Como sea fue que pasé el desconcertante momento de estar hablando con el hombre que apenas minutos antes había estado gozándose a mi mujer, y mientras explicaba sus planes de promoción, intentaba apartar mi vista de aquellas manos que había visto paseando por todo su cuerpo y despojándola de su prenda más íntima para ofrecerle la mejor tarde de sexo que ella hubiera jamás soñado siquiera tener.
Mi marido me llevó a ponerle los cuernos y me gustó. En la cama con mi marido, él suele calentarse si yo le digo que algún hombre me estuvo mirando o me insinuó algo, aunque todo esto era, en su momento, sólo una fantasía para excitarlo.
Durante algunos minutos, le ofrecí al excitado Mario, las suculentas mamadas que, de acuerdo con mi experiencia, enloquecen a cualquier hombre. No tardó nada en correrse en mi boca. Mi lengua, llena de su semen, distribuía sus fluidos a través de mis labios.
Miré el reloj con el espanto sorpresivo que provoca el olvido del tiempo, junté mis papeles sobre el escritorio y a paso acelerado salí de la oficina con algo de nervio y de sueño, en la entrada el guardia de seguridad me despidió con las palabras perpetuas y suaves de siempre y al salir recordé que había dejado el coche tres calles arriba por una pequeña manifestación en la calle de mi oficina.
Descubre la apasionante historia de Carmen, una mujer atrapada entre la rutina matrimonial y el deseo desenfrenado. Un relato erótico donde la fidelidad y el placer se enfrentan en una noche inolvidable.
Llevo varios semestres de mi Universidad con ella estudiando la misma carrera y nos volvimos compañeros de estudio, yo frecuentemente iba a la casa de ella o ella a la mía para preparar los exámenes.
Algo dentro de ella le decía que este viaje sería distinto. Ya estaban en el barco cuando Nena y su marido decidieron pasear por cubierta. Nena sintió como una mirada, de alguien a quien aún desconocía, se clavaba en ella. Se giró y descubrió allí a Nene, que la seguía mirando con descaro.
Éste no se hacía de rogar y le dedicaba a mi esposa las caricias más desvergonzadas, especialmente concentraba éstas en la firme grupa, veía yo cómo se perdía el dedo medio de Lalo entre las rotundas redondeces de Linda y como ella presionaba su culito contra la mano husmeadora, levantando la colita para facilitarle el camino.
Mi mujer y yo siempre hemos disfrutado del placer sexual sin límites, siempre nos complacemos mutuamente, ya les contaré nuestras vivencias más adelante en otros relatos. Esos días no fueron la excepción.
Los días siguientes fueron una verdadera tortura; en las noches mientras estaba acostada al lado de mi marido pensaba en Alfredo, en cómo me había hecho el amor y deseaba que volviera a pasar pero estaba consciente que estaba mal aún pensarlo.
El año no había sido muy bueno, académicamente hablando, y me habían quedado algunas asignaturas para septiembre, por lo cual me pasaba casi todos los días, y incluso algunas noches, encerrado en la biblioteca estudiando cómo un desesperado.
Me cansé de que constantemente me la metiera sin motivación, que se moviera un poco y me soltara su leche cuando le pedía un poco de variación; y me cansé de tal modo que le tuve que ponerle los cuernos, sin proponérmelo…
Todo empezó una tarde de Noviembre cuando me encontraba solo en mi casa, estaba aburrido y no tenía ninguna cita con mujeres esa tarde y tenía ganas de salir a divertirme, el problema era que mis amigos ya habían quedado pero tuve la suerte de que en ese instante recibí una llamada de una mujer la cual me dijo que leyó uno de mis relatos y que quería que la satisficiera sexualmente a cambio de dinero.
Comencé por frotar mi pene en el clítoris de Jane que estaba tumbada en la cama. Luego me follé a la rubia directamente, apoyando mis fuertes brazos a ambos lados. Lo hacía sin condón. Siempre me arriesgo y creo que las mujeres con las que me acuesto ya han tomado las debidas precauciones.
A cada paso que doy mi vestido se mueve ondulante, insinuante al ritmo que marcan mis caderas, exageradas en su movimiento por esos tacones que hacen aún más esbelta mi figura.
La verdad es que poco se puede adivinar de una persona viéndola trabajando, menos aún habiéndola visto apenas 45 minutos, pero Miguel creía que aquella sería la mujer de su vida, de modo que no dudó en llamarla para quedar, eso sí, dejando un margen prudencial de tiempo para no parecer un desesperado.
No sólo por su avanzada edad, en que había que pararle el pene a fuerza de besos y mamadas; sino que encima de eso, había que adaptar el cuerpo desnudo a todas las posiciones ridículas que venían en el maldito libro.