¡Se ha salido!, ¿qué está mal?, ¿qué pasa?

Al oído, en un susurro, le escucho.

Métela en tu boca, mi amor, pero estate quieta, no te muevas.

No digo nada, simplemente obedezco, meto mi cabeza bajo las sabanas, hasta su vientre, e introduzco su polla en mi boca, todo lo que puedo, la noto chocar contra mi paladar, casi llegar hasta mi garganta, y me quedo quieta, muy quieta, como me ha pedido.

Pasan los minutos, siento como su respiración se hace cada vez más regular, se está quedando dormido, ¡se ha quedado dormido!, siento su sexo en el interior de mi boca, en mi interior, duro, suave, mientras el tiempo pasa.

He perdido la noción del tiempo transcurrido, bajo la sabana hace calor, pero no me atrevo a moverme a sacar de mi boca su sexo, pasa el tiempo, la posición empieza a ser incomoda, me muevo para evitar que se me quede «dormido» el cuerpo.

Su voz llega a mis oídos como un latigazo.

¡Quieta, no te muevas!

Me quedo paralizada, he bajado mi cabeza bruscamente y siento como su sexo golpea fuerte contra mi garganta, una arcada está a punto de hacerme vomitar, pero logro contenerla, me quedo muy quieta, sintiendo como su sexo que había perdido su dureza se vuelve nuevamente duro, crece en mi boca, la llena, ….

Cuanto tiempo ha pasado, tal vez una hora, a través de las sabanas pasa más claridad.

Al recordar la noche pasada siento que mi sexo empieza a humedecerse, espero, deseo llevar una de mis manos y acariciarlo, pero tengo miedo de despertarlo, de que se dé cuenta, me quedo quieta, sintiendo mi boca llena.

Su sexo, comienza a moverse, a salir y entrar en mi boca, ¡me está follando!, ¡me está follando por la boca!, siento como llega hasta mi garganta, su mano se posa en mis nalgas, mientras con la otra retira la sabana de encima de mí, el aire fresco llega hasta mi cuerpo, mi rostro, el sol golpea mis ojos y me hace cerrar los ojos.

Su mano acaricia mis nalgas, las aprieta y de vez en cuando me da un ligero azote, mientras sigue entrando y saliendo de mi boca.

Se queda quieto, mientras noto como me inunda la boca, su semen y mi saliva llenan mi boca, intento sacar su sexo de mi boca, pero su mano, en mi cabeza, detiene mi movimiento,…

Estate quieta, ¡no te muevas!, no te muevas.

Acepto su orden, que otro remedio tengo, es su deseo.

Con dificultad trago el contenido de mi boca, mientras sigo sintiendo su sexo en ella.

Pasa el tiempo, los olores ya me son comunes, siento su tranquilidad, su paz, en el calor de su cuerpo, yo también estoy tranquila, los músculos de la boca comienzan a cansarse pero mi cerebro la ordena que se quede como está.

Una caricia, su mano pasa por mi pelo, acaricia mi rostro, y su voz, su voz llega a mis oídos.

Vamos golosa, es hora de ducharse… – dice mientras empieza a incorporarse de la cama –

Sé que esta frase la ha acompañado con una sonrisa, aunque no la he visto, lo conozco.

Se levanta y camina hacia el baño, veo su cuerpo desnudo mientras camina con ese paso firme que le caracteriza. Él, él, él,…

Me levanto, desentumezco mis músculos, realmente necesito una ducha, mi cuerpo, mis muslos están aún húmedos de todos los líquidos que se han derramado sobre él.

Espero a que regrese, no me ha pedido que vaya con él, le espero unos minutos. Regresa con el albornoz puesto, rasurado y oliendo a ese perfume que me enloquece.

Vamos, perezosa – me dice mientras me da un beso en los labios- ¿qué esperas?, ve a ducharte. Tenemos un montón de cosas que hacer hoy.

Si, cariño, en seguida estoy – le digo mientras le devuelvo el beso y voy hacia la ducha –

El agua templada resbala por mi piel, desciende desde mi cabello hasta mi espalda, corre por mis piernas, se queda en pequeñas gotas en el vello de mi pubis, dando la sensación de ser perlas multicolores.

Me envuelvo en la enorme toalla de baño, y me dispongo a secar mi cabello, el sudor ha desaparecido, pero, será mi imaginación, creo conservar su olor, el olor a él.

He terminado, voy a la habitación, sobre la cama me ha dejado la ropa, ¡me encanta!, ha dejado la ropa que quiere que me ponga, no la conozco, es nueva ¡la ha comprado para mí!

Un precioso vestido de seda, de fondo amarillo con unas ligeras florecillas, con unas finas hombreras. Me llega hasta las rodillas, la falda tiene un gran vuelo, es casi como sentirse desnuda, un cinturón ciñe el vestido a mi cintura.

Miro entre el resto de las prendas, no hay sujetador, no es que tenga un pecho excesivo, pero lo tengo lo suficientemente bien puesto como para que se me mueva si tengo que correr o hacer algún movimiento violento, pero bueno…

Tampoco hay bragas, parece que no quiere que las lleve, bien no hay problema no me molesta. Con las medias se ha pasado, hace bastante calor como para llevar medias, pero que le vamos hacer, está bien, además son muy ligeras.

El liguero es clásico, blanco para que no se trasparente a través del vestido, ninguna sorpresa, sé que le gusta, que odia los pantis, siempre dice que serán muy cómodos pero que le hace perder toda la belleza a una mujer.

Los zapatos, de color negros con tacón fino, dejan al descubierto gran parte del pie y llevan una cinta que se abrocha al tobillo, el bolso a juego.

Me he vestido, y me estoy maquillándome frente al espejo, un maquillaje ligero sin grandes subidas de tono, le gusta que sea lo más natural posible, las uñas, ese es mi feudo, de un rojo fuerte, ¡pidiendo guerra!, me sonrió frente al espejo.

Le veo en el espejo, esta tras de mí, no le había oído llegar, con su traje de alpaca gris, con su camisa azul, sus discretos gemelos, su corbata a juego, no lo veo pero seguro que lleva sus impolutos zapatos negros de cordones con esa piel tan suave que parece que formar parte de su pie.

Estas muy hermosa,…

Gracias, mi amor – respondo – 

Ponte solo los pendientes y el reloj, no te hacen falta más joyas tú ya eres una magnifica joya, voy a arreglar un par de papeles en el despacho ahora mismo subo. No te demores mucho, ¿vale?

En seguida termino. -cierro esta frase con un beso en sus labios-

Ha pasado el tiempo mientras contemplaba en el espejo, mientras veo esa luz de felicidad en mis ojos que no veía hace mucho tiempo.

Escucho sus pasos en la escalera, mientras, ya de pies frente al espejo termino de darme los últimos retoques a la sombra de ojos.

Se ha puesto tras de mí, sus manos acarician mis senos a través de la seda del vestido, y sus labios besan mi cuello, siento enloquecer y como mi se sexo se humedece.

Pone su mano en mi espalda y la otra en mi vientre, indicándome que me recline sobre el tocador, pongo mis manos en el mueble, mi cara queda casi pegada en el espejo, mientras escucho el ruido inconfundible de la cremallera de su pantalón bajar.

La falda ha quedado sobre mi espalda, le estay ofreciendo mi sexo, mi culo todo para él.

Siento su polla a la entrada de mi sexo, como poco a poco entra en él, como comienza a bombear, hasta dentro, muy a dentro, más adentro,….

Comienzo a moverme yo también, atrás, adelante, siento su sexo caliente, mi sexo húmedo, sus manos en mis senos, Oh! siento llegar el orgasmo, siento, siento, siento. Él se derrama en mi interior, su cuerpo descansa sobre mí, sus brazos me ligan por la cintura, la paz, tras el placer, me llena,….

Él se queda quieto, unos momentos, saca su sexo, lentamente hasta que me deja vacía, llena de él, pero vacía, su mano acaricia mi nalga y me da una palmada.

No sé cuál es la razón, pero se me escapa un pequeño grito, ¿de sorpresa?, ¿de placer?, y una frase escapa de mi subconsciente llegando hasta mis labios.

Azótame, azótame, por favor.

Se separa de mí, le veo en el espejo quieto como pensando si darme ese placer, mientras yo me quedo en la misma posición sin moverme, esperando su decisión.

Escucho el ruido que hace su cinturón al salir de las trabillas del pantalón, cierro los ojos, bajo la cabeza y escucho el ruido al rasgar el aire,…

Plass, plass,…

El cinturón cae sobre mis nalgas, varias veces, siento el ¿dolor?, ¿placer?, ya conocido…

Plass, plass

Por último, sus labios besan mis nalgas, sus labios besan mi cuello, susurran a mi oído

Termina de arreglarte mi amor, tenemos muchas cosas que hacer esta mañana.

En el espejo mientras bajo mi vestido, veo como él se coloca el cinturón nuevamente.

Agarra mi mano y juntos descendemos hasta el jardín, abordamos el coche. No le he preguntado que tenemos que hacer, ya me enterare. Como siempre abre mi puerta y espera a que este sentada antes de ir a su sitio.

Hablamos de cosas intranscendentes durante el recorrido.

Está buscando hueco para aparcar el coche, – esta ciudad cada vez está peor- , comentamos.

Mientras paseamos por la ciudad, siento como el aire entra por mi falda y refresca mi sexo, como poco a poco se escapan los líquidos desde mi interior, resbalan por los muslos hasta el inicio de las medias, es bonito sentirlo, es como sentir por segunda vez. Las nalgas están un poco doloridas pero no me quejo, camino junto a él, viendo los escaparates.

Nos paramos frente a una tienda de deportes, de hípica, de las muchas que hay en esta ciudad, es increíble lo mucho que gustan los caballos.

Has visto esa fusta – me pregunta –

Si – respondo mientras miles de fantasías pueblan mi imaginación –

¿Te gusta?

Si,…

¡Vamos a comprarla!

El precio es insultantemente caro, es de un cuero especial, y está diseñada, bla, bla, bla,…

El dependiente sigue su explicación mientras él parece escucharle atentamente, pero en realidad está acariciando mis nalgas a través del vestido.

Yo, por mi parte, mantengo las manos caídas, mientras siento sus caricias en mi dolorido culo y comienzo a sentir como se humedece mi sexo mientras mi imaginación corre desbocada y mi mirada no se separa de la fusta de «cuero especial».

Con la fusta en una preciosa bolsa, ecológica de papel reciclado, estrecha y larga como la propia fusta, salimos a la calle y seguimos curioseando escaparates, su brazo pasa por mis hombros mientras yo me he ligado a su cintura, el aire primaveral recorre mis piernas, hincha ligeramente la falda, lo noto entre mis piernas, acariciando mi vello púbico, enfriando mis calores.

Tienes hambre – me pregunta –

La verdad es que un poco, por si no lo recuerdas solo te desayune a ti.

Ja, ja. Ja, – ríe por un momento – conozco un buen restaurante cerca de aquí, es comida alemana, ¿te apetece?

Por supuesto, ¿vamos andando?

Si, está aquí mismo.

El restaurante es una reproducción de un restaurante alemán de principio del siglo pasado, me refiero al XX, las mesa están situadas en unos semireservados con un separador de poco más de 1,70 metros de alto, pero que permite dar esa intimidad a cada mesa que es tan agradable en muchos casos.

Él esta hambriento y en honor a la verdad yo también, tras pedir varias ensaladas encarga un surtido de salchichas alemanas con col agria y puré de patada, todo acompañado de un buen vino blanco del Rhin.

Sobre la mesa la comida parecía un bodegón de múltiples colores, las ensaladas, la fuente de salchichas parece que nos está llamando con su olor y colores.

Unas de las salchichas, blancas, gruesa, de cómo 15 cm de larga, humeante, al haber sido cocinadas al vapor, le llama la atención.

Estamos conversando de los acontecimientos internacionales, los movimientos bursátiles, cuando, sin previo aviso, cambiando el tono de voz, a ese tono que me es tan conocido,…

Coge una y métela en la boca, ya sabes cómo, como si fuera la mía…

No pregunte a que se refería, había seguido su mirada en un par de ocasiones y tenía muy claro a qué se refería.

Tomo una, la que vi he visto más gruesa y larga entre mis dedos, y lentamente la llevo a mi boca, primero introduzco la punta y poco a poco la voy introduciendo más y más, hasta casi chocar con mi garganta.

Esta caliente, y me quema la lengua y los labios, pero continuo haciéndola entrar y salir de mi boca

El, recostado en su silla, con las manos sobre la mesa se mira en silencio, con esa mirada que me fascina, en la que no puedes leer lo que piensa, la mirada que siempre he asimilado al tahúr de póker, de quien nunca sabes si tiene en la mano una escalera de color o cinco carta surtidas.

Su voz, nuevamente esa voz que me hace ponerme rígida, que me eriza los cabellos.

Métela

¿mas? – pregunto ingenua –

Métela, ya sabes dónde.

Esta caliente, muy caliente, me va a quemar – mi voz había cambiado, la noto con un tono de súplica-

Procura que no se manche el vestido.

Por un momento no supe que hacer, luego lentamente me levanto de la silla mientras saco la salchicha de mi boca, levanto mi falda hasta descubrir mi pubis desnudo, sujeto con una mano el vestido, separo mis piernas y acerco la salchicha a mi sexo, efectivamente la noto caliente, no tanto como esperaba, su paso por mi boca la ha enfriado bastante.

Lentamente la voy introduciendo en mi coño, empujándola hasta que me penetra, cuando está dentro, me asalta la duda, ¡me tiene que estar viendo todo el restaurante!, miro a mi alrededor, al resto de las mesas, afortunadamente el panel de madera que separa las mesas me protege, nadie a la vista afortunadamente.

Junto las piernas mientras noto el calor en mi interior, en mis muslos, me quedo de pies, mientras dejo caer la falda.

Le estoy mirando a los ojos desafiantes mientras me siento llena por dentro y avergonzada.

Siéntate, recuerda no manches la falda, una mancha en ese vestido queda horrible – me dijo mientras sonreía – aunque sea por detrás y tú no la veas.

No sé cómo hacer, lentamente levanto la falda por detrás de mi cuerpo, recogiéndola al mismo tiempo, hasta poder sentarme sobre mi trasero sin que la falda se interponga entre este y el asiento de la silla.

Dejo las manos sobre la mesa y me quede mirándolo, hasta que, sin saber la razón clavo la vista en el plato que tengo frente a mí.

Nuevamente ha comenzado a hablar en el mismo punto donde habíamos interrumpido la conversación, mientras yo, cada vez más azorada, pienso en la salchicha rompiéndose en mi interior e intento hacer los menores movimientos posibles.

El tiempo pasa y tras pedir los cafés solicita la cuenta al camarero, paga y se levanta, solícitamente, me tiende la mano para ayudarme a levantar, el terror me invade, se romperá, seguramente se romperá. Tomo su mano y me levanto, intentando no reparar los muslos.

Ya de pies, tengo que separar las piernas para lograr algo más de estabilidad, ciento como se desliza de mi interior, como resbalaba de entre mis muslos y con un ruido ensordecedor, seguramente todo el restaurante lo ha escuchado, cae de entre mis piernas en el suelo.

La realidad es que nadie se ha dado cuenta, afortunadamente, creo morir de vergüenza incluso siento como el rubor sube a mis mejillas, en el suelo entre mis pies reposa la salchicha.

No te preocupes, encontraremos algo que no se caiga cuando te levantes. – me dice casi en al oído mientras acerca sus labios para darme un beso en la mejilla-

Gracias – solo acerté a decirle un tímido gracias –

Paseamos por un parque cercano disfrutando de sol y la brisa primaveral, pero el sol, incluso en primavera, termina por ocultarse y junto al sol tomamos el coche para regresar a casa, esta noche podría ser maravillosa, así lo esperaba.