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Amigas II

Amigas II

Desperté horas después, sola en la cama.

No sé dónde se había ido mi amiga, pero el recuerdo de la noche que pasamos juntas persistía muy profundo en mí.

Me ubiqué boca abajo en la cama, acostada sobre mi mano abierta apoyada en la concha. Empecé a moverme sobre la palma de mi mano, me metí un dedo y enseguida estaba

gimiendo fuertemente otra vez.

Esa masturbación me dio un delicioso orgasmo.

De pronto me pareció notar otra presencia en la habitación.

Miré por sobre mi hombro y alcancé a observar una figura que salía a través de la puerta. No era Marisa, ¿quién podía ser? Ya sé, era su padre.

La casa estaba silenciosa. Fui hasta el baño y tomé una larga ducha. Todo mi cuerpo olía a sexo pero después del baño quedé ricamente perfumada.

Cuando salí de la ducha descubrí que no había ninguna toalla con la que secarme a la vista.

Completamente mojada salí rumbo a la habitación, y en el pasillo me topé con el padre de Marisa.

Creo que lo que menos esperaba era encontrarse con una chica desnuda y los cabellos chorreando agua, porque los ojos se le abrieron desmesuradamente.

Yo sonreí, me cubrí apenas los pechos con una mano y la vagina con la otra. “No había toallas, voy por una”, le dije con picardía. El no pudo articular ninguna respuesta.

El pasillo era estrecho, de modo que cuando pasé a su lado nuestros cuerpos se rozaron. Seguí mi camino, y pude sentir que los ojos de Julio estaban clavados en mi trasero.

No hice el menor gesto para cubrirme, seguí caminando desnuda como si nada moviendo mis caderas con sensualidad.

Estaba secándome cuando el padre de mi amiga se asomó por la puerta de la habitación. “Marisa salió de compras, yo te preparé un desayuno”, me dijo, recorriendo mi desnudez con su mirada.

Me envolví el cuerpo con la toalla, anudándola bajo mis axilas. Era corta, y apenas me tapaba las nalgas. Así fui hasta el comedor a desayunar.

Julio se sentó frente a mí con una taza de café. Yo estaba con las piernas ligeramente abiertas, y él no podía dejar de mirar hacia mi entrepierna.

Es decir, me estaba viendo la concha. Yo había decidido jugar con él, calentarlo y quién sabe, por qué no a algo más.

Nunca estuve con un hombre de su edad, y de pronto me dio curiosidad. ¿Cómo sería probar la verga de alguien de 50 años?, me pregunté.

-Discúlpame Natalia, pero quisiera preguntarte algunas cosas. Si te molestan, no me respondas -dijo él.

-Cómo no, Julio.

-Anoche no pude dejar de verte con tu novio. Y luego no pude evitar escucharlas a mi hija y a ti. Yo quiero saber si Marisa es lesbiana. No es que me moleste, pero ella no me dijo nada y quisiera saberlo.

-Ni ella ni yo somos lesbianas, al menos eso creemos -respondí con una sonrisa- A las dos nos gustan los chicos. Lo que hicimos anoche… fue como un juego, somos muy amigas y queríamos jugar.

-Gracias. ¿Y es habitual que tengan sexo así ante la vista de todos?

-Fue mi primera vez con público, y Marisa creo que nunca lo hizo.

-¿Te gustó saber que todos te observábamos?

-Sí, me gustó -dije mirándolo fijamente a los ojos.

Se hizo un largo silencio. Creí que todo había terminado así que me puse de pie y caminé hacia la habitación. Pero Julio me siguió y me detuvo poniendo sus manos sobre mis hombros.

-Eres una chica increíble -me dijo- Yo… temo que esté a punto de perder la cabeza…

Puso una de sus manos en mi nuca y me obligó a inclinarme hacia delante. Apoyé mis manos sobre el asiento de un sillón y como seguía de pie, quedé completamente empinada.

Mi concha y mi cola estaban expuestas. Julio me metió un dedo en la vagina y lo movió con mucha suavidad. Gemí. “Eres divina, ya estás mojada”, susurró él.

Yo no podía verlo porque mantenía su mano en mi nuca obligándome a mirar hacia el sillón, pero me di cuenta que se estaba bajando los pantalones con rapidez.

Enseguida sentí que apoyaba la cabeza de su verga entre mis labios vaginales, dio un empujón y me la metió por lo menos hasta la mitad.

Di un grito. El padre de mi amiga la tenía corta pero gruesa, y me estaba clavando con movimientos vigorosos.

-Tienes la conchita estrecha bebé, eres un sueño -decía entre jadeos.

Sin sacármela se movió y cayó sentado en el sillón, y yo sobre él. Hizo que lo cabalgara dándole la espalda, me sujetaba por las nalgas y yo subía y bajaba enterrándomela cada vez más. Con mis manos empecé a amasarme las tetas y a pellizcarme los pezones.

-Me estás enloqueciendo Natalia -decía Julio- Veo como te entra toda y veo tu culito hermoso y delicado… Eres un sueño chiquita nunca pensé que iba a cogerme a una chica de tu edad… ¿A ti te gusta que te coja un hombre maduro?

Por toda respuesta aceleré mis movimientos ensartándome más en su verga.

Cuando la tenía metida hasta la base me movía en círculos para saborearla toda, luego volvía a cabalgar.

Julio me la sacó, me tiró en el sillón boca arriba, abrió mis piernas e hizo que las flexionara hasta que las rodillas me quedaron sobre las tetas.

Se paró frente a mí, apuntó otra vez con su verga contra mi concha abierta y mojada y volvió a metérmela.

Yo observé todo el movimiento y vi desaparecer el pedazo de carne dentro de mi cuerpo. Sus embestidas eran cortas, vigorosas, y me arrancaban gemidos.

Mientras me cogía en esa posición me lamía las tetas y la cara. Su lengua me llenó de saliva y luego hizo algo que me sorprendió: me escupió en los pezones.

Como yo no dije nada, sólo gemía y gozaba, volvió a hacerlo varias veces y no sólo en las tetas sino también en la cara. La última de sus escupidas dio de lleno en mi boca abierta.

El padre de mi amiga volvió a sacármela, se sentó en el sillón y me ordenó “chupámela”.

Me puse de rodillas entre sus piernas y me comí su pedazo de verga sin tocarla con las manos.

Estaba durísima, era efectivamente corta pero muy gruesa y estaba completamente mojada. Julio me tomó por el flequillo del pelo y me marcó un ritmo infernal de mamada.

-Así mi amor así, chupámela así… cométela toda, es tu alimento… Ahhh, qué boca tienes… aliméntate de mi verga.

Julio se sacudió y le empezaron a salir chorros de leche. No permitió que me alejara, y tuve que tragarme toda su descarga. Pocas veces antes había probado el sabor del semen, en este caso me pareció fuerte, salado. Mientras él se vaciaba en mi boca me metí dos dedos en la concha, me froté fuerte y tuve mi orgasmo.

Julio me alzó y me recosté contra su cuerpo. Mis tetas estaban sobre su pecho, mi concha quedó apoyada contra su pene ahora relajado.

-Eres una muñequita increíble, no quiero perderte -me dijo, pasando sus dedos por la comisura de mis labios donde habían quedado algunas gotas de leche. Chupé sus dedos y le contesté que a mí también me había gustado mucho, pero ahora lo mejor era que nos bañáramos porque era preferible que Marisa no supiera lo que habíamos hecho.

Estuvo de acuerdo. Tomé otra ducha y volví a la cama, porque el polvo me había dejado agotada. Dormí un rato y me desperté cuando me besaron en los labios. Era Marisa que había regresado.

-Hola, ¿te gusta lo que compré? -me preguntó mi amiga.

Estaba de pie a mi lado, desnuda, y tenía amarrado a la cintura un pene de goma negro.

Se acostó a mi lado y empezamos a abrazarnos y acariciarnos. “Es para que juguemos juntas, quiero saber qué sienten los chicos cuando nos penetran”, me dijo Marisa, tocándose la verga de goma como si se masturbara. Luego se arrodilló en la cama y me la metió en la boca.

Me sentía rara chupando ese artefacto. Tenía forma, color y tamaño de pene, incluso con las venas marcadas, pero en la boca se sentía distinto.

Claramente, no era lo mismo que mamársela a un chico. Marisa me miraba con los ojos muy abiertos, y movía suavemente las caderas.

-Es hermoso ver cómo te llena la boca, cómo se te hinchan las mejillas.

Giró en la cama e hicimos un 69, yo con la verga de goma en la boca y ella lamiéndome la concha. No tardó en excitarme otra vez.

-Quiero metértela -susurró Marisa, que estaba tan caliente como yo.

Me puse en cuatro, ella se arrodilló detrás de mí y guió el pene de goma hacia mi concha. Me lo hundió de un empujón y lancé un grito.

Después empezó a bombear, amasándome las nalgas, las abría y cerraba y empujaba más y más fuerte.

-¿Te gusta Naty? A mí me encanta -preguntó Marisa apoyando sus pechos en mi espalda. Yo deliraba de la calentura y le pedía “dame más, mássss”.

Después de cogerme así un rato la sacó y me enterró la lengua en el ano. Mi esfínter casi virgen empezó a relajarse y abrirse. Entonces mi amiga se puso otra vez de rodillas y apoyó la cabeza del pene en mi agujerito.

-Despacito Marisa que no me lo hicieron nunca y estoy estrecha -rogué.

-No tengas miedo, te va a encantar. Además, ¿qué mejor que te lo haga una amiga que te quiere?

Dio un empujoncito y la cabeza se abrió paso en mi culito. Sentía entrar cada centímetro, avanzaba entre los pliegues rugosos de mi esfínter venciendo su resistencia, y al final se metió toda en mi intestino. Caí boca abajo sobre la cama con mi amiga encima, completamente ensartada.

Marisa se movía lenta y profundamente. “Ahora entiendo por qué los varones gozan tanto cuando nos meten la verga por el culo”, dijo Marisa entre jadeos.

Yo sentía que me faltaba el aire, abría la boca y sacaba la lengua afuera para poder respirar.

“Me estás matando, sácamela un poco, me estás rompiendo el culo”. Ella sonrió. “No seas tonta que no se te va a romper. Te lo estoy abriendo solamente”. Se movió un rato más sin importarle mis ruegos, y así tuve mi primer orgasmo con una penetración anal.

Mi amiga también se vino, y me sacó lentamente el pene de goma. Se dedicó un momento a explorar mi agujerito, manteniéndome las nalgas separadas.

-Ya se te está cerrando. Lo tienes precioso, marroncito pálido, chiquito… no sé por qué no se lo entregaste a ningún chico todavía -me dijo, y le dio un beso. Su lengua me refrescó un poco el ardor que sentía.

Descansamos un rato, haciéndonos caricias y dándonos besitos. Fue tan tierno todo que al rato estábamos las dos otra vez con ganas de sexo. Entonces Marisa anunció que había comprado más sorpresas.

De una caja extrajo otro pene de goma, pero era más largo y remataba en los dos extremos con sendas cabezas.

-Este es para que gocemos las dos a la vez.

Me puse nuevamente en cuatro y me penetró la concha delicadamente con la verga. Después se puso en cuatro ella, dándome la espalda, y también se lo metió. Empujamos una hacia la otra hasta que nuestros traseros quedaron pegados, las dos con la verga profundamente metida en nuestras conchas.

Estábamos las dos en esa posición, gimiendo y gozando como perras, cuando se abrió la puerta de la habitación y apareció Julio.

No podía creer lo que veía, dos chicas desnudas, una de ellas su hija, ensartadas por una pija de goma y al borde del éxtasis.

Murmuró alguna excusa y cerró rápidamente la puerta pero no por completo: desde mi posición podía verlo masturbándose mientras nos espiaba.

Su leche saliéndole de la verga fue lo último que vi antes de desmayarme por el placer del orgasmo.

Continuará…

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