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Con el marido de mi amiga I

Con el marido de mi amiga

Con mi amiga Mary tuve mi primera y única experiencia con mujeres.

Todavía no se cómo surgió.

Me estaba probando una camisa que me había regalado y de pronto nos tocamos y sucedió.

Cuando estábamos en plena acción fuimos sorprendidas por el marido de Mary, Oscar, quien llegó del trabajo antes de lo acostumbrado y nos descubrió.

Sin inmutarse se unió a nosotras y fue cuando mi amiga hizo que se la chupara y que cogiera delante de ella. Fue toda una fiesta y quedamos para encontrarnos algún día, reunión a la que llevaría a mi esposo o por qué no, a otro.

Nunca se realizó hasta ahora porque no se presentó la ocasión.

Pero, cuando uno menos se lo espera se presenta la oportunidad y así sucedieron las cosas.

Con Mary, por nuestra profesión, tenemos tareas comunes y nos reunimos seguido.

Oscar se ha asociado con nosotras y tenemos un par de clientes en común.

De sexo hasta ahora no había nada tal cual se los anticipé.

Fuimos los tres a ver a un cliente y luego a tomar el te porque se había hecho algo tarde.

Como Mary estaba apurada para llegar a una charla que tenía en la facultad nos dejó rápidamente a los dos solos.

Y ahí comenzaron a caminarme nuevamente los ratones con Oscar.

Este hombre además de ser muy simpático y buen mozo, tiene un cuerpo agradable y sobre todo sabía como complacer a una mujer. Ya lo había comprobado.

En la confitería pusieron música y varias parejas salieron a bailar.

Nosotros que estábamos hablando de cualquier tema nos miramos y decidimos salir a la pista de baile.

No me preocupaba llegar tarde porque mi esposo estaba avisado de la reunión y siempre éstas se extendían.

Me encantó cuando la música cambió a una más suave.

No nos mirábamos pero nos sentíamos en cada poro. El estaba bien excitado y eso que no me apretaba, pero lo sentía.

Mi vestido era de lycra suave y además llevaba unas panty medias sin bombacha debajo, así que mi vagina dejaba fluir sus jugos directamente sobre el nylon de las medias.

El percibía todo de mí y yo de él.

Suavemente moví las caderas con las de él. Su estatura lo permitía, pues me lleva alrededor de diez centímetros.

En una vuelta quedaron tan pegados nuestros sexos que me apretó la mano y me susurró a la oreja que teníamos que salir de ahí. Le dije que sí, por supuesto.

Al ir al baño había visto un cuartito, tipo vestuario vacío y se lo comenté dado que era difícil que los mozos concurrieran a esa hora a cambiarse.

Así que al terminar la pieza me dejó en la mesa y yo esperé el momento oportuno para dirigirme al baño.

Caminé con tranquilidad al principio pero luego me dirigí directamente al sitio acordado. No había nadie como suponía.

Al llegar cerré la puerta y me quedé recostada contra ella como queriendo tranquilizar los latidos de mi corazón. Iba a tener sexo con Oscar en un lugar casi público.

Estaba oscuro y de repente algo me cubrió y supe que era él.

Me tomó de las manos y me las puso sobre la cabeza al tiempo que me decía que no me moviera, que lo dejara disfrutar del momento a su manera.

Empezó besando mis manos, bajó por mis brazos y buscó mis axilas. Luego, por encima del vestido me besó el cuello y arremetió contra mis pechos.

Hizo presión para que abriera las piernas y metió su cara entre mis tetas.

Las besaba, las chupaba, me decía que era lo más hermoso que hacía mucho tiempo probaba y eso me estaba calentando cada vez más.

Nos enredamos en un beso de bocas abiertas, de lenguas buscando, entrelazadas en una lucha para ver quién sacaba más placer del otro.

Yo bajé las manos y le tomé la cabeza para profundizar más esa delicia, pero no soportaba su ropa así que empecé a quitarle el saco y la camisa.

El me ayudó con los pantalones y en unos minutos estaba desnudo.

Metió sus manos en mi sexo, lo tomó con fuerza y sentí como sus dedos temblaban.

Los toqueteos en mi entrepierna me obligaban a querer más, a quitar cualquier estorbo de mi cuerpo y, como pude, me saqué las medias.

Le agarré su verga, que estaba increíblemente dura y al contacto de mi mano se endureció aún más.

Allí estábamos uno frente al otro, dándonos placer con nuestras manos. Mi concha se adhería más a su mano, así que también le rogué que me tomara de las nalgas.

El no dudó y me enterró un dedo bien profundo en el culo.

Estaba ensartada. Buscaba la posición adecuada para hacer la caricia más íntima mientras yo lo masturbaba más rápidamente.

Estaba que reventaba. Gemía y él al escucharme se ponía más tenso, me penetraba más con sus dedos. Lo sentía en los labios, en mi pubis, en todo mi interior.

El estaba haciendo estragos. De repente lo solté para que me aprisionara más contra la puerta y me diera con todo.

El corazón parecía que se me iba a salir del pecho.

Gemía sobre sus labios diciéndole las chanchadas que me dictaba la calentura hasta que empecé a acabar como una loca.

Mientras mis espasmos se iban calmando empecé a notar su tensión y caí de rodillas ante él, le agarré la pija y empecé a mamársela como una ternera sedienta, mientras él me tomaba de la nuca y meneaba salvajemente las caderas.

Mi mano variaba la presión que ejercía a lo largo de su verga hasta que me la metí completamente en la boca.

Le acaricié las bolas con fuerza, sin dejar de chupar y darle toda la lengua que pudiera a tal delicia.

Me había humedecido aún más pero eso sólo aumentó en mí el deseo de dar placer.

Cuando sentí su rigidez en mi boca, me tomó por las axilas y me llevó con él sin dejar de besarme y restregarse contra mí hasta uno de los asientos del vestuario.

Me sentó sobre él y me abrió de tal forma que deseaba no perder detalle de mi concha.

Agarró su miembro y me lo restregó por toda la vulva.

Cuando en un momento su cabeza quedó besando mi clítoris, no pude evitar un grito de placer.

Después de eso me la enterró con violencia hasta el fondo.

Oscar agachó la cabeza y tomó entre sus labios un pezón tenso y agrandado de tanta excitación, mientras que con las manos se dedicaba a acariciar el otro pezón.

Sus manos no paraban, iban desde mis tetas a mis nalgas, las acariciaba y sobaba.

Me dediqué a disfrutar y a subir y bajar a lo largo de su pija.

Lo cabalgaba con fuerza y endemoniado frenesí, como si estuviera domando un caballo salvaje.

De repente Oscar agarró mis caderas y marcó un ritmo cada vez más rápido. En cada bajada mis nalgas chocaban con sus bolas como queriendo meterse también adentro.

Tenía yo un millar de orgasmo en puerta así que, grité al acabar una vez más y esa fuer la orden para que Oscar ahogara mi concha con su descarga.

Mientras más me sacudía con cada chorro de leche, más acababa yo, que me sentía muy feliz.

Hasta que quedamos exhaustos el uno sobre el otro.

El me acariciaba la espalda, me besaba la cara, me refregaba su hirviente pija empapada con nuestro líquidos contra mi cuerpo tembloroso.

No deseábamos separarnos pero la realidad volvió con la calma.

Nos vestimos mutuamente mientras me besaba por todo el cuerpo. Al ponerle los slips me detuve para limpiarle con mi boca su pija semi-erecta.

Sabía que me miraba y adopté entonces la pose más provocativa, sacando la lengua y dejándola caer como si fuera un helado. Se que a los hombres eso les encanta.

Me levantó y me besó.

Terminamos de vestirnos y nos despedimos.

Desde ese día, algo nació entre nosotros que nos mantiene unidos.

El secreto de lo prohibido disfrutado tan intensamente, nuestra infidelidad a pesar de que ya habíamos estado juntos pero en la presencia de Mary.

Continúa la serie Con el marido de mi amiga II >>

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