Rebelión
Juan era un chico de 15 años normal, de calle.
En su ciudad, Soria, no era muy conocido por que intentaba pasar lo más desapercibido posible.
En su instituto los alumnos no eran los típicos rebeldes de las películas, sino que, al ser un colegio de monjas, todos los niños y niñas eran buenos y obedientes.
Los profesores eran todos bastante mayores y, sobre todo, chulos y prepotentes.
Era un lunes por la mañana, primera hora, y tenía examen con el profesor más irrespetuoso de todos, viejo y apunto de jubilarse.
Llegó tarde, a clase y eso mosqueó un poco ya al profesor.
En mitad del examen Juan le hizo una pregunta, y el profesor la tomó como absurda y no le hizo ni caso, este hecho ya mosqueó un poco a Juan pero siguió haciendo el examen.
Siguió respondiendo a sus preguntas de álgebra, y el profesor se le acercó y al ver que no tenía ni mitad del examen rellenado, le dijo al oído que era un estúpido y «atontao» y que no tenía ni idea, y se puede decir que esto fue la gota que colmó el vaso. Juan se levantó, no aguantaba más, había reventado.
Toda la clase se cogió una bocanada de aire contaminado por el airecillo tóxico del tipex; sus caras lo decían todo, pero sus bocas no decían nada. Juan no sabía que hacer, se levantó, sí, pero…y ahora qué?. Tenía varias opciones:
- Sentarse y hacer como si nada.
- Decirle si puede ir al baño.
- Hacerse el «machomen» y coger la puerta e irse.
El iba a escoger la opción a), pero vio que la chica que siempre pasaba de él, le estaba mirando. ¡Joder! Se le disparó la adrenalina y empezó a sudar (esto en 30 segundos), y sí, lo hizo… mezcló la opción b) con la c), es decir, le dijo al oído que iba al baño pero se fue con una ira teatral con portazo incluido, así diría que le echó dos cojones plantándole cara al profesor más duro del instituto, yéndose a mitad de examen; pero también podía decirle al profesor que le entró la diarrea.
Estaba en mitad del pasillo histérico pero sin saber que hacer.
Cogió rumbo a la puerta central del instituto cuando reconoció la silueta de su madre a lo lejos, no se acordaba que su madre era la presidenta del APA, y que hoy tenía reunión con los padres de los alumnos de su clase.
Dio media vuelta y empezó a correr sin rumbo fijo, solo pensaba en escapar.
El pasillo se le hacía inmensamente largo y se metió en los baños.
Estaba encerrado, con un retrete perfectamente limpio, perfecto e higiénico (no era como en las películas, con firmas y dedicatorias).
Su situación era ridícula, no la que se había imaginado cuando pegó ese portazo.
Se veía como un gamberro en tierra de buenos e inocentes chicos (la realidad).
De pronto escuchó como se abría el cerrojo del lavabo de al lado y el sonido de unos tacones acercándose hacia su posición; al momento escuchó unos golpes en la puerta que tenía enfrente.
Se temía lo peor, y preguntó quién era y ese personaje le respondió que era un sorpresa y que abra enseguida. Juan obedeció llevado por esa voz de ángel que acababa de oír; se encontró con «una chica diez», la chica y la situación que todos los jóvenes pajilleros habían deseado y seguirán deseando.
Empezó a temblar, parecía un ángel venido directamente del olimpo de San Miguel que con eso de la cerveza se había quedado borracho y se le escapó, o algo así.
Ella le dijo a Juan que la siguiera tranquilo por que le iba a sacar de ese apuro tan grande para un chico de sus características. Juan se tranquilizó (y quien no) y la siguió; la chica le dio dos opciones, o sacarlo en una bolsa gigante o que se pegara a su trasero respingón hasta llegar a los conductos de ventilación que daban a la calle, Juan pidió el comodín de la llamada y llamó a San Miguel para que se la llevara por que le quería violar, y de repente la chica desapareció y con ella la remota posibilidad de perder esa cosa que nadie quiere, la virginidad. Vale perfecto ahora estaba peor que antes.
Tenía que actuar e inconscientemente se puso a correr de nuevo por el pasillo hacia la puerta, ahora no había nadie y salió.
Estaba en la calle , ya empezaba a notar el fresquito airecillo de Soria.
Metió la mano en sus bolsillos y encontró una moneda de doscientas pesetas, y puso rumba a la tienda de golosinas de la esquina.
Entró allí y pidió un bollo y dos bolsas de patatas. Salió de la tienda y se puso a andar, veía el maravilloso paisaje con los pajaritos, el sol, los árboles, la felicidad, se creía la chica de un anuncio de compresas, pero todo eso se estropeó al ver una serie de enanitos cabezones que se metían en una alcantarilla al son de una canción, felices y coordenados.
Se extrañó mucho y decidió seguirlos.
Abrió la alcantarilla y los siguió sigilosamente. A la vuelta de una esquina contempló una impresionante factoría de calzoncillos, entonces entendió por qué le desaparecían sus gallumbos.
Se acercó a uno y le susurró que iba en son de paz, y le preguntó qué hacían con todos esos calzoncillos, éste le respondió que no lo sabían, lo hacían por simple diversión que empezaron por recolectar calcetines pero se cansaron de ese olorcillo y pensaron en cambiar de hedor.
El enanito cabezón le invitó a oler los calzoncillos porque daban un colocón que no veas, Juan lo probó y se puso a toser por que se le había metido un pelo de pene en la garganta. Ya recuperado reconoció sus calzoncillos de «Los 101 dálmatas» entre todos.
Los cogió, pero todos los enanitos cabezones le dijeron que lo tirara, pero Juan no hizo caso por que eran sus calzoncillos preferidos y se puso a correr por donde había venido, subió la alcantarilla y se puso andar por la acera como una persona normal y corriente.
Miró su reloj y se dio cuenta de que ya había acabado el colegio y cogió rumbo a su casa.
Se me olvidó decir que Juan el sábado anterior probó por primera vez las pastillas y alucinógenos, y pensó que rendiría más tomándose una en mitad de el examen, sólo es un pequeño matiz.