El día había comenzado peor de lo mala que estaba siendo la semana, desbordado de trabajo, con un jefe que lo único que hace es meter más y más presión sin el más mínimo atisbo de educación.

Para colmo, mi despertador decidió no sonar el día que presentábamos el proyecto en el que trabajamos durante meses a destajo. Todos los altos cargos estarían en la presentación y yo minutos antes de la misma me encontraba durmiendo a pierna suelta.

Cuando me di cuenta de lo tarde que era mi cuerpo se activó como si una bomba se hubiera detonado en mi interior, me duché lo más rápido que pude, sin darle tiempo siquiera a calentar el agua, sobra de decir que desayunar ni pasó por mi cabeza, me puse la ropa como pude y me la fui colocando mientras buscaba el primer taxi.

Cuando llegué a la oficina mi jefe estaba dando una charla previa a mis compañeros, al entrar sus ojos se clavaron en mí como dos puñales.

Me senté en una de las sillas del fondo y simplemente dejé que mi corazón se relajara hasta que dejara de retumbar.

El resto de la mañana pasó entre el caos de la presentación y las falsas sonrisas que hacían engordar más las ya de por sí orondas barrigas de jefazos e inversionistas. Por si fuera poco mi jefe me hizo ir como bufón a la comida entre ellos, para repetirles una y otra vez lo magnífico del proyecto que tenemos entre manos.

Después de una eterna sobremesa y de haber despedido con la mayor de mis falsas sonrisa a cada uno de ellos. Solo quedamos mi jefe y yo, y con la misma mirada de odio que esta mañana me dijo —El lunes tenemos que hablar. Se dio la vuelta y se fue.

Estaba tan cansado que no reaccioné, busqué la silla más cercana y me senté con la mirada perdida viendo como las lágrimas intentaban inundar mis ojos.

Como un ser sin personalidad fui deambulando por las calles hasta encontrar la parada de autobús que me llevara a casa, me senté en ella viendo como las luces de la ciudad iban cobrando vida y en frente de mí, como si de una visión se tratarse tenía un local de masajes asiáticos con una gran letrero luminoso en su interior que ponía «RELAX».

He de decir que nunca había estado en este tipo de locales, pero fui hacia él como si mi cuerpo me ignorase. No tenía nada que perder y meterme en casa tampoco me ayudaría.

Al entrar cogí un folleto y empiece a leerse los tipos de masaje y los precios, que si acupuntura, masajes de cabeza, otro con piedras calientes… Pero lo que yo necesitaba era algo de choque, algo así como un buen masaje que me colocase todos los músculos en su sitio y me hiciese sentir persona otra vez.

Cuando llegó mi turno se me acercó una mujer asiática bajita que me llevó hacia la cabina de masaje y me indicó los pasos a seguir. Solo en la cabina con una música oriental relajante y una vez con la ropa colocada en una pequeña silla, me tumbé, con la música y el olor de la sala me fui quedando medio dormido.

Oí abrir la puerta, crucé unas breves palabras con la masajista que debió notar mi poca apetencia de conversación, comenzó el masaje por los pies estremeciendo todo mi cuerpo, los apretaba con firmeza con unas cálidas manos bien lubricadas, recorría cada centímetro de ellos como si quisiera extraer hasta la última gota de sangre, nunca imagine que un masaje de pies pudiera ser tan relajante.

Continuó por los gemelos y subió por las por las piernas hasta para en la espalda donde antes de comenzar, echó un cálido aceite que no hizo más que acentuar mi ya adormecido cuerpo, podía notar como la mujer tenía que volcar todo su cuerpo sobre el mío para hacer más fuerza y así lograr triscar mis vértebras.

Cuando más relajado estaba me pidió que me volteara y fue entonces cuando por primera vez vi que la masajista era la misma mujer que me atendió en recepción.

Ya más relajado, le regale una de mis mejores sonrisa como gesto de aprobación del trabajo que estaba haciendo, vertió más aceite sobre el pecho y continuó con con el masaje. Fue estando boca arriba cuando me di cuenta que al hacer fuerza, la masajista apoyaba sus abundantes senos sobre mi cuerpo, y no se si fue por lo relajado que estaba, pero hubiera jurado que en recepción tenía más botones de la bata abrochados, ahora se podía ver claramente un profundo canalillo, que estoy seguro no me hubiera pasado desapercibido.

Intenté volver a mi relajación ya que aquel descubrimiento estaba haciendo que mi entrepierna creciera y creciera sin parar, cuando pensaba que ya lo tenía controlado, otra vez se abalanzaba sobre mí rozándome con sus pechos nuevamente y mi pene volvía a resurgir.

Tras unos minutos con este vete y ven de mi polla, pasó a masajear los muslos, comenzó moviéndolos para soltarlos pero lo único que veía eran su pechos agitarse, continuó con un suave masaje desde la rodilla hasta la ingle cada vez más alto hasta que descaradamente rozaba su mano con mis testículos, ya era más que evidente que la pequeña toalla no podía disimular lo que había ahí abajo.

Paso de rozarme los testículos cada vez que masajeaba las ingles a acariciarlos suavemente con sus manos embadurnadas en aceite, fue entonces cuando alcé la mirada nuevamente y comprobé que ahora tenía menos botones abrochados y podía ver el contorno de sus pechos nuestras miradas se cruzaron con un gesto de aprobación y sus manos ascendieron hasta el pene apretándolo con firmeza, a medida que movía su mano fue retirando la toalla hasta hacerla caer al suelo, fue entonces cuando acompañada de la otra mano comenzó a hacerme la paja más excitante hasta el día de hoy, apretaba, acariciaba, presionaba, rozaba… con una increíble maestría manteniéndome siempre al borde del orgasmo, como si estuviera conectada a mi y supiera en todo momento cuándo parar a tiempo.

Mientras tanto mi mano había cobrado vida propia y había terminando de desabrochar los últimos botones de la bata permitiéndose completa accesibilidad, colé mi mano bajo la bata comprobando la ausencia de cualquier otro tipo de prenda y me aferre a uno de sus pechos con la confianza que un escalador se aferra a la montaña. Comprobé lo grandes y tersos que eran, jugué tímidamente con sus pezones hasta que agarró mi mano con las suyas para compartir el aceite de estas, después volvió a depositar mi mano en su pecho y cada uno siguió con lo que estaba.

Acariciar sus pechos era más delicioso aún, por más que las extrujaras se te escapaban entre los dedos y podías jugar fácilmente con los pezones.

Con el paso de los minutos mi respiración se fue agitando pronto acercó sus pechos a mi polla y jugó con ella y sus erectos pezones, haciendo círculos y golpeándose como si de una porra se tratase, su excitación se notaba en sus ojos que miraban fijamente, y sus labios que eran mordidos por sus dientes mientras se les humedecía, hasta que como avergonzada por lo que estaba sintiendo, se separó indicándome que dejara las manos sobre la camilla. Continuó masturbándome con más intensidad hasta que me vino un profundo orgasmo que me sacó toda la ira acumulada a lo largo del día, apretando en el momento justo con tres dedos la base del pene y con la otra mano sosteniendo los testículos, al tiempo que mi cuerpo electrizaba hasta el último de los rincones de mi cuerpo.

Mi vientre quedó repleto de semen, que recogió con papel mientras me relajaba después del intenso orgasmo, quedé varios minutos medio dormido, cuando desperté la habitación estaba vacía. Tan sólo mi ropa en una silla y la música oriental que mi cerebro empezó a prestar atención de nuevo.

Me vestí tranquilamente y salí a pagar pero la mujer ya no estaba en el mostrador una chica joven de cara redonda, me atendió amablemente mientras yo distraído intentaba buscarla con la mirada.

Fui caminando hasta casa con una sonrisa bien amplia, apreciando la belleza de la ciudad que horas antes era incapaz de ver.

Mi jefe y el trabajo desaparecieron de mi cabeza durante todo el fin de semana, hasta que el lunes me anunciaron un cambio de departamento con el que no tuve que volver a cruzar palabra con ese cretino.

De la masajista no volví a saber más, a pesar de haber vuelto varias veces, incluso preguntando por ella, allí nadie parece conocerla. Con el paso de los días mi vida volvió a la normalidad donde el trabajo solo era trabajo y los masajes solo eran masajes.