Lucía, la chica del super

Mi nombre es Eva y vivo en Sevilla. Os voy a contar una historia que me sucedió cuando tenía veinte años.

Por aquellos tiempos yo ya tenía decidido que me gustaban las mujeres. Tuve una experiencia con mi hermana mayor, Paloma, y aquello me gustó tanto que ya no quise otra cosa que tener relaciones sexuales con mujeres.

Entré a trabajar en un supermercado de reponedora.

Los primeros días no pude pensar en otra cosa que no fuera mi trabajo.

Pero pronto llegó el verano, y como todo el mundo se va de vacaciones, empezó a flojear el trabajo y tuve más tiempo para conocer a todo el mundo.

Estábamos trabajando unos cuarenta. Había chicos y chicas, algunas monas, otras menos monas, algunas simpáticas y otras estúpidas, aunque había en general muy buen ambiente.

El supervisor me parecía muy enrollado.

Manolo se llamaba, de unos treinta y cinco años, moreno, ancho de espaldas pero gordito. Era un poco tocón, pero ninguna se lo teníamos a mal.

Yo soy morena y delgada. Mi piel es, a o pesar de todo, bastante blanca y mis ojos son marrones oscuros.

Tengo un pecho menudo.

Estoy muy orgullosa de él, no tanto por el tamaño como por lo firmes y bien puestos.

Suelo vestir muy discreta, aunque me he dado cuenta que el erotismo no está tanto en enseñar como en insinuar. De todas formas, al trabajo hay que ir discreta.

Ya sabéis el refrán. Donde esté la olla no metas la po… Bueno, la almeja.

Quizás por esa idea que tengo del erotismo, me llamó desde casi el primer día la atención una muchacha, Lucía.

Era una chica de veinte y cinco años, casada, de pelo moreno, largo y ondulado y piel muy morena.

Yo diría que tenía un cuarto de sangre caló (o gitana). En sus ojos destacaban dos azabaches negros.

Su boca era de labios gordos y largos; en fin, Sensuales.

Tenía unas caderas anchas y bien formadas que se notaban bajo la falda azul del uniforme, y la camisa de rayas azules y amarillas marcaban un pecho generoso pero muy bien puesto.

Solía venir con la boca pintada de rojo y las uñas de las manos y los pies pintadas del mismo color.

Nunca llevaba desabrochado más de dos botones de la camisa, pero llevaba una cadenita de oro que hacían que su escote llamara poderosamente la atención, como la cadenita que llevaba en una de las piernas, y que caía descuidadamente por el tobillo.

Una chica a la que sacaba yo media cabeza, pero que derramaba salero a cada movimiento que hacía.

Desde el principio quise acercarme a ella de manera especial, como va la abeja a la flor. No me costó ningún problema intimar con ella, porque era muy simpática y graciosa.

Tampoco me costó percibir al poco tiempo de conocerla el repentino tonteo que comenzó a traerse con Manolo, el supervisor.

Como era lógico, a Manolo se le caía la babita. Nunca le pregunté qué se traía con Manolo, por discreción.

La cuestión es que comencé a ver que Lucía había cambiado drásticamente su actitud con Manolo, y eso no lo aceptaba mi jefe.

La perseguía, procuraba acosarla cuando nadie los veía.

A Lucía se le cambiaba la cara al verle aparecer.

Llegué a preguntarle qué era lo que le pasaba con Manolo. No me convenció aquello de que era un borde. No lo era por término general.

El colmo llegó un día que el supermercado estaba cerrado y los empleados nos íbamos largando.

Manolo debió creer que estaba sólo con Lucía.

Cuando aparecí Manolo forcejeaba con Lucía.

– ¡Guarra, más que guarra!. ¡Me has calentado y ahora no me vas a dejar así!- decía Manolo. Lucía se defendía como podía y le contestaba- ¡Tú te has llevado lo tuyo! ¡Y encima quieres más!.-

Aparecí en el momento más oportuno. Al verme se quedaron los dos blancos. – ¡Manolo! ¡No esperaba esto de ti!- Le grité a Manolo. -¿Tú que sabes, niña?- Me contestó.- Lucía callaba y miraba hacia abajo.

-Yo lo que sé es que a esto se le llama persecución sexual y se te puede caer el pelo!- Manolo hizo un fuerte gesto de desprecio – ¡Bahhh!-

Me llevé a Lucía del supermercado y la acompañé un trecho para hacerle pasar el mal rato.

Estaba muy guapa llorando, a pesar de que las lágrimas hacían que el rimen de los ojos se le corrieran.

Me empeñé en que me explicara lo sucedido. – Tú, Lucía me lo cuentas todo a mí, y vamos a la policía y le ponemos una denuncia.-

Ni denuncia ni nada.

Yo estaba frita porque me contara algo, y ella debía estar frita por contármelo, por que mientras tomábamos una cervecita y una tapita en una hora todavía algo temprana, en una de las célebres terrazas de verano, comenzó a contarme la historia.

-Verás Eva, Yo estoy casada con Marcos. Nuestra vida sexual no es muy corriente, en el sentido de que necesitamos ciertos estímulos para mantener nuestra relación sexual.- Yo la escuchaba atentamente. Confieso que en un momento pensé que Lucía y su marido habían formado un trío con Manolo, pero me equivoqué.

-Marcos disfruta viéndome haciendo el amor con otro hombre, pero tiene que ser en vídeo.

Yo también disfruto al hacerlo, pensando también en los momentos que luego tendré con Marcos.

Nos hemos comprado unas cámaras y hemos preparado el piso para que no se nos falte un detalle.

El salón y el dormitorio están preparados de manera que pongo las máquinas a funcionar y me graban a mí y al que sean. Luego Marcos se entretiene haciendo películas que vemos hasta que nos enganchamos.-

La escuchaba atentamente, pero no tuve más remedio que intervenir.- Pero Lucía, eso es muy peligroso. ¡Imagínate! ¡Tu en tu casa sola en ese plan y con un desconocido.-

Lucía prosiguió.- Por eso elijo a gente conocida y que creo que luego no me va a dar problemas, como Manolo. Pero ya ves, esta vez me he equivocado.-

-¿No me digas que te has llevado a Manolo y has follado con él?- Sí.-

Aquello me pareció una auténtica estupidez. Ya decía yo que Manolo estaba muy «nervioso». -Y…¿Él sabe que le habéis grabado? -No- Lucía mantuvo su silencio que yo no osé profanar , hasta que comenzó a gimotear.- Se lo dije a Marcos…que no, que con el jefe no… Y él, que sí, que sí…Pues mira ahora que follón me ha organizado…- Lloriqueaba Lucía mientras yo intentaba ayudarla. – Ahora…¿Qué hago? A ver ¿Qué hago? …-

Se me encendió una lucecita. – Mira, Lucía, vamos a resolver el primer problema, que es Manolo, y luego resolveremos el segundo problema, que son los vídeos.-

A Manolo le debió de dar un brinco el corazón cuando puso en el aparato de vídeo del circuito de la alarma la cinta que le había traído yo esa mañana.

-¿Cómo me hacéis esto? ¿Cómo me hacéis esto?- No me dejaba de decir mientras miraba avergonzado y deshecho.

– Te la puedes quedar, tenemos copia- No quise ser muy cruel.- Mira, Manolo. No queremos nada de ti. Lo único que dejes tranquila a Lucía. Tú te olvidas de Lucía y nosotros nos olvidamos de la cinta.- Manolo estaba preocupado, pero al menos la cara denotó cierto alivio.

– Y no rompas la cinta, que sales muy favorecido – Le dije en un tono jovial, de cachondeo.- ¿Trato hecho?- Trato hecho- Me respondió.

Habíamos resuelto el primer problema, pero faltaba el segundo.

No tardé muchos días en planteárselo a Lucía: Las películas de vídeo.

– Mira, Lucía; A mi me da un poco de vergüenza decir esto, y sólo lo digo por ti.- (Mentira, estaba deseando decírselo y que aceptara) -¿ A tu marido no le excitan las lesbianas?-

Lucía, con su habitual salero contestó -¡Muchísimo! Me tiene la casa llena de películas de tortilleras!-

-¿Y a ti?…¿No te gustan las lesbianas?- Le inquirí suavemente. Ella cayó y luego contestó – La verdad es que no lo he probado nunca.-

-Es que yo…- Se me secaba la saliva en la garganta.- Bueno… es que podíamos probar las dos a hacer un vídeo para tu marido.- Después de decir esto deseé que la tierra me tragara. Lucía no estaba muy convencida. Tenía que consultárselo a su marido… no sabía si a ella le gustaría… Excusas tontas.

-Mira, Lucía. Una mujer nunca te va a dejar embarazada, nunca va a causarte los problemas que te puede causar un hombre… Y un video con una mujer va a ser un regalo de puta madre para tu marido. No le digas nada. Dale una sorpresa.-

Finalmente aceptó. Fijamos una fecha para rodar la cinta. El domingo por la tarde, mientras Marcos, su marido se iba a ver al Betis. Calculamos que teníamos un margen de cuatro horas. Suficiente.

Es gracioso que desde aquel momento, Lucía comenzara a tontear conmigo como lo había hecho antes con Manolo.

Se acercaba a mí más de lo normal, me buscaba continuamente, y yo aprovechaba los descuidos de los clientes y los compañeros, para cogerle el culo, a lo que ella me contestaba con una sonrisa. Pero seguro que alguien nos vio.

Siempre te ve alguien.

Los días pasaban y yo me ponía cada vez más impaciente. No me podía creer el bomboncito que me iba a comer.

Por fin llegó el domingo tan deseado.

No había parado de dar vueltos durante toda la noche en qué ponerme.

Por la llamada Lucía me llamó por teléfono.

Sufrí pensando en que iba a desconvocar la cita.

– ¿Vas a venir? – Sí.-

¡De puta madre! Me dije a mí misma. Mi padre que andaba por allí me dijo mirándome picaronamente- ¿Qué? ¿Un amiguito? – Sí, papá – Los padres no se enteran de nada.

Justo después de comer me duché y comencé a vestirme.

Me vestí con las prendas interiores más pequeñas que tenía, que no eran muy pequeñas, ya que tenían que pasar la censura materna, pero eran bonitas al menos.

Me puse un pantalón vaquero estrecho y una camiseta y cogí el autobús que me dejaba cerca de su casa.

Vivía Lucía en un bloque bastante nuevo, y se diría que pertenecía a una familia adinerada. ¿Qué hacía una mujer como Lucía trabajando en un súper? Normalmente, a las mujeres así, los maridos les ponen una tienda de ropa, arte, o cosas así.

Llegué a la puerta que me había indicado: Marcos… y Lucía. No cabía duda de que esa era su casa. Llamé.

No tardó en abrirme Lucía. Me recibía con una bata de baño ceñida por su correspondiente lazada.

Seguro que acababa ella también de ducharse. Venía descalza, con una toalla enrolada en la cabeza.

No estaba pintada, pero tenía la belleza de la naturalidad. La toalla en la cabeza remarcaba la redondez de su cara y le daba una feminidad distinta. Me invitó a pasar.

-¡Te voy a poner un café!- Vale.- Se movía nerviosa hacia la cocina, moviendo salerosamente las caderas, mientras yo me sentaba sin apartar la mirada de su trasero que se movía dentro de la bata que le llegaba hasta la mitad del muslo.

¡Qué buenísima está!, Pensé. Me calentaba sólo con verla.

Saber que Lucía no me pondría ninguna pega, por lo menos de principio me animaba y me excitaba enormemente.

La escuchaba en la cocina, pensé que estaba manipulando la cámara para que comenzara a grabar. ¡Así que allí estaba la cámara!

Vino con el café y unas pastas, y al poner la bandeja sobre la mesita, la bata dejó asomar unas tetas preciosas, con unos pezones oscuros, saltones y bien delimitados.

Y hablamos un poco.

Se sentó en el sofá, a mi lado, femeninamente, sin dejar caer la espalda sobre el respaldo y con las piernas juntas y llevadas hacia un lado.

Sus rodillas asomaban brillantes, y entre los muslos, podía intuirse su sexo desnudo. Le toqué el muslo con la seguridad que me daba el saber que no me negaría nada.

Sonrió. Mi mano comenzó a ascender hacia la cintura. Sus piernas eran preciosas. Iban ganando voluptuosidad conforme se acercaban a las caderas. Pronto quedó su pierna entera al desnudo.

Ya no hablaba tan rápido Lucía.

La miré y me encontré con su mirada. La besé tiernamente en la boca.

El primer beso fue corto y simplemente posamos nuestros labios. Igual fue el segundo, pero un poco más largo.

El tercero fue un auténtico beso de tornillo.

Nuestras bocas comenzaron a fundirse y a abrirse para encajar totalmente.

Torcimos nuestras caras para que el encuentro de nuestros labios fuera pleno. Nos tocamos mutuamente con la lengua.

Abrí los ojos y me la encontré con los ojos cerrados. Comencé a acariciar la parte alta de sus muslos y la parte exterior de sus nalgas.

Se quitó la toalla de la cabeza, y su pelo negro, más ondulado que de costumbre, cayó sobre sus hombros.

Mi boca retrocedió de sus labios para verla mejor. Ella seguía inconsciente a mis labios. La besé nuevamente con renovada pasión.

Ella mantenía sus manos sobre mis rodillas. De pronto me sorprendí por mi decisión: – Quítate la bata –

Me obedeció y deshizo la lazada que ataba su bata, y después terminó de desnudarse. Allí estaba Lucía, como una Venus. – Quítate tú la ropa.- Me dijo.

Yo, que queréis que os diga, de pronto sentí muy pocas ganas de aparecer en un vídeo desnuda para el tal Marcos, al que se le veía junto con Lucía en una foto encima del televisor.

Me limité a descalzarme.

La cogí de la barbilla y así la puse de pié junto a mí.

Comencé a besarla de nuevo y a abrazarla.

Su cuerpo olía a jabón de melocotón.

Se agarraba a mi cintura mientras yo la tomaba de la nuca y la obligaba a prolongar el beso y a soportar la pasión con la que le besaba.

La otra mano mía la tomaba tierna pero firmemente de la cintura. Comenzó a calentárseme la cacerola. -¿Dónde tienes la cámara? ¡Ahí! ¿Verdad?.- Lucía no lo decía pero se delataba. Me puse junto a ella, cogiéndola por los hombros, las dos de pié.

-¡Marcos! ¡Me voy a tirar a tu mujer!- Lucía se ruborizaba. Yo le marcaba la cintura y le cogía los senos para hacerle llegar a Marcos que su mujer era mía ahora.

Me coloqué detrás de ella y comencé a besarle el cuello y los hombros, todavía mojados por el pelo, mientras le acariciaba los senos, dándole masajes circulares.

Procuraba que su trasero se clavara en mí.

Cada vez le amasaba los senos con más gana, y Lucía echaba hacia atrás su cabeza. Entonces la agarré de la garganta y le puse la mano sobre su sexo.

Lucía se intentaba agarrar a mí, echando sus manos hacia atrás.

Mis dedos separaron hábilmente los pelos del monte de Venus y también los hinchados labios del conejo de Lucía.

Es gracioso, me he enterado que los franceses le llaman gato al conejo.

Metí un dedo de la mano que tenía sobre la garganta de Lucía en su boca, y ella se afanaba en chupetearlo. -Chupa, chupa, mójalo bien que este dedo te va a follar tu coñito- Le dije al oído. Me apeteció su oreja, y tras mordérsela, introduje mi lengua en el agujero de la oreja todo lo más que podía. Todo aquello me calentaba sobremanera.

Dejamos de hacer brevemente manitas mientras me quité la camiseta y el sostén. Sentía mis pezones excitados, y también el sexo.

Me puse de medio lado frente a la cámara, y delante de mía a Lucía.

– Quiero que vea tu marido que eres una mamona, anda, lámeme las tetas- Lucía agachó la cabeza y comenzó a besarme el pecho, su boca se encaminaba despacio hacia mi erecto pezón.

Comenzó a lamerlo con la lengua y a succionar de él. Yo la agarraba de la cabeza para que no se separara de mi teta, mientras con la otra mano acariciaba sus senos a la vez.

Estaba a punto de correrme, pues la tira del vaquero se me clavaban en el clítoris. La obligué a ponerse de rodillas y a mordisquearme el chocho, aunque fuera por encima del vaquero.

Aquella situación hizo que pronto sintiera el calor sofocante en el interior que da paso al orgasmo. Me senté sobre la mesita y Lucía comenzó a mordisquearme, pero ahora a cuatro patas.

Me corrí, aunque hice un esfuerzo para que no lo notara la cámara, pero Lucía lo tuvo que notar, a pesar de que no se separaba de mi entrepierna. – Eres una chica muy mala- le dije autoritariamente.

La cogí del pelo y la llevé poniendo su barriga sobre mi muslo, de manera que su culo me quedaba muy a mano.

Le pegué unos azotitos sin fuerza, Luego comencé a mover mi mano entre sus nalgas, rozando de vez en cuando el ano.

Comprobé que aquello le excitaba a Lucía por la forma en que se le endurecían los pezones.

Quedaba un poco de café en mi taza.

Cogí la taza y fui derramando una mezcla de negro café y restos de azúcar por el canal de sus nalgas, que irremisiblemente conducían a su ano.

Cuando la melaza llegó a su agujerito, posé mi dedo sobre él, y comencé a restregarlo suavemente.

Lucía se puso de rodillas, incorporando el tronco y comenzamos a besarnos mientras hacía esto. Mi mano quedó inmersa entre sus nalgas.

Me quité de encima de la mesita y poniendo sobre ella un cojín, ordené a Lucía que se pusiera sobre la mesita.

Me puse detrás de ella, no sin antes haberle separado las nalgas para que su ano saliera perfectamente en la cámara.

Corrí ligeramente la mesa para que saliéramos un poco escorados.

Me coloqué de rodillas detrás de ella y tras agarrarla de los senos comencé a besarle la espalda cada vez más hacia los riñones y luego las nalgas.

Le ordené -Sepárate las nalgas- y comencé a acercar mi boca a su acaramelado agujero. Pude percibir el olor de su sexo mojado, así que comencé a jugar de nuevo con su clítoris, pellizcándolo ligeramente con mis dedos, que seguían su misma dirección.

Mi lengua encontró el calor y la dulzura entre las nalgas de Lucía.

Y luego continuó su camino descendente hasta encontrar el sexo húmedo y sabroso.

Le separé las nalgas y le lamí toda la rajita.

Lucía comenzaba unas convulsiones que hacían que lamiera su conejo con más fuerza y moviera mis dedos alrededor de su clítoris.

Se me corrió en la boca, mientras pedía que le introdujera un dedo.

No lo hice, para que Marcos se la encontrara calentita y a punto, pero seguro que ella no esperó a su marido.

El lunes vi a Lucía en el supermercado. Su marido estaba encantado. Quería repetir y que grabáramos otra escena.

Yo también estaba encantada. Le pedí que me enseñara la película, pero me dijo que Marcos las guardaba con llave.

Era evidente que no podíamos rodar otra película hasta la semana siguiente.

Esa semana me dediqué a perseguir a Lucía con la mirada.

Me di cuenta que Lucía no era muy pasiva. No era de esas chicas a las que se lo tienes que hacer todo.

Seguro que nunca había rodado una película en la que ella simplemente se dejara follar.

Llegó el viernes. Era ya la hora de salir. Horas antes me había indicado el día, domingo y la hora, después de comer.

Ella hacía la caja y yo iba a salir ya. Pasé por su caja y le mostré un paquete de salchichas de esas alemanas, enormes.

Me lo pasó por el escáner. Tantas pesetas.

Se las di.

Me dio el cambio.

Me despedí diciéndole sin que nadie me oyera -Estas las vas a probar tú- Sus ojos se me quedaron mirando fijamente.

Me llamó el domingo por la mañana.- ¿Vas a venir? -Si- le contesté.

-O.K., Pero…no vayas a traer las salchichas.- ¿Por qué no? ¿no le gusta la idea a Marcos? – A Marcos la idea le encanta, pero a mí no.- Y colgó.

Llegó el domingo. Me vestí como el domingo anterior, pero pensé que era mejor no llevar ropa interior. En cambio llevaba un pequeño bolso en el que llevaba…las salchichas.

Lucía abrió la puerta. Llevaba la misma ropa que el día anterior menos la toalla en el pelo:

Sólo la bata.

No nos andamos con rodeos de café.

Le pregunté dónde estaba la cámara.

Me dijo que tenían una en el salón y otra en el dormitorio. -Entonces, vamos al dormitorio.

Me llevó cogida de la mano hasta el dormitorio. Dejé mi bolso sobre una silla mientras ella iba a poner en marcha la cámara.

Me quité la camiseta delante de ella. Sentí su mirada pararse en cada trocito de mi cuerpo.

Comenzamos a besarnos tiernamente. Ella me tocaba las tetas.- Te voy a tener que atar – Le dije medio en serio medio en broma. Lucía sonrió. Le puse las manos detrás de su cintura y le pedí que las mantuviera así un ratito.

Le desabroché la bata y sin mediar palabra, aproveché para agarrarle las manos con el cinturón de la bata. Me miró con cara de picardía. La desnudé. Pero claro, la bata se quedó cogida a los brazos.

La besé con mucha pasión, haciendo mía su boca. Luego le besé las tetas oprimiéndolas contra mi boca. Comencé a meter su pezón entre mis labios, a lamerlos, a enloquecerme con ellos. La agarraba de la cintura para que se mantuviera firme.

Me di cuenta que en la habitación había una banqueta. Le introduje a la largo entre las piernas de Lucía.

Tenía que doblar las piernas un poco, pero se mantenía de pié apretando las rodillas contra los bordes.

Yo me coloqué en el otro extremo.

Su conejito quedaba delante de mi cara. Su clítoris asomaba entre una maraña de pelos.

Mi boca se dirigió hacia su vientre sin contemplaciones. Le separé los labios con la mano y comencé a lamerle el botón, cada vez más grande.

Puse la otra mano detrás del clítoris, en toda su apertura y comencé a introducir lentamente mi dedo índice, primero un poquito, pero cada vez más, hasta meterlo entero.

Comencé a sentir los flujos que bajaban de su interior y me llenaban el dedo y la palma de la mano. Le cogí el clítoris con los labios, y comencé a sentir su saborcillo, a la par que el índice comenzaba a moverse de arriba hacia abajo como la biela de un motor.

La biela producía en el motor sexual de Lucía una excitación y calentamiento que la hacían gemir de placer y moverse rítmicamente contra la mano.

Presioné su clítoris con mi boca, y todo su sexo con mis manos. Lucía lanzó un grito apagado y comenzó a convulsionarse con un ritmo lento pero de largos movimientos.

Lucía se sentó en la banqueta. Nos besuqueamos y la abracé. Me pidió que la desatara. -De eso ni hablar – le dije. -Aún queda lo mejor.-

La ayudé a incorporarse y le dije que se sentara en la cama. Abrí mi bolso y saqué una de aquellas salchichas. – Te dije que no.- Me dijo mirándome seriamente. No le contesté. Yo misma había abierto el paquete para probar, aunque ligeramente, la efectividad de aquello. Era divino.

– Eva, me niego en rotundo a hacer esto -. No me importaba. No gritaría, y al final aceptaría. Embadurné la salchicha con vaselina que había comprado en una farmacia y comencé a pasarla por los senos de Lucía.

Le presionaba con ellos, la ponía en la canal de su pecho, se la paseé por la espalda, jugando caprichosamente en sus nalgas.

Lucia se negaba nerviosamente, pero yo iba lo mío. – Y ahora…- y la pasé a la zona del vientre.

La salchicha se deslizó por la ingle y la puse tomando toda la raja. Lucía calló y comenzó a moverse de un lado a otro, con desesperación.

No le servía de nada, ya que yo había atravesado de nuevo la bandeja entre las piernas, y me había colocado sentada frente a ella.

Lucía sólo dejó de moverse al sentir la cabeza buscar el hueco que conducía a la vagina. – Como te muevas se te va a romper dentro y no sé cómo te la voy a sacar – Le dije. La empujé tiernamente hacia atrás y cayó sobre la cama.

La salchicha se fue introduciendo poco a poco por la fuerza de mi mano, mientras estimulaba a Lucía besándole el clítoris. Le debió de gustar al final, ya que comenzó a balancear su cuerpo de nuevo, pero esta vez, rítmicamente, al son que le marcaba la carnosa batuta.

Cuando la salchicha estuvo oportunamente metida, comencé a meterla y sacarla, primero con las manos.

Luego, cuando Lucía estaba bien abierta, la tomé entre los labios con la punta. Se me escapaba de vez en cuando. Recordé que sentía placer en el ano, y comencé a acariciárselo.

Sentía que se iba a correr, así que quise cumplir mi capricho. Sus piernas abiertas en forma de uve, me animaban.

Me bajé los vaqueros, apareciendo mi culo ante la cámara. Saqué la salchicha hasta dejar dentro sólo la cabeza, y me dediqué a empujarla hacia dentro de Lucía moviendo la pelvis. Me coloqué el otro extremo rozando mi clítoris y la mantuve así con la mano.

Comencé a hacer los movimientos pélvicos de los hombres.

Mi clítoris rozaba contra la cabeza de la salchicha mientras por el otro lado, la salchicha entraba y salía dentro de Lucía con violencia. Lucía se corrió entre gemidos y roncos chillidos.

Yo para correrme, me incorporé y caí de rodillas sobre la cara de Lucía, que comprendió lo que quería y se dedicó a comerme la almeja hasta que me corrí. A todo esto, la salchicha permanecía clavada en Lucía.

Me tumbé a su lado y estuve acariciando lentamente su cuerpo mientras me pedía que la soltara.

La besé tras vestirme y le dije que me iba. Me suplicó que no la dejara así. Le quité la salchicha, pero la dejé así, atada, para que Marcos tuviera un anticipo sobre el vídeo.

Lucía estuvo un poco rencorosa conmigo durante unos días, pero pronto, seguramente debido a la presión de Marcos, me dio una nueva cita: – El próximo domingo, después de comer – Muy bien, te prometo que no habrá salchichas – Me hizo una mueca despectiva.

Se me ocurrió una idea. Tengo una amiga, Kety, que es fotógrafa. Ella tiene una cámara de vídeo y sabe manejarla muy bien, así que la invité a venir.

Le dije en qué consistía el trabajo y ella aceptó grabarnos encantada. Quedamos cerca de casa de Lucía a las cuatro, el domingo. Yo le dije. -Tu esperas a un lado de la puerta, sin que te vea, luego entras de sopetón.-

Así lo hicimos. Lucía puso una cara de sorpresa muy grande.

Yo le expliqué, pero Lucía sólo aceptó si Kety se comprometía a no llevarse la película de la casa.

Kety aceptó. Comenzamos el rodaje. Kety daba órdenes a Lucía, que se lucía delante de la cámara, haciendo posturitas en bata, y luego, desnudándose poco a poco.

La idea de la cámara era buena, ya que los planes eran ahora en la cocina, frente al balcón, en fin, más variedad.

Cuando estaba desnuda, me tocó entrar a mí. Me tenía que acercar desnuda y cogerle del pelo.

Aquello me resultó un rollo, pero a Lucía le encantaba, le hacía sentirse bella. Después de hacer un montón de estúpidas posturitas, quedamos las dos, sentadas frente a frente en el sillón, con las piernas entrelazadas.

Kety dio la orden. Ahora, a follar por vuestra cuenta. Aquello consistía en restregar nuestros conejos la una contra la otra.

Me excitaba, pero me faltaba el morbo. Lucía se excitó antes que yo y comenzó a golpear mi vientre con el suyo.

Yo comencé a realizar lo mismo violentamente, queriéndome arrancar un orgasmo. La verdad es que no me corrí, pero lo fingí.

Lucía me sorprendió, al invitar a Kety a participar en una escena con ella. Kety me miró y yo la animé, a desgana. Kety era …fea.

Rubia, con los dientes grandes y el pelo muy corto, extremadamente delgada y los ojos saltones. Kety se desnudó para quedarse en un montón de huesos.

Se colocó en el sillón a cuatro gatas sobre Lucía, en sentido contrario, y fue hundiendo su cara entre las piernas de Lucía, que la recibió de forma abierta y totalmente hospitalaria. Lucía apoyaba la cabeza sobre el apoyo de los brazos del sillón.

Kety comenzó a devorar el sabroso conejillo de Lucía, y la vi introducir al rato sus dedos. Yo jugaba con el zoom de la cámara.

De pronto me percaté de la cara de placer de Kety. Me acerqué y vi a Lucía con la cara hundida entre las piernas de Kety, que había acoplado poco a poco el sexo a la cara de Lucía.

Aquello me partió el corazón. Tuve un extraño presentimiento. Las dos se corrieron casi al unísono, mientras las grababa de manera lateral.

Lucía se despidió muy cariñosamente de Kety, y discretamente de mí.

Lucía ya no quedó nunca más conmigo.

El viernes siguiente me quedé esperando su invitación, pero no me dijo nada.

Llamé el domingo a Kety, me dijeron que había salido.

La vi salir horas más tarde de casa de Lucía, mientras montaba guardia y espiaba su casa muerta de celos.

No puede una fiarse de las amigas, no.