El accidente

Acabábamos de pasar una bomba de gasolina cuando recordé que ya quedaba poco combustible en el auto.

Me dolía un poco la cintura, y mis nalgas estaban adormecidas por el largo viaje.

Sin embargo, estaba deseoso de llegar a nuestro destino.

Eran las vacaciones que hacía mucho tiempo había querido y sabía que nos las merecíamos.

Mónica permanecía inmóvil, disfrutando de la forma como el viento de la noche mecía y acariciaba su cabello, parecía pensativa y se veía radiante.

Se había vestido muy sexy aquel día. Tenía un vestido de seda blanco con flores rojas tenues que dejaba ver claramente sus pezones a través de la tela.

Era corto y como usaba unos zapatos altos, negros y no tenía pantymedias, sus piernas se veían realmente espectaculares.

Mónica siempre fue una mujer muy recatada, al punto que sus compañeros de oficina la molestaban diciéndole que parecía una monja, con faldas demasiado largas y vestidos cerrados que no dejaban ver su hermoso cuerpo.

Sin embargo, últimamente había notado un cambio en su manera de vestir.

Las semanas anteriores al viaje había comprado ropa muy sensual, lo cual me encantó ya que yo sería el principal beneficiado.

Por momentos miraba de reojo sus hermosas piernas.

Tienen un color muy bonito, y la forma como caían sobre el piso de auto despertaron en mi una erección.

Luego mirara sus pechos, viendo la areola del pezón sobresalir levemente de la blusa… mi esposa era una mujer muy hermosa, buena amante e inteligente. Que más podía pedir yo?…

Estaba absorto pensando en todo esto cuando decidí sobrepasar un auto azul que iba delante.

Puse el pie en el acelerador, pero el otro auto pareció hacer lo mismo cuando íbamos uno junto al otro.

Fue entonces cuando vi a otro coche que se aproximaba en sentido contrario, justo por el carril por el que iba el mío.

Pensé por un segundo, me di cuenta de que podría efectuar el sobrepaso. Seguí acelerando e increíblemente el auto del lado también.

De tal forma, no tuve más remedio que frenar y girar el volante golpeando al auto azul de lado, evitando chocar de frente con el que venía.

El auto dio un giro sin que pudiera controlarlo.

Fueron momentos confusos, desesperados, y mi mente pronto quedó en blanco por un momento.

Cuando nos detuvimos miré a Mónica, tenía los ojos cerrados, pero pronto los abrió. «Estas bien?» – le pregunté. «Si» – me dijo-. Mónica trató de salir del auto pero su puerta no abría, estaba golpeada por fuera y bastante sumida hacia adentro. «De verdad estas bien?» –insistí-. «Ya te dije que siiii – gritó – solo quiero salir de aquí» – me dijo.

Salí del auto, aturdido, buscando daños en mi cuerpo pero no percibí heridas ni dolor en ninguna parte.

Vi a Mónica salir del auto por sus propios medios, a través de la puerta del lado del conductor.

Busqué con la mirada al otro coche y pude verlo a unos 40 metros, estrellado de frente contra la baranda de protección.

Empecé a caminar hacia allí, rogando encontrar al conductor con vida.

Cuando estaba por llegar vi que la puerta se abría lentamente y me detuve, el hombre salió del auto y al apoyar el pie derecho sobre el suelo trastabilló sin dejarse caer.

«Como se encuentra» – le pregunté-. «Bien, creo» – me dijo. El tipo era bastante alto, unos 1.85 mts. Tenía una camiseta ajustada al cuerpo, que hacía notar unos fuertes músculos. Sus brazos eran grandes, velludos y bien formados, con un tatuaje en el derecho que representaba una sirena fumando. Su aspecto era rudo y un poco descuidado. Se dedicó a mirar los daños de su auto. «Tiene que entender que no fue mi culpa» – le dije – «Usted aceleró y…» – «Cállese!!» – me interrumpió – Mire como me ha dejado el carro, bastardo.»

Me quedé frío, pensé que el tipo se iba a voltear para golpearme.

No sabía que decirle. Cuando giró me miró directo a los ojos y me dijo «Tiene que pagar por todo esto, su carro funciona?» – me preguntó. «No lo sé» –le dije- «Creo que sí porque no chocamos con nada más que con su carro».

«Pues bien, vaya y compruébelo, yo sacaré algunas cosas de aquí. Lo más urgente es llegar al pueblo más cercano para traer una grua» – me dijo con tono agresivo-. No tuve otro remedio. Volví a mi auto y encontré a Mónica encendiéndolo con éxito. Le di la vuelta y comprobé que el impacto contra el otro coche fue justo en la puerta donde viajaba Mónica, la puerta estaba sumida por completo y no podía abrirse. Me pareció increíble que ella no hubiera sufrido contusión alguna. Sin embargo le volví a preguntar si se encontraba bien. «Ya te dije que si, pero por poco nos matas pendejo!!, como esta el tipo del otro carro?»

«Bien, afortunadamente» – le dije – debemos llevarlo a conseguir una grua porque su auto quedó deshecho». En ese momento apareció el fulano, con un maletín en la mano. Cuando Mónica descendió del carro el tipo se quedó mirándola estupefacto. Pude notar como se detuvo en sus piernas y en su culo. «Buenas» – le dijo Mónica – sentimos mucho lo sucedido, lo que pasó fue que mi marido pensó que alcanzaba a sobrepasarlo y …»

-No se preocupe preciosa – le dijo él mirándole esta vez en forma descarada los senos –

Estas cosas pasan… sobre todo cuando no se sabe ser prudente por estas carreteras.

Solo necesito que me lleven a conseguir una grua, tengo un poco de afán así que vámonos pronto.

También vi que Mónica se detuvo brevemente a mirar el bulto que asomaba del pantalón del tipo.

Se notaba que tenía un instrumento digno de su tamaño.

Era la primera vez que notaba como Mónica miraba a otro hombre y me sentí un poco aturdido.

Le pedí a Mónica que subiera al auto señalándole la puerta de adelante, pero ella me miró con cara de sorpresa.

«No pretenderás que me vaya adelante, con la puerta tan sumida – me dijo – Y se subió en la parte trasera del auto igual que el grandote aquel.

Cuando arranqué el coche noté por el retrovisor que el tipo no le quitaba la vista de encima a las piernas de Mónica.

Decidí que conversáramos para desviar su atención: «Quiero aclararle que lo sucedido fue también su culpa, yo….» «Mire imbécil – me interrumpió de nuevo- Lo que le pasó a mi carro y al suyo fue su culpa, y no me interesa hablar nada más del asunto.

Ya le dije que los daños me los paga usted. Solo conduzca hasta la próxima ciudad porque tengo unas llamadas que hacer».

Su tono agresivo me hizo sentir una mezcla de ira y vergüenza.

Mónica me miró a través del espejo y me hizo un gesto que no puedo describir.

Sabía a estas alturas que el tipo era capaz de agredirme físicamente, o peor aún, de hacerle algo a Mónica.

Era evidentemente más grande y fuerte que yo, y me sentía impotente ante la situación.

El tipo se dedicó a seguir mirando el cuerpo de Mónica, y podía observar desde mi posición que ella se sentía incómoda con la morbosidad de sus miradas.

Se hizo un silencio tenso por un rato. Hacía calor y la carretera parecía más solitaria que nunca.

Las sensaciones que iban y venían me tenían al borde de un ataque de nervios. De pronto una pregunta de tipo deshizo el silencio. «Vas a algún gimnasio?». Mónica le miró de reojo y no contestó.

«Te lo pregunto porque tienes un cuerpo fabuloso, y tus piernas son firmes y buenas» –insistió el tipo -. Mónica seguía sin contestar a sus preguntas, y yo sacando mi hombría le dije «Que le pasa idiota…? Como se atreve a faltarle el respeto a mi mujer?» – ¡Usted cállese!!! – me gritó al instante – Me atrevo porque se me da la gana imbécil, dedíquese a conducir que yo me dedicaré a mirarle el cuerpo a su mujercita!!».

Detuve el auto bruscamente, y para cuando me iba a bajar para sacar a aquel tipo del carro sentí el tubo metálico de un arma metálico en mi cuello.

«Quieto cabrón… – escuché – no intente hacer nada porque se muere aquí mismo. Esta pistolita abre huequitos muy bonitos en la cabeza de estúpidos como usted. Arranque y observe cómo me voy a manosear a esta putica rica de esposa que tienes».

Me sentía como un niño amenazado.

No podía pensar con rapidez, así que decidí arrancar nuevamente sin dejar de mirar a través del retrovisor.

Mónica tenía una cara de pánico que nunca le había visto.

El tipo le estaba apuntando con el arma en el estómago mientras que con las yemas de sus dedos jugaba con las rodillas de ella.

«Estas muy buena reinita, mira que piernas tan lindas tienes. Apuesto a que te gusta que te las toquen, verdad?». Mónica alejó la mano del tipo de un empujón, pero este pronto la tomó por la quijada fuertemente y la insultó amenazándola de nuevo. «Aquí mando yo estúpida, así que te vas a dejar hacer lo que yo quiera si quieres llegar a casa con tu maridito sanos y salvos».

Mónica lo tomó del brazo y soltándose lo mordió con fuerza.

Yo detuve el carro y volteé para ayudarla, pero recibí un golpe con la culata de la pistola en la frente.

El impacto fue seco y muy potente.

Sentí que me iba a desmayar, y también sentí un hilo de sangre que brotó de mi cabeza.

Vi a Mónica agarrada del cuello por los fuertes brazos del hombre mientras este le pasaba suavemente la lengua por su cerrada boca.

«Así que te gusta morder, eh?, vamos a ver quien muerde a quien zorra» – le dijo -. «Y tu, cabrón, no vuelvas a intentar detenerte porque te juro que esta vez no te daré un golpe sino un balazo. Es más, no vuelvas a abrir la boca porque juro que los mató a ambos, y hablo en serio!!!»

Como pude reinicié el camino.

Deseaba con todas mis fuerzas ver algún carro de la policía de carreteras para llamar su atención.

Cuando venía otro auto le hacía cambio de luces pero ninguno parecía entenderme.

A través del retrovisor vi como Mónica estaba siendo besada por el tipo con una lujuria propia de un animal en celo.

Ella mantenía su boca muy cerrada, pero no ponía resistencia porque sabía que sería exponerse a un castigo mayor.

El tipo bajó a besar su cuello mientras que le tocaba las tetas por encima del vestido.

Los pezones de Mónica comenzaron a endurecerse en contra de su voluntad.

Yo podía apreciar cada detalle de lo que sucedía, y los sentimientos de ira y frustración empezaron a mezclarse con los de excitación.

No entendía lo que sucedía dentro de mi, pero notaba que una erección demostraba que no todo me estaba disgustando.

Mónica me miró a través del espejo, y entendí que se la estaba pasando muy mal.

Su expresión de asco e impotencia me producía una angustia indescriptible, pero ella bien sabía que no podía hacer nada por ahora si queríamos volver a casa sanos y salvos.

El tipo le masajeaba los senos por encima de la blusa. Los tocaba burdamente, deteniéndose en los pezones para sobarlos y pellizcarlos.

«Te gusta?» – le preguntó el tipo. «Suéltame cabrón de mierda» – le dijo Mónica. «Ahorita te suelto, espérate que quiero sobarte otro poquito» – le dijo él descaradamente y sin inmutarse.

Continuó magreándole los senos mientras le besaba el cuello y la oreja. Podía ver como le metía su lengua en el oído empapándola toda.

Mi esposa empezó a forcejear con él, luchando contra su descomunal fuerza, pero nada podía detenerlo.

El tipo ya mostraba una erección enorme a través del pantalón. Se le montó encima, y del maletín sacó una cuerda larga.

Con una habilidad increíble le ató las manos extendidas a los seguros laterales de las puertas dejándola a su merced.

«Sigue conduciendo estúpido – me gritó. Vas a ver que este accidente les va a salir de lo más interesante». Se inclinó y le separó las piernas a Mónica. «Que me sueltes, animal!!!» – protestó ella, pero el tipo ya estaba metiéndole mano burdamente, tocando su entrepierna mientras ella intentaba resistirse. En un ataque de ira detuve el auto nuevamente, y volteé golpeando al tipo el la espalda sin conseguir lastimarlo ya que lo hice desde una posición bastante incómoda. El tipo se volteó rápidamente y sacando el revolver me encañonó en la cara insultándome: «Mira cabrón de mierda – me dijo – es mejor que hagas caso porque de lo contrario te voy a matar a ti y a tu linda mujercita cornudo» Fue entonces cuando me golpeó de nuevo con el arma en la cabeza haciéndome ver estrellas del dolor. «Ahora conduce malparido, que tengo tarea con tu mujercita».

Me di cuenta que no tenía más remedio; puse el auto en marcha pensando que mis emociones eran contradictorias por completo.

Un perfecto desconocido no solo estaba manoseando a mi mujer, sino que además se daba el lujo de golpearme sin que ninguno de los dos pudiera hacer nada.

Me dolía la cabeza, producto de los dos golpes, y sin embargo, algo en mi lo disfrutaba inmensamente.

El tipo se sacó su verga.

Pude ver que era más grande que la mía… notablemente más grande.

La tenía totalmente parada y la cabeza era roja y mucho más gruesa que su pene.

Era de esas vergas que dejan notar las venas hinchadas por la excitación.

Me acordé de la verga del actor porno Rocco Siffredi, parecida a la de aquel desgraciado.

Empezó a restregarle la verga por la cara, mientras ella movía su cabeza para evitarlo. Podía ver el culo del hombre empujando contra la cara de mi mujer.

Me preguntaba si ella aprovechando le mordería la verga, pero no lo hacía, simplemente se resistía. El tipo le abrió la boca con una mano mientras con la otra le metió la verga.

«Chupa nenita, chupa y veras lo rico que sabe» – le dijo-. Mi mujer demostraba el asco que sentía cerrando los ojos sin mover la boca.

El tipo le abrió con la mano la boca y empezó a empujar lentamente, disfrutando de la humedad de su cavidad.

Sentí que mi verga estaba parada por completo, me encontraba a la expectativa de saber si Mónica cedería a sus deseos.

El tipo continuó empujando su verga al tiempo que le masajeaba los senos por entre el vestidito, salivando primero sus dedos para hacerlo.

Mónica tenía las piernas abiertas, y yo pude notar que su cuquita estaba un tanto mojadita, …se estaría excitando?. Luego vi como el tipo le apuntó con el arma directo a la cabeza diciéndole «Si no me la chupas, te mato, zorra».

Ella asustada empezó a chuparle la vergota lentamente, con los ojos cerrados, lamiendo el tolete en toda su extensión para luego meterlo poco a poco.

El tipo empezó a gemir de placer. Me dijo «Mira cabrón, observa como me la chupaaaaaa». Mónica se lo hacía mostrando asco, pero algo me decía que en el fondo lo empezaba a disfrutar.

Desde mi posición no podía ver todos los detalles, además porque debía estar pendiente del camino para evitar estrellarnos nuevamente.

Sin embargo el tipo se colocaba de lado para que yo pudiera observar la mamada que ella le estaba dando.

Mónica empezó a acelerar el ritmo de la mamada, mientras el tipo tomándola por el cabello le empujaba la cabeza hacia adentro y hacia fuera.

Cuando Mónica retiraba la boca para tomar aire se notaba claramente la saliva por la extensión del su grueso tolete.

Luego Mónica volvía a introducirse la verga en la boca para continuar su labor.

Lo estaba haciendo muy bien, y la duda de si lo disfrutaba o lo hacía por miedo me estaba matando.

«Di que te gusta chuparme la verga» -. Le exigió él – Mónica seguía mamando si decir nada. «Dilo!!!» – le insistió apuntándole de nuevo. Mónica retiró su boca y dijo suavemente:

«Me gusta!». «Dilo fuerte zorra!!!, que tu marido escuche». «Me gustaa» – dijo Mónica.

«Qué te gusta zorra, dilo…?». Luego de un Momento Mónica dijo:

«Me gusta chuparte la verga!», y siguió mamándosela sin descanso.

La verdad es que la verga no podía entrar mucho por el tamaño que tenía.

Mónica había abierto sus piernas por completo.

Desde mi óptica podía ver sus hermosas piernas, tan bien formadas y abiertas al máximo.

Su tanguita blanca se veía fenomenal, y no había duda de que su cuca estaba mojadita, ya que aunque era de noche la luz del auto es potente, y se notaba claramente la humedad de la tela de su tanguita.

El tipo ahora bombeaba con más fuerza, estaba realmente gozando con la mamada que mi mujer le estaba propinando.

Sus testículos se notaban cargados de leche, que el estaba dispuesto a brindarle a ella.

Era increíble ver aquel vergazo entrando y saliendo de la linda boquita de Mónica, y apreciar como ella se esforzaba por lograr que le cupiera, y dando lengüetazos en el glande y en la extensión del palo en forma rápida y constante.

El tipo se arqueaba de placer y le decía «sigue, sigue, puta mamadora, eres una puta muy sabrosa, continua mamándomela, así, ohhhh, que ricooooo»

Un momento después el tipo sacó su verga de la boca de Mónica y se abalanzó sobre sus piernas mientras le quitaba la tanga.

Noté que Mónica, a pesar de la mamada que le había propinado, luchaba para no dejarse quitar su prenda más íntima. Inútiles eran sus esfuerzos, porque el tipo tenía demasiada fuerza.

Cuando lo logró, tiró la tanguita que cayó a mi lado. La tomé con la mano y noté que estaba empapada como antes.

Yo había leído alguna vez que las situaciones de violación a veces provocaban una excitación extrema e incontenible en algunas mujeres, que incluso las llevaba al orgasmo involuntario.

Tal vez esto le estaba pasando a mi pobre Mónica, que ya estaba con las piernas totalmente abiertas y a merced de la lengua del tipo.

«Primero te voy a soplar el conejito» – le dijo-.

El tipo acomodó a Mónica de tal forma que sus piernas abiertas le daban libertad de movimientos.

Le abrió la cuquita a mi mujer desde la parte superior del clítoris con dos de sus dedos, y empezó a soplar aire caliente sobre si pepita, que estaba roja e hinchada como nunca.

El espectáculo era digno de la mejor película porno.

Aquel macho no le tocaba la cuquita, solo se la soplaba, le dejaba sentir su aliento sobre el conejito, y Mónica se arqueaba y se contorsionaba sudando con aquella estimulación que yo nunca le había proporcionado.

De pronto el tipo sacó su lengua, y apenas tocó con la punta húmeda el clítoris de Mónica.

Ella no lo pudo evitar: de su garganta salió un sonido leve y agudo… «Mmmmmhhhh», «Aaaaaaayyyyyyy» – escuhé –

El tipo rió al escuchar el gemido arrecho de mi mujer. «Ves como le gusta cabrón?» – me preguntó.

«Observa y aprende como se excita a una mujercita» –dijo-, y siguió con su labor, soplándole la vulva mientras Mónica se contorsionaba.

El aire caliente que emanaba de la boca del tipo se alternaba con suaves lengüetazos en el clítoris de mi mujer.

Su chocha chorreaba líquidos que escurrían por su entrepierna. «Aaaayyyyy» – hizo de nuevo mi mujercita mientras que se arqueaba para recibir más lengua.

De pronto ella me miró a los ojos a través del espejo.

Su mirada era inconfundible; ella ya quería que el tipo se la comiera, quería que la hiciera suya allí mismo, pero a la vez le mortificaba el hecho de que yo estuviera observando todo.

Aquel varón ahora le metía la lengua por la cuquita, al tiempo que le sobaba el clítoris con un dedo.

Luego succionaba extrayendo más fluidos de su rajita, para continuar soplando y lamiendo una y otra vez.

Su lengua estaba haciendo un trabajo maestro, un trabajo que Mónica nunca olvidaría.

«Te gusta puta» – le decía él- «Yo se que estas que te vienes, verdad?, te gusta como te como el coño?… si, verdad?…..

Mira como te lo mamo, mira como te lo saboreo….. aaaahhhh, que rica cuquita tienes, sabe a gloria, Mmmmm!!!, recibe mi lengua mamacita, gózatela….»…. «Dime que te gusta… dilo…..». Mónica me miró nuevamente a los ojos, y dijo «Me gusta…!»

Simplemente no lo pude evitar, me saque la verga y empecé a masajearla.

Me había excitado observando aquella mamada, y sobre todo al escuchar de mi esposa ese «Me gusta…!».

Todo era confusión, me sentía como un idiota útil, conduciendo el auto mientras otro se comía a mi mujer, me sentía como el más carnudo de los hombres, pero lo estaba disfrutando.

Noté que Mónica ahora movía lentamente sus caderas, enterrando su cuca en la cara del macho aquel, incluso sacando la lengua y mojando su boca con lentitud.

El tipo abría su raja para meter su lengua muy profundo, y luego la sacaba untando sus fluidos en el clítoris hinchado y rojo.

Luego empezó a estimular la pepita rápidamente con la lengua, mientras que introducía dos dedos en el huequito que tantas veces me había brindado momentos placenteros.

Al cabo de un minuto Mónica no aguantó más, se vino como una cerda, emitiendo un quejidito agudo y sonoro. «Aaaaaaaayyyyhhhhh» «Aaaaaahhhhhhh» «Malditooooooo» – dijo sintiéndose culpable por recibir tanto goce.

El tipo sonreía mirándola venirse, con el orgullo del macho que complace a su hembra.

Mónica movía su trasero ondulándolo, y apretaba sus manos atadas en signo de máximo placer.

Mi verga quería explotar también, mi corazón latía rápidamente mientras la veía en medio de su orgasmo cuando el tipo me pilló en mi labor y me dijo: «Ahhh, te estas masturbando?, así que te gustó también?… Que cornudo eres cabrón».

«Vamos a ver si ahora también te gusta ver como me la clavo….», y se dirigió a Mónica que yacía con sus ojos cerrados; «A ver putita, si te suelto y te la meto te dejas?, no intentarás nada que me haga disgustar, verdad?». Mónica no dijo nada, pero se dejó desatar mientras me miraba nuevamente.

Esta vez su mirada no era de pesar por mi, sino en busca de aprobación.

Luego miró mi verga, y mi mano masajeándomela con rapidez.

Supongo que esa fue suficiente aprobación para ella.

El tipo se sentó y con fuerza la hizo sentar encima de él.

Mónica quedó en una posición óptima para ser penetrada desde atrás, mirando hacia mi.

La gruesa verga del tipo se posó frente a la vulva de mi esposa, quien lentamente se la fue clavando mientras resoplaba por el dolor.

Aquella verga era enorme, lucía espléndida metiéndose y hurgando en su agujero.

El tipo se aferró a los senos de Mónica, al tiempo que ella empezaba a subir y bajar para metérsela cada vez más profundo.

Mónica empezó a gemir como una puta: «Mmm, Mmm, Mmm, Mmm».

El tipo se la había metido toda, y yo estaba seguro de que estimulaba donde yo nunca podría llegar con mi verga.

Mónica brincaba rítmicamente, al tiempo que le masajeaba los huevos y los raspaba con sus uñas.

Mi silencio y mi pajazo eran la mayor aprobación a lo que estaba haciendo.

Se estaba mandando un pollón de dimensiones enormes, delante mío, gimiendo, acariciándole los huevos a su macho aparecido, poniendo cara de puta en celo sin importarle nada más que gozar como nunca antes.

Yo observaba todo lo que podía, y ví como ahora el tipo le acariciaba desde atrás su chochito feliz.

Se lo abría por completo mientras se la culeaba a su acomodo. El tipo no tenía necesidad de moverse, ya que todo el trabajo de sube y baja lo hacía Mónica. «Cómete mi verga» – le decía- «Gózate la verga de un verdadero macho…. así, que tu marido vea, que aprenda el cornudo….., húndetela hasta que te salga por la boca «.

Mónica gemía cada vez más fuerte, al tiempo que su mete-saca se hacía más rápido; «Mmm, Mmm, Mmmmm»

De pronto el tipo la levantó de sí, y la volteó para volverla a penetrar, esta vez de frente. Mónica obedeció de inmediato.

Sus manos se apoyaron en el espaldar del asiento trasero, y su hermoso culo descendió sobre la vergota del tipo, sobándose la chocha húmeda hacia delante y hacia atrás contra su polla.

Su cabello caía sobre su espalda, y sus piernas abiertas mostraban sus músculos firmes de mujer. La imagen era simplemente espectacular.

El tipo la penetró de nuevo haciéndola gritar. Fue entonces cuando detuve el auto en un paraje valdío. Ellos parecieron no darse cuenta en el momento, al fin y al cabo, estaban en lo suyo.

Me arrodillé sobre mi asiento para seguirme pajeando mientras observaba el espectáculo.

Las manos del tipo acaparaban el culo de Mónica, y la hacían subir y bajar sobre su verga.

Cada embestida parecía partirla en dos, Mónica se estaba dando un banquete total, y sus gemidos nuevamente rítmicos demostraban cuánto placer estaba recibiendo.

El tipo le dijo que dijera si le gustaba. «Siiii» – dijo Mónica- «Me gusta machote, me gusta que me culées», «méteme la verga desgraciado, cómeme, píchame, hazme gozar malparido abusivo, dame tu leche justo en mi cuquitaaaa, aahhhhh».

Mónica se movía desenfrenadamente. «Quieres saber si me gusta?, pues sí, me gusta que me claves frente al cornudo de mi marido, me gusta que me abuses y me goces como te dé la gana, perro sabroso, mi potro, mi caballo, mi machoooooo».

Fue entonces cuando Mónica se vino de nuevo, esta vez arqueando su espalda, para luego inclinarse hacia delante y fundirse en un beso apasionado con el desgraciado aquel.

El tipo sacó su verga de la cuquita de Mónica, y se la puso en la entrada del culo.

«Noooo, por ahí no papi», le dijo ella, pero fue muy tarde, porque el tipo ya la estaba introduciendo en su agujerito sin compasión alguna. «Quieres mi leche?»- le dijo – pues aquí te la voy a dar».

Aquello era increíble, ya que su verga había entrado casi por completo en el culo de mi mujer. Le dio unas veinte embestidas mientras Mónica gritaba de placer y se masturbaba el clítoris con fuerza.

El tipo estiró sus piernas y se vino dando un grito que nunca olvidaré; «Que ricooooooooooo!!!!»… «No pares de moverte putaaaaaaaa!!!!».

Mónica seguía sobándose el clítoris sin dejar de clavarse aquel monstruo, y unos segundos después se vino de nuevo dando otro chillidito:

«iiiiiiiiiiihhhhhhhhhh»»Ahhhhhhhhh!!!».

Unos segundos después ya todo había acabado.

Mis cuernos estaban bien puestos, y yo aún seguía pajeándome.

Mónica se volteó a mirarme, y entendiendo que yo aún necesitaba otro estímulo más para terminar con mi trabajo se volteó, y abriendo su culo con ambas manos dejó salir el trofeo de aquel macho.

Su semen rodó por sus largas y hermosas piernas, hasta caer en el asiento que yo mismo tendría que limpiar más adelante. «Miraaaa!!!», – me dijo con voz de sarcasmo- «Mira lo que me han heechooo» «Mira lo que me dejaron en este huequiiitoooo».

Yo por supuesto no pude más, y me vine también cerrando mis ojos y tratando de prolongar el orgasmo lo más que pude.

Cuando la sensación se detuvo abrí mis ojos, y ví como Mónica ya se estaba poniendo su tanguita, mientras el tipo me estaba apuntando con su pistola nuevamente mientras me decía:

«Ahora vas a seguir conduciendo imbécil», «Acuérdate que me tienes que pagar hasta el último centavo del arreglo de mi auto…. cornudo…!!!».