Hacía 8 meses que había nacido nuestra segunda hija. Nuestro día a día era muy intenso. Pocas horas de sueño, escaso descanso y mucho trabajo en casa. Esto nos había llevado a mi marido y a mí a que desapareciese nuestra vida sexual por completo. Ya durante el embarazo no tuvimos relaciones. No sé por qué, pero durante mis dos embarazos me desapareció la libido. La preocupación de que todo saliese bien, el cansancio asociado a los primeros meses, hizo mella en una vida carnal, que, aunque había vuelto a mejorar tras un periodo largo de abstinencia por nuestro primer hijo, con el segundo se volvió a torcer.
Hay mujeres que pierden la libido porque su cuerpo cambia, pero yo a mis 42 años me sentía mejor que nunca. Más delgada y tonificada gracias a la lactancia y al esfuerzo de ese otro gimnasio de la vida cuando tienes un niño de 4 años, el cual, corre más que anda y que no tiene miedo a nada. Soy bajita, lo que se dice hoy en día curvy y la lactancia y el embarazo me habían ayudado a potenciar mis buenas curvas de nacimiento. En mi caso, ese no era el motivo, yo me sentía estupenda.
Las relaciones de pareja muchas veces se resienten durante los primeros meses de existencia de los niños. Más discusiones, pequeños conflictos y opiniones encontradas originadas por la carga diaria de ser padres. Además, no sé por qué, pero cuando los niños son pequeños, a mi pareja siempre la acabo viendo como un proveedor y cuidador, más que como una pareja sexual. Esto ya nos creó tensiones con nuestro primer hijo, ya que él es muy activo en este ámbito, y nos metió en una rueda de discusiones y reproches. Yo creo que este es el principal motivo por el que mi vida carnal llegó a ser nula.
Sin embargo, mi vida se transformó un día común y ahora os diré qué fue lo que lo causó.
Era un fin de semana cualquiera en el que habíamos ido a comer a casa de los abuelos. Un día tranquilo de esos que te apetece tener siendo madre. Ya habíamos llegado a casa y bañado a los niños. La pequeña estaba durmiendo en nuestra cama rodeada de cojines y mi marido estaba durmiendo al mayor. Él siempre se quejaba de que tenía que sacar al perro después de dormir al niño y que algún día podía encargarme yo, esos pequeños conflictos de los que hablaba. Pues bien, ese día decidí sacar yo al perro por compensarle un poco. Estaba yo ya con el perro en el ascensor, en el instante que este se paró en el tercer piso y entró nuestro vecino Santiago. Él llevaba viviendo en nuestro edificio 6 meses. Era un emigrante retornado de Venezuela a España de unos 35 años, cuyos abuelos se habían ido en busca de oportunidades en la postguerra española. Decir que era atractivo era quedarse corta. Era muy moreno, casi mulato, no muy alto, de espalda ancha, nariz grande y recta y unos preciosos ojos color miel.
— Buenos días, Santiago — le dije
— Andrea, dirás buenas noches — me respondió sonriendo
— La falta de sueño, Santiago, ¡estos niños me están matando! – respondí entre risas
En ese momento llegó el ascensor al bajo, se abrió la puerta y me incliné para enganchar la correa del perro en el arnés. En esa postura, con mis manos casi a la altura del suelo y mis piernas ligeramente flexionadas, yo, que siempre he sido un poco patosa, perdí el equilibrio y empecé a caerme hacia atrás hasta que mi culo fue a apoyarse en su pelvis. Me mantuve en esa postura menos de un segundo, pero lo suficiente como para notar su miembro, el cual era enorme, casi como mi antebrazo.
— He tenido insinuaciones más sutiles— me comentó de forma socarrona.
Me puse colorada como una cabina de teléfono londinense y me escapé con el perro sin mirar atrás.
Esa experiencia despertó en mí un recuerdo de mi época universitaria, cuando mi marido Joan y yo llevábamos meses saliendo, que había olvidado completamente. Una noche de fiesta, tras unas cuantas cervezas, ya desinhibida, nos habíamos ido a su coche, y como no teníamos preservativos, él me había masturbado como nadie lo había hecho. En lugar de acariciarme mi clítoris, me había estimulado mi punto G. Primero con un dedo, luego con dos, tres, cuatro dedos y acabo metiéndome toda la mano. Recuerdo que había tenido un orgasmo tan fuerte, que minutos después todavía me temblaban las piernas. En aquella ocasión no fantaseé con tener sexo con alguien muy dotado, pero tras mi encontronazo con Santiago, eso cambió. ¿Tener sexo con alguien con un miembro así de grande sería similar a aquella experiencia pasada?
Los siguientes días estuve fantaseando con un encuentro con Santiago. En cuanto todos estaban dormidos, me masturbaba para aliviar mi ansiedad sexual. Con la mano derecha me tocaba el clítoris y me iba introduciendo los dedos de la mano izquierda, imaginando que era su gigantesca verga, hasta correrme reprimiendo los gemidos para no despertar a la familia.
A medida que pasaban los días, la excitación iba a más y acabé comprándo un consolador de 26 cm del color de piel de Santiago, para acercarme más a mi fantasía. El día que me llegó el paquete de Amazon estaba sola en casa teletrabajando y tuve que probarlo al momento. Era uno de esos dildos con ventosa en la base, así que lo pegué a una silla de la cocina y comencé a introducírmelo. Al principio fue un poco raro. Jamás había utilizado un juguete sexual y se sentía frío, pero poco a poco fue cogiendo mi temperatura corporal y acabé cabalgando sobre la silla como una loca.
— ¡Más! ¡Más fuerte! ¡Cómo me gusta tu enorme polla Santiago! — gemía sin darme cuenta en medio de la excitación
Cinco minutos después estaba sonando el timbre de la puerta. No me había dado cuenta de que la ventana de la cocina que da al patio de luces estaba abierta y Santiago, que vive justo un piso por debajo del nuestro, debió oírme. Abrí la puerta y de forma un poco avergonzada le saludé:
— Hola Santiago. ¿Tú por aquí? —
— Quería saber si estabas bien. Oí gritos, pensé que quizás te pasase algo y que podría ayudarte — me respondió pícaramente
No sabía qué hacer, pero estaba extremadamente caliente después de tantos meses de abstinencia y mi parte primaria se impuso a mi yo racional.
— Entra que necesito que me ayudes a terminar una cosilla — le insinué directamente
En cuanto cerré la puerta, le agarré del pantalón de chándal que traía, se los bajé junto con su ropa interior y liberé su miembro, el cual ya estaba bastante erecto. Mi percepción no exageraba para nada, tenía delante de mí una cola de más 25 cm e igual de ancha que mi antebrazo. Me arrodillé y empecé a lamérsela desde la base hasta el glande para ir poniéndolo a tono. Era como lamer media baguette, pero que se les había pasados un poco en el horno, pensé para mí. Lamí también sus enormes bolas mientras lo masturbaba y no hacía más que repetirle, lo cachonda que me ponía su enorme polla.
— Ya es hora de que te la metas en la boca – me dijo agarrándome de la base de la nuca.
— No te voy a decir que no a eso – le respondí con una sonrisa picará, abrí mis carnosos labios y comencé a subir y bajar a lo largo de su trabuco, al tiempo que trabajaba su frenillo con mi lengua. Me la intentaba tragar lo máximo posible. A mi marido le encanta que me la meta hasta el fondo y se me da muy bien, pero con Santiago esto era imposible. Me entraba como mucho la mitad y mi empezaba a molestar la mandíbula de comerme semejante verga.
— Fóllame la boca, que yo ya no puedo más – le supliqué
— Encantado de complacerte— me respondió y comenzó a bombear.
Me ponía tan caliente tener algo así de grande entre mis mejillas, que comencé a notar como goteaban mis fluidos por mis muslos. Pensé que era mi turno.
— Venga, ahora cómemelo a mí — le pedí apresuradamente, como si se me fuese la existencia en ello.
Le agarré de la mano y lo acompañé al sofá del salón donde me senté y me abrí de piernas. En ese momento me di cuenta de que llevaba meses sin depilarme mis zonas intimas. No era un desastre, porque antes de los niños me había hecho el láser, dejándome solo un poco de pelo, pero los embarazos hicieron que lo segado se hubiese vuelto a repoblar bastante.
—¡Mierda!, estoy sin depilar — me disculpé
— No te preocupes — la próxima vez ya lo harás
La próxima vez… pensé para mis adentros. Debo ser buena en esto. Y le agarré la cabeza y se la puse entre mis piernas. Comenzó a lamerme con todo el ancho de su lengua de arriba abajo. No es como más me gusta a mí, he de decir. Me gusta más que me lo coman dando vueltas con la punta de la lengua sobre mi clítoris. En esto Joan es un maestro, pero pensé que ya estaba suficientemente caliente y que ya le enseñaría otro día. Es hora de pasar al plato principal.
Me di la vuelta, apoyé mis manos sobre el sofá y puse mi culo en pompa para que empezase a embestirme.
— Estoy supermojada, quiero que me la metas ya. Necesito probarla – le supliqué haciéndome la sumisa para conseguir mi objetivo.
—Fóllame – le volví a suplicar
Sin hacerse derogar me agarró fuertemente de ambas nalgas y me la metió lo más a fondo que pudo.
— Joder qué bueno — suspiré
— Nunca me he sentido así de llena. Ahora fóllame como la guarra que soy — le rogué
Empezó a penetrarme bastante suave al principio. El cabrón era muy bueno, la tenía grande, pero además sabía cómo moverse. Me la metía hasta el fondo y luego solo la sacaba un poco, repetía este movimiento y en cuanto notaba que me estaba volviendo loca, la sacaba entera y me daba una fuerte embestida. Jamás me habían follado así, pero he de decir que era la gloria. Era incapaz de parar de gemir y de pedirle que siguiese de ese modo, que no parase. En cada empujón notaba como sus bolas, que eran como dos ciruelas, golpeaban mi clítoris.
Tras más de 10 minuto en el que Santiago parecía una taladradora con metrónomo, yo ya estaba a punto de correrme y necesitaba que me diese bien duro.
— Ahora fóllame fuerte. Quiero que tu enorme polla me parta en dos – le pedí entre gemidos
— Joder, me estás poniendo a mil. Eras una diosa en esto. Qué envidia me da tu esposo — me dijo con la voz entrecortada
Comenzó a empotrarme violentamente contra el sofá, hasta que tuve todo el cuerpo contra el asiento y mi culo en pompa a su merced.
— ¡Sí! ¡Me encanta! ¡Rómpeme! — gemía
— Me voy a correr con tu pollón – le grité gimiendo al tiempo
— Ahora sí que te vas a correr— me respondió
Me agarró del pelo con una mano, me metió dos dedos de la otra mano por el culo y me embistió tan fuerte que mi cuerpo no pudo resistir más. Arranqué a temblar de placer al tiempo que una oleada de sensaciones invadía mi cuerpo como nunca antes había sentido. Con cada contracción de mi coño durante el orgasmo, notaba como apretaba su enorme verga y como él soltaba suspiros de placer. Ya no debía quedarle mucho para terminar, así que decidí ayudarlo.
—¡Quiero tu leche! ¡Venga dámela toda! – le suplique lascivamente
— ¿Dónde la quieres? – me preguntó entre gemidos
— En mi culo – le respondí al tanto que me la sacaba de dentro
Acto seguido apoyo su enorme cola entre mis nalgas y empecé a notar como cubría de semen todo mi culo. Me quedé en esa postura varios minutos en éxtasis esperando que mis piernas dejasen de temblar. Tras recuperar algo el aliento empezamos a hablar.
—Se te da muy bien el sexo. — me dijo Santiago todavía fatigado
—Nunca había tenido relaciones con alguien que hablase tanto, pero ha sido muy excitante – se rio de forma muy sincera
—Pues no me comporto de este modo habitualmente. Ha sido la excitación del momento. Me he dejado llevar— le respondí un poco avergonzada
—Mujer, te lo digo como cumplido. Deberías hacerlo así siempre. Yo creo que te has divertido y para mí ha sido superexcitante. – me dijo intentando que no me sintiese incómoda
—De hecho, deberíamos repetir – añadió directamente
—Pues que sepas que teletrabajo todos los días y estoy sola en casa hasta las 5. Te aviso si me entra otro calentón— le comenté entre risas.
Una vez pruebas el caviar volver a tomar pizza se me iba a hacer difícil pensé.
Los días siguientes los pasé entre la excitación de volver a tener un encuentro con Santiago y la culpabilidad. Siempre había sido fiel a mi pareja y él siempre había sido un buen compañero, lo que hacía que me sintiera la peor persona del mundo. Como me sentía culpable, comencé a pensar como compensarle, aunque él no supiese nada, a mí me valía para sentirme un poco mejor. Dado que mi marido y yo llevábamos mucho tiempo sin sexo, se me ocurrió que era el momento de retomar nuestra vida erótica. No arreglaría la infidelidad, pero al menos él estaría contento y me quitaba un poco el calentón que seguía teniendo encima.
Decidí darle una sorpresa esa noche. Volví a sacar el perro y a la vuelta me lo encontré dormido. Aproveché ese momento para arreglarme. Me depilé completamente como a él le gusta, ni delante ni detrás quedaba pelo alguno. Escogí un conjunto de lencería de 5 piezas que me había regalado durante el postparto de nuestro primer hijo y que no había estrenado. Un conjunto negro con un tanga transparente, liguero y medias a juego. Por último, me maquillé con ojos oscuros y me pinté los labios rojos, porque sé que le vuelve loco cuando tengo cara de mala. Y así como estaba, me acerqué a la habitación donde dormía y con unos toques en el brazo lo desperté.
— ¿Jugamos? — le pregunté
— ¿A qué? — me dijo medio dormido sin todavía darse cuenta de la situación.
—Con mi nuevo juguete— y saqué el consolador que había comprado recientemente.
No hizo falta decir mucho más. Se levantó de la cama, me agarró del brazo y me arrastró a nuestro dormitorio.
— ¿Quieres que lo pruebe? — Le pregunté tirada sobre el colchón con las piernas abiertas y el dildo en la mano.
— ¿Tú qué crees? — Me respondió con sarcasmo.
Dejé caer un poco de saliva sobre el juguete y la extendí con mi lengua al tiempo que veía fijamente a Joan. Empecé a practicar una felación al consolador sin apartar la mirada de él. Creo que no lo había visto así de excitado en ningún momento, ni en nuestra juventud. Acto seguido, me eché a un lado el tanga y me lo introduje poco a poco hasta que lo tuve todo dentro.
— ¿Quieres que te ayude? — me preguntó
— No, tú siéntate en la butaca– negué contundentemente
Sin rechistar, él se sentó y se quedó observando cómo me masturbaba con aquel gran aparato. Al cabo de unos minutos él sacó su miembro y empezó a masturbarse. La verdad era bastante excitante verlo masturbarse solo observándome, pero hoy quería que se lo pasase realmente bien.
— Acércate. Te voy a hacer una mamada que va a compensarte haber estado tantos meses de abstinencia.
Rápidamente, él se situó al borde de la cama a mi lado y comencé a chupársela mientras con la otra mano seguía masturbándome. Comencé lentamente como a él le gusta, lamiéndola de arriba abajo, dándole pequeños besos, pero siempre mirándole a los ojos. Decidí aplicar lo aprendido con Santiago, porque una es una buena alumna en todas las facetas de la vida, y empecé a hablar un poco sucio.
— Como echaba de menos chupártela mi amor. Me pone tan cachonda– le dije lascivamente. Acto seguido me la metí en la boca por primera vez y me la tragué hasta el fondo. Comencé a chupársela como a él más le gusta, jugando con mi lengua alrededor de su glande manteniendo el contacto visual. Tras varias chupadas lo comencé a notar muy excitado, pero no quería que se corriese todavía. Quería llevarlo hasta el límite.
— No te puedes correr hasta que yo te lo pida cariño. Todavía nos quedan muchas guarradas por hacer. – le ordené al tiempo que me mordía el labio.
— Pues como sigas chupándomela de ese modo pocas cosas más vamos a hacer – me respondió entrecortadamente
Me tumbé cara arriba, dejando la cabeza colgando fuera de la cama y continué masturbándome. Él se quedó mirando sin saber qué hacer.
– Fóllame la boca— le ordené
Abrí mis labios rojos y me la metió hasta el fondo. Empezó a follarme la cara como un poseso, mientras yo notaba como veía como el consolador entraba y salía de mi coño completamente depilado. A decir verdad, me estaba poniendo bastante cachonda al notar como se llenaba mi boca y mi coño de forma acompasada. Me puse a gemir como una bestia. Con cada gemido notaba como él me la metía más fuerte y ya me costaba utilizar la lengua, así que, le agarré del culo, le obligué a metérmela hasta los huevos y comencé a masturbarme fuertemente con mi nuevo juguete. En menos de un minuto estaba corriéndome, y él, que se había zafado de mi agarre, continuaba follándome violentamente. Me saqué su polla de la boca y le ordené
— Para. Todavía no vas a terminar. Te queda el postre—
Lo senté sobre el colchón, me arrodillé delante de él y comencé a moverme arriba abajo sobre mi recientemente adquirido trabuco, mientras le hacía una mamada de 10. Cuando se la chupaba, él siempre me pedía acabar en mi cara, como en las películas porno, pero nuestras circunstancias rara vez lo permitían. Pero hoy era diferente.
— Quiero sentir tu leche sobre mi cara. – le supliqué sin dejar de chupársela
Empecé comérsela entera y aplicar mi mejor técnica con la lengua, mirándolo con el máximo deseo para obtener mi recompensa. En cuanto lo vi suficientemente excitado, lo masturbé sobre mi cara, sacando mi lengua para recoger toda su leche.
— Córrete. Dale a mami su leche— le rogué
Acto seguido empecé a notar como el caliente esperma caía primero sobre mis gafas, para luego empezar a gotear sobre mis labios y mi lengua. Se notaba que llevaba tiempo sin eyacular porque me dejó emplastada.
— Madre mía cuanta leche mi amor— exclamé entre risas
— Cuanto tiempo llevabas sin correrte— comenté burlonamente
— Demasiado, pero ha merecido la pena – me respondió tímidamente
— Hoy he sido una buena guarra, ¿no? – le pregunté de forma picará
— Joder, una guarra de 1000 € la hora— se río
Ese día decidí volver a ver a Santiago.
Al cabo de unos días fui a visitarlo y le pregunté si estaría dispuesto a mantener relaciones conmigo de forma esporádica. Yo continuaría mi vida con mi familia, pero ocasionalmente me daría un capricho. No tendríamos compromiso ninguno. Él podría hacer con su vida lo que quisiera. Lo único que le pedí es que fuese discreto, ya que mi marido no podía enterarse. Yo me encargaría que Joan estuviese feliz y no desconfiase de que pasaba algo en nuestro matrimonio. La solución que encontré fue compensarle siempre que tuviese un encuentro con nuestro vecino. De esta manera, si yo me lo pasaba bien, se lo compensaba a Joan y él obtenía esa vida erótica de pareja que llevaba años demandando. Es decir, más y mejor sexo.
Y así llevo ya más de 4 años, en los que, en lugar de tomar café en el descanso del trabajo, me escapo al piso de Santiago a recibir mi dosis diaria de baguette. A lo largo de estos años mi esposo no ha sospechado nada o no ha querido sospechar. Cada relación con Santiago le hacía una mamada espectacular y él se quedaba contento. Esporádicamente me pedía follar, a lo cual le daba largas, ya que con él ya no sentía nada. En más de una ocasión empezó a enfadarse, porque decía que de tanto utilizar mi gran consolador ya no quería que él me penetrara. Pero en esas ocasiones, para calmarlo, le ofrecía una ración de sexo anal, el cual era imposible mantener con Santiago por motivos obvios, y el enfado desaparecía.
Por lo tanto, puedo decir que ahora mismo, con dos niños de 4 y 8 años, tengo una vida sexual que envidiarían todas mis amigas y en la que todos estamos contentos. Santiago disfruta conmigo como con nadie, ya que esa verga suya me hace desinhibirme completamente, yo recibo placer como jamás había recibido y mi marido tiene sexo de forma habitual y con una compañera de cama que podría ser la mismísima Afrodita.