El don de Carlos
Me llamo Rebeca y tengo 32 años. Estoy prometida y me caso con Raúl dentro de unas semanas.
Esto que cuento me sucedió hace muy poco y no sé cómo ocurrió, fue cuando él estaba escayolado.
Como no podía bailar, me sacó a bailar Carlos, uno de sus mejores amigos.
Todo iba bien hasta que noté que se había empalmado.
Yo estoy buena, pero no estoy acostumbrada a «levantar» pasiones.
Además, vestía de lo más recatado con una falda negra con una abertura en el muslo y una camisa bajo la cual tenía otra camiseta blanca de tirantes.
El bulto que se notaba estaba muy caliente. Bromeé con él porque no parecía muy avergonzado.
– ¿Te parece bonito? Estoy buena, pero sólo estamos bailando salsa…
– Perdona que te haya molestado. No lo puedo evitar, pero la culpa es tuya…
– ¿Mía? Pero si bailo fatal.
– No es el baile… Prefiero no contártelo porque te vas a reír.
– Ya me estoy riendo porque me hablas al oído y me haces cosquillas…
– Me he empalmado porque tú no estás totalmente satisfecha sexualmente. Supongo que será porque Raúl está con la pata coja y no podéis follar como debéis.
– ¿Qué has bebido hoy, cielo?
– Te estoy hablando en serio, Rebeca. Mi polla es como un detector de mujeres frustradas. Es un don que tengo, como hacer disfrutar a las mujeres como no se pueden imaginar.
No sabía cómo tomármelo, pero parecía que hablaba muy en serio.
– ¿Estás tratando de enrollarte conmigo?
– No, joder. Te digo la verdad. Si te quieres ir, vete. Tengo el don de hacer gozar a las mujeres. Si no, no estarías tan mojada, Rebeca.
-¿Estás idiota? ¿Por hablar contigo mientras bailo me voy a mojar?
-Compruébalo tú misma…
Me picó en la curiosidad, me aproximé a Carlos y me metí la mano en la abertura de la falda, dejando a un lado el tanga y me toqué la vagina.
Estaba empapada. No lo entendía, pero un calor recorrió mi cuerpo, concentrándose sobre todo en mis pezones…
– ¿Has visto? Nuestros sexos son más inteligentes que nosotros… Pero no creas que te voy a pedir que vayamos a los baños a desfogarnos. Ya te he dicho que me gustaría hacerte disfrutar y para eso necesito más tiempo…
Me sonreí y le dije que mañana se iba Raúl a quitar la escayola y estaría toda la mañana fuera.
Se lo dije en broma. O medio en broma. «¿Te atreves a venir?». No contestó. Volvimos a la barra.
Ahora estaba muy excitada, pero Carlos siguió bailando. Me fijé en su paquete, que ya estaba en reposo.
Mira que si era verdad que estaba necesitada… Hombre, estas semanas follábamos muy incómodos, pero su historia parecía imposible… No le dije nada a Raúl de irnos al coche o algo por el estilo, pues bastante hacía el pobre con mantenerse en pie.
Seguí bebiendo y hablando…
Desperté cuando llamaron a la puerta. Tenía una nota al lado de Raúl. Se había ido al hospital. Volvieron a llamar y me levanté. Era Carlos.
Estaba algo sudado, con unos pantalones cortos y una camiseta. Venía de correr por el parque y se había acordado de mí. Me costó recordar. Tenía una buena resaca.
– Anda, piérdete, que quiero seguir durmiendo.
– Bueno, pues tú te lo pierdes.
– ¿Qué creías, que por decirme que me ibas a hacer gozar iba a abrirme de piernas y decirte que me follases?
Estaba de mal humor.
Me levanto de muy mal humor al despertarme; pero Carlos no perdía su sonrisa.
Me fijé en que era bastante guapo.
No me extrañó su éxito con las mujeres.
Además estaba muy bien y no era el típico chulito que luce cuerpo.
Yo estaba con la camiseta de tirantes de ayer y con un pequeño pantaloncito de pijama.
Y la ropa interior de anoche: el tanga y el sostén que ni siquiera me había quitado para dormir.
– ¿Tú no sabes que soy capaz de provocarte orgasmos sin penetrarte?
– Uy, esta es buena.
– ¿No me crees? Sólo tienes que dejarme hacer. Venga, túmbate boca abajo en la cama y cierra los ojos. Te voy a masajear y encontrar puntos que te van a excitar. No puedes hablar o se rompe la magia. Si hablas, te castigo, porque eso me supone más tiempo para conseguir tu placer.
Parecía ir en serio, así que decidí seguirle la corriente. ¿Qué era lo peor que me podría suceder? Recibir un buen masaje…
– Túmbate y cierra los ojos.
Lo hice. Me preguntó que si tenía algún aceite corporal. Le dije que mirara en el cuarto de baño.
Me dio un cachete en el culo. «No puedes hablar aunque te pregunte». No me gusta pegar a la gente, así que la próxima vez te quito algo de ropa como castigo. Iba a protestar, pero me callé.
Además el cachete no me había dolido. Me lo preguntó por si acaso con amabilidad. Le dije que no, que no me había dolido.
– Te quito la camiseta.
La cogió por detrás y me la subió por encima de la cabeza. Había vuelto a caer.
Decidí callarme, no fuera a ser que el caradura me desnudara con la tontería.
A lo tonto me había dejado en sujetador, un sujetador blanco apretado a mi piel.
Se fue al cuarto de baño y volvió. Se untó las manos y esparció aceite por mis pies y empezó a tocármelos.
Lo hacía con suavidad, pero con firmeza. Me encantó desde el primer momento.
Era un masaje especial. Parecía que sus manos me desnudaban o me deseaban.
Notaba que su calor me lo transmitía y me ponía muy caliente.
Cuando llevaba un rato, apretó un músculo y sentí estremecerme.
Me fijé que mi coño estaba encharcándose. Siguió apretando y mis paredes vaginales se contrajeron. Me estaba corriendo.
– Primer orgasmo. ¿Te ha gustado?
– Mmm…
Acerté a decir sonriendo.
– No puedes hablar, tonta.
Y me cogió el pantalón y me lo quitó. Estaba en tanga y sujetador. Saberme así desnuda delante de un hombre que no era mi novio me excitó aún más.
– Voy a seguir con tus piernas.
Empezó por abajo y fue subiendo. Los muslos los tenía muy sensibles y sólo con rozarme su cara interna se me erizaba la piel. No le costó demasiado arrancarme otro gemido de placer.
– Dos. Uff. Qué calor. Me quito la camiseta, si no te importa. Ahora la espalda.
Empezó por la zona de abajo y pronto se decidió a tocarme las nalgas. Mi coño estaba chorreando del todo. Era increíble cómo mi cuerpo se había relajado y cómo se contraía cuando apretaba con los dedos en determinadas partes. De nuevo me corrí.
– Tres. ¿Te está gustando?
No contesté.
Oí un ruido de ropa y supe que se estaba quitando los pantalones. Se encaramó sobre mi culo y noté su paquete desnudo en mi culo.
– Oye…
– Ssh… Mira qué bien, el sujetador me iba a molestar…
Desprendió mi sostén y empezó el masaje por arriba.
Ya no estaba demasiado pendiente de sus manos porque su polla me estaba golpeando los cachetes del culo al ritmo de sus brazos. La tenía dura, dura. Y caliente. Apretó un poco más en las cervicales y me vine.
– Cuatro. Oye, ¿no tienes curiosidad? Deberías notar mis calzones. ¿No te has fijado que no llevo ropa interior?
Levanté la cabeza y miré para atrás.
Estaba sobre mí; no me fijé nada más que en su polla, intentando no levantarme demasiado para que no me viera las tetas.
No era muy grande, pero su capullo rojo rezumaba líquidos que caían hasta mi culo. Sus huevos estaban prietos y tenía bastante vello. Olía muy fuerte y me atrajo.
– Te dije que no abrieras los ojos. Fuera el tanga.
Esta vez metió la mano entre mi tanga y mi raja del culo y lo quitó lentamente.
– Veo que estoy haciendo bien mi trabajo… Mmm… Qué bien huele tu coño… Venga, los hombros y vamos a por el quinto.
Dicho y hecho. Sentirme desnuda ante un cuerpo desnudo me excitaba muchísimo. No tardé en dar espasmos. Cada orgasmo estaba sido más fuerte que el anterior.
Se inclinó sobre mí y me dijo que si esto me había gustado, con la lengua era mucho más placentero. Le pedí que me chupara.
Puso un cojín debajo de mi estómago y separó mis piernas. Comenzó una chupada antológica de ano. Me folló el agujero con su lengua, que no sé cómo endureció y parecía una pequeña polla que me jodía placenteramente.
Mientras, olvidándose de lo de sólo chupar, me metió un dedo y dos y tres en la vagina. Entraron con una gran facilidad hasta el fondo; me coño estaba muy receptivo y sólo con el roce volví a ver la gloria.
Luego cambió: me chupó el coño y me metió un dedo en el ano. Entró bien, como el segundo. Los flujos y el aceite facilitaban las cosas.
Y me estaba comiendo todos mis flujos de vicio… Me dio la vuelta y por primera vez me vio de frente. Mi hilito de pelos sobre mi vagina le cambió la cara.
Y mis pechos respingones y mis pezones oscuros mirando al techo propiciaron unos piropos increíbles.
Mis labios vaginales se salían de mi cuerpo y le decían a Carlos que siguiese con la mamada, cosa que no tardó en hacer.
Estaba totalmente entregada a él, el placer que me estaba proporcionando era incalculable.
Estaba deseando que me penetrase con su verga y se lo dije: «Métemela, métemela hasta el fondo, te deseo dentro de mí».
Estaba tan lubricada que mi coño pedía más y más.
Estaba gozando como nunca, ya había perdido la cuenta de los orgasmos que había tenido. Subió hasta ponerse cerca de mi cara y me besó en la boca.
Le devolví el beso con pasión. Empecé a sobarle la verga y él a masajearme los pechos. Se bajó y me hizo una mamada de pezones colosal.
Me agaché y apresé su polla y le sequé todos sus jugos. Sabía dulce y concentrado. Me metí sus huevos en la boca. Él se había ido moviendo y formamos un 69 bestial. Pero no tenía suficiente.
-Fóllame ya o reviento, cariño.
No tuve que decir nada más. Me metió la polla de un golpe. Nos deslizábamos fácilmente entre el sudor y el aceite.
Estaba sobre mí mirándome a los ojos y besándome, empapándome con su lengua y tocándome el culo y las tetas. Yo le apretaba el culo y jadeaba y gritaba: Más, más, más, así, sí, sigue, mmm…, cómo me gusta, cómo me gusta…
Él sólo respiraba mirándome a los ojos. Practicó varias posturas para metérmela en todos los ángulos.
En la posición de perrito, me la metió por el culo. El ardor inicial se tornó en un placer intenso en mi almeja. Se corrió dentro de mí y volvió a darme un placer enorme.
-Me tengo que ir ya. Creo que he cumplido. Ahora con la pata de Raúl en buen estado espero que dejes de estar necesitada. Pero cuando creas que vuelves a estarlo, baila conmigo y yo lo comprobaré…
Miré al reloj y era casi la una.
Y Carlos había llegado a las nueve y media.
No me había dado cuenta del tiempo.
Le besé en la boca y le dije que lo tendría en cuenta.
Se vistió y se fue.
Por ahora Raúl me da todo lo que pido; no es el polvo impresionante con el que me obsequió Carlos, pero está bien.
Eso sí, no descarto echarme un baile con él…