Un día de varios encuentros
Te quiero amor.
Yo también te quiero.
Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno, como dos auténticos enamorados.
Él, como otras tantas tardes tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita en el sofá, con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho.
Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, les prometí que iría muy temprano.
Me contaron que la ciudad estaba invadida de turistas y a todos se ve que les dio por el aseo personal, porque habían pedido cita para hacerse una limpieza completa, así que me di prisa para ir a la hora recomendada.
En el reloj de la escalera del viejo edificio daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.
Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que se llamaba; estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar, y tuvo que pedirse unos días de vacaciones.
Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me atendiera.
Con cierto rubor, qué se le va a hacer, sigo con la edad siendo condenadamente tímida, y porque había quedado hacía ya un mes para hacerme una limpieza completa, acepté la proposición sin problemas.
Además, teníamos billete de avión para Tenerife, hotel con playa nudista, y no quería parecer un oso polar del sur de España.
– Bueno, le comenté, eres una profesional, así que no hay problemas. -Cuando tu quieras me avisas y paso, estaré aquí leyendo las novedades en tus revistas.
Me miró de arriba abajo y con una sonrisa, que me pareció algo impúdica, se retiró hacia los aposentos donde había cantidad de personal con una mezcolanza de hablas que no supe distinguir si eran franceses, ingleses, alemanes, se intentaban comprender en un lenguaje chapurreando las palabras como cada uno podía.
Susana apareció diez minutos después con una bata blanca, pelo recogido y sandalias a juego, pidiéndome por favor que pasara, al fondo a la derecha, que todo estaba listo para la sesión.
Como siempre, la habitación estaba decorada de forma acogedora, paredes de color salmón, adornos en tonos celestes y ocres, luces tenues, para que las mujeres que pasábamos a diario por semejante tortura no deseáramos salir corriendo.
La chica había puesto, además y fruto de su imaginación, unas velas aromáticas que desprendían un olor variado muy agradable al olfato.
Me ayudó Susana a colocar toda mi ropa en las perchas, muy originales por cierto. Tenían la forma de una pinza de la ropa, en sentido horizontal, con un gusto exquisito.
Aquél día, como tantos otros de verano caluroso y pegajoso, me encapriché con un vestido camisero de color ocre con flores silvestres que acentuaban la expresión de mi rostro; no así a mi cuerpo, algo metido en carnes por la dejadez y el paso de los años, que estaba pidiendo a gritos un buen reciclaje, empezando por la estética, que me pareció era lo mejorcito que podía hacer en aquellas fechas.
Nada importaba. Estaba bien conmigo misma, de buen humor y deseosa de que llegara ya el día 30 para tomar nuevos vuelos a paisajes desconocidos.
Mientras me subía en la tumbona preparada para el momento, Susana encendía aparatos, movía una cera de color rosa especial, decía ella, con cierta parsimonia; luego preparó unas tiras de cinta blanca y así poco a poco me fue quitando todo el molesto vello de las piernas hasta las ingles, la pelusa del bigote de la cara, las axilas, y llegó la hora de la parte más delicada, mi pubis y todos los alrededores, hasta el ano, pues la depilación la había pedido completa. Me habló de una nueva crema, para antes del depilado que suavizaba y abría los poros haciendo más fácil su retirada.
-Vale. Vamos a probarla. Le dije yo, que no me gustaba sufrir nada de nada. Pobres mujeres, me decía.
¿Porqué seremos tan fáciles de convencer?. Se untó las manos con una crema rosa que olía a madreselva y con suavidad me la fue echando por encima, empezando por las ingles, subió abarcando todo el monte de venus, bajó luego hacia los alrededores de ese circulo que tan raro nos resulta a veces definir.. y así sucesivamente por todo mi sexo.
Ese masaje, inconscientemente, me empezó a excitar. Intentaba pensar en algo frío, monótono, porque en la posición que estaba, se daría cuenta enseguida de cómo mi clítoris aumentaba escandalosamente de tamaño y mis labios se abrían como las flores en primavera.
Ella me hablaba de los chicos que veía todos los días en la playa.
Músculos bien formados, glúteos fuertes, morena piel, sanos cabellos, sus manos ahora subían y bajaban alrededor de la comisura de mis nalgas para después seguir subiendo hasta el monte de venus y volver a bajar…
-La crema se absorberá enseguida. Nos llevará poco tiempo.
Sin remedio, mi excitación iba en aumento.
Con mucha maestría y destreza me empezó a eliminar el molesto vello . Se me escapaban gritos, quejas que ella remediaba pasándome la mano, abierta, acariciadora, sobre mi sexo, mitigando el dolor con el placer que sentía.
Limpió todo con una nueva crema para retirar los restos de cera y una loción aromática, sin alcohol, para refrescar.
Al terminar, dejó su mano abierta sobre mi sexo aún muy húmedo, acercó su cara a mi cara y me preguntó si me sentía bien. Abrí los ojos y le dije que si, que estaba bien.
Entonces siguió acariciando, suavemente, pero con decisión, justo en la parte que más me gustaba, principio y fin de la vida, los labios, para después meter los dedos, sacarlos y volver a acariciar. Estuvo el tiempo suficiente hasta que notó que un flujo viscoso salía de mis entrañas, señal de que estaba satisfecha.
No hicieron falta palabras, ni besos, ni más caricias. Sólo una crema aromática, velas de colores que desprendían olores varios y destreza, mucha destreza.
Al salir del salón de belleza mis piernas, aún algo temblonas, respondieron al son de mis tacones altos que a duras penas me llevaron hasta el coche aparcado en el parking del edificio.
Me prometí volver antes del siguiente mes, cuando volviera de mis vacaciones. ¿Seguiría Susana trabajando en el salón?.
Al llegar a casa me metí en la ducha. Necesitaba relajarme, aún sentía las manos de Susana en mi piel y el agua sobre mi cuerpo apagaría la sed que aún sentía en mis entrañas.
Me vestí con una túnica azul y oro y busqué a mi marido que seguía sentado en el mismo sitio, sólo que ahora veía la TV.
Me acerqué a él y, como quien no quiere la cosa, empecé a contarle por encima, sin muchos detalles, lo que me había pasado en el Salón de Belleza.
Noté como, sin mirarme, lo que le contaba le iba poniendo a tono, notando como su pantalón aumentaba de tamaño justo ahí. -Acércate dijo.
Me senté a su lado y sin dejar de mirar la TV, me pasó una mano por mi pecho notando que estaba erguido, excitado, mis pezones duros, siguió así un rato, girando su mano una y otra vez….
– Te excita lo que te he contado de Susana?, le pregunté.
– No. Contestó él. Me excita verte como estás de excitada tú con tu aventura.. y quiero, si me dejas, darte un poco más.
Acepté encantada. Cerró la TV y me pasó las manos por debajo la túnica, subiéndola poco a poco, acariciándome suavemente con su tela, a la vez que sus manos marcaban el ritmo que electrificaba mi piel.
Lo besé en la boca, ansiosa, le tomé las manos para que las acercara hacia mi sexo, pero él siguió jugando poquito a poquito, sin prisas, y las fue vigilando para que tocaran todo mi cuerpo menos lo que yo estaba pidiendo a gritos que tocara.
Me quitó la túnica, y siguió besándome, lamiéndome toda la piel, besos, caricias, tomó mis pezones con su boca y con los labios los apretaba en pequeños mordiscos, suaves, me estaba volviendo loca.
Le pedí que me dejara desnudarlo y tomar lo que era mío.
Se dejó hacer. Para darme más tiempo, se tumbó boca abajo mostrándome sus nalgas, redondas, marcadas por unos músculos prietos de tanto hacer bicicleta y una espalda ancha, fuerte, que tomé para mí.
Sentada en sus glúteos me paseé por todo su cuerpo, de arriba hacia abajo, una y otra vez pasando cada resquicio de mi sexo por su piel.
Lo volví hacia mí. Nos miramos y besamos en un largo beso.
Su lengua jugaba con mi lengua, sus saliva era mi saliva. Luego me mordió la barbilla mucho rato, sabía que me gustaba que jugara con ella, para pasar a besarme el cuello, los lóbulos de las orejas, y bajar de nuevo hacia mis pezones, jugar con mis pechos, tocarlos con su cara, besarlos, para seguir hacia mi ombligo, mis caderas, monte de venus…
Le sujeté las manos allí.. No te vayas. Déjalas ahí.. sigue acariciándome. Por favor. Me miró sonriente, lascivo.. ¿te gusta eh?.. vamos a ver cuanto.. siguió pasándome sus manos, sus dedos clavados en mi sexo se movían en pequeños círculos para luego entrar y salir suavemente así hasta que grité que o se ponía un condón o me llegaría a un orgasmo yo solita.. no podía más.
Tomó el condón, se entretuvo un tiempo que a mi me pareció infinito en ponérselo, y me dijo que me colocara en la posición que más nos gustaba a los dos, como un animal a cuatro patas, mi culo en pompa, mi sexo de frente hacia sus labios, su boca, sus manos, su miembro muy excitado, fuerte, seguro, que no tardó en penetrar con decisión y fuerza hasta hacerme gozar como una posesa.. más y más.
Gozamos como hacía mucho tiempo que no habíamos gozado, de forma diferente, eso seguro. Luego seguimos viendo la TV los dos y de cuando en cuando le relataba más detalles de aquél encuentro. Me acercó a él con fuerza riendo y me dijo..
– Lola, Lola.. ¿es que te has quedado con ganas?.
-Yo?. Que va, sólo te contaba…