Alta sociedad II: La decisión de doña Ursula

Eva ni me avisó aquel día.

Llevábamos cinco días de novias y le consentía cosas que nunca hubiera consentido a Fernando.

Esa manía de inventar planes de última hora.

– Dúchate pero no te vistas. En cinco minutos estoy contigo.

– Me había dicho. Al salir de la ducha me la encontré sentada en el sofá en que ya habías hecho el amor algunas veces.

Desde que aquel día me duché y me llevó a la cama no había ido a mi casa.

Me paseaba en bragas solamente y Eva me miraba.

Me sentía complacida.

Eva se acercó a mí mientras me ponía una coleta mirándome en el espejo medio empañado del cuarto de baño.

Puso sus manos sobre mis pechos y metió su vientre, encajándome el trasero entre sus muslos.

Su boca me mordió la oreja y el cuello y los hombros mientras una mano se deslizaba por mis bragas y en mi vientre suave.

Por fin sentía sus dedos en mi sexo.

Me di la vuelta para besarla en la boca.

Eva clavaba sus manos en mis nalgas. Me metía la lengua en profundidad. Luego me soltó y me dijo.

-Vamos, ponte esto que te traigo.-

– Me has dejado muy caliente.-

-Es mejor que Doña Ursula te conozca así, caliente. ¡Ah! No te pongas esas bragas…No te pongas bragas, no te van a servir para nada.-

Me puse una falda negra de cuero que se abría por delante con una cremallera, y un chaleco e cuero, sin mangas.

No me puse sujetador.

El chaleco se habría con tres grandes botones por delante.

Unas medias de seda y unos altos zapatos de tacón de aguja hacían el resto.

Me quité la coleta y Eva dio un poco de volumen a mi pelo con espuma.

Montamos en el auto de Eva y en diez minutos llegamos a las puertas de un lujoso chalet de una urbanización casi desconocida.

La puerta se abrió y pasamos al jardín.

Una chica mulata, vestida con un uniforme de minifalda rosa pálido y camisa blanca nos llevó hasta Doña Ursula. Nos miró desde el sillón en el que estaba sentada.

Su mirada me dejaba fría.

Denotaba autoridad y poder. Iba vestida con unos vaqueros y una camisa blanca.

Hizo pasar primero a Eva y tras saludarla afectuosamente y hacerle saber a la señora que yo era esa de la que tanto habían hablado últimamente, me hizo pasar.

Me desnudó con la mirada. Y ordenó, apretando un botón de un pequeño interfono que no la molestara nadie.

– Así que, tú quieres ser del club.-

– Sí.-

– ¿Te ha hablado Eva de nosotras?:-

Eva intervino.- No lo que debiera.-

-Mira. Nosotras nos lo pasamos bien solas. Somos un grupo de amigas que se divierten jugando a juegos que otras no comprendería. Creo que tú serías una buena muñeca… pero tienes que estar dispuesto a serlo.

– No me dio tiempo a responder.- Evidentemente, te recompensaríamos de alguna forma, y con el tiempo, tú también pasarías a jugar.-

Doña Ursula seguía hablando como sin importarle realmente lo que pudiera decir.-

Tendrías que pasar una fase de adiestramiento, pues me han dicho que aún estas muy verde.

– Eva asintió con la cabeza.- Y luego, después de una dura ceremonia de iniciación,  serías la nueva muñeca mientras durante una temporada, tal vez unos meses.-

No me dejó decir que sí ni no, Doña Ursula seguía mandando.- A ver, levántate la falda.. más…más. ¡Vaya! ¡Tienes un coño muy lindo!.- Aquellas palabras me sorprendían viniendo de la marquesa.

– ¿Y de tetas? ¿Cómo andas?.- Eva comenzó a desabrocharme los botones del chaleco y tiró de los dos hombros enseñándole a su amiga mis pechos menudos pero de pezones desafiantes. La señora me lo festejó mucho.- ¡Vaya!¡ Unas tetas pistoleras!.-

Ahora la señora se dirigió a Eva.- ¿Y su entrenamiento? ¿Cómo va?.-

-Pues ahora va sola a hacer footing. No quiero llevarla de nuevo al gimnasio hasta después de la ceremonia –

-¿Han dado todas su visto bueno?

– Todas menos Olga y tú.-

– ¿Y qué sabe hacer?-

– Como muy bien los coños –

-¿Consoladores y vibradores?.-

– Aún no.-

– Eso te lo dejo a ti, que vas a ser su tutora. ¿La habéis abierto el culo?.-

Eva me cogió y me obligó a ponerme de espaldas a la señora. Me separó las nalgas y dios.

– Eso no lo ha tocado nadie.-

– Bien, eso me lo dejáis para mí ¿De acuerdo?.-

– De acuerdo.-

Volvió a dirigirse a mí-. – A ver nena, acércate.-

La obedecí. Me puse de pie entre sus piernas abiertas.

Doña Úrsula, sentada en el sillón, incorporada sobre sus caderas comenzó a bajar la cremallera de mi falda, que calló y luego me bajó las medias hasta la altura de los tobillos.

Pasaba su mano por el interior de mis muslos despacio.

Eva vino por detrás y me quitó el chaleco de cuero y quedé desnuda.

Doña Ursula me señaló una de sus piernas.

– Anda, siéntate aquí.- Me senté

-Cruza tus pies enganchando los tacones.- Lo hice, aquello daba lugar a que me resbalara. Sentía en mi sexo la tela áspera de los vaqueros de la señora.

– Pon tus manos a la espalda.- Pronto estaba mi cuerpo tan cerca del de la señora, que sólo tuvo que estirar el cuello para lamerme los pezones de mis tetas. Luego me agarró un pecho para mamármelo mejor, casi con rabia.

La señora metió su otra pierna entre las mías y empezó a separarlas.

Mi sexo ahora estaba al aire. Sentí su mano apoderarse de mi sexo.

Entonces puse las manos sobre los hombros de Doña Ursula tímidamente.

Ella hincó su dedo dentro de mí. Lo hincó hasta el final y luego hincó un segundo dedo.

Nunca me había sentido tomada con aquella firmeza.

Los dedos de Doña Ursula parecían conocer cada uno de los secretos de mi interior.

Me recorrían y se agitaban provocándome una lubricación desproporcionada.

Me sentía a punto de desmayarme.

Doña Ursula metía y sacaba sus dedos con rapidez y decisión.

Yo la besaba en la frente mientras ella se afanaba en meter todo el pezón en su boca golosa.

La sensación., la opresión de la sangre provocada por la excitación me llegaba desde el clítoris hasta el culo, pasando por los muslos y mi vagina.

Un roce más fuerte que los anteriores hizo que comenzara a correrme, moviendo mi sexo contra la mano invasora, buscando el calor, el tope del cuerpo de la señora, su vientre.

La señora apretó mi pezón entre sus labios y mi seno entre sus dedos y comencé a gemir con aullidos profundos y duraderos ¡Aaaaaaahhhhh Aaaaaaahhhh Aaaaaaaahhhhh!.

No sacó sus dedos hasta que me había corrido bien corrida. Entonces me fui a levantar, pero entonces me volvió a agarrar- ¡Túmbate en la mesa-camilla!.-

Eva, que me observaba desde detrás vino a ayudarme.

Me cogió de la cintura y me ayudó a sentarme y luego, sostuvo mi cuerpo tumbado, que sobresalía por la otra parte.

La señora comenzó a lamer cada centímetro de mi sexo. Le dislocaban los zumos de las chicas.

Se deleitaba con mi flujo, que ella misma había saboreado de su propia mano y me agradecía mostrando su glotonería, la nueva remesa de humedad que no cesó hasta que me volví a correr por segunda vez.

Me vestía mientras la señora me animaba a seguir los consejos y la instrucción de Eva, que era una magnífica maestra.

Ese día, Eva me dejó ir por fin a casa. Me dijo que en este momento de mi instrucción no me convenía tenerle excesivo afecto.

-¿Eso significa que ya no somos primas?-

Esto significa que en este momento sólo deben unirnos relaciones…sexuales. Es sólo una semana, no te preocupes.

Después tendrás no una prima, sino seis o siete novias… o tal vez debería decir novios.- Y después de decir esto, se despidió de mí premiándome con un apasionado óbsculo.

Eva me llamó al mediodía del día siguiente ordenándome que fuera a su casa.

Lo hizo en un tono imperativo que no me hacía gracia y que fue el que utilizó durante los días siguientes y al que yo no me acostumbré aunque obedecía sin rechistar, acordándome que según los consejos o las instrucciones de Doña Úrsula, estaba en sus manos.

Llegué a su casa a la hora del café, a las cinco de la tarde. Eva me abrió.

Estaba en bata, debajo de la que podía apreciar su figura esbelta.

Yo, por mi parte, iba vestida de manera informal, con unos vaqueros, un suéter y una cazadora.

Eva se sentó en una mesa que utilizaba de oficina sin prestarme gran atención. Tan sólo profirió una palabra durante los primeros minutos. – Desnúdate.-

Me fui quitando la ropa, dejé la negra cazadora sobre una silla y después la camiseta y los vaqueros.

Luego me deshice del sostén de encaje y me quedé un rato esperando así, frente a mi prima, que seguía sin prestarme la atención que creía me merecía.

Eva entonces pronunció otras palabras.- Quítate las bragas.-

La autoridad e indiferencia, esos aires despóticos me dolían, pero debo reconocer que esperaba excitada que comenzara a acariciarme.

Deslicé mis bragas, una de esas elegantes que había comprado en la tienda de su amiga,  por mis muslos depilados y se las tiré sobre la mesa, encima de esos papeles que leía con tanta atención.

Eva me miró fijamente a los ojos y se puso de pié.

Vino hacia mí mientras se quitaba la bata, dejando al desnudo ese cuerpo espléndido oscurecido por las sesiones de sol en playas nudistas.

Me cogió del cogote con fuerza y me besó apasionadamente.

Me entregué a sus besos mientras dejaba que acariciaba mis senos y mis nalgas y luego mi sexo, por encima, como para percatarse de mi estado de excitación.

Eva me llevó de la mano hasta su dormitorio, donde la cama aún estaba sin hacer.

Me tumbó bajo el empuje del ímpetu de sus besos y comenzó a devorar cada trocito de mi piel.

Su boca recorrió desde el más recóndito trocito de mi cuello hasta el dedo meñique, pasando por mis senos y mis nalgas, hasta concentrarse en mi sexo, que lamió lentamente mientras le pedía que me metiera sus dedos.

Eva  sacó algo de debajo de la almohada.

Era un objeto negro con forma de pene. Había oído hablar de ellos, pero nunca había visto uno. Me obligó a que lo besara.

Olía a goma nueva. Su tacto era suave y metí la cabeza entre mis labios mientras Eva me aseguraba.- Te voy a  follar con él, así que tienes que ser cariñosa con él si quieres que él se porte bien contigo.

Eva pasó aquel consolador por mi pecho, presionado mis pezones y luego lo paseó por mi vientre.

Abrí las piernas, excitada mientras lo sentía bajar por mis ingles depiladas y no tardé en sentirlo entre mis muslos, justo en la boca de mi sexo.

Eva sacó de su mesilla un bote de un líquido gelatinoso, un lubricante con el que untó el consolador. Me metí los dedos en mi sexo esperando el punto álgido de la nueva experiencia.

Eva metió el consolador en mi sexo, primero metió la cabecita y luego, poco a poco, el resto.

Mi sexo estaba penetrado por aquello, que comenzaba a moverse al ritmo mágico que Eva la imprimía.

Me pellizcaba los pezones. Eva miraba cómo el consolador se metía y se salía de mi sexo.

Era extraño sentir aquello sin tener cerca el cuerpo de un hombre.

Veía como Eva agitaba su brazo y extrapolaba el movimiento a las oscilaciones de placer que se producían en el sexo.

Era como un imán que al pasar por un cable de cobre provoca una corriente eléctrica que yo sentía en mi vientre.

Aquel consolador consiguió que mi cuerpo se moviera impulsado por la corriente eléctrica que no era otra cosa que el intenso placer proporcionado.

Eva comenzó a agitar aquello con fuerza al oírme susurrar. -Amor mío…amor… fóllame…fóooollammme…fóllammmmmeeee.!- Entonces comencé a ahogar mis chillidos de placer que reprimidos sonaban como el ronroneo de un gato.

Parecía que Eva pensaba ser muy severa durante esta semana, pues después de conseguir que me corriera, permitiendo, consintiendo que me penetrara con aquel objeto, adquirido seguramente en aquella tienda de seguridad que detrás del mostrador vendía aquellos sugerentes objetos.

Pues bien, después de aquello, Eva ni me besó.

Ni una leve caricia de más. Me sentí usada, pero aquello, en lugar de hacerme desistir

Esa misma tarde fui al gimnasio, pues no debía descuidar mi tipo recién adquirido.

Luisa, la dueña, estaba extremadamente simpática, pero aunque la esperaba todos los días en los vestuarios para que me hiciera el amor, ella no aparecía.

Parecía como si Eva le hubiera dado la consigna de no tocarme.

Eva me llamó al día siguiente. Me invitó a una despedida de soltera.

Bueno, en realidad no era una despedida de soltera, sino la edición repetida de una fiesta de despedida que tuvieron hace tiempo.

Me aconsejó o más bien me ordenó que me pusiera ropa sexy, pues normalmente solían sacar los pies del plato en esta fiesta anual.

Me vestí con una corta minifalda y también una camiseta ajustada.

Por dentro me había vestido con uno de esos juegos de lencería que me había «comprado» en la tienda de la amiga de Eva.

Me vinieron a recoger.

Eva conducía el coche y junto a ella estaban Helena, la chica esteticista que me había masturbado por primera vez, y Sara, con la que me había estrenado de comer coños. Realmente, la pareja tenía mucho «glamour».

Cenamos y luego fuimos a un espectáculo donde un hombre musculoso bailaba en paños menores delante de un montón de mujeres que gritábamos histéricas.

Una mano se posó sobre mi culo y me lo apretó-. Me di la vuelta sorprendida y con muy mala leche.

No vi ninguna expresión extraña. Me ruboricé al ver a Sara y Helena besarse en la boca delante de todas, sin pudor.

Eva a mi lado se divertía al ver mi expresión. Debía de haber sido ella la que me tocó para llamar mi atención.

-¿Te gusta el chico? Es amigo mío.- Me dijo Eva susurrándome al oído. Era realmente un bombón. A cualquier mujer que quisiera tener una aventura le gustaría que fuera con un chico como ese. Así que asentí con la cabeza.

Cuando su actuación terminó. Eva me cogió de la mano y me llevó hasta él , que salía por un extremo del escenario. No pude saber lo que hablaban. Se saludaron con un beso y con un gesto, nos invitó a entrar a su camerino. Le seguimos.

-Oy que ruido – EL chico estaba bastante amanerado – No se puede ni hablar.-

Eva nos presentó. Roberto me dio un beso en la cara. -Sabes, mi prima desde que te ha visto está prendada de ti.- Dijo Eva

– Bueno, eso ya sabes como se soluciona.-
– Vaya ¿No te parece que mi prima merece algo más que un polvo retribuido?

Roberto callaba. Me miraba fijamente pero en sus calzoncillos se apreciaba el efecto que las palabras de mi prima le causaban.

-¡A ver! ¡Que me enseñe el culo!.- Eva se dirigió hacia mí y me levantó la falda y me dio la vuelta
-Si que está buena tu prima.-

Roberto se me acercó y me besó mientras sus manos manoseaban mis muslos y yo agarraba aquel cuerpo musculoso por los lumbares.

Mi prima me bajó las bragas poco a poco y a él le fue bajando sus calzoncillos. Roberto me besaba en el cuello y ponía sus manos ahora en mis nalgas y sentía su pollita rozar por debajo de mi ombligo.

Roberto me dio la vuelta con agresividad, después de que Eva le hubiera colocado un preservativo, y tiró de mi cintura hacia detrás.

Puse mis manos contra la pared y esperé que Roberto iniciara la penetración en una posición que yo había practicado mucho con mi ex novio.

La sorpresa me la llevé cuando en lugar de enfilar mi sexo, sentí aquello presionar contra mi ano. En ese momento Eva intervino.

-¡NO!. ¡Eso no!.-

-¡Vamos! No me jodas…No ¿Porqué?-

-Por que me lo ha pedido Doña Úrsula.-

Permanecía atónita, de pié con las bragas bajadas y la camiseta subida a una agria discusión en la que Roberto llamaba a Eva lesbiana calienta pollas y Eva le llamaba al chico maricón sodomita.

Al final llegaron a un acuerdo.

Me enteré que Roberto y la chica modelo habían sido novios.

-Está bien Roberto…Sé que no me puedes ver desde que te quité a Sara…Quizás si le hubieras hecho el amor como un hombre, en lugar de cómo un… Te resarciré dejando que te vengues en mí. Dame a mí si eso te llena.-
-¡Bájate las bragas.-

Eva se subió la falda y se bajó las bragas.

Me miró a mí levemente y rápidamente tomó la posición en la que yo había dejado la escenita.

Roberto introdujo la picha entre las nalgas de Eva y miré la cara de dolor de Eva, que se mordía los labios.

Entonces Roberto la agarró de las caderas y comenzó a moverse contra su trasero.

No aguantaba la visión de lo que sucedía, así que me di la vuelta y esperé en el otro lado de la habitación, mirando de reojo como aquel cuerpo musculoso trabajaba en resarcirse en el trasero de mi prima todo el orgullo y sufrimiento de su frustrado amor. Finalmente sentí como un grito de alivio que significaba que el energúmeno se había vaciado.

Miré como Eva, enfadada se subía las bragas y se bajaba la falda, y la seguí cuando salía fuera de la habitación, dando tras de nosotras, un portazo sonoro.

– Lo siento.-

–  No ha sido culpa tuya.- Me dijo visiblemente contrariada mientras apartaba su cabeza de mis intentos de acariciarla. Helena y Sara se habían perdido, así que nos fuimos a casa de Eva

-¿Hubieras dejado que me diera por culo si Doña Úrsula no te lo hubiera prohibido?-

Eva contestó enfadada.- Quiero que sepas, querida putita, que Ursita no lo ha prohibido, sino que se lo ha reservado…Será ella la que te dé por culo.-

Si Eva quería turbarme, desde luego lo había conseguido. Eva, además comenzó a acariciar mi muslo mientras nos dirigíamos a su casa.

Las caricias en las rodillas habían atravesado ya cualquier límite y sentía su mano acariciar mi muslo casi al lado de mis bragas. -Quítate las bragas.-

En un semáforo me deshice de mis bragas, que dejé al lado de la palanca de cambios.

Su mano ahora se apoderaba sin compasión de mi coño.

Parecía que curaba su rabia tomando entre sus dedos mi clítoris y agitándolo, eso sí, cuando las circunstancias de la conducción lo permitía.

Pronto llegamos a su casa. Bajé del coche olvidando mis bragas en el auto.

Eva se dedicó a magrear mis nalgas mientras el ascensor nos dirigía a su piso y tras el ritual de abrir las dos cerraduras de su puerta, maniobra que se demoró más de la cuenta por que estábamos algo bebidas y yo la desconcentraba, dándole besitos en la sien.

Eva me empujó dentro de la casa y me propinó un ardiente muerdo mientras me cogía el sexo con fuerza, casi hincando sus dedos dentro de mí.

Eva se deshizo de su camiseta su sostén y su falda.

Se quedó en bragas.

Unas bragas excitantes y atrevidas.

Yo comencé a desnudarme, con su ayuda.

Me deshizo de toda mi ropa y comenzó a comerme las tetas. Tomó mis manos y las unió detrás de mí. Estábamos las dos de pié.

Eva empezó a liar los cordones de unos zapatos de deporte alrededor de las muñecas.

Tenía suficiente confianza en ella y además, esperaba excitada a que Eva me poseyera.

Cuando terminó de atar mis manos, me llevó descalza hasta su cama me tiró sobre ella, de cara al colchón.

-No creo que a Doña Úrsula, después de haber pagado el precio que he pagado por preservar tu culo, le importe que lo pruebe un poco. –

Eva se tiró sobre mis nalgas y comenzó a introducir su lengua entre mis nalgas.

Sentía su calor mojado penetrar hasta mojarme el ano.

Mientras, su mano volvía a apoderarse de mi sexo, pero ahora lo hacía sin tanta rabia y más sensualidad.

Pronto un dedo me penetraba mientras yo mismo separaba mis nalgas para sentir a aquella mojada señora entre mis nalgas.

Eva me agarró del pelo. Doblé el cuello y gemí.

En un momento, estaba de espaldas al colchón, fruto de un hábil movimiento que había sido dirigido por Eva, con un hábil tirón de coletas.

Me sentía manejada como una yegua bajo las órdenes de una hábil amazona.

La boca de Eva me devoraba el clítoris y sus dedos me penetraban.

Los de una manos se habían apoderado de mi sexo y los de la otra, se introducían entre mis nalgas primero, y ya dentro de mi ano, después.

Eva me exigió que pusiera mis pies sobre sus hombros.

Yo tenía el empeño, más fruto de mi excitación que de mi voluntad, de separarla de mí, pero mi impetuosa amante me follaba el sexo, el ano y el clítoris, y no tardé en susurrar su nombre mientras me corría y le juraba amor para siempre.

Voy a narrarles ahora un capítulo que me ocurrió al día siguiente mientras hacía la compra.

Estaba parada en un pasillo del supermercado.

Había observado como una mujer pelirroja, morena de piel y ojos oscuros me miraba. Incluso puedo decir que me perseguía. De repente. Me envistió con el carrito.

-¡Oiga! ¡Qué hace!.-

-¡Pues no te digo!.- Respondió.- ¡Si ha sido Usted la que me ha embestido!.-

Aquello me indignó de tal manera que me sacó de mis casillas y a ella también, de manera que nos llamamos de todo, desde puta a hija de tal y si no llega a ser por la rápida llegada de algún empleado, nos arañamos la cara.

Al final consiguieron que cada cuál siguiera por nuestro camino. La mujer, que vestía una camisa blanca y una camisa de rallas que no le tapaba la rodilla se llamaba Olga.

No entendí la reacción de Eva al contarle lo que me había sucedido. Parecía reírse con satisfacción. Estábamos tomando una cerveza en un bar de decoración muy curiosa.

No se cuando ni como, empezaron a acudir parejas extrañas, de chicas que se cogían de la mano, y de mujeres que miraban con cara de loba.

Mi prima me había llevado a un pub de ambiente «raro».

No se me quitaba de la cabeza la rubia atractiva, de unos cuarenta años, madura pero sensual, que no dejaba de mirarme durante todo el rato. Lógicamente, yo la miraba desconcertada. Eva también se daba cuenta.

-¡Vaya! ¡A quién tenemos aquí!.-

-¿La conoces?.-

-¡Uy, sí! Es una leyenda viva, Es la «dama solitaria». Sale de vez en cuando y sólo hace el amor una vez con cada amante. Creo que le has gustado. Te aconsejo que te dejes seducir…-

Eva me alargó disimuladamente unas llaves que reconocí como las llaves de su estudio.- Toma. Llévatela allí. Dile que me he enfadado y que te he dejado tirada.-

Eva abandonó el bar fingiendo un enfado inexistente. Yo parecía contradecida y la dama elegante no tardó en acercarse a mí. .¿Estás sola?.-

-Pues… me temo que sí.-

-Vaya. Siento haber provocado esta discusión. Te haré compañía.-

Aquella dama era de conversación inteligente, simpática y atrevida.

Sus métodos de seducción no eran muy distintos de los de un apuesto galán de cuarenta años.

No pagué ni una de las copas que me tomé y todo fueron atenciones hacia mí.

Hasta que me dijo.- Quiero hacer el amor contigo.-

Me ruboricé. Pero no perdía de la memoria el consejo que Eva me había dado y le expliqué que Eva posiblemente me esperaba en nuestro nido de amor. Ella me dijo que era casada y le era imposible llevarme a casa.

Entonces sonaron en mis bolsillos las laves del estudio de Eva, hacia donde nos dirigimos acto seguido.

Antes de irnos, la dama solitaria pidió una botella de champagne, que yo mantuve entre mis piernas mientras nos dirigíamos en coche al estudio.

La dama solitaria entró en el estudio tras de mí con la botella en la mano, que le había traspasado mientras yo intentaba abrir la puerta.

Bebimos champagne sin baso, chupando de la boca de la botella mientras entre caricia y caricia íbamos acercándonos a un sillón que en medio de la tarima parecía llamarnos como un imán para convertirlo en nuestro nido de amor.

Intentaba corresponder a los ardientes besos y caricias de mi experimentada amante.

Mi ropa salía de mi cuerpo más rápido que la suya y pronto me encontré sentada en aquel sillón mientras la dama, desnuda de torso hacia abajo me comía el sexo, que le ofrecía generosamente abriendo mis piernas que colocaba fuera de los brazos del sillón.

Pronto me corrí, agarrando su cabeza con mis manos y animándome a que me hiciera suya siempre.

Me abracé tras despejarme de la tempestad que sentí azotar el interior de mi cuerpo mientras me corría contra su cara marcada por unas leves arrugas de sus cuarenta años bien cuidados.

Entonces ella terminó de desnudarse lentamente y me ofreció su coño mientras seguíamos bebiendo champagne.

Se tumbó en el sillón y ahora ella yo la que de rodillas devoraba su sexo, probando el chispeante sabor del champagne que ella había escurrido por su almeja muy bien depilada y de vellos cortados. Mi lengua se mostraba desconocida, glotona.

Se deslizaba por los labios para tropezar con el clítoris y luego otra vez para introducirse dentro del sexo de la bella dama solitaria.

La humedad de mi amante me enervaba.

Me hacía mover la lengua con más rapidez y no paré hasta sentir como se retorcía de placer en el sillón momentos antes de correrse.

Me cogió la cara entre sus manos de afiladas uñas y me la llevó hasta la suya para besarme en la boca de una manera apasionada y loca.

Me puse de rodillas sobre el sillón, con sus muslos entre sus piernas.

Le ofrecí mi pecho del que bebió el champagne que ella misma me derramaba, ya las últimas gotas del elixir preciado.

No le di mayor importancia a que colocara la botella entre sus muslos. Sentía la boca húmeda y fría en mi barriga.

De repente, la bella dama se abrazó a mí y me llevó contra ella.

Entonces metió mi pezón en su boca y sentí como manipulaba la punta de la botella, que había desprovisto de cualquier papel, entre mis labios.

Al principio me retorcí, sin querer sentirme ensartada por ese objeto, pero la dama era insistente y pronto cedí, bajando mis muslos y  provocando que yo misma, por la presión de mi cuerpo, cayera sobre la botella que me follaba.

Aquel cuello de botella era larguísimo y lo metí poco a poco hasta que pensé que no me cabía más.

Además, se iba ensanchando y ya no estaba dispuesta a ceder más.

Comencé a moverme alocadamente, aunque al principio tomaba mis precauciones, pero conforme me confiaba más, me sentía follada por aquella rubia cuarentona de pecho generoso.

Su boca se divertía en mi pecho y finalmente, la locura de mis movimientos provocaron que me volviera a correr, abrazada a mi amante, estrujando su cara contra mi pecho y su cuerpo contra el mío.

Nos besamos. Nos vestimos y me juró que me volvería a ver muy pronto. Yo sabía por lo que Eva me había dicho que era mentira y aquello me entristeció hasta que caí rendida sobre mi cama.

Eva quedó conmigo al día siguiente después dl gimnasio. La encontré un poco rara, enigmática, como ocultándome algo.

Le entregué las copias de las llaves del estudio que miró cómo dejaba sobre la mesa casi con rencor.

Esperaba tal vez que le contara algo sobre mi encuentro del día anterior que yo no estaba dispuesta a contar.

Eva estaba en bata cuando de repente me ordenó lo que era el comienzo de mi sesión de entrenamiento.

-Anda, desnúdate.- Mientras ella se deshacía de la bata y me enseñaba su cuerpo, sin duda más delicioso que el de la dama solitaria.

Me desnudé mientras ella se dirigía a un cajón que había en una cómoda y sacaba un objeto parecido al que había utilizado el primer día de mi entrenamiento.

Eva me explicó la diferencia.

-Esto es un vibrador. Se llama así por que tiene unas pilas que hace que se mueva.. que vibre. Te hacen unas cosquillitas que te meas del gusto.- Y dicho esto lo encendió y me lo puso sobre la palma de la mano para que lo sintiera vibrar.

Y entonces, Eva comenzó a poner aquello en  mis labios, y en mis pechos y en mi vientre.

Yo estaba quieta.

Esperaba desnuda de pié mientras sentía aquellas cosquillitas sobre mis pezones ahora.

Luego lo sentí entre mis muslos y levantando un pié lo sentí en la planta de los pies.

Eva apagó el vibrador y me llevó de nuevo hacia la cama a la que me había llevado hacía dos noches.

Me tumbé sobre la cama y Eva comenzó a jugar de nuevo con el vibrador, pasándolo de nuevo por mis labios, mi pecho y mis pezones, lentamente.

Las cosquillitas en los pies que me producían se me hacían deliciosamente torturadoras.

Luego el vibrador avanzaba por mis muslos y lo sentí entre mis nalgas, golpea ligeramente la pared de mi ano, con la tranquilidad que me daba el saber que no me profanaría por ahí, ya que estaba reservado a doña Ursula.

Eva colocó la punta del vibrador sobre mi clítoris y entonces el placer si que parecía deliciosamente insoportable.

Entonces, después de estimularme durante un rato, Eva escurrió la punta por los labios de mi sexo y después de repetir la operación varias veces comenzó a introducirlo dentro de mí.

El cosquilleo en mi vagina era lo mejor que había sentido nunca. Eva lo introdujo hasta el final y lo dejó allí un tiempo.

Luego la vi colocar la cara entre mis piernas y agarrando el extremo con los dientes empezó a meterlo y sacarlo y aquello me hacía llegar al séptimo cielo. Mi sexo debía ser una fruta jugosa tropical, un mango de delicioso jugo.

Eva me ordenó soltando el aparato, que dejó dentro de mí que me pusiera a cuatro patas.

Obedecí y entonces sentí sus manos en mis nalgas y otra vez, con su aliento sobre mi cuerpo, Eva agitaba con la boca el vibrador.

Empecé a decir palabras inconsistentes, declaraciones de amor exageradas. Comencé a chillar y a gritar el nombre de Eva y a gemir de placer como una loca.

Me toqué el sexo, el clítoris manoseándome lo fuerza, maltratándolo hasta que el cosquilleo dio paso definitivamente a un orgasmo monumental.

La cara de Eva se incrustaba contra mi trasero.

Me movía en dirección contraria a los impulsos que Eva imprimía al vibrador y sentía el doble goce del pene recorrer mi vagina y el cosquilleo intermitente que me cubría todo mi interior.

Comencé a escuchar a Eva, que con aquello entre los dientes, gruñía y yo me animé a gemir también la miré detenidamente y me di cuenta que mientras me follaba, ella misma se acariciaba su sexo..

Eva estaba tan entregada a su tarea que sin darse cuenta se ayudaba a penetrarme con aquellos gruñidos. -grooo groooo groooo groooo.-

Me corrí en un orgasmo muy largo y muy fuerte. Quedé rendida, tirándome en la cama apenas Eva sacó el vibrador de mi interior, cuando ya había pasado todo el orgasmo en su totalidad.

-Llama a tus padres y diles que hoy no vas a casa. Diles que te quedas conmigo.-

Le obedecí. Al poco rato, sonó el teléfono.

Eran mis padres preguntando si tenía cepillo de dientes. Ahora mis padres estarían tranquilos, pues ya sabían que realmente pasaría la noche en familia. Dormimos juntas, desnudas.

Nos quedamos dormidas mientras nos acariciábamos en una de esas sesiones de amor entre mujeres en que las caricias dan paso a la pasión y la pasión a las caricias.

-Mañana es la prueba final de tu entrenamiento… después, a los pocos días, será tu fiesta de presentación.-

Al día siguiente, cuando me levanté, Eva había salido ya. Me encontré una nota sobre mi ropa que me advertía que no fuera al gimnasio y regresara al lecho de amor por la tarde.

No sabía en que consistiría la prueba final y desde luego, tenía curiosidad por saber en que consistiría mi ceremonia de iniciación.

Eva insistía n que era de presentación, pues iniciada, ya había sido iniciada hacía dos semanas casi. ¡Dos semanas! Parecía que había pasado un siglo desde que Eva me había pedido que me bajara las bragas en el servicio de aquella cafetería para ver hasta donde era capaz de legar o para asustarme.

Esa tarde, Eva me esperaba desnuda y con sólo la bata puesta, como en días anteriores. Pero la expresión de indiferencia del primer día y de rencor del día anterior había dado paso a una mirada que ocultaba una sorpresa.

Se levantó y se acercó a mí y mientras me seducía con besitos tiernos en la cara y los labios me invitaba a desnudarme.

Mi ropa ocultaba el juego de lencería más excitante que nunca me había puesto.

Su mano se clavó en mi pecho sobre el sujetador entre los bordes de mi camisa recién abierta y su pierna en mi sexo, entre mis muslos que se abrían todo lo que lo permitía la estrecha minifalda de cuero negro.

Al deshacerme de la camisa, Eva me desabrochó el sujetador.

Entonces yo descubrí sus hombros, besando su cuello que me olía a gel de baño. Su piel brillaba. Sus pezones endurecidos se rozaban con los míos.

Estaba en braguitas. Desabroché la bata de Eva y al abrirla me llevé una sorpresa. Justo delante de su sexo colgaba de ella una gran polla negra, de goma, soportada por un juego de correitas que le rodeaban los muslos y la cintura.

Ver colgar aquello entre sus anchas caderas me ponía los pelos de punta. Lo cogí sonriendo y me puse a acariciarlo. Sentía el sexo caliente de va detrás de la fría goma de su artificial masculinidad -¿Con que en esto consistía la prueba final?.-

Eva sonrió y me llevó al salón. Apartó la mesita que  había frente al sofá y me ordenó que me quitara las bragas.

Me sentó en el sofá y comenzó a comerme el coño mientras le acariciaba la cabecita y su pelo. Ahora era ella la que se acariciaba su falso pene.

Tiraba de mis piernas para que me pusiera lo más tumbada posible. Al final, lo único que pretendía era que fuera a parar sentada de culo sobre la alfombra.

Se tiró sobre mí  con apasionados besos y cogiéndome de las manos me obligó a permanecer tumbada sobre la alfombra y entonces, puso todo su peso sobre mí.

Estaba asustada como el día que me desvirgó mi primer amante.

-Despacio – Susurraba mientras sentía que Eva cogía aquello y ponía su mano sobre mi sexo para tomar medidas de por donde tenía que metérmela.

Cogí la cabecita negra del consolador y me lo coloqué entre los labios y antes de que me diera cuenta, Eva presionaba.

Una mueca de placer se dibujó en la cara de mi prima al ver mi expresión de susto mientras sentía insertarme con aquello. Eché la cara hacia un lado y Eva me besó el cuello. Lamió el sudor de mi nuca.

Mientras me penetraba, Eva colocó sus dos manos en mis pechos, magreándolos. Sentí dolor y placer y gemí.

Pensaba que jamás iba a dejar de meterme el consolador pero al final me sentí unida a ella en toda la extensión de la profundidad de mi sexo. Eva comenzó  a moverse.

Me proporcionaba un placer exquisito. La miré y nos fundimos en un beso apasionado que volvimos a repetir varias veces mientras me estuvo follando y después de correrme.

Mis jugos mojaban la alfombra. Eva me penetraba ferozmente.

Me follaba con dureza.

Mientras mayor era su agresividad yo tenía menos fuerzas con que contrarrestar sus envites, me sentía más débil y buscaba su boca con mayor deseo y me sentía más excitada por cualquier caricia lo que sin duda se notaba en que me retorcía de placer.

Sólo cuando sentía la proximidad del orgasmo tuve fuerzas suficientes para presionar con los pies en la alfombra e intentar levantar las caderas, buscando ser follada mejor.

Eva dejó el miembro dentro de mí un rato mientras las dos quedábamos tendidas sobre la alfombra.

Yo le acariciaba su cara sudorosa y ella jugaba con mis pechos, que acariciaba tiernamente. Finalmente lo sacó y seguimos acurrucadas, dándonos cariñitos.

Nuestras bocas se volvieron a sellar al cabo del rato nuestras manos recorrieron nuestros sexos.

Me puse entre sus piernas y levanté el ariete para lamer el sexo de Eva, jugoso y caliente. No me costó hacer que se corriera. Entonces me disponía a levantarme. Eva me cogió de la mano.

-¿Adónde vas?.- Y tras obligarme a arrodillarme me dijo.- Ahora lo vamos a hacer como los perros.-

Había un espejo de cuerpo entero en un lado del salón.

Me veía la cara y mis brazos en primer lugar y tras ellos, mis pechos que a veces colgaban y a veces eran cogidos por las manos de Eva.

De rodillas, mi prima se levantaba de rodillas. Veía su cara de felicidad, sus pechos, su liso vientre y ya, su sexo era tapado por mi espalda y mi trasero.

Eva me envestía y yo veía mis pechos moverse a su ritmo.

Mi sexo abierto recibía y despedía con alivio y tristeza el pene de goma una y otra vez. Mi deseo estaba recién satisfecho, pero mi sensualidad estaba aún a flor de piel, todavía despierta por lo que no tardé en correrme.

Eva me besó la oreja, tendida sobre mi. Sentía los pelos recortados de su sexo sobre mi trasero. -Lo has hecho muy bien.- Me dijo.- Has pasado la prueba. Ya estás preparada.-

Una lágrima de emoción resbalaba de mis mejillas. -¿Eso significa que volvemos a ser primas?:-
-Eso significa que eres mi novia y mi puta, y que dentro de unos días entrarás en el club.-

Faltaba un último paso antes de mi presentación. Era n paso que en otras circunstancias podía considerarse normal, pero que en este caso era humillante y me parecía excitante.

Fuimos a ver a la Doctora Felicia. Ginecóloga. Eva no me lo había comunicado previamente, por lo que iba vestida como a Eva le gustaba que me vistiera cuando iba con ella, con buena ropa pero con pinta de putita.

Las mujeres me miraban con caras muy extraña todo el tiempo que pasamos en la sala de espera.

La doctora Felicia era una doctora de treinta y tantos años largos.

Morena y de aspecto grave. Muy delgada. Tenía una bata blanca que brillaba bajo los potentes focos de luz. Eva comenzó a hablar.

-Verá doctora. Mi prima tiene unos picores que creo que puede ser una venérea.-

La doctora me preguntó donde me picaba, qué tipo de picores.

Yo previamente me había aprendido unos síntomas que bien podían corresponder a una venérea o a mil cosas, como un jabón demasiado fuerte.

-¡Venga! ¡Vamos a verlo! Desnúdate de cintura para abajo y sube al potro.-

Obedecí. Me sentía avergonzada.

Nunca me había pasado ates en el ginecólogo, pero saber que todo aquello era capricho de Eva me hacía excitarme.

La doctora miró mi sexo mientras estaba a cuatro patas.

Sentía sus dedos guardados en los guantes de caucho y me miró una y otra vez y he de confesar que hubiera deseado que la Doctora me hubiera penetrado con aquella linterna.

Pero no lo hizo.

Al final  dictaminó. – Esta chica no tiene nada.-

La doctora me mandó un jabón suave para ducharme y no nos cobró nada.

Eva me explicó que era requisito imprescindible para entrar en el club estar «limpias».