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Carolina, trátame bien

Carolina, trátame bien

Les voy a relatar lo que me pasó hace apenas unos meses.

En la actualidad tengo 28 años.

Estoy casado con una mujer de 26.

Como sabrán si han leído algún otro relato mío, nuestro matrimonio es muy liberal.

El sexo para nosotros es muy importante y tenemos libertad para practicarlo con quien queramos, eso sí, siempre que el otro lo acepte de buen grado.

Nuestras aventuras en este campo son muy variadas, pero ahora me voy a centrar en lo que pasó hace aproximadamente medio año.

Era un martes, y por la tarde trabajaba. Suelo llegar a las nueve a casa.

Ese día no fue una excepción y a las nueve y cinco entraba en mi piso.

Extrañamente mi mujer no estaba. Era raro pues siempre solía estar a esa hora.

Tenía mucha hambre pero decidí esperar un rato a ver si llegaba. Pasó una hora y seguía solo. Me aburría un montón.

Así que agarré unas fotos que le había hecho a mi mujer hacía ya un tiempo en una noche loca que tuvimos.

Me senté cómodamente en el sofá, y puse mi mano debajo de mi culo, para que así se durmiera. Me desabroché los pantalones con la otra mano.

Saqué mi flácida polla. Agarré las fotos en las que salía mi mujer masturbándose en la bañera y empecé a ojearlas.

Sentía como mi mano se iba durmiendo bajo el peso de mi cuerpo. Y observaba como mi polla se ponía tiesa poco a poco gracias a las fotos. Pronto mi mano estuvo dormida.

La saqué de debajo de mi culo. No me la sentía, eso era lo que buscaba. Agarré mi polla, que ahora si que ya estaba tiesa. Bajé el pellejo y el glande salió. Estaba empapado de la excitación.

Miraba las fotos con pasión. Escupí una gran cantidad de saliva en mi polla y comencé una fenomenal paja.

Era genial, era como si me la estuviera haciendo otra persona. Mi mano subía y bajaba. Mi polla se hinchaba, estaba rojiza ya, con todas las venas marcadas, como queriendo estallar. Dejé las fotos a mi lado en el sofá pero sin dejar de mirarlas.

Puse mi otra mano también alrededor de mi polla.

Con la mano que sentía me agarraba fuerte la parte de abajo de mi polla y con la mano que tenía dormida empecé a acariciarme el glande de la polla.

Me iba mojando la punta de los dedos con saliva. Parecía como si mi mujer me la estuviera chupando.

Cerré los ojos y imagine que ella estaba lamiéndomela. Por mi cabeza pasaron una infinidad de mujeres en un momento. La excitación aumentó mucho, demasiado. Empecé a sentir unos escalofríos.

Se acercaba un placentero orgasmo. Me corrí con fuerza. Todos mis músculos se tensaron.

El semen salía disparado hacía arriba cayendo después por encima de mis manos, mis huevos, por el sofá y por el suelo.

Tuve un gran orgasmo y una gran corrida. Saqué una gran cantidad de semen, ensuciándolo todo. Me quedé sentado en el sofá, con mis manos aun en mi polla y con los ojos cerrados. Todo aquel placer y bienestar me provocó un ligero sueño, y me quedé dormido.

Pasaron unos cinco minutos cuando algo me tocó en el hombro. Abrí los ojos despacio. Y vi a mi mujer de pie, delante de mí, intentando limpiar un poco de semen que había quedado encima de una de las fotos.

Detrás suyo, pegada a la puerta del piso, como asustada, había una mujer que no reconocí hasta que me vino un flechazo. Era Carolina, una amiga de mi madre. Era mucho mas joven que ella pero eran amigas pues habían trabajado mucho tiempo juntas. Tenía, me parece, 40 o 41 años.

Era de estatura normal. Pelo castaño y corto, a lo chico. Estaba bastante delgada, supongo que por eso debía parecer un poco más joven. Llevaba una falda oscura que no le llegaba a las rodillas. Las piernas eran delgadas, blancas, bonitas aunque algo arqueadas.

Llevaba unos zapatos negros con tacón, aunque no muy altos.

Todo eso conjuntado con una blusa blanca, con un suave toque de azul, algo apretada a su cuerpo, hecho que provocaba que se le marcasen levemente los pezones.

Eso me encantaba. Sus pechos no eran muy grandes, pero tampoco pequeños, normales.

Por la dirección en la que parecían apuntar los pezones debía tenerlos un poco caiditos. Algo que me gustaba aun más.

Sujetaba en sus manos, apretándolo contra su estomago, una pequeño bolso. Subí mi mirada hasta su cara. Estaba súper ruborizada. Parecía que su piel fuera la piel de un tomate.

Entonces miré como estaba yo, ya no me acordaba de lo que acababa de hacer. Me levanté como un relámpago.

Con la brusquedad de mi movimiento un poco de semen que tenía en mi polla salió disparado hacía el televisor, quedándose enganchado en el centro de la pantalla.

– Mierda, lo siento mucho – grité avergonzado. Levanté mi mano rápidamente para agarrar un trapo que había encima mismo de la tele, con tan mala suerte que un poco mas de semen que tenía esta vez entre los dedos de mis manos salió escupido y fue a parar a la falda de Carolina.

Dios mío, que situación más vergonzosa y a la vez tan cómica. No pudimos evitar echarnos a reír los dos, mi mujer y yo.

Carolina no parecía igual de divertida que nosotros. Me subí los pantalones y empecé a pedir disculpas por todo. Mientras mi mujer limpió el sofá, las fotos, el televisor y se acercó hacía mi. Me cogió las manos y me las limpió con el trapo.

– Como te has puesto cerdo – me soltó – pero no te subas los pantalones que con la de corrida que tienes esparcida por tu pene dejarás los calzoncillos pringaos, y luego soy yo la que los tienes que lavar, vamos ven! Me cogió por los pantalones, me los desabrochó y me los bajó.

Empezó a pasar sus manos por mi polla y por mis huevos intentando coger el semen. Cada poco que cogía se secaba la mano en el trapo. Mientras seguía esta rara situación dijo:

– Como te has puesto, es que eres un cerdo, como se te ocurre montar todo este follón. Y mira que espectáculo ha tenido que presenciar Carolina. Nos hemos encontrado en el super y después de charlar un rato, la he invitado a cenar con nosotros y ella aceptado venir porque hacía tiempo que no te veía.

Joder, eres un impresentable.

– Tranquila, no importa, ya me voy que aquí quizá moleste, lo siento, ya volveré otro día, tranquila – dijo Carolina sonrojadísima.

– No, no, espera – dije – esto es culpa mía, no debes sentirte culpable por esto, te lo voy a compensar con una excelente cena.

– Ya lo creo, y ya puede ser buena – añadió mi mujer.

– No, da igual, es que quizá me esperan en casa… – dijo Carolina.

– Que no – interrumpí- ahora mismo me pongo en la cocina.

Mientras mi mujer seguía limpiando mis partes con el trapo. No conseguía quitarme el pegadizo semen de mi pene, mis huevos y mis piernas. Tanto roce provocó lo inevitable. Mi pene empezó a hincharse.

Poco a poco iba poniéndose tieso. Observé como Carolina miraba atentamente. Vi como los pezones se le marcaban exageradamente en la blusa. Toda esa situación también debió excitarla un montón a ella. Ver como se insinuaban sus pezones me puso totalmente cachondo.

Mi polla ya estaba preparada para cualquier cosa. Agarré por el cabello a mi mujer, le dije que no conseguiría limpiarme con el trapo y con los dedos, y que lo hiciera con la boca. Le pegué su cara a mi pene, ella me lo cogió con una mano, tiro la piel hacía atrás y se lo introdujo en la boca. Carolina observó todo eso, ya no parecía incomoda sino todo lo contrario, aunque seguía estando roja como un tomate.

Mi mujer se metía y se quitaba la polla de su boca, a veces se la introducía toda y su lengua empezaba a dar vueltas alrededor de mi glande.

La aparté, le susurré, justo para que ella me escuchase y evitando que Carolina me pudiera oír, que quería follarme a Carolina.

Entonces le ordené en voz alta que limpiara la falda manchada a Carolina. Se fue hacía ella arrodillada, gateando. Llegó delante de ella. Carolina de pie pegada contra la pared y mi mujer arrodillada frente a ella.

Mi mujer le cogió la punta de la falda manchada. Carolina intentó apartarse. Mi mujer le animó a que se relajara agarrandola por las dos piernas para que no se moviera.

Forcejearon, incluso se le cayó el bolso a Carolina. Yo aproveché esta situación para desnudarme del todo. Estaba en pelotas y con la polla tiesa. Me acerqué hacía ellas y agarré por los brazos a Carolina. La sujeté fuerte para que no se moviese.

Mi mujer lamió su falda. Carolina seguía haciendo fuerza inútilmente para irse. Hasta que me cansé y la empujé contra la puerta. Aparté a mi mujer. Me pegué a ella. La oprimía contra la pared. Mi pene se estremecía entre mi cuerpo y su estomago bajo el suave tacto de aquella hermosa blusa de seda.

Le dije que dejara de disimular, que sabía que estaba cachonda y que me gustaría follármela y le confesé rápidamente que alguna vez había sido la protagonista de mi masturbatorias fantasías.

A lo que ella no supo que decir, aunque dejó de hacer fuerza, como resignada, pero deseando que continuase. Solté sus brazos, pues ya no podía moverse al estar su cuerpo entre la pared y mi cuerpo.

Entonces le subí la falda hasta que sus caderas dejaron. Unas preciosa braguitas negras de encaje tapaban su sexo. Le separé un poco las piernas, separé un poco las mías también y acerqué a mi mujer, aun de rodillas. Le puse la cara en su coño.

Mi mujer le bajó las bragas y empezó a juguetear con sus dedos en la vagina de Carolina. Judith, mi mujer, dijo que Carolina estaba muy húmeda, que no era necesario que disimulara mas su excitación.

Empezó a lamerla sin piedad. Sentía como los pezones de aquella atractiva mujer se clavaban en mi pecho. Mi mujer empezó a meterle los dedos por el ano a la vez que la lamía.

Primero Carolina se asustó, pero pasada la primera impresión, parecía que le gustase la sensación de tener unos deditos jugueteando en su culo.

Entonces aproveché y acerqué mi boca a su boca, nuestros labios se rozaron y luego nos fundimos en un morreo irresistible, nuestras lenguas se mezclaban, succionaba con fuerza mi lengua, sentía que me transmitía toda su pasión y fuerza.

Noté que sus manos iban recorriendo mis espaldas hasta agarrar fuertemente mi culo. Me hacía mover el culo, por lo que mi pene se frotaba entre mi estomago y el suyo, era como una genial paja. Mis movimientos eran cada vez más intensos, frotaba muy fuerte mi pene contra su cuerpo. Hasta que soltó mi culo y agarró con las dos manos mi pene y empezó a masturbarme.

La situación era muy excitante: Yo de pie con las piernas algo separadas para dejar espacio a mi mujer, empujando a Carolina contra la pared.

Carolina apretada entre la pared y mi cuerpo, con las piernas también algo separadas. Y mi mujer sentada en el suelo, apoyada en la pared, con la lengua en el coño de Carolina, con la mano derecha penetrando el culo de Carolina y con la otra mano masturbándose, de piernas abiertas, metiéndose tres dedos en el coño, parando solo para pasarme de vez en cuando esos humedecidos dedos por mis testículos.

Sentía como Carolina ya estaba excitadísima, sus manos estrangulaban cada vez mas fuerte mi polla. Era toda una experta en el arte de la masturbación, mi polla parecía navegar en un océano de placer.

El suave y esporádico contacto de dos anillos dorados de sus dedos con mi glande era impresionante. Puse mis manos encima de sus pechos, por encima de la blusa. Los manoseaba con la misma fuerza con la que ella me pajeaba.

Desabroché un botón de la blusa, lo justo para poder apreciar como sus pechos parecían estallar debajo del sostén.

Puse dos dedos de una mano por la parte de arriba del sostén hasta llegar a tocar su pezón, el contacto de mis dos dedos helados con su pezón provoco un grito de placer a Carolina.

Con la otra mano hice lo mismo pero con el otro pecho. Sentía como sus pezones aumentaban aun más de tamaño. Los metía entre los dos dedos y los estrujaba a la vez que tiraba de ellos. De repente, Carolina me agarró la polla como si quisiera arrancármela, que daño y que placer me provocó.

– Como te corres guarra – dijo mi mujer.

Carolina empezó a correrse en la boca de mi mujer. Sus pezones parecían flechas afiladas. La fuerza con la que Carolina me agarraba la polla para mantenerse en pie soportando un intenso orgasmo produjo su efecto en mi.

empecé a correrme sin piedad, con un orgasmo que casi cegaba mi vista. Llené las manos de Carolina de semen, al igual que su blusa, su falda que tenia subida, sus piernas, mi propia polla, mis testículos, mi vientre y también la cara de mi mujer. Nos desvanecimos los dos a la vez y caímos muertos de placer en el suelo encima de mi mujer. Me aparté y me estiré en el suelo boca arriba disfrutando de aquel orgasmo y del gran polvo vivido. Carolina quedó sentada encima de las piernas de mi mujer, quedaron frente a frente. Mi mujer, con restos de mi semen esparcidos por su cara que habían caído de mi polla en mi portentosa eyaculación, agarró por las mejillas a Carolina.

– Limpíame la corrida – le dijo.

Y Carolina, ni corta ni perezosa, lamió toda su cara, limpiándole el semen y acumulándolo en su boca, hasta que terminaron morreándose y intercambiándose mi semen.

Ese beso y la propia mano de mi mujer que aun seguía jugueteando con su propio clítoris provocaron en ella un corto pero muy placentero, según sus propias palabras, orgasmo. Así que las dos también se tumbaron a mi lado y quedamos los tres en el suelo abrazados.

Con mi mujer en el medio y con Carolina y yo apoyando nuestra cabeza encima del top ajustado, entre el hombro y el pecho, de mi mujer. Y así pasaron unos 10 minutos aproximadamente. Me levanté y les dije que se sentaran en la mesa que traería algo de comer. Carolina se levantó, se quitó la falda manchada y la blusa, ya que mi mujer propuso lavarla, que se quedaría a pasar la noche y así mañana estaría seca.

Carolina se quedó solo con el sostén puesto, ocultando sus pechos, sin nada mas, solo los zapatos de tacón. Observé su peludo coño. Era muy hermoso. Tenía muy buen cuerpo a pesar de la edad, ojala mi mujer también lo tenga cuando tenga la misma edad que ella. Sentó su precioso culo en la primera silla que había en la mesa del comedor. Mi mujer, mientras, se terminó de quitar los pantalones, quedando descalza, en braguitas y con el top rojo ajustadísimo, sin sostén claro, ya que a mi me gustaba sin sostén, así se le marcaban los pechos todo el día, y era una alegría para la vista, y ahora aun mas, pues el orgasmo aun era reciente y los pezones se les marcaban un montón. Cogió mis pantalones, mi camiseta, la falda y la blusa de Carolina y sus propios pantalones y se fue a ponerlos en la lavadora.

Cuando volvió se sentó en la silla frente a Carolina. Yo estaba en la cocina preparando unos sándwiches. Se los serví junto con una cerveza y me senté en la mesa con ellas y … continuará.

Aquí no terminó ese día, pronto contaré lo que pasó después.

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