez en cuando se escapaba hacia su cara y la cubría de besos, motivo por el cual María tuvo que ponerle la mano en la cabeza al tiempo que la metía de lleno en sus pechos.
Cuando se hubo cansado del chupeteo se quitó de encima a su alumna, no sin hacer un cierto esfuerzo pues estaba como loca, y se despojó de los pantalones y del pequeño tanga blanco que llevaba debajo.
– Ya sabes lo que…
Ni siquiera le dio tiempo a pedirle nada, pues las palabras fueron sustituidas por el silencio, ya que le parecía casi un delito hablar mientras su pequeña amiga le estaba llevando al séptimo cielo con su lengua.
Realmente se afanaba en agradarla y lo estaba consiguiendo.
María se mordía los labios de placer mientras Mónica le comía el coño como pocas se lo habían hecho antes. Al cabo de un rato sintió con sorpresa como un dedo se infiltraba por su parte trasera, colándose tímidamente en su ano mientras se movía circularmente.
El frenesí de la lengua y la osadía del dedo le hicieron correrse antes de tiempo, aunque fueron muchos los orgasmos que vinieron a continuación.
El sudor se mezclaba con la saliva que perlaba ambos cuerpos por doquier y con los jugos que las dos soltaban e iban pringando por los alrededores de sus conchas y luego por el resto del cuerpo.
Cuando una era capaz de hacer orgasmar a la otra, ésta tomaba el relevo, eso sí, después de una pequeña pausa para recobrar el aliento.
Los minutos pasaban sin que ninguna de las dos se cansara de aquellos juegos libidinosos.
Llegado el momento, María creyó oportuno imponerse ante su alumna. Para ello se acercó jadeante a su bolsa de deporte y rebuscó en su interior hasta sacar un consolador de medidas fálicas estándar, pero con un montón de granitos que se extendían por toda su superficie.
– Te vas a enterar ahora… ¡A cuatro patas!
Mónica obedeció al instante y su profesora se situó detrás. Dejó el consolador un momento en el suelo y se puso a masajear las nalgas de Mónica.
En el momento en que las tuvo bien separadas, posó sus ojos en el esfínter anal de su alumna y dejó caer un poquito de saliva. Mónica se estremeció en cuanto lo notó, pero más fuerte fue la descarga que la sacudió cuando María puso su lengua y se dedicó a hacerle un beso negro.
Cuando Mónica notaba que empezaba a correrse María tomó el consolador y lo metió de un solo golpe en su vagina y lo dejó reposar allí mientras sus caderas se agitaban al recibir un intensísimo orgasmo.
Unos minutos después comenzó a moverlo y Mónica notó el particular encanto de la rugosidad del consolador. Al cabo de un tiempo ya no hacía falta que María moviera el consolador, pues era la propia Mónica quien se encargaba de ello. No lo soltaba ni loca.
Una nueva idea acudió a la cabeza de María y se situó debajo de Mónica en posición invertida: el inevitable 69. Sin embargo, en esta ocasión no salió tan perfecto como María esperaba.
Mónica se había cebado demasiado con el consolador y se la veía realmente agotada, aunque fue capaz de continuar el juego durante un buen rato.
En un arrebato, María le quitó el consolador y comenzó a jugar con sus dedos otra vez. Y mientras Mónica recibía un último y devastador orgasmo y se derrumbaba encima de ella, María notó como sus dedos se mojaban de una sustancia demasiado líquida como para ser flujo vaginal.
No tardó en comprender que Mónica no pudo controlarse de puro agotamiento y placer y estaba meándose allí mismo.
Más tarde, ya vestidas y aseadas, mientras tomaban una merecida merienda para reponer fuerzas, Mónica no podía evitar sonrojarse de vergüenza cada vez que recordaba el último descuido que había tenido, aunque María le dijo varias veces que no tenía importancia. Cuando se despidieron Mónica no pudo evitar preguntarle:
– Se volverá a repetir?
– Te gustaría?
– Sí
– Entonces puede que así sea. El día menos pensado…
Y se fue. Mónica se quedó pensando en lo que había tenido lugar aquella tarde en el salón de su casa.
Luego miró el consolador, que le había dejado como recuerdo, y lo guardó con cariño en algún lugar que su madre no pudiera encontrarlo.
Semanas después de este curioso y lujurioso acontecimiento, Mónica observó que no solo ella se veía a veces en un grupo de elegidas que se evitaban las tareas duras y pesadas.
E incluso le pareció oír en alguna ocasión a dos de sus compañeras comentar:
– Míralas qué tontas! Se matan a correr mientras nosotras estamos aquí tan tranquilas. Hay que ser estúpidas para haber rechazado una oferta tan buena.
Excelente