Roma
Domingo
Desnuda, abro la puerta del cuarto desde donde había escuchado los gemidos y veo a mi amiga, de rodillas, montando a uno de los italianos, mientras el otro le jala el cabello con fuerza, sodomizándola.
Mientras los miro hipnotizada, el tercer hombre se aproxima detrás de mí, desnudo y con una erección. Aún tengo ansia de más.
— DOS DÍAS ANTES —
Friederike
Roma – Rione Monti
Viernes – 18:12
Kadri, absorta en su teléfono, me ignoró cuando le pregunté si ya casi llegábamos al restaurante el que ella decía era una joya escondida.
—¡KADRI! —grité.
—Ya casi llegamos—respondió sin alzar la vista.
—Llevas diciendo eso por más de una hora
Kadri se rió un poco, seca.
Seguimos caminando.
El ser ignorada me recordó a cómo me siento en casa: en como me ignoran los niños cuando les digo que no griten, que no peleen, que no me busquen todo el tiempo….
En lo mucho que le digo a Javier que necesitamos ayuda… Javier y su manera práctica de ayudar, él quería aligerar mi carga… pero realmente no hacía diferencia en cómo me sentía.
A veces me daban ganas de desaparecer, aunque no sé si él podría seguir manejando el barco.
—Invisible aquí, requerida allá —mencioné.
Kadri levantó la vista del teléfono..
—¿Disculpa?
—Llevamos caminado horas, simplemente tengo hambre, ¿realmente crees que valga la pena?
Me miró un par de segundos, sí me había escuchado antes, su expresión fue suficiente. Dijo:
—No sé si quiero volver el domingo —murmuró.
—¿A Berlín?
—A todo.
Suspiré. La entendía. Pero no tenía energía para empezar a charlar de ello.
—¿Y si en lugar de ir al restaurante nos vamos al hotel? —sugerí.
—Ya lo encontré—dijo ella, ya con un pie cruzando la calle.
La seguí con la mirada unos segundos.
Llevaba una blusa color ladrillo que se le pegaba en la espalda baja por el sudor, unos pantalones ajustados que dejaban entrever la curva de sus caderas. No estaba usando sostén, algo que yo jamás haría y envidiaba la seguridad que ella tenía para hacerlo. Se había cortado el cabello justo antes del viaje, castaño claro y corto estaba ahora cortado justo por encima de la mandíbula, con un flequillo que le caía de lado cuando agachaba la cabeza para mirar el celular.
Tenía esa piel nórdica que no se broncea, solo se enrojece levemente. Y aún así, en Roma, parecía más natural que yo. Siempre pensé que Kadri era más guapa de lo que ella misma creía.
Ella no me esperaría, así que crucé la calle para seguirla.
Friederike
Roma – Via del Boschetto
Viernes – 18:26
El letrero de la tienda era apenas visible, las letras, en cursiva y casi desvanecidas por el sol, eran difíciles de leer, pero parecía ser el nombre y la ubicación coincidía con el mapa.
—¿Es aquí? —pregunté.
—Creo que sí —respondió Kadri, empujando la puerta.
Adentro, el aire era más fresco, aunque olía a aceite, ajo y algo agridulce.
El espacio parecía una combinación de una tienda de productos locales, con varios pasillos a los costados, y un mostrador de comida para llevar. Viendo la pinta de las personas dentro del establecimiento, sí parecía ser una joya escondida. Detrás del mostrador estaba un hombre mayor, con la camisa abierta, absorto en su teléfono.
Ni siquiera alzó la vista cuando Kadri le preguntó:
—Excuse me, is this Trattoria delle due frecce? [[Querido lector, ellas siempre hablan en inglés entre ellas y lo harán con las otras personas del relato, lo doblamos al español para ustedes. Solamente aparece en la conversación con alguien que NO habla inglés con ellas]]
El hombre respondió sin levantar los ojos:
—No inglese. No turisti.
Kadri frunció el ceño y volvió a intentarlo, mostrando el mapa en su teléfono.
—Just… this place? It says right here.
Él alzó la mano en un gesto de hartazgo, como espantando una mosca.
—Dietro. Porta dietro —gruñó.
—¿Qué dijo? —murmuré.
—Algo acerca de una “puerta trasera”, creo… de una forma bastante grosera —respondió Kadri.
—Me doy cuenta de ello
Antes de que pudiera decirle al hombre de lo que se iba a morir, detrás de nosotros se escuchó una voz femenina.
—Scusi, stanno solo cercando il ristorante, va bene? —le dijo al hombre, con voz firme pero sin dureza.
Volteamos a ver una mujer cargando una caja de cartón con dos botellas de vino.
Rubia, quizá de veintitantos, llevaba un vestido blanco sin mangas y sandalias planas. Tenía un aire despreocupado e irradiaba seguridad en sí misma.
Él bufó y volvió a su teléfono.
La mujer se volvió hacia nosotras.
— La entrada a la trattoria está saliendo a la derecha, a través de un callejón; el nombre es similar, por lo cual es fácil equivocarse.
—Muchas gracias —le dije.
—No hay de qué, Roma es así, tienes que luchar por ciertas cosas, pero no tomártelo personal. El restaurante es bastante bueno, lo recomiendo bastante.
Sonrió de una forma que te contagiaba y dicho eso tomó la caja con ambas manos y salió del local antes de que pudiéramos responder.
La miramos mientras cruzaba la calle.
—Vaya, me agradó su actitud. —mencionó Kadri
—Algo me dice que no era italiana. —bromee
—Pero ves, te dije que el Restaurante era bueno. —dijo Kadri antes de salir por la puerta.
Sin más que hacer, y con hambre, la seguí.
Friederike
Roma – Esquilino, Hotel
Viernes – 23:12
Kadri tenía los pies extendidos sobre la colcha, copa de vino en mano. Teníamos las ventanas abiertas y “la ciudad eterna” aún conservaba un leve bullicio de noche de verano. Yo me había quitado el sujetador y usaba solo una camiseta vieja de dormir que me hacía sentir un poco más libre de mí misma.
—Mi voluntad es más ambiciosa que mis pies— comentó Kadri.
—Pero aquí se puede descansar sin gritos de fondo—dije, girando los tobillos para estirarlos—. Aquí puede uno permanecer en cama por la mañana y no preocuparse por preparar el desayuno, temiendo que alguien haya mojado la cama.
Ella no respondió, solo asintió.
—Es diferente. Aquí me duelen los pies. Allá me duelen los días. Todo se junta: los niños, Javier, la casa, los niños, la carga mental, LOS NIÑOS. Siento que si dejo de moverme, todo se cae.
—Lo sé. Has estado así desde que nació tu tercera.
—Y aún así me acabamos teniendo un cuarto.
Kadri dio un sorbo a su copa.
—¿Sientes que Javier no te escucha?
—Sí me escucha… Pero al mismo tiempo no lo hace, es como si entendiéramos cosas diferentes, se le olvidan cosas que para mí son importantes. La presión es bastante para ambos.
—¿Y el sexo?
Reí, pero fue un sonido seco.
—Él sería feliz teniendo sexo todos los días, pero yo no puedo relajarme si hay cosas por hacer. No ayuda que ya no me siento deseada, se masturba demasiado.
—Te entiendo. Con Rico… también tengo dificultades. De por sí casi no nos vemos y cuando lo hacemos, él es todo sensibilidad y palabras bonitas, pero hay una frialdad; no física, no inmediata.
Es más como si él no pudiera… quedarse, como si no quisiera elegirme a mí.
—¿Y tú quisieras que te eligiera?
Kadri se encogió de hombros.
—No lo sé. A veces quiero que se largue y deje de confundirme. Y a veces quiero que me abrace fuerte y me diga que soy su única certeza.
—¿No has pensado ser tú la que se largue?.
—A veces.
Volví a llenar mi copa. El vino ya estaba tibio.
—¿Te sientes deseada? —pregunté.
—No. Me siento… evaluada. Como si él estuviera decidiendo si valgo la pena a largo plazo.
—¿Y tú crees que vales la pena?
Kadri me miró con esa expresión que ponía cuando no quería decir sí, pero tampoco quería decir no.
—No estoy segura. A veces me siento como una copia de lo que fue mi “verdadero yo”, si es que eso hace sentido. Algo parecido, pero más lento, menos fuerte, menos brillante.
—Mis palabras saliendo de tu boca —dije—. No por nada somos amigas.
Kadri soltó una risa de verdad, volteandome a ver a los ojos.
—Hay veces que yo no me aguanto, pero tú siempre estás ahí para mí —me dijo— tú siempre me aguantas.
—Tú siempre me escuchas, solo contigo me siento libre de críticas. –le respondí
—Ya nos está llegando el alcohol.
Reímos juntas abiertamente, por fin.
—¿Última copa? —pregunté.
—Última noche mañana —corrigió ella —. Hagamos que mañana valga la pena.
Kadri
Roma – Galería MAXXI (café interior)
Sábado – 16:32
Después de recorrer el museo MAXXI, pasamos al café adjunto para descansar un poco, habíamos recorrido las salas con lentitud, algo que ambas amábamos. No habíamos hablado mucho, envueltas y protegidas en nuestro silencio mutuo
Friederike había pedido un espresso doble. Yo sentí que el último día ameritaba un vino blanco.
—¿Te sientes lista para regresar a Berlín? —preguntó ella, finalmente rompiendo el hechizo del silencio, mientras agarraba su taza
—No exactamente. Aunque las dificultades me van a seguir ya sea aquí o allá. —sonreí, un poco tarde.
Ella levantó la ceja. —¿Estás hablando de Rico?
—Realmente no lo sé —respondí. Ella no contestó. Suspiré. —Perdón, estoy enfadada. Es nuestro último día y no quiero arruinarlo.
El café estaba medio vacío. Un par de turistas, dos ancianos jugando ajedrez y una pareja al fondo riéndose. Ella era rubia, con un vestido blanco, piernas largas apoyadas en una silla vacía. Él, alto, moreno, cabello oscuro, bien vestido, con una camisa abierta hasta el tercer botón, ambos se veían muy atractivos.
—¿No es…? —empecé a decir.
Friederike giró la cabeza.
—Es ella, la heroína de ayer.
Ella al reconocernos se sonrió hasta con los ojos, una sonrisa amplia y contagiosa. Como si nos hubiera estado esperando. O como si sonriera así siempre.
—¡Hey! —nos saludó, alzando la mano— ¡Las guapas de ayer!
Nos reímos. Ella se levantó, caminó hacia nosotras.
—¿Qué tal? ¿Qué les pareció la Trattoria delle due frecce?
—Estuvo fantástico, la comida mejor —respondí. —Muchísimas gracias por tu ayuda ayer, nos hubiera gustado más agradecerte —añadió Friederike.
—Me pueden mostrar su agradecimiento acompañándome hoy. —Claire apuntó a su mesa, invitándonos a sentarnos, noté una casi imperceptible duda en Friederike, pero ella fue la que respondió:
—-Nos encantaría
Mientras empezamos a caminar a la mesa.
—¿Vives tú en Roma? —pregunté.
—Sí. Desde hace tres años.
—¿De dónde eres? —preguntó Friederike
—Soy americana, de hecho. ¿Ustedes? —Le contestamos que yo era de Estonia y Friederike era de Holanda, aunque ambas vivíamos en Berlín.
Llegando a la mesa, nos presentó al hombre con el que estaba.
—Él es Marcello, mi pareja. Bueno, a veces. Lo importante es que tiene buen gusto para el vino y los amigos, el sí es italiano.
Marcello se levantó extendiendo su mano, sus dedos eran largos, su apretón firme
—No muerde. Bueno, solo si una se lo pide —dijo Claire con una sonrisa que no supe si era una broma o algo a la mitad.
Nos sentamos y mi impresión de Marcello era que no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, lo hacía en voz baja y profunda, algo que aportaba a la conversación, se imponía bastante sin buscarlo. Era joven, o al menos más joven que nosotras. Lo mismo que Claire.
Ellos tenían esa clase de energía que solo ves en personas que tienen una flama adentro, que navegan las dificultades de la vida como si fuera una aventura.
Platicamos por más de una hora y fue totalmente refrescante, eran interesantes y apasionados, me hicieron sentir más ligera, me recordaron un poco a cómo era yo hace 10 años y a las personas que conocía hace 10 años.¿Cuándo cambiaron las cosas?
Estoy segura que Friederike debió tener un sentimiento de nostalgia similar; hace 10 años éramos diferentes.
—Pronto tendremos que irnos, pero vamos a estar en un bar a las 9, en Trastévere—dijo Claire después de un rato—. Un sitio local, tranquilo, buena música, buena ginebra. Vamos a estar con unos amigos, me gustaría mucho que pudieran venir.
—Mañana tenemos que regresar a Berlín y no hemos empacado —comentó Friederike, con una sonrisa cansada.
—¿Hoy es su última noche en Roma? Más razón para que vengan, les prometo que se van a divertir, me gustaría seguir charlando con ustedes.
—Quizá podríamos ir solo un par de horas —dije, y miré a Friederike.
Ella levantó los hombros.
—Quizá vayamos —murmuró.
Claire nos dio el nombre del bar, la dirección y el cómo llegar, ni siquiera lo escribió, lo dijo como si supiera que lo recordaríamos. Poco después se levantaron y nos despedimos.
Los vimos alejarse. Friederike no dijo nada. Yo tampoco, pero pensé que quizá tendría que convencerla en nuestro cuarto de hotel, pero sabía que no sería difícil.
Kadri
Roma – Hotel
Sábado – 20:38
Yo ya me había alistado para salir, pero una plática con Rico se convirtió en una pelea y su último mensaje, antes de no responder más leía:
> “Al menos finge que te importa. Te desapareces. Igual que siempre.”
El tono acusador, la voz escrita de ese colombiano con ese matiz de chantaje emocional. No era la primera vez.
—¡Ese idiota! —dije mientras me paraba de golpe.
Friederike, sentada sobre la cama, levantó su vista de la llamada que estaba teniendo en el celular
—Espera Javier —-le comentó a su marido mientras silenciaba su micrófono—, Kadri, ¿Todo bien?
—Rico es un imbécil —respondí.
Friederike continuaba su llamada mientras yo tomaba mis cosas para dirigirme al baño
—Casi no me dejan escucharte los niños, están gritando mucho
…
—Sí, ya… ya sé. Pero sólo un rato, Kadri quiere mucho salir.
…
—No, no hace falta que me llames después, ya te mando mensaje si pasa algo.
…
—Si, ya es hora de que duerman los niños.
Al entrar al baño, cerré la puerta para darnos más privacidad a ambas.
Me quedé mirando mi reflejo en el espejo. Llevaba una blusa clara y una falda sencilla, ambas piezas correctas, casi neutras. Un poco de maquillaje, el cabello suelto, labios sin pintar.
—Ese idiota— le dije al espejo.
Abrí mi maleta ya empaquetada y busqué entre mi ropa por algo que empaqué para el viaje pero ni siquiera lo saqué.
El vestido oscuro.
Negro, ajustado, con escote amplio y espalda baja.
Durante varios viajes lo “llevé a pasear”, no recuerdo cuándo fue la última vez que lo usé.
Me desvestí sin pausa. El vestido me marcaba la cintura, me abrazaba las caderas.
Me miré en el espejo, empecé a maquillarme un poco más.
¿Qué estaba haciendo? Me sentía un poco nerviosa al pensar que vería a Claire, a Marcello.
Tenía nervios de adolescente ¿Por qué?
—Ya estoy grande para esto. — Le dije a mi reflejo mientras me seguía maquillando.
–
Cuando terminé y salí del baño, Friederike hizo un gesto de impresión al ver mi atuendo y se me quedó viendo expectante, prestándose lista para escuchar.
La mire fijamente.
Friederike era hermosa. Yo sé que decimos eso de las personas que queremos, pero ella era auténticamente hermosa, lo que contrastaba con su deseo de no llamar la atención.
Piel clara, suave, con un tono que parecía siempre fresco; ojos grandes, marrón cálido, profundos sin esfuerzo.
Tenía el cabello lacio, castaño oscuro, que caía sobre sus hombros. Fuera de su anillo de bodas y el de nuestra amistad, no llevaba accesorios ni mucho maquillaje: solo una blusa blanca de lino, ligera, y pantalones color arena.
Nada marcaba su cuerpo, pero todo lo insinuaba, nunca imaginarías que había pasado por cuatro embarazos..
—¿Todo bien? ¿Rico es un idiota, huh? — Me dijo, sacándome de mi trance.
—No hablemos de ese idiota, se nos hace tarde ¿Nos vamos?
—Pero solo un par de horas, recuerda que tenemos un vuelo mañana a las 9— respondió Friederike y añadió:
— Que por cierto, te ves increíble en ese vestido
Friederike
Roma – Bar en Trastevere
Sábado – 21:19
Entramos sin saber bien qué esperar, el bar estaba lleno, pero no abarrotado, definitivamente era un lugar local y tenía alma, personalidad y espíritu propio. Tengo que admitir que me agradó.
Kadri adelante, se notaba determinada, la conocía bastante como para saber que estaba muy emocionada, al avanzar notaba como ella volteaba cabezas.
Esta vez los vimos nosotros a ellos: Claire, realmente radiante como la tarde anterior, sentada al lado de Marcello, sonriendo y charlando con dos hombres que estaban con ellos. Todos ellos eran más jóvenes que nosotros, pero no por tanto.
Uno de ellos —bronceado con cabello oscuro, barba corta y sonrisa ancha— parecía que estaba a la mitad de una broma. El otro —piel más clara, ojos expresivos, camisa negra— era incidentalmente el menos afectado por la broma.
Claire nos vio y se levantó con energía. Nos abrazó como si nos conocieramos a fondo, segura y contagiosa.
—Están guapísimas —dijo, dándole una mirada rápida a Kadri—, te ves increíble en ese vestido.
Nos presentó de forma rápida pero eficiente. El moreno era Sandro, el de la camisa negra Paolo. Nos hicieron un lugar al juntar dos mesas. Kadri se sentó entre Claire y Sandro. Yo terminé a un lado de Paolo y Sandro, enfrente de Claire.
Voltee a ver a Paolo, y me saludó con una leve inclinación de cabeza, y apenas sonrió.
Claire pidió shots para todos antes de que todos estuvieramos sentados, más dos Moscow Mules una para mí y otro para Kadri.
—Brindemos por las nuevas amigas. Que no se vayan temprano, ¿sí?
Yo empecé a protestar pero Kadri me mandó una mirada que me pedía que hoy no.
Los shots llegaron inmediatamente, bastante rápido. Kadri se tomó el suyo con entusiasmo. Yo no tanto.
—¿Los shots no son lo tuyo? —me preguntó Paolo.
—¿Lo son para alguien? —le pregunté de vuelta.
Y relativamente rápido traían los cócteles.
—¿Quizá el Moscow Mule sí lo sea? — respondí bebiendo, me gustaba, pero siento que tenía más alcohol de lo que debería, me hizo cerrar un poco los ojos.
La conversación se dividió pronto. Sandro hablaba con Kadri, y yo un poco con Paolo, Claire alternaba entre todos. Me limité a escuchar, beber despacio, acabé charlando bastante con Paolo. Me preguntó por mi vida familiar, mis hijos, no con lástima, ni con juicio, con curiosidad tranquila. Me sorprendí contándole más de lo que pensaba decir, no porque fuera particularmente buen oyente —aunque lo era—, sino porque no me hacía sentir como madre, ni como turista, ni como una mujer 10 o 15 años más grande que él. Me miraba como alguien entera, incluso si yo no me sentía así.
—¿Y tiempo para ti? ¿Lo encuentras a veces? —me dijo en un momento, sin cambiar el tono.
—Estoy aquí en Roma, ¿No? —respondí.
Él sonrió ampliamente y dijo —Y eso me alegra bastante, así pudimos conocernos.
Conforme la noche avanzó, noté que Kadri reía con Sandro, tocando su brazo. Ellos estaban separándose del grupo, ignorando el resto. Pero todo esto me parecía bien, la veía con sus hombros relajados, su risa abierta. La miraba de reojo.
Quería que lo pasara bien.
“Rico es un idiota” dije para mis adentros
Al estar terminando mi bebida noté que Kadri estaba terminando su segunda por lo que vi la hora del celular. 22:26.
Me acerqué a Kadri, hablándole al oído.
—Quizá ya es momento de irnos, tenemos que madrugar.
Ella me miró. En sus ojos había un brillo diferente.
—¿Dijimos un par de horas, no? Apenas llevamos una, aparte mirá lo que trae Claire
Volteé y Claire tenía 2 bebidas en las manos que nos puso enfrente a mí y a Kadri. ¿Cómo sabía esta mujer que me gustaban los Moscow Mules?
Lo estaba pasando bien y el alcohol me estaba relajando, quizá Kadri tenía razón. Aparte ella la estaba pasando fenomenal, solo un poco más.
Además Claire se me acercó a charlar con esos enormes ojos, es como si su actitud fuera una clase de droga que me encantaba tomar.
Y yo, después de todo… yo no quería volver al hotel a leer un mensaje de voz de Javier sobre los niños no queriendo dormir.
Asentí.
–
Me estaba divirtiendo bastante, charlando con Paolo de temas que me apasionan y él me hace sentir escuchada, él me hace sentir realmente escuchada, me perdía un poco en sus ojos.
Fue en este momento que Sandro, Kadri y Claire empezaron a hablar de ir a un segundo bar, un “bar secreto”
Volteo a ver la hora y son las 23:40
Kadri me ruega que vayamos, que no quiere ir sola y ya estoy lo suficientemente alcoholizada como para ignorar lo difícil que será despertarnos mañana.
Creo que si no la estuviera pasando bien, habría ofrecido más resistencia. Pero me agrada charlar con Paolo, con Claire. Kadri se está riendo como no lo ha hecho en años. Rico es un imbécil entonces me haré de la vista gorda si se besa con Sandro.
Miro a Kadri y le recuerdo:
—Nuestro avión sale a las 9
—Lo sé —me contestó —. Vamos a subir crudas al avión.
Friederike
Roma – Calles del Trastevere
Sábado – 23:56
Al caminar, me di cuenta de que ya estaba borracha; no podía caminar recto.
Marcello caminaba delante; yo, en medio de Claire y Paolo, caminábamos detrás de él. Detrás de todos venían Kadri y Sandro.
—¿Cuánto falta para este «bar secreto»? —pregunté, intentando sonar sarcástica.
Claire me respondió:
—Tres esquinas. Y media copa.
Se escuchaba a Kadri reír con Sandro detrás. Volteaba a verlos y veía cómo usaban cualquier excusa para tocarse el brazo, el hombro, la cadera. En un momento específico, creí escuchar un beso, pero no quise voltear.
Cuando estábamos cruzando el Tíber, Claire empezó a hurgar en su bolso y sacó dos cápsulas pequeñas.
—Yo ya tomé una más temprano, ¿quieren? —Se dirigió a Kadri y a mí.
Me sorprendió lo rápido que Kadri se la tomó sin preguntar.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Es algo como MDMA, te ayuda a pasarla bien —Claire me respondió—. Te lo prometo.
Yo la miraba con incredulidad.
—No te la tienes que tomar, quédate tú con ella, ten —añadió, tomando mi mano y poniendo la pastilla en mi palma—. Llévatela a Berlín si quieres.
La examiné un rato y la metí en el bolsillo del pantalón.
Paolo se inclinó para decirme: —No tienes que tomarla si no quieres, no te sientas presionada, aunque es inofensiva.
Me dio seguridad que validara mis dudas.
Una hora más, una hora más y arrastraría a Kadri de vuelta al hotel.
Friederike
Roma – Bar Secreto
Domingo – 00:26
Empezaba a perder el control de mi persona, no podía recordar bien las cosas ni hilar secuencias, no tengo la certeza de cuándo llegamos al lugar, no recordaba el momento en que entramos.
El Bar secreto era un sótano con iluminación baja, luces rojas. Gente bailando en la pista, sombras y siluetas. Una barra en un extremo, un DJ en el otro y un par de sillones al fondo.
Y calor; el calor, la humedad, los cuerpos en cercanía.
Nos sentamos en unos sillones y creo recordar que tuvimos dos rondas de shots, después una cerveza apareció en mi mano, no recuerdo si fui yo quien la compró o alguien lo hizo por mi, en cierto punto queríamos bailar, incluso yo.
Kadri salió a bailar con Sandro y creo que yo salí con Paolo.
No recuerdo cuándo ya no vi a Claire, Marcello también desapareció y no aparecería… sino hasta después.
En la pista creo que Paolo estaba cerca, pero no lo recuerdo del todo, yo quería moverme y echarle un ojo a Kadri, ella y Sandro se movían como si estuvieran solos.
Kadri pegando su espalda sobre Sandro, él con sus manos sobre sus caderas, sus muslos, besándole el cuello.
Ella cerraba los ojos, se reía, le tocaba el cabello.
Parecía otra.
Yo seguía bailando y en el momento en que me acabé mi cerveza fui a comprar otra echándole un vistazo a los sillones en los cuales llegamos originalmente, tuve un momento corto de pánico al no encontrar a nadie, me latía el pecho.
Me levanté de nuevo a buscar a Kadri, a Paolo a Sandro… ya no podía ver a nadie.
Miré hacia los costados. Nada.
Fui hacia el pasillo de los baños, una pareja se besaba contra la pared, otra reía. Busqué abriendo los baños sin éxito.
Seguí buscando y al final del pasillo había una puerta que estaba entreabierta.
La crucé y doblé una esquina.
Y ahí los vi.
En un pasillo estaba Kadri, de rodillas, con el miembro de Sandro en su boca, sus manos detrás de la espalda en señal de sumisión.
Sandro tenía fruncido el ceño, el cuerpo tenso, una mano acariciando su cabello.
No sé cuánto tiempo me quedé ahí, pero ninguno de los dos me vio. Sin saber qué hacer, me quedé quieta… un calor entre las piernas se empezó a expandir al resto del cuerpo, sentía algo más que shock, ¿curiosidad? ¿envidia?
Era… Sed.
Alguien estaba detrás de mí.
Sin asustarme, giré mi cabeza, era Paolo, de alguna forma sabía que era él. Él también los estaba viendo. Me toma de la cintura y pega su cuerpo con el mío, nos vimos a los ojos. Le sostuve la mirada, desafiándolo.
Luego… me besó.
Lento. Seguro.
Respondí.
Por unos segundos, lo hice.
Su mano empezó a bajar por mi cintura, mi cadera, agarrando a mano abierta una de mis nalgas mientras me acercaba, haciendo que yo notara su erección.
Lo aparté con suavidad. Bajé la mirada.
Huí al baño.
Friederike
Roma – Baño del bar
Domingo – 01:07
Una luz roja iluminaba el pequeño baño unisex en el que me había metido, abrí la llave del agua y la dejé correr, mientras la puerta se movía con los bajos de la música del lugar.
Mojé toda mi cara, me apoyé en el lavamanos mientras miraba fijamente a mi reflejo tratando de recuperarme. Tenía una voz corriendo por mi mente.
Mis ojos… más oscuros de lo habitual.
«No deberías estar aquí»
Pensé en Javier, en mis niños. Yo no debería estar haciendo esto.
“Eres una mujer casada”
En ese momento la imagen de Kadri arrodillada entra a mi mente y me quema. El beso de Paolo, que yo no quería que se detuviera.
“Amas a tu esposo, es un buen marido”
Me seguía mojando la cara y trataba de controlar mi respiración, pero la sed no se iba.
“Te mereces una noche como ésta”
El deseo iba en aumento.
“Paolo te desea”
Metí la mano en el bolsillo y sentí algo.
“Tú lo deseas”
La pastilla que me había dado Claire.
“Quiero sentir algo”
Cierro el agua y abro la puerta.
“Nadie se tiene que enterar al volver a Berlín”
Paolo estaba afuera esperándome, mi cuerpo pidiéndome que me rinda ante este italiano, al verlo me tomo la pastilla sin pensar y me la trago tomando un poco más de agua
Cerré la puerta tras de mí.
Paolo esperaba.
—¿Kadri? —pregunté.
—Ya se fue con Sandro, a un piso aquí cerca
Me acerqué y lo besé, un beso largo y con hambre. Lo apretaba con mis manos.
Después del beso le dije:
—¿Hay lugar para nosotros? Llévame al piso.
Él me tomó de la mano y nos dirigió a la salida del Bar.
Friederike
Roma – Un piso en Roma
Domingo – 01:32
No recuerdo nada del trayecto, recuerdo que nos besamos tan pronto entramos al edificio. Él subió sus manos por debajo de mi camisa, mientras yo metía las mías dentro de su pantalón, acariciando finalmente su miembro. Estaba lista para arrodillarme cuando él me tomó de la mano y subimos las escaleras.Todo fue una bruma.
Lo que sí recuerdo con claridad fue el momento en que Marcello abrió la puerta del piso, lo vi sonreír ampliamente por primera vez, entramos a través de un pasillo corto qué daba a un salón amplio, desordenado. Cojines, ropa, copas vacías.
Kadri estaba arrodillada haciéndole una mamada a Sandro que estaba sentado en un sillón, ella ya tenía los pechos desnudos, la parte superior de su vestido en su cintura. Me vio y me sonrió, como si estuviera feliz de que hubiera llegado.
Marcello se sentó en una silla cerca de una mesa donde estaba fumando y bebiendo, estaba disfrutando del espectáculo…
A Kadri no le importaba que la vieran… me di cuenta que a mí, en este momento, tampoco me importaría
Sentí a Paolo detrás de mí, el calor de su cuerpo detrás del mío, el magnetismo de su miembro erecto detrás de mis nalgas.
—¿Estás segura que quieres quedarte? —Me preguntó
Lo miré, volteé a ver a Kadri, había parado de darle la mamada a Sandro, y estaba a la expectativa de lo que haría.
Me quité los zapatos, me arrodillé ante Paolo y le abrí el pantalón.
Kadri
Roma – Un piso en Roma
Domingo – 08:23
Desperté con un tambor latiendo en mi cabeza acompañado de un dolor intenso, de mis sueños seguía escuchando un sonido rítmico, golpes, gemidos, sonidos de cuerpos succionando, de piel chocando. Sonidos de sexo.
Tenía nausea y el cuerpo entero me dolía: piernas, abdomen, brazos, senos… mi sexo.
Entre las piernas sentía una mezcla tibia de ardor y vacío. Me costaba respirar hondo.
Abrí los ojos.
Estaba desnuda sobre un colchón que desentonaba en la sala, alguien debió haberlo traído durante la noche. Marcello dormía a mi lado, boca abajo. Desnudo también, con visibles marcas rojas en su espalda, arañazos recientes, marcas en su cuello.
Sonidos de sexo en mis memorias difusas.
Desorientada volteo alrededor y veo que la sala tenía huellas de la noche anterior, ropa revuelta, una mesa con varios vasos, botellas de cerveza, de vino espumoso y manchas secas en el piso. El cuarto se sentía húmedo y ligeramente sofocante; olía a sudor seco, licor y algo más… algo denso y vivo. Al no ver mi ropa me vestí con una playera que vi en el piso, la de Paolo.
Mis memorias estaban confusas, seguía escuchando sonidos de sexo en mi cabeza… ¿Qué pasó anoche?
La puerta del baño estaba abierta con la luz prendida y el grifo abierto. Mis náuseas se incrementaron y me dirigí con urgencia adentro, el vómito me quemaba la garganta como si fuera ácido de batería, pero al terminar y después de tomar mucha, mucha agua, me siento ligeramente mejor.
Me doy cuenta que los sonidos de sexo no vienen de mi cabeza, me asomo a la sala y me doy cuenta que provienen de un celular sobre una mesa junto a la pared conectado al cargador, tocando un video en loop. Identifico mis gemidos, los de Friederike.
Me acerqué y tomé el celular sin pensar, y miré.
Friederike y yo en primer plano, desnudas.
El ángulo era bajo, torpe.la imagen temblaba; los bordes, borrosos. La iluminación era pésima, con destellos de flash intermitentes que saturaban la escena. Pero era claro lo que pasaba
Nos estaban follando lado a lado, nuestros cuerpos brillaban empapados de sudor Yo tenía el cabello pegado a mi frente, los ojos cerrados. Friederike veía a la cámara con una sonrisa.
Sandro estaba detrás de mí. Paolo detrás de ella.
El miembro de Marcello apareció en la cámara frente a nosotras, y al yo verlo en el video me asombro ante su tamaño, es quizá el miembro más grande que he visto en mi vida, Friederike y yo lo tomamos con nuestras manos y aún sobresale.
Empezamos a devorarlo con ansia, Friederike lo tomaba con los labios y yo me inclinaba a besar la base, lamiendo de abajo hacia arriba, Luego, lo tomaba yo en mi boca y ella empezaba a lamer los testículos, chupandolos.
Friederike seguía viendo a la cámara directamente, sentí como si me viera a mí, viendo el video, con los ojos húmedos, el rostro enrojecido, y ese gesto —ese leve temblor en la barbilla que no era dolor— sino deseo.
De pronto, Sandro, sin interrumpir su ritmo, voltea a ver a Paolo golpeando ligeramente su codo con el suyo.
Cuando Paolo lo ve a los ojos, Sandro asiente como si le preguntara algo a lo que Paolo asintió, afirmativamente.
Ellos se salen de nosotras y cada uno toma el lugar del otro, Paolo atrás de mi, Sandro atrás de Friederike. En el video, yo, al darme cuenta de lo que está por suceder, entro en breve pánico, volteo a verlos a todos frenéticamente, a Friederike, a Paolo, a Marcello, a Sandro, a Friederike nuevamente, todo en una fracción de segundo. El pánico deja mi cuerpo y acepto lo que viene tan pronto Paolo agarra mis caderas.
Friederike, en cambio, lo único que hace es intensificar la felación que está haciendo. Diría que no la reconozco, pero no me reconozco a mi misma.
Paolo entra lentamente y en mi rostro se puede ver el momento en el que me penetra. Sandro le da una nalgada a Friederike la cual la hace sonreír, la penetra sin preámbulo y sin consideración, ella cierra los ojos y empieza a mover sus caderas, está totalmente dominada por el deseo…
El video acaba y vuelve a empezar solo
Me quedé estupefacta… no tenía recolección de todo esto. No del todo…
¿Qué otras cosas sucedieron?
¿Qué otras cosas fueron grabadas?
Deslice mi dedo sobre la pantalla para ver qué otras cosas había capturado el celular.
——
Una imagen
Mi rostro en primer plano chupando un miembro, el de Marcello, supongo, mis labios están alrededor de su sexo, con una hilera de saliva o semen cayendo de mi boca.
Y no era aparente, pero se veían las manos de alguien sujetándome de las caderas, penetrándome.
Avancé.
——
Imagen. Esta vez desde atrás.
Mí trasero desnudo y el de Friederike, ambas en cuatro, una al lado de la otra, nuestros sexos, expuestos y visibles en la foto.
Nuestros cuerpos desnudos mojados de sudor, brillando bajo la luz del flash.
Las marcas en nuestras nalgas eran visibles, frescas, líneas rojas atravesando la curva de los glúteos. Friederike tenía una notable impresión de una mano.
Me ardían las mejillas. Pero no era vergüenza.
Eran los recuerdos regresando y lo que ello en mí provocaba.
——
El siguiente video se reprodujo con un sonido saturado.
Esta vez aparece el rostro de Friederike con un miembro en su boca, pero yo estoy a su lado con otro en la mía, no sé a quién tenemos cada una en la boca, ambas arrodilladas lamiendo con un apetito inusual en nosotras.
Marcello, grabando le pregunta a uno de ellos:
—¿Cambiamos?
Friederike levantó la cabeza y con una sonrisa de niña traviesa dijo:
—A mi me hace falta probar a Paolo, quiero probar todos los sabores.
Provocando risas de los hombres e incluso me saco una sonrisa ahogada mientras yo engullía el que ahora asumí era Paolo.
——
Video
La cámara la tiene un hombre y enfoca como su miembro está penetrando a alguien en cuatro, se alcanzan a ver sus manos atadas detrás de la espalda con una corbata. Es Friederike, la reconozco por sus uñas.
La penetración, la carne chocando, el miembro, saliendo y entrando con rapidez.. Es una secuencia hipnótica.
¡Me doy cuenta que no está usando condón! Trato de recordar pero mis memorias no son confiables, detecto un hormigueo en mi sexo.
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Video
Friederike está siendo penetrada y me está comiendo, yo frente a ella, con las piernas separadas Estoy acostada en el colchón de la sala, con mi torso ligeramente erguido tomando en mi boca a uno de los hombres, con mi respiración agitada.
Friederike tiene su lengua en mi sexo y su mano derecha dentro de mí… por mis gemidos lo está haciendo muy bien, yo sigo teniendo mis labios en el sexo de uno de los hombres pero llega un punto en el que dejo de hacerlo, mi respiración se agita más, me cambia la expresión… ¡Me estoy corriendo!
En ese momento, el hombre penetrándola, no sé quién, la toma de las caderas y aumenta su ritmo, con más fuerza, haciéndola gemir contra mí. El temblor en mis muslos era visible incluso en el video. Mis manos se aferraban a su cabello, y mi rostro era… era algo que no había visto en mí antes.
——-
Video
Yo aparezco apoyada sobre el colchón de frente con mi espalda arqueada, el cabello pegado a mi cuello. Estoy alzando las caderas y respirando fuerte.
Marcello detrás de mí, desnudo pone algo en sus manos y las introduce dentro de mí, las pone sobre su miembro erecto. Me tenso en el video y me tenso al verlo, asumo que es lubricante.
Marcelo se levanta, haciendo que su miembro erecto se tambalee y se pone detrás de mí, me agarra de las caderas y flexiona las rodillas. Me pregunta:
-¿Estás lista?
Yo asiento con la cabeza y digo algo parecido a una afirmación.
La persona grabado dice:-Vamos Kadri, tú puedes.
Friederike está grabando, Friederike graba el cómo me van a romper el culo.
Afianzado de mis caderas Marcello entra lentamente y se puede ver como al inicio se contraen mis hombros, pero, poco a poco, me dejo ir. La respiración cambia. El empieza a bombear y el sonido se vuelve más áspero. En algún momento agarro las sábanas del colchón y suelto un gemido largo. No se oye mi voz. Solo se siente.
Friederike, grabando, le dice algo a alguien más, no logro entender qué.
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Video
El siguiente video inicia sin preámbulos ni preparación y me quedo de una pieza, dejo escapar un gemido de incredulidad al ver las imágenes en el celular.
Estoy en el centro del colchón, siendo usada por los tres hombres al mismo tiempo. Estoy montando a Marcello de espaldas a él, flexionando las rodillas mientras él me sostiene de la parte baja de la espalda y me penetra por el ano. Paolo está frente a mí, sujetando mi cintura y enterrándose en mi sexo. Sandro me toma de la cabeza mientras usa mi boca de una manera que se ve violenta.
Estoy de rodillas, completamente entregada, el cuerpo empapado en sudor, las manos aferradas al colchón, mi cuerpo entero en movimiento. Lo estoy disfrutando.
Paolo me lame los senos, y yo, sin dejar de chupar, cierro los ojos y gimo con fuerza.
—Vamos Kadri, ¡Dálo todo!
Friederike se acercó con la cámara. El enfoque era casi cruel. Mi rostro completamente entregado. Rojo. El cabello mojado sobre los pómulos. Las mejillas brillando de saliva y otros líquidos. Los labios estirados por el esfuerzo. La mirada perdida entre placer y desfallecimiento.
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Video
Cuerpos, Marcello está arriba de Friederike que le está encajando sus uñas en la espalda, Sandro me tiene a cuatro patas. Una al lado de la otra en el centro del colchón con la piel sudada, los muslos marcados, mis pechos visiblemente moviéndose con cada embestida. Y los sonidos rítmicos y gemidos de una orgía.
Friederike dice:
—Estoy cerca
Y yo respondo
—Yo también
Marcello y Sandro se cruzan una mirada, como si fuera un reto. Como si quisieran ver quién nos llevaba más lejos.
El ritmo cambia, aumenta. Se vuelve brutal, coordinado sin querer. Mis manos se hunden en el colchón. Los brazos me fallan. Mis muslos empiezan a temblar.
Empiezo a chillar y súbitamente me aferro al brazo de Sandro, que aún sostiene mi cadera..
Friederike grita:
—¡¡Me corro!!
Friederike se corre primero. El grito es ronco, se araña la espalda de Marcello y enrosca sus piernas alrededor de él.
Yo no tardo. El video muestra claramente el momento en que mi espalda se curva como si me rompiera desde dentro. Las caderas me tiemblan tanto que Sandro tiene que ayudarme a caer sobre el colchón. Su miembro sale de mi con un ruido de descorche y adquiere un movimiento pendular.
Recuerdo eso. Recuerdo ese orgasmo.
Las memorias vuelven.
Deslizo mi dedo para lo que sigue
——-
Video
Estamos en la misma posición que el video anterior, Friederike boca arriba en el colchón, Marcello la follaba apasionadamente, la cabeza de ella visible por arriba de su hombro.
El tenía una mano arriba de su cabeza para ayudarse a penetrarla y ella se aferraba en su espalda, sus hombros.
A un lado de ellos Sandro me tomaba con fuerza a cuatro patas, tomándome como si aún no fuera suficiente.
Ambos acelerando sus embestidas.
Y fue Marcello el que habló primero. Un susurro ronco:
—Me voy a correr….
Sandro apenas segundos después:
—Yo también…
Friederike no dijo nada. Pero en el video se ve claramente su respuesta: ella al oír eso, lo abraza con las piernas y empieza ella misma a mover las caderas. Se arquea hacia él. Besándole, mordiéndole la oreja
Yo… yo sí hablé. Mi voz apenas se escucha. Pero se distingue:
—Dentro… córrete dentro…
Marcello se entierra completamente en Friederike. Se estremece con un alarido ella aún sujetándolo con ambas piernas.
Sandro sigue unos segundos más. Lo siento en mi cuerpo solo con verlo. Cuando termina, me da varias nalgadas bastante fuertes y sale de mí cayendo para atrás dejando un hilo grueso de semen colgando entre mi vulva y su glande.
Los dos hombres empiezan a respirar lentamente. El video termina sin palabras.
—-
Una imagen más.
Yo. Sola.
El ángulo era desde los pies, inclinado. Se veían mis piernas abiertas, una pierna estirada y otra doblada, descansando sobre el colchón revuelto. Mi torso desnudo, el cabello pegado a los hombros. El sudor aún brillaba en mi clavícula. Los ojos cerrados. La boca entreabierta.
El rostro decía cosas que no había querido decir en voz alta: cansancio, vergüenza, y un placer que aún me hacía estremecer.
Un hilo espeso de semen descendía desde el centro de mi sexo, lento, deslizándose hacia el colchón.
Nunca usaron condones.
Me quedé mirando la fotografía congelada.
No sé cuánto tiempo me quedé en trance viendo esa fotografía cuando, pero me di cuenta que el sonido seguía; el sonido de sexo, a pesar de que lo que veía era una foto.
No era el video, no eran mis memorias.
—
Los jadeos, el golpe rítmico, la voz, una voz que conocía, se escuchaba, saliendo más allá de la puerta que daba al pasillo.
Me di cuenta que Friederike, Sandro y Paolo no estaban.
Me incorporé, lento.
La puerta que daba a un cuarto estaba apenas entornada y la abrí
Friederike, sobre la cama de rodillas, montando a Sandro mientras Paolo la sodomizaba, jalando su cabello.
Los tres con un apetito insaciable, moviendo sus cuerpos, con gemidos apagados. Friederike con una expresión que no puedo leer en su rostro, como si aún quedara algo por quemar.
Y yo…
Yo me quedé en la puerta.
Observando.
El corazón me latía en la garganta.
El calor… volvía. Aún quedaban cosas por quemar.
Me asusté al notar una mano sobre mi cadera, volteé a ver a Marcello detrás de mí.
Me miraba a los ojos, bajé mi mirada y pude ver qué se estaba poniendo erecto, al subirla vi como me seguía viendo a los ojos, preguntándome algo con la mirada.
Y yo le asentí.
Me tomó de la nuca y me llevó al borde de la cama e hizo que me arrodillara
Entró lento. Como si mi cuerpo aún estuviera preparado para él.
Volteé a ver a Friederike que me estaba observando y al cruzar miradas, me sonríe y me dice jadeando.
—Vamos a perder el vuelo.
Mis labios se entreabrieron como para responderle, pero no dije nada.
Marcello me empujó hacia adelante, sintiendo mi espalda ceder y mi piel pegarse al sudor del colchón…
Lo dejé entrar más.
Lo dejé todo.
2 meses después.
Berlín
Domingo – 01:28
Friederike se levantó sin hacer ruido, tratando de no despertar a Javier. Caminó al baño, encendió la luz del espejo.
Kadri estaba en la oscuridad de su cuarto, con la pantalla de la laptop iluminando su torso desnudo.
Friederike se quitó la camiseta, se miró el cuerpo sin juicio.
Se pasó la toalla húmeda por el pecho, entre las piernas.
Como quien seca algo invisible.
Kadri hacía clic. Video tras video. Buscando algo que no existía en ese sitio. Que no existía en ningún lado.
Nada tenía la sustancia, lo que ella necesitaba para sentir lo que sintió en Roma.
Friederike cerró los ojos. No se tocó.
Solo se sintió.
Como si algo en ella aún gotease por dentro.
Kadri apagó la laptop. Se quedó en el cuarto oscuro con las piernas dobladas, las manos vacías.
Friederike tuvo el deseo de hablar con alguien, conectar, pensó en Kadri, tomó su teléfono.
Kadri tomó su teléfono y abrió su app de citas, se puso a responder mensajes. Recibió un mensaje:
> “¿Cuándo volvemos a salir de viaje?”
La sed.
Roma
Domingo – 01:47
En un cuarto iluminado por el resplandor de una televisión, Claire está montando a Marcello frenéticamente sobre una alfombra gruesa, desnuda, gimiendo. Su cuerpo entero se mueve rítmicamente. En la pantalla, un video avanza: Friederike arqueada sobre un sofá, tomada con violencia por Paolo; frente a ella, Kadri le sostiene la mirada a Sandro mientras él le folla la boca, sujetándole la cabeza con ambas manos… Las dos mujeres se miran de reojo, sudorosas, la…
Claire se acerca al clímax cuando las mujeres en la pantalla comienzan a hacerlo.
—¡Me corro, me corro!—grita
Se corre cuando ellas se corren. No antes. Nunca antes
—
Después, recostada, con la respiración descompuesta, Claire descansa mientras Marcello la observa.
Los gemidos de Friederike y Kadri siguen sonando desde el televisor.
—Las putas de Berlín… son oro puro —dice Claire, mientras sus dedos acarician aún su propio muslo.
Se endereza de golpe, con los ojos abiertos como si acabara de recordar algo.
—Quiero hacerlo otra vez. Pon el otro, ya sabes cuál.
Marcello ríe. Se inclina hacia la computadora conectada al televisor, su erección balanceándose.
Claire se acerca y se la mete en la boca.
La pantalla se oscurece y cuando regresa el brillo de las imágenes son otros cuerpos, otros gemidos.
Dos mujeres en una orgía, siendo tomadas salvajemente.
Una de unos cuarenta y tantos, la otra muy joven, quizá 19, ambas desnudas, de piel clara, la mayor castaño claro, la menor casi rubia, labios gruesos, ojos amplios. Es evidente que comparten la sangre, el parecido es perturbador. La mayor tiene los brazos tensos, se aferra al borde de un colchón; la joven está en cuatro, el cuerpo temblando a cada embestida. No se hablan, no sonríen, solo gimen; con los ojos húmedos, las mejillas coloradas de vergüenza y lujuria entrelazadas.
La cámara se mueve y el rostro de Marcello aparece, está detrás de la mayor. Su cuerpo tenso, sus manos marcadas en las caderas de la mujer. Otro hombre, penetra a la joven. Hay otro tercero con la cámara, riendo bajo.
—¿El ser puta es de familia? —pregunta el de la cámara, casi riendo.
Entonces, justo cuando la mayor empieza a tensarse, a gemir con más fuerza, una mano entra en plano. Toma con firmeza la cabeza de la joven y la gira, forzándola a mirar.
—Mira a tu madre mientras se corre —dice una voz grave, como una orden.
La joven obedece sin decir nada. Su rostro queda fijo en el de su madre, que se arquea, con un gemido que se convierte en un grito, temblando, con la boca abierta. Los dedos de la hija se aferran a las sábanas, el cuerpo a punto de seguirla.
Marcello ya está detrás de Claire, los ojos de ella absortos en la pantalla, su expresión desfigurada por el placer, a punto de correrse otra vez.
En la pantalla, la hija se muerde el labio, el sudor cae por su clavícula. El hombre detrás de ella acelera, la madre, aún jadeando, empieza a recibir chorros de semen en la cara.
–FIN–
Buen día queridos lectores.
Este es mi debut y quizá sea el único que escriba (depende de la respuesta). Lo escribí porque como dice por ahí, está basado en hechos reales y tenía la historia en la cabeza. ¿Pasó todo esto exactamente como lo describo? No, claro que no. Pero aunque cambié nombres, datos, ciudades y nacionalidades hay bastante que es cierto. Tengo por ahí una foto de cómo se verían las protagonistas (no son ellas, pero es una buena aproximación, gracias a ciertas herramientas tecnológicas que ya existen).
Me gustaría mucho escuchar de ustedes. Tengo otra (1) idea de otro relato, pero terminar este requirió mucho de mi tiempo (más de lo que había pensado originalmente) y acabó siendo mucho más largo de lo que me hubiera gustado. Pero si hay UNA persona a la cual le guste mucho, habrá valido la pena. Si existe por ahí una comunidad específicamente para contenido de infidelidad, quizá un grupo de telegram o algo así, me encantaría escucharlos.