Desde hace años es prostituta y no por dinero sino por placer
A pesar de la excelente posición económica que ha forjado Federico para nuestro matrimonio, tengo que confesar que desde hace dos años soy una prostituta.
No lo hago por dinero, sólo busco el placer sexual que mi marido me niega.
Tenía 25 años de edad y 5 de matrimonio cuando se desencadenó todo; mi vida era bastante relajada ya que Federico satisfacía hasta mis más mínimos caprichos.
Hasta esa fecha pude soportar el abandono de mi marido.
Para él, lo principal era su trabajo y a pesar de mi espectacular físico: 1,60 de altura, morena, intensos ojos verdes, piernas bien torneadas las que sujetaban un redondo y enorme trasero y dos grandes y erguidos senos; me mantenía en un relativo segundo plano.
Mi belleza me habría permitido engañar con facilidad a Federico, oportunidades las tenía a diario, pero el miedo a ser sorprendida y sabiendo que mi esposo me enviaría de regreso a mi hogar materno que se caracterizaba por la pobreza me impedían concretizar relación alguna.
Sexualmente siempre estaba dispuesta, pero con Federico sólo teníamos esporádicas relaciones y mi sangre caliente la tenía que calmar noche a noche con mis dedos y algún aparato parecido a un pene.
Una noche, durante una recepción bebí más de la cuenta.
Bastante mareada y aprovechando que mi esposo conversaba con altos ejecutivos de su empresa subí al segundo piso, ingresé a una habitación y me recosté en una cama.
Un cosquilleo invadía todo mi cuerpo.
El alcohol y la permanente sensación de sentirme observada y deseada hacían en mí estragos.
Sin duda, estaba excitada.
Bajé mi calzón y suavemente me masturbé hasta alcanzar un sabroso orgasmo.
El natural relajamiento post – sexo y las bebidas ingeridas me abatieron quedándome profundamente dormida.
Unas intensas caricias lograron sacarme de mi sopor y sin poder oponer resistencia alguna abrí mis piernas y me entregué por completo.
La lengua que recorría mi sexo era una verdadera experta; se deslizaba de arriba a bajo para luego introducirla en mi agujero para luego continuar masturbando sabiamente mi trasero.
Poco a poco mi cuerpo se fue soltando hasta que estalló moviéndose desenfrenadamente mientras de mi boca salían lujuriosas palabras pidiendo más y más hasta que el desenfreno total me inundó con un violento y salvaje orgasmo.
Al abrir mis ojos quedé completamente sorprendida.
Ante mí se encontraba una mujer adulta, de baja estatura, obesa, dueña de unos enormes pechos y vestida grotescamente por el uso inadecuado, para su figura, de sus prendas de vestir.
Asustada traté de levantarme y salir rápidamente de la habitación, pero la potente voz de la mujer y la amenaza de contar todo a mi marido me lo impidieron.
Estaba en las manos de esa desconocida desnudándome por completo.
Ella hizo lo mismo con la mitad de su cuerpo.
Sus pechos caídos, por el peso y el paso del tiempo se confundían con su gordura, pero sus manos eran una verdadera delicia y rápidamente sus caricias me excitaron una vez más.
Luego de un breve jugueteo la mujer comenzó a despojarse primero de su falda y luego de sus calzones.
La figura que quedó frente a mí, esta vez me trastornó totalmente.
Su sexo estaba cubierto de negros pelos desde el ombligo hasta el agujero de su culo.
Esta vez tomé yo la iniciativa recostándola en la cama y comencé a acariciar ese hermoso coño todo dispuesto para mí.
Me coloqué encima de ella, la sensación al deslizar mi sexo por esa frondosa mota de vellos era espectacular; poco a poco fui bajando, mis tetas se deleitaron acariciando ese peludo sexo; luego de un delicioso momento fueron mis labios los que besaron esa velluda vagina haciendo gozar intensamente a mi amante.
Bastó un breve descanso para que nuevamente nos acomodáramos para gozar; nos colocamos en la posición del 69 para que de esta forma nuestra lenguas y dedos nos transportaran fácilmente a un nuevo orgasmo.
Mientras descansábamos, Marcia me contó parte de su vida.
Era la regente de un exclusivo burdel que proveía de bellas mujeres a importantes hombres de negocios de nuestra región asegurándome luego, que poseía hermosos atributos para convertirme en una prostituta muy especial invitándome a unirme a su negocio.
Luego de asegurarme de que jamás sería descubierta por Federico y de las placenteras bondades de la actividad acepté su oferta.
Desde hace dos años que me entrego todas las tardes por placer convirtiéndome en una de las putas más requeridas.
Gracias a los intensos favores que concedo además del placer que obtengo he amasado una interesante cuenta bancaria y los regalos que he recibido han satisfecho todos mis caprichos.
No cabe ninguna duda que la permanente calentura que me consume la que me mantiene trabajando ya que mis clientes logran calmarla en parte; sólo logro la tranquilidad necesaria cuando Marcia me invita a su departamento, en donde intensas sesiones de sexo, lujuria y amor me hacen inmensamente feliz.