Crazy
Tener que estar en un internado era un rollo.
Se lo puedes preguntar a cada interno. Pero si las internas fuesen Jane y Eileen esto podría alcanzar proporciones insostenibles.
Jane fue internada cuando sus padres la encontraron fumando hierba con algunos amigos.
No se trataba de su primera falta; ella se había saltado a la torera todas y cada una de las reglas de buena conducta. Ella sólo tenía diecisiete años de edad pero sabía mucho más de la vida que sus propios padres.
Ellos vivían en un barrio de clase media-alta y los burgueses no son capaces de tolerar semejante comportamiento (al menos en el público, Jane sabía como se las gastaban en privado).
Sus padres pensaron que internarla era la única manera posible de inculcarle a su hija un poco de disciplina. Siempre mejor que el reformatorio.
Una vez en el internado ella llegó a ser el líder de todas las chicas, su palabra allí era ley.
Hacer amistades allí le costó bastante. Muchas de las internas deseaban realmente adquirir buenas maneras en aquel agujero; Jane les enseñó unas lecciones practicas sobre hoyos, hoyos muy húmedos.
Cuando Eileen, con su lacia melena negra y sus increíbles e inmensos ojos verdes grandes increíbles, entró a formar parte de tan benemérita institución Jane sintió haber encontrado su alma gemela.
Jane, en su rol de líder del grupo, infligió a Eileen su primera novatada.
Ellas hicieron que la morena pusiese su hermoso pelo largo dentro de la taza del wáter y una vez allí, tiraron de la cadena. Posteriormente Jane y sus amigas más intimas, el resto de líderes menores del clan practicaron con Eileen su propia fiesta de bienvenida.
Jane fue castigada, por supuesto que las novatadas estaban absolutamente prohibidas (y eso que no se enteraron de la fiestecita privada).
Pero la noche que pasó en compañía de la tímida Eileen introduciéndola en la fraternidad femenina había valido sobradamente la pena.
Cuando Jane recuperó su libertad Eileen se había convertido en una gran amante (algunas amigas de Jane habían obrado la transformación).
Si la dirección de la institución hubiese descubierto las relaciones sáficas en el interior del internado más de uno hubiese sufrido un ataque cardíaco (todas y cada una de las chicas había probado el consolador de correas de Jane).
La historia de Eileen era bastante diferente, el único motivo por el que había sido internado fueron sus notas «no tan buenas como las esperadas».
Ella acostumbraba a ser una fabulosa estudiante pero su despertar a la pubertad había afectado a sus resultados académicos. Mientras tanto había tenido tiempo de perder su virginidad con el capitán del equipo de fútbol del instituto.
Cuando Eileen sintió la salvaje calidez de Jane a su lado descubrió que Jane era el hombre de su vida; Jane tenía todo lo que Eileen podía esperar de un hombre, fortaleza, autoridad, autoestima…; también tenía una polla siempre empinada (su famoso consolador de correas) que podía proporcionar a Eileen más placer que cualquier otra.
Cuando el castigo de Jane terminó ella empezó a preparar sus planes de huida.
No podía soportar ni un minuto más en aquel infierno y cuando Eileen le dio su visto bueno (Eileen siempre pensaba que lo que Jane hiciese, bien hecho estaba, nada malo podía ocurrir).
Ella fingía actuar coma la niña buena que no era y la gente del internado se tragó su repentino cambio de comportamiento.
Era la primera parte de su plan; cuando sus carceleros se confiaron lo suficiente Jane y Eileen dieron el golpe.
El internado estaba en mitad de ninguna parte así que no había la más mínima posibilidad de huir a pie. Jane solventó el problema del transporte en unos instantes.
Robó las llaves del coche a su profesora de religión usando un truquito que un carterista amigo suyo (con una polla bastante interesante) le había enseñado.
La profesora ni se enteró. Tal vez las malas compañías no fuesen tan malas a fin de cuentas.
Se metieron en el dormitorio de Eileen; su ventana daba al patio. Eileen echó un vistazo a aquella habitación, la echaría de menos cuando estuviesen lejos. Jane terminó de anudar las sabanas, creando una cuerda para su huida.
Eileen no estaba del todo segura de lo que iban a hacer pero su fe ciega en Jane la hizo seguir.
Se vistieron con sus uniformes del internado, colocando en una bolsa ropas más informales, sus uniformes no eran las prendas adecuadas para sus aventuras venideras.
La parte más delicada del plan era la siguiente.
Tenían que bajar por una de las tuberías con la ayuda de la cuerda ‘sui generis’; lo que no resultaba sencillo para Eileen que no estaba habituada a hacer cosas como esa.
Para Jane, que había estado escalando árboles toda su infancia, aquello era coser y cantar.
Jane bajó primero y unos segundos más tarde lo hizo Eileen. Jane se excitó cuando levantó la mirada y vio las braguitas blancas de su amiga que ocultaban el más delicioso coñito que había probado en su vida.
Ardía en deseos de volver a comerle el coño pero los negocios son los negocios pensó, y podía ser factible que les descubriesen.
Corrieron hacia el coche tan rápido como pudieron. Colocaron sus bolsas en el maletero donde descubrieron una bolsa de plástico que Eileen cogió.
-Veamos que esconde esta perra-dijo Jane.
Lo que vieron las dejo asombradas, un juego completo de artículos para adultos incluyendo un consolador de cuerdas de diez pulgadas.
-Dios mío, se me ha olvidado el mío-dijo Jane. -Podemos cogerlo prestado, cariño; vámonos o nos meteremos en líos gordos.
Todavía no había terminado de decirlo cuando lo hicieron. Jane se puso al volante y Eileen se sentó a su lado llevando la bolsa secreta de la profesora de religión.
En aquellos momentos se iniciaba la aventura.
-¿Dónde vamos a ir?-preguntó Eileen mientras manoseaba un tapón anal. -Si te soy sincera no tengo ni idea y no me importa. Solo quiero huir. Sugerencias. -Tenemos que ir allá donde nunca nos busquen. -No, pequeña, no a un convento. -Eres tan encantadora-y se dieron un beso francés-Arranca y vámonos-dijo Eileen.
Jane aprendió a conducir cuando tenía catorce años. Eileen se sacó el carnet con sus mayores sudores, no le gustaba conducir para nada.
Se metieron en una autopista desierta, Jane conducía muy rápido mientras Eileen continuaba inspeccionando el bolso de la profesora.
-Nunca hubiese pensado que una frígida como esa pudiese estar tan bien equipada. -No te fíes de las apariencias, es una mujer (más o menos) y le gusta lo que le gusta a una mujer.
Cuando dejaron atrás el internado Jane frenó un poco.
-Respira libertad, Eileen, disfrútala.
Eileen estaba tan cachonda con aquellos juguetitos en sus manos que empezó a utilizar uno de los consoladores en su coño bajo la falda sin quitarse sus bragas blancas.
-¡Eres tan impulsiva!-dijo Jane quien movió su mano derecha de la palanca de cambios al muslo izquierdo de su amiga. Los movimientos de Eileen fueron acelerándose y las caricias que Jane le hacía la ponían todavía más caliente. -Eileen, dame el consolador-y Eileen obedeció.
Jane empezó a lamerlo, estaba empapado con los jugos de su amiga. Se metió profundamente el consolador en su garganta. Cuando lo sacó volvió a meterlo en el coño de su amiga. En esta ocasión el ritmo cambió dramáticamente pasando del ritmo frenético de Eileen a uno muy pausado.
-Un poco más rápido, Jane, ya casi estoy-rogó Eileen.
Sus ruegos cayeron en saco roto porque Jane no cambió el ritmo cansino mientras continuaba con su mano izquierda en el volante. Jane quería que Eileen estuviese tan caliente y cachonda como fuese capaz y sabía que estaba teniendo éxito.
-Por favor, Jane, déjame que me corra-como si nada.
Jane metió el coche en una estación de servicio; se habían quedado sin gasolina y tenían que repostar.
Abrió el maletero y cogió las bolsas de ambas. Eileen, con sus bragas blancas absolutamente empapadas con sus flujos, llevaba la bolsa de su profesora.
Se metieron en el servicio pasando por delante de un chico regordete que se quedó asombrado cuando ellas le saludaron.
Jane se puso el consolador de correas prestado.
-Es un momento ideal para estrenarlo. -Sí-dijo la caliente Eileen.
Jane empezó a follar a su amiga con un ritmo bastante cansino; Eileen estaba tan mojada que consiguió recibir las diez pulgadas de plástico sin problemas.
En pocos minutos Eileen se corrió como si no lo hubiese hecho en su vida. Jane hizo que Eileen lamiese la mojada polla de plástico. Eileen nunca había tenido en su boca una polla auténtica, únicamente el consolador de su amiga (y algunos de algunas amigas de su amiga) en el internado.
Se cambiaron de ropa, sustituyendo sus uniformes escolares por las prendas más provocativas que llevaban preparadas. Su imagen cambió increíblemente convirtiéndose en un par de provocativas adolescentes.
Cuando salieron del servicio el chico que estaba detrás del mostrador (y que había escuchado su actuación, seguro) se quedó aun más sorprendido.
Eileen y Jane querían darle un regalo, así que entraron en un fotomatón y tomaron algunas fotos realmente excitantes de ellas mismas (particularmente un primer plano de la entrepierna desnuda de Eileen siendo lamida por Jane).
Cuando le dieron al chico sus copias y él vio las fotos se corrió de inmediato. Ellas se marcharon de la estación de servicio perfectamente conscientes de lo que había ocurrido.
-Puede que le dé un infarto-dijo Eileen. -No creo, le vi meneándosela detrás del mostrador. -¿Qué hará con las fotos? -No lo sé, igual las pone en un altar o la envía a alguna pagina erótica de Internet. A quién demonios le importa.
Se metieron en el coche prestado y en escasos segundos perdieron de vista la estación de servicio.
-Eileen, ¿te importaría pasarme un consolador? -¿No crees que podría resultar peligroso? -¿A quién coño le importa?
Eileen obedeció y los gemidos de Jane se podían escuchar a través de la ventana.
La soledad de la carretera quedó quebrada cuando escucharon el estruendo de una monstruosa motocicleta.
El motero parecía trasplantado de «Easy Rider».
Él echó un vistazo al interior del coche y cuando vio la mano de Eileen hundiendo un consolador en el coño de su amiga pensó que aquello era lo más excitante que jamás había visto.
Jane bajó la ventanilla y con voz excitada ordenó a Eileen que se quitase sus bragas de tartán (menudo material más raro para unas bragas, a cuadros escoceses). Estaban empapadas con sus propios jugos. Eileen se los dio a Jane quien se las frotó en su conejito caliente. Se los dio al motero quien las olió casi extasiado.
Jane levantó la ventana y obsequió al motero con un gesto internacionalmente reconocido con el dedo de en medio. Aceleró y dejó al motero con un palmo de narices.
La noche caía y se detuvieron en un motel.
Pidieron una habitación doble. Tenían dinero más que de sobra para sus aventuras.
La habitación era bastante más acogedora de lo que cabía esperar, decorada en tonos pastel.
Sabían que la policía debía estarlas buscando así que tenían que ser muy cuidadosas con sus movimientos.
Tomaron una ducha conjunta. Se enjabonaron mutuamente acariciándose sus cuerpos jóvenes, tiernos y deseables. Jane empezó a comer el conejito límpido de Eileen que estaba jugueteando con los pezones de Jane.
Jane se detuvo de repente: -Hagamos algo de dinero. -¿De qué coño hablas, Jane? -¿No te has enterado del concurso de playback? -¿Dónde? -Aquí mismo. Hay un premio de 200 dólares y va a ser nuestro. -¿Cómo? -Con tu imitación del solista de Aerosmith. -¿Tan bien crees que lo hago? -Estás adorable imitando a Steven Tyler. -No tengo nada que ponerme. -Para de poner peros. Triunfarás.
Jane inscribió a Eileen como participante con un nombre falso (viajaban con documentación falsa). También reservo una mesa próxima al escenario.
Más tarde se metieron en el club del motel donde la multitud las recibió con una ovación. Prácticamente todo el mundo quedo extasiado con su presencia.
Un par de imitadores de Elvis y una chica pretendiendo ser Joan Báez (o Suzanne Vega, vete a saber) actuaron antes que Eileen.
Cuando los primeros acordes de Crazy sonaron Eileen empezó a contonearse con la música jugando con el micro. Sus labios carnosos y sus movimientos la hicieron parecer aun más sensual que antes.
Ella era capaz de imitar todos y cada uno de los movimientos de Steven Tyler, en perfecta simbiosis con la música y con el micro. Jane iba vestida de cowboy con un sombrero de ala ancha ocultando su larga melena dorada.
Eileen continuó con el espectáculo, ya lo había interpretado antes alguna que otra vez. Cuando su actuación concluyó la gente la vitoreó y cuando se arrodilló y se fundió en un húmedo beso con Jane (que se había quitado el sombrero mostrando su larga melena rubia a la multitud) todo el mundo en el club las aclamó y empezaron a contar cuanto tiempo duraba aquel beso; un par de minutos en mitad de una estruendosa ovación.
El concurso continuo sin novedades y Eileen venció por aclamación. Volvieron a su habitación (después de haber rechazado un montón de proposiciones; hombres, mujeres y mixtas) y una vez allí disfrutaron de su fiesta particular con mucho champagne.
Jane folló a Eileen con el consolador de correas como mínimo tres veces incrementándose su calentura interior hasta que llego a pedirle a Eileen que le devolviese la atención.
Era la primera vez que Eileen utilizaba un consolador de correas; siempre había interpretado el rol femenino.
Jane se corrió un par de veces con el pene de plástico en su interior pero ella quería aun más así que le rogó a Eileen que le complaciese.
Eileen, recordando sus más inolvidables experiencias, ató los tobillos y las muñecas de su amiga a las patas de la cama, con las piernas bien abiertas. Igualmente le vendó los ojos con un pañuelo azul.
Eileen cogió un consolador dorado de entre los tesoros de la profesora y empezó a acariciar el clítoris de su amiga.
Cambiaba de ritmo a su antojo y en ocasiones sustituía el consolador por su lengua; unas suaves caricias daban paso caprichosamente a la introducción del consolador en la hambrienta vagina de Jane que se estaba excitando como pocas veces; nunca había pensado que una tortura como esa pudiese resultar tan placentera.
Eileen dejó de utilizar el consolador plateado y lo sustituyó por el consolador de correas follando a Jane brutalmente intentando atravesar el cuerpo de su amiga, empapándose de la humedad de la entrepierna de Jane.
Colocó algunos cojines bajo el cuerpo de Jane, elevándole la entrepierna. Eileen cogió un consolador de dos cabezas, destinando una cabeza a cada agujero de su amiga.
Eileen no había «padecido» aquel tratamiento pero había pensado mucho en el mismo (de hecho su culo todavía estaba virgen, Jane quería que fuese un chico quien le desvirgase el esfínter).
Eileen se metió un vibrador en el coño y lo conectó; se puso muy cachonda y se corrió; retiró el vibrador y con su vagina chorreando se sentó sobre la cabeza de Jane a quien ordenó que le comiera el coño (Jane estaba con los ojos vendados).
Eileen continuó manejando el consolador de dos cabezas, estaba haciendo un buen trabajito en el coño de su más íntima amiga.
Terminaron la noche con el número final, un frenético 69 con húmedas lenguas, húmedos coños y barbillas. Estaban tan reventadas que cayeron rendidas en un fuerte abrazo.
Se levantaron tarde por la mañana. Era deliciosa la sensación de libertad, sin nadie que tocase diana y las levantase a su voluntad. Desayunaron y planearon la jornada. La policía debía estar buscando el coche robado así que tenían que deshacerse del mismo lo antes posible.
Se metieron en la carretera buscando una comarcal abandonada para «perder» el coche. Continuarían su aventura haciendo autostop.
Estaban tan absortas en sus pensamientos que no vieron el coche patrulla. Dos policías de tráfico bastante robustos (un par de armarios, uno blanco y otro negro) les dieron el alto; habían identificado el coche.
A Eileen y a Jane se les cayó el alma al suelo, pensaban que su aventura había alcanzado el final. Bajaron del coche derrotadas. La imagen del internado, o aun peor del reformatorio, no era precisamente placentera.
Mientras el madero negro les apuntaba con su arma de reglamento el blanco les ordenó que pusiesen sus manos sobre la cabeza encima del capó del coche.
-Separar las piernas.
Ellas obedecieron sin rechistar, separándolas tanto como les fue posible.
-Preciosa panorámica, Bill-dijo el poli blanco observando a la pareja de adolescentes.
Las cacheó aprovechando su posición ventajosa. Cuando empezó a buscar entre sus piernas se dio cuenta de que estaban mojadas.
Él, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, deslizó un dedo en el coño empapado de Jane. Ella sabía que no se podía mover, estaba a su merced. Sus caricias se convertían más cachondas, ella intentaba resistir pero no podía vencer a su cuerpo.
Con su otra mano repitió la jugada con Eileen; tenía sus dedos hundidos en los sexos de ellas. Él había olvidado su misión, simplemente disfrutaba la ocasión. Cuando sus dedos se empaparon con los jugos de sus prisioneras empezó a acariciarles los glúteos. Igualmente deslizó un dedo en los anos bastante secos.
Ellas se sorprendieron con la invasión.
-Media vuelta, zorritas.
Obedecieron las ordenes y el poli continuó con el cacheo prestando especial atención a sus pechos juveniles y a sus entrepiernas.
Tuvo una idea feliz, quería disfrutar aquel par de zorras y en el fondo le caían bien, le recordaban sus propios años de internado y los depravados abusos que había sufrido allí, incluyendo la sodomización a que le sometieron los veteranos.
Un montón de años y de dólares de psicólogo no habían resuelto el trauma. Ahora podía pasar factura.
-Hagamos un trato, niñas. Puedo olvidaros si hacéis algo por nosotros y vosotras os olvidáis de eso.
Él esperaba la respuesta. Las chicas sabían de que estaba hablando, ellas no tenían absolutamente nada a parte de sus cuerpos jóvenes y tentadores.
Eileen sabían que Jane iba a aceptar; seguramente fuese mejor que ser arrestadas por robar un coche; pero Jane quería que el madero fuese más preciso.
-¿Cuál es el trato exactamente?-preguntó Jane. -Nos olvidaremos de que habéis estado alguna vez en este condado, me desharé del coche bastante lejos de aquí, nadie sabrá que habéis estado por aquí. Os pagaremos un billete de autobús al destino que elijáis. En contrapartida pro esto os llevaré a mi casa, os ataré y amordazaré y cuando terminé mi turno yo y algunos amiguetes disfrutaremos de vuestra compañía.
-¿O? -Os arrestaremos, os meteremos en una de nuestras más deliciosas celdas con sus distinguidos violadores. No es que sea una grata experiencia. Se os juzgará y condenará por robar un automóvil y tendréis que justificar de dónde han salido las drogas que he encontrado en vuestros culos y coños. Todavía mejor, esa bolsa no os hará ningún bien. -¿Y cuánto durará?-Jane estaba aceptando pero delimitando el trato. -«Mañana por la mañana estaréis lejos de aquí. Lo disfrutaréis, pensad que mañana por la mañana tendréis suficientes motivos como para denunciarme; ¿creéis que os voy a herir? Nuestro trato es la única garantía que yo tendré y la única que vosotros tengáis. -Tenemos un trato. -Tenemos un trato-dijo el poli que ordenó a su compañero que parase de apuntar a las jóvenes. Entonces el poli las esposó y las puso en el asiento trasero del coche patrulla.
Bill, el madero negro y silencioso, conducía el coche robado. Fueron a las afueras de la ciudad, una casa en mitad del campo. Una vez allí ambos policías desnudaron a las chicas, les ataron de pies y manos y las amordazaron con esparadrapo.
Fueron igualmente atadas a un mueble.
-Volveremos pronto. Pasarlo bien.
No intentaron luchar contra sus ataduras o sus mordazas, sabían que aquello era inútil.
Las horas de espera pasaron tan despacio que tuvieron tiempo suficiente para pensar en su aventura. No iba como la habían planeado pero tenían la palabra de un poli. Tal vez no fuese mucho pero era mejor que estar encerradas en una celda.
Oyeron ruidos, la fiesta iba a empezar y algunos hombres (y una mujer) se metieron en la casa. En total cinco hombres y una mujer.
-Aquí tenemos a nuestras pequeñas internas-dijo Bill, era la primera vez que las chicas oían su voz.
También apareció una videocámara y ambas chicas la miraron asustadas.
-Empecemos con la rubia-sugirió alguien.
Bill y otro hombre la desataron y la llevaron a rastras al comedor. Una vez allí la arrojaron al suelo y esposaron su muñeca derecha a su tobillo derecho e igualmente con los izquierdos. Ella tenía que contraer sus piernas absolutamente abiertas. Sabía que estaba completamente indefensa y deseaba chillar pero la mordaza lo evitaba. Tenían un trato, pensó.
El madero blanco fue el primero en bajarse la cremallera.
Ella no podía verle porque su cabeza estaba descansando en el suelo y pensó que mejor no mirar lo que iba a ocurrir. Él colocó su polla a la puerta del coño de Jane y empezó a bombear. La polla se deslizó fácilmente, el coño de Jane no era precisamente estrecho y sus piernas abiertas facilitaban la labor al primero de los intrusos.
Se la estaba follando como si tuviese un motor en el interior.
Esto le dolía un poco a Jane, no la follada en sí, se la habían cepillado un montón de veces y podía recibir en su interior pollas más grandes, duras y anchas que la del poli pero la posición incomoda de sus piernas y brazos no era plato de buen gusto.
El poli se corrió sobre su cuerpo e inmediatamente otro blanco lo sustituyó. La historia se repitió paso a paso. Ella empezaba a disfrutar con el frenético folleteo, prácticamente ni se enteró de que otros dos tíos blancos se la cepillaron.
Su cuerpo le dolía, la extraña posición de brazos y piernas obligadas por las esposas y la presión de su espalda contra el suelo. Pero su confianza se resquebrajó cuando Bill, el armario negro se desabrochó los pantalones. No había visto en su vida una polla tan grande y ni siquiera usado un consolador tan descomunal así que se dio cuenta de que aquello iba a dolerle.
Bill le mostró su herramienta en todo su esplendor y cuando hundió la punta de su polla en el coño de Jane (por otra parte bien lubricado) ella gritó.
Aquella polla la estaba partiendo, estirajando su tierna carne. Aquella polla estaba alcanzando parajes que ningún otro pene (natural o artificial) había alcanzado antes, ensanchando las escasas estrecheces que le pudieran quedar. Y no llevaba un ritmo fijo, lo cambiaba a su antojo incrementando el dolor de Jane.
Cuando Bill se le corrió en la cara (menudo chorro) la dejaron en paz en sus esposas con un consolador grande (pero no tanto como la polla de Bill) en el coño.
Ahora le tocaba a Eileen.
La desataron y le quitaron la mordaza.
Le ordenaron que les chupara las pollas tragándose el semen. Cuando terminó con las mamadas (ella nunca había saboreado una polla real anteriormente pero su experiencia con consoladores era dilatada) {por cierto, apenas fue capaz de hacerle la mamada de rigor a Bill, su garganta a duras penas podía acoger aquel monstruo} su boca estaba inundada en semen.
Le ordenaron que se pusiera a cuatro patas y ella se apercibió de lo que iba a ocurrir.
Bill ocupó la primera posición en esta ocasión.
Le masajeó los glúteos y repentinamente intentó hundir su monstruo en su hiperestrecho culo. Del todo punto imposible, era condenadamente estrecha.
Su culo todavía era virgen; Jane había decidido que una polla de verdad, y no una de plástico, debía romper aquella virginidad.
Y Jane no hubiese podido encontrar una polla más jodidamente real que la de Bill. Aplicó una gran cantidad de vaselina en el estrecho agujerito e introdujo un dedo para dilatarlo. Intentó asaltar aquel ano lubricado con su polla y al fin lo consiguió.
Cuando la puntita llegó a entrar con cada nuevo golpe el se encargaba de abrir una nueva superautopista en el recto de Eileen. El dolor que estaba sufriendo era insoportable y con cada pulgada de la carne de Bill incrementaba.
Con mucho esfuerzo, y muchos golpes, finalmente consiguió meter toda la herramienta en las entrañas de Eileen y empezó a bombear frenéticamente. Tardó una eternidad (a juzgar por lo que le pareció a Eileen) pero finalmente se corrió en el interior.
Los tíos blancos también le dieron por culo pero aquello fue un juego de niños, su ano estaba tan ensanchado que sus pollas se deslizaban fácilmente y ella ni se enteraba.
Cuando la fiestecita terminó su ano presentaba una apertura de más de 1.5 pulgadas de diámetro. No había parado de gritar ni por un instante, como si una espada la estuviese atravesando.
La dejaron sola y regresaron a la sorprendida Jane.
La liberaron de las esposas, cosa que agradeció.
Pero antes de que pudiese volver a la normalidad Bill se echó sobre el suelo y los blancos la hicieron sentarse sobre su eterna erección que se encontró un culo no tan estrecho como se esperaba. Ella había tenido en el culo toda clase de consoladores y de tapones anales (y unas cuantas pollas) así que su malestar fue sensiblemente menor que el de Eileen.
La echaron sobre Bill y empezaron una doble penetración. Su culo para Bill y los hombres blancos se turnaban en su coño.
Aquella doble penetración tenía ritmo, cuando el pollón negro estaba dentro la correspondiente polla blanca estaba fuera y viceversa. Ella disfrutaba mucho más con la polla del culo que con las de su coño. Aquel fue el acto final.
Liberaron tanto a Eileen como a Jane y les dijeron que tomasen una ducha. Jane preguntó-¿qué hace ella aquí?-señalando a la mujer que había estado inactiva.
-Se había apostado que si alguien podía aguantar el pollón negro de Bill ella también lo haría, así que gracias.
Cuando Eileen y Jane salieron de la relajante ducha vieron como la mujer intentaba aguantar el pollón negro sin éxito. Bill disfrutaba con los esfuerzos de la mujer, una apuesta es una apuesta.
Cuando finalmente lo logró Bill se la folló aun más salvajemente que antes y cuando terminó de follarse el coño le tocó el turno al culo.
Sin comentarios.
Los chicos le dieron a Eileen y a Jane una copia de la película que habían grabado y la mañana siguiente las condujeron a la estación de autobuses, ellas podían ir donde quisieran.
El coche apareció un par de días más tarde a más de dos mil kilómetros de donde los polis las habían parado.
Nadie nunca sospechó que Eileen y Jane estuviesen donde realmente estaban así que pudieron iniciar una nueva vida lejos de internados o de padres.
Vivieron en una granja con un joven y apuesto granjero que se enamoró de Eileen (tampoco le hacía ascos a Jane, pero el amor es ciego) y de tanto en tanto ellas rendían visita a Bill en busca de sus servicios especiales; un servicio muy especial.