No sentí remordimientos
Últimamente mi marido me tenía muy abandonada.
No era el de antes cuando se la pasaba mimándome constantemente y queriendo hacerme el amor a toda hora.
Ahora prácticamente no tenía sexo conmigo sino de vez en cuando.
Me sentía mal, muy mal y se lo hice notar pero le restó importancia.
No sabía si andaba con otra mujer o yo había dejado de gustarle.
Cuando teníamos sexo parecía que era de compromiso, no había nada de pasión por parte de él.
Los domingos me dejaba sola porque se iba a ver un partido y esa nochecita no era la excepción. Era una de las tantas «viudas del fútbol».
Esta vez me cansé y apenas salió rumbo a la cancha salí tras de él dispuesta a pasarla bien. No sabía todavía si me iba a animar a engañarlo pero tenía toda la intención de hacerlo.
Fui para Belgrano donde hay muchos comercios y mucha gente paseando. Entré en una y otra galería y un par de tipos me dijo alguna que otra grosería pero no les di importancia.
Sin embargo, mientras estaba mirando un negocio de ropa interior se me acercó un hombre ya maduro, de más o menos la edad de mi marido y me sonrió al tiempo que me decía que cualquiera de las prendas que estaban en exhibición en ese local me quedarían bien.
Le devolví la sonrisa y ahí ya no me lo saqué de encima aunque no me disgustaba ello.
Su vos, su rostro y su trato me agradaban, así que le seguí la conversación y estaba dispuesta a todo con él.
Me invitó a tomar algo y entre copa y copa charlamos un poco de todo. Sin quererlo o tal vez sí, le comenté mi situación actual y me tomó de las manos y dijo comprenderme.
Adujo que él también tenía problemas con su pareja y por eso se había fijado en mí, porque no era de andar levantando mujeres por la calle.
Que le parecía una buena mujer, además de bella, lo que me hizo sonrojar, y no parecía ser una de las tantas que andan por la zona a la caza de algún ocasional amante.
Al ratito nomás me invitó a dar una vuelta, lo que dijo con una cautivadora sonrisa y un guiño cómplice.
No pude pronunciar respuesta alguna, solo sonreí.
No cabían reflexiones morales ni sentimientos de fidelidad conyugal.
Pidió la cuenta y abandonamos el lugar tan rápido como nuestra excitación lo exigía.
Sabía que me llevaría a un hotel y no me importaba.
Nos dirigimos a su auto que tenía estacionado a un par de cuadras. Subimos y, con la complicidad de la oscuridad del lugar, nuestros cuerpos se fundieron en un apasionado beso.
Aquél beso nos encendió aún más. Acaricié su pecho como implorando reciprocidad, la que no tardó en llegar.
Tras quitarme el abrigo retiró de mis hombros las frágiles cintas que sostenían mi vestido, dejando al descubierto mis tetas, ya que no llevaba corpiño puesto, las que listas y anhelantes por sentir el roce de sus manos, se erguían en su punta haciendo innegable mi extremo estado de deseo.
Sus manos daban cálido mensaje a mis pechos mientras su aliento recorría mi cuello y mis oídos, llenándome de gran placer.
La parcial oscuridad en la que nos encontrábamos no hacía necesario que cerrara los ojos y lo veía tan excitado a él también que me empecé a humedecer.
Mis manos, agradecidas por el momento que estaba pasando, buscaron su entrepierna para sentir aquella maravillosa carnosidad y fuente de placer que todas las mujeres deseamos.
Como pude, recorrí su cierre para abrirme paso hacia el delicioso destino mientras él, cada vez más ansioso, recorría mi vestido para finalmente despojarme por completo de él.
Ávida de él, acariciaba su sexo por encima de su ropa interior mientras me besaba mis tetas con entrega animal.
Ante la presencia de sus manos por mis zonas erógenas y para facilitarle la tarea procedí a sacarme la bombachita al tiempo que él desabrochó totalmente su pantalón para soltar aquel majestuoso portento, para que mis manos lo apresaran y sometieran a delirante vaivén.
Ya no había marcha atrás. Si había planeado llevarme a un hotel, lo haría después de terminar con la tarea que había comenzado.
La oscuridad del lugar impedía que los pocos transeúntes que pasaban por ahí se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo.
Me sentía incapaz de suspender esta deliciosa escaramuza, así que desplacé el respaldo de mi asiento hacia atrás haciéndole entender lo que quería.
Entusiasmado se abalanzó sobre mí separándome mis piernas y, tras detenerse momentáneamente para colocarse un preservativo, me penetró con incontenible vehemencia.
La furia de sus acometidas no hacía sino elevar mi deleite a niveles mágicos, imposibles de plasmar en palabras.
Su enérgico accionar, hábil y prolongado, era el de un amante diestro y experimentado, como lo había sido otrora mi marido.
Me acordé por un instante de él pero inmediatamente me lo borré del pensamiento y seguí viviendo con intensidad este hermoso momento.
En ese momento ya no nos importaban disimulos o convencionalismos sociales, éramos su cuerpo y el mío entregados al máximo disfrute que mutuamente pudieran darse, lo demás -los ocasionales transeúntes que podían percatarse de la situación- no interesaba.
Finalmente ocurrió. Como si nuestros cuerpos fueran uno, alcanzamos el momento sublime al unísono, estallando nuestras almas en el más sublime placer.
Con pudor, pero sin arrepentimiento. pudimos observar mientras nos vestíamos los rostros de algunas personas que al parecer habían presenciado cada instante de aquellos momentos culminantes, atraídos quizá por el indiscreto movimiento que todo auto exhibe en circunstancias como las que acababan de darse.
Visiblemente preocupado por protegerme de aquella bochornosa situación, Mario, que así se llamaba mi compañero, se apresuró a sacarme del lugar.
El corto viaje hacia el hotel se llenó, ahora sí, de una sensual charla.
Refugiados por fin en la privacidad del acogedor cuarto del hotel, nos dispusimos a poner en práctica todas aquellas actividades que sabíamos o imaginábamos que el otro disfrutaría.
Me abrazaba de atrás y mientras me besaba el cuello con las manos me acariciaba las tetas. Me di vuelta y empezamos a besarnos como desesperados.
No aguanté más y me dediqué a pasarle la lengua por el pecho lentamente, bajando hasta quedar mi boca enfrente de su verga.
No lo dudé ni un instante y me la metí de una en la boca para chupársela como una desaforada calentona (hacía tanto que no mamaba la de mi marido).
Así estuve un ratito hasta que Mario me levantó violentamente y me puso de espaldas a él y me la metió violentamente.
Empecé a gemir tan fuerte que me tapó la boca y así acabé como nunca lo había hecho.
Así de espaldas, sentí como me acababa en la espalda, porque no se había puesto protección.
Me dí vuelta y le di un tremendo beso en la boca y me agaché y me metí su pija nuevamente en la boca. Le chupé los restos de semen hasta dejársela bien limpita.
Nos arrebatamos placer hasta el cansancio para finalmente tumbarnos, agotados pero profundamente satisfechos.
Nos vestimos y le pedí que no me acompañara a casa. Me dejó cerca del lugar que me había encontrado y sin darle mi teléfono le pedí el suyo.
Le dije que cuando me sintiera sola otra vez lo llamaba y creo que lo haré porque la pasé realmente muy bien y me trató como todo un caballero.
No sentí remordimientos por haberle sido infiel a mi marido, al contrario, la pasé muy bien.