Mi viaje a Marruecos cambió mi vida sexual
Me llamo Andrea, soy medio alemana y medio española, aunque vivo en Madrid, y os quiero a contar una historia que me ocurrió hace algo más de un año y que me ha marcado desde entonces.
Creo que soy bastante atractiva y tengo buen cuerpo, al menos eso dicen los chicos. He heredado de mi padre el físico germánico porque soy rubia, con ojos azules, bien proporcionada y de mi madre el carácter español, porque soy abierta, simpática y, en general, extrovertida.
Cuando me ocurrió lo que os voy a contar tenía 20 años, acababa de terminar una diplomatura de tres años en la universidad y había roto con mi novio, las dos cosas casi al mismo tiempo, y lo que más me apetecía era poner tierra de por medio e irme una temporada a otro país, cambiar de aires de la forma más radical posible. Por eso cuando una amiga mía que trabajaba en una ONG me comentó que en su organización buscaban a una persona para trabajar durante un año de cooperante en Marruecos me pareció que por fin se me marcaba el camino que quería seguir.
Yo no tenía ninguna experiencia en ese campo pero gracias a la recomendación de mi amiga me dieron el puesto tras una corta entrevista. Debí de caerles bien. Aunque aparentaba varios años menos de los que tenía (más de una vez me pusieron problemas para entrar en algunos locales ya que pensaban que era menor de edad) tenía un aspecto de buena chica que no me ha abandonado nunca. Y así me vi en pocos días recogiendo mis cosas y embarcándome primero en el tren a Algeciras y luego en el ferry a Tánger, donde iba a vivir en los próximos meses.
Marisa, la persona a la que iba a sustituir en el trabajo, debía ponerme al corriente de todo antes de marcharse. Me ayudó a encontrar un piso estupendo en una zona céntrica donde vivía lo mejor de la sociedad tangerina, sólo tenía un problema: estaba vacío. En las siguientes semanas además de ponerme al tanto de los aspectos del proyecto de cooperación del que me tenía que encargar me dediqué a buscar algunos muebles, los más necesarios: un colchón, una cocina, esas cosas imprescindibles para empezar a vivir. Marisa pasó a despedirse de mí.
-Bueno Andrea, ya me voy y no veas las ganas que tenía. Una mujer lo tiene muy complicado para trabajar aquí. Estos marroquíes son unos reprimidos, no piensan más que en el sexo y como lo tienen tan complicado para acostarse con las chicas locales (todos los maridos exigen que sus mujeres lleguen vírgenes al matrimonio) se pasan el día sentados en el café mirándolas e imaginando lo que harían con ellas. De verdad que no te puedes imaginar lo salidos que están y, claro, nos ven a las extranjeras como la mejor fórmula para desahogarse. ¡Andan locos por meterla, es lo único en lo que piensan! Yo no aguanto más su acoso, las cosas que te dicen, como intentan meterme mano en cualquier aglomeración. Me largo, aunque tú lo vas a tener aún más complicado: tan jovencita y encima rubia, con ojos azules, cuerpo bonito, casi de adolescente, esa piel tan blanca y ese aire inocente… Pobrecita, no sabes lo que te espera. Y es que ¡cómo son!, ¡sólo piensan en su polla! Te recomiendo que trates lo menos posible con la gente que no sea del trabajo, ni se te ocurra traer a ningún marroquí a tu casa porque pensarán que los traes para acostarte con ellos, tú di siempre que vives con tus padres y no te metas en ningún lío que lo acabarás pagando.
Marisa me parecía una exagerada pero me hacían gracia sus quejas. No tenía ninguna gana de acercarme a un chico, tras la ruptura con mi novio lo único que quería era estar tranquila y ése me parecía un buen lugar para hacerlo. Sin embargo no seguí ninguno de sus consejos y acabé pagándolo y de qué forma.
Tánger había sido en otra época una ciudad de diversión para intelectuales y ricos europeos y americanos, pero poco quedaba de todo eso. Tras el trabajo me dedicaba a pasear por el Bulevar, la calle principal de Tánger. En cuanto anochecía me parecía trasladado a una ciudad sólo habitada por hombres, no se veía ni a una mujer por la calle. Sentados a la puerta de los cafés, en las plazas o paseando por la calle, pasaban el rato mirando a la gente pasar. Sin quererlo, por mi aspecto y mi ropa de europea, llamaba la atención y me convertía en la atracción.
Los chicos y los hombres me miraban, se reían entre ellos, algunos me llamaban, me decían cosas, otros se acercaban a ofrecerse de guías, a ofrecerme hachís o me preguntaban si podían «hacer alguna cosa por mí». Otras veces alguno se acercaba, parecía que sólo quería hablar conmigo pero acababa preguntándome dónde vivía o me decía que me invitaba a tomar un té en su casa. Por supuesto nunca acepté, no es que tuviera miedo, pero no me gustaba meterme en una situación de la que tal vez no supiera cómo salir.
Todos los días, de camino al trabajo pasaba por una pequeña carpintería. No había reparado en ella pero un día yendo con un compañero éste se paró a saludar al chico que trabajaba allí. Me presentó, pero el joven carpintero, que se llamaba Tarek, apenas hablaba español o francés.
Era un chico alto, moreno, alrededor de 28 años, con una sonrisa con cierta chulería, como de quien se sabe muy atractivo, muy seguro de sí mismo, que gusta mucho a las chicas, y una mirada que sin duda las desnuda cuando las mira de arriba abajo. Y de una forma parecida me miró a mí. Mi compañero me dijo que si yo necesitaba algún mueble Tarek me lo podría hacer, sé que después hablaron más de mí porque Tarek me miraba y le preguntaba cosas a mi compañero. Nos despedimos y él me respondió con un ¡hasta pronto! y una sonrisa cargada de malicia.
No me volví a acordar de él hasta el día siguiente en que pasé de nuevo por su carpintería. Me sentía intimidada por ese chico, sin saber por qué, así que aceleré el paso y no miré para no saludarle. Transcurrieron tal vez un par de semanas y un día tras haber pasado por allí noté que alguien gritaba «¡hola!». Me volví y ahí estaba Tarek, saludándome con una sonrisa de las suyas. Le saludé y seguí mi camino, aunque noté que él comentaba por lo bajo algo en árabe. Otro día también lo vi, hablando muy de cerca con una chica, tal vez su novia, a quien se notaba loca por él pero que parecía demasiado recatada. Esta vez sólo me miró con su típica mirada.
Cada vez me resultaba más agobiante pasear por la ciudad, a pesar de ir con falda larga y la ropa más discreta posible, siempre se me acercaba algún chico y por eso procuraba pasar el mayor tiempo posible en casa. Hasta entonces trabajaba sentada en el suelo con el ordenador sobre una caja, pero decidí que lo mejor para mi espalda era comprar una mesa. Miré en alguna tienda pero por el hecho de ser extranjera me pedían cantidades totalmente exageradas. Pregunté en el trabajo y mi compañero me dijo que su amigo carpintero me la haría por un buen precio. Como me daba corte hablar con él decidí ir con mi compañero a la carpintería con las medidas de la mesa. Tarek estaba trabajando, llevaba barba de un par de días, estaba sudoroso y con una especie de mono de trabajo con la cremallera bastante abierta. Mi amigo servía de traductor. Tarek dijo que yo había tardado mucho en pasarme por allí, que él ya sabía que le haría algún encargo, que no me preocupara por el precio, que ya lo trataríamos y que en una semana tendría mi mesa. Me pidió la dirección para que me la llevaran.
El sábado siguiente yo me acababa de acostar para dormir la siesta cuando sonó el timbre. Me extrañó porque salvo el portero que me llevaba el correo por la mañana nadie más se pasaba por mi casa. Decidí no contestar pero insistieron. Abrí y lo primero que vi fue una mesa y detrás a Tarek bastante serio. Me indicó si podía meter la mesa en casa y le mostré el camino de mi habitación donde pensaba colocarla. La puso en el lugar indicado. Luego se me quedó mirando fijamente, con su sonrisa recuperada Se me hizo tan incómoda la situación que comencé a intentar contarle que me vendría bien una estantería para colocar todos los libros que tenía por el suelo. Mientras le indicaba dónde y cómo la quería noté que me miraba de arriba abajo. Quise acabar la conversación y le pregunté por el precio, mientras me dirigía hacia la salida de mi dormitorio. En ese momento me agarró y me apretó contra él, mientras se reía y decía algo en árabe que me parecía entre una insinuación y una amenaza. Yo estaba paralizada, no sabía qué hacer ni cómo salir de ésa. Él era bastante alto y notaba que era fuerte y musculoso, no era cuestión de pelearme con él, no tendría nada que hacer. Intentaba decirle algo pero apenas me salían palabras y él no las entendía. Sus manos ya estaban debajo de mi camiseta, acariciando con fuerza mis pechos, luego me la quitó. Sus manos se metieron entonces debajo de mi falda, acarició mi culo y luego me apretó más contra él. Noté su sexo debajo del pantalón duro como una piedra.
Él se dio cuenta y llevó mi mano hacia allí, parecía una barra de hierro. Sonrió, más bien fue una risa, como si yo hubiera descubierto algo que él me tenía preparado, algo de lo que se sentía muy contento y hasta orgulloso. En ese momento comenzó a presionar mi cabeza hacia abajo. Yo intenté resistirme pero él me empujaba con fuerza, sus manos eran grandes y rudas y enseguida consiguió apretar mi cara contra su paquete. Yo ya estaba de rodillas y él me dijo algo, lo repitió como una orden, algo brusca. Comprendí sin entender su idioma lo que me pedía y comencé a desabrochar su pantalón vaquero que estaba a punto de reventar. Nunca había estado en una situación así y no sabía qué hacer. Mi vida sexual había sido bastante inocente. Sólo me había acostado con un chico, mi novio, con el que estuve saliendo cuatro años. Tardamos bastante en acostarnos por primera vez y luego nuestras relaciones fueron bastante esporádicas. Me gustaban pero a veces me aburrían.
Él era bastante tradicional y el sexo con él era rápido y siempre igual. Yo imaginaba que podría ser mejor, pero él parecía contento con lo que hacíamos y yo estaba muy enamorada. Desde que nuestra relación acabó no había vuelto a estar con nadie. Por eso no me podía creer que aquello me estuviera pasando a mí, que fuera realmente yo quien estaba ahí, bajando el pantalón a ese chico árabe al que no conocía. Me di cuenta que tenía bastante vello en las piernas, a diferencia de mi novio que no tenía apenas vello en el cuerpo, fue luego cuando reparé en su calzoncillo. No me podía creer que todo eso que se marcaba ahí fuera su polla. Ya sé que los chicos árabes tienen fama de estar bien dotados pero aquello era increíble. Yo pensaba que la de mi novio era de buen tamaño pero al lado de ésta era casi insignificante. Me dijo algo más y yo seguí.
Cuando bajé su calzoncillo su polla saltó como movida por un resorte. Era muy grande, larga, gruesa, con una forma bien definida, sin piel en el glande. Volvió a decirme algo y lo repitió con cierta brusquedad, le miré y vi que me lo ordenaba muy serio, no iba a poder librarme de aquello, así que no me quedó otro remedio que empezar a hacer lo que él me mandaba. Comencé a pasar mi lengua por su polla, desde abajo hasta arriba, llegando a su glande, luego bajé de nuevo y llegué a sus huevos y pasé también mi lengua por ellos. Parecía que le gustaba. Decía «Es bueno, bueno…».
Seguí con mi lengua hasta que supe que no podía eludir lo que venía a continuación, así que abrí bien mi boca y comencé a tragarme su polla. Era tan gorda que apenas me cabía. Él lanzó un «Uhmmm», cuando la notó dentro de mi boca. Hizo un movimiento para meterla más, pero era tan larga que me dieron arcadas y a duras penas me contuve. Él se rió. Continué con su polla en mi boca, moviéndome, sin dejar que saliera y sin casi poder respirar. Movía mi lengua por ella y notaba que a él le gustaba. Apenas podía tragarme más que su glande, aunque él hacía movimientos para que entrara más profundamente que yo intentaba eludir. Luego me agarró la cabeza con sus dos manos y así hizo que su polla entrara hasta casi mi garganta.
Sentí que me ahogaba, pero él estaba disfrutando y no parecía dispuesto a soltar mi cabeza que ya movía agarrándola fuertemente con sus manos a su ritmo, de una forma cada vez más brusca, mientras yo sentía que en los empujones me llegaba hasta la garganta. Una y otra vez, mientras él gemía de placer.
De repente la sacó y me soltó la cabeza. Se acabó de quitar el pantalón y el calzoncillo que tenía por los tobillos y me arrancó la falda y luego mis braguitas. Vi que se quitaba su camiseta negra, dejando al descubierto su torso y sus fuertes brazos. Su cuerpo era fuerte, musculoso, aunque no de gimnasio sino por su propia constitución y el trabajo realizado.
Tenía los pectorales cubiertos de vello oscuro que descendía en un hilo cada vez más grueso hacia el pubis. Vino hacia mí con una sonrisa morbosa. Me empujo, caí de espaldas a la cama y él se puso sobre mí. Agarró mis brazos con los suyos y los estiró en alto sobre el colchón. Luego fue abriendo con sus piernas velludas las mías. No podía moverme, no podía hacer nada, sólo protestar mientras veía cómo su polla me apuntaba. La dirigió hacia mi vagina y comenzó a penetrarme, primero lentamente. Costó un poco que entrara pero pronto la sentí dentro.
Él parecía extrañado, como si esperara que fuera virgen y ver que no lo era le hubiera contrariado. Fue entonces cuando me penetró con fuerza, metiendo toda su inmensa polla dentro de mí. Siguió moviéndose con fuertes embestidas, apretando su cuerpo contra el mío, follándome de forma ruda y salvaje durante un buen rato. Temí que se corriera y le pedí que usara un condón, que había el riesgo de quedarme embarazada. Él me entendió, pero me dijo. «No condón, no gusta, no para machos marroquíes». Sorprendida pero sin poder hacer nada le pedí que al menos no se corriera dentro de mí. «Oh sí, pero yo otro sistema». Y sonrió con malicia.
Fue entonces cuando me dio la vuelta y me puso boca abajo. Comenzó a acariciarme la espalda, pero sobre todo mis piernas y mis glúteos. Yo estaba aprisionada bajo su cuerpo, notaba su peso sobre mí y el vello de su pecho sobre mi espalda. Comenzó a acariciar mi ano con sus dedos y yo casi di un salto al notarlo. No podía ser, por primera vez intenté resistirme con todas mis fuerzas, escaparme de allí, pero él no estaba dispuesto a dejarme ir. Se rio y me agarró fuertemente hasta dejarme inmovilizada.
Me agarraba mis brazos con una mano, mientras abría con sus piernas las mías, sin que yo pudiera hacer nada. Con la otra mano acariciaba mi ano y me trataba de meter en él un dedo ensalivado. Yo estaba muy asustada, no podía hacer nada para evitar esa situación, estaba a su completa disposición, él podía hacer todo lo que quisiera conmigo. Yo me quejaba, le suplicaba, le pedía que no e intentaba moverme sin que él hiciera otra cosa que reír y mandarme callar, seguro como estaba de su fuerza y de su dominio sobre mí. Creo que notó que nadie me había hecho nunca lo que él me iba a hacer y eso le agradó aún más. Parecía muy contento de ser él quien desvirgara mi culo.
Había abierto completamente mis piernas con las suyas y empecé a notar que su polla rozaba mi culo mientras él la encaminaba hacia el orificio. «¡Nooooo!», supliqué una vez más, pero él comenzó a empujar con su polla, que no conseguía entrar. Luego sentí un dolor fuerte, como si me rompieran por dentro, como si me atravesara una barra de hierro. Su polla había comenzado a entrar y poco a poco siguió entrando, mientras yo ya gritaba y las lágrimas se me saltaban. Ajeno a mis quejas, a mis gritos, me mandó callar con brusquedad y continuó empujando, mientras yo tenía la sensación de que me iba a desgarrar, de que era imposible que eso tan enorme que yo había tenido en mi boca a duras penas, pudiera entrar en mi culo, pero él continuaba empujando hasta que su polla me llegaba casi a las entrañas. A partir de ahí comenzó a moverse lentamente, sacando y metiendo su polla en mi culo, lo que parecía provocarle un placer extraordinario. Yo notaba su cabeza apoyada contra la mía, su respiración sobre mi cara. Continuó bombeándome el culo por un tiempo que me parecía eterno, sus movimientos se hacían cada vez más fuertes, más bruscos, su respiración se aceleraba. Me follaba casi con violencia, hasta que sentí que se corría dentro de mí, inundando mi culo con su leche. Siguió aún un poco más mientras él casi gritaba de placer. Luego se derrumbó sobre mí durante mucho tiempo, notaba su respiración extenuada, pensé que se iba a dormir sobre mí, pero lanzó una risa satisfecha, me dio unas palmadas en el culo, a la vez que decía «Mío» y luego se fue al baño. Oí que salía de él pero tardó bastante tiempo en volver a la habitación. Yo permanecía quieta, deseando que se fuera y acabara todo aquello. Finalmente apareció, se vistió casi en silencio, sonriendo con malicia y se fue, diciéndome de nuevo un «Hasta pronto».
Permanecí un tiempo tumbada boca abajo, me dolía todo, sobre todo me dolía el culo por dentro, pensé que no podría sentarme en días. Luego corrí a cerrar la puerta con llave. Volví al colchón y me dormí. Sentía rabia y dolor por lo que había ocurrido, pero afortunadamente ya había pasado. Mientras me dormía, sin embargo, recordé la sensación del cuerpo de Tarek sobre el mío, cómo me sentí dominada por él, a su completa disposición, esperando sin ninguna posible resistencia que él hiciera conmigo todo lo que quisiera, recordé el roce del vello de su pecho sobre mi espalda, sus fuertes brazos sujetándome, sus rudas manos sobre mi piel, sus piernas abriendo las mías, su enorme polla queriendo entrar en mí y confieso que a pesar del dolor, me excité recordando esas cosas.
A la mañana siguiente me sentía aún dolorida, pero ya mejor. Había dormido hasta tarde y decidí darme una larga ducha caliente que borrara el olor de Tarek aún sobre mi piel y toda huella suya. Estuve durante mucho tiempo bajo la ducha, enjabonándome bien, mientras me sentía cada vez más relajada. Me pareció oír un ruido y apagué la ducha para escuchar mejor, pero no se oía nada. Supuse que se había golpeado una de las contraventanas por el viento que a menudo soplaba con fuerza en Tánger y seguí bajo la ducha.
Un rato después me pareció distinguir una sombra tras la cortina en el baño, corrí la cortina y me quedé paralizada. Ahí estaba Tarek, frente a mí, sonriente, completamente desnudo, con su enorme polla bien levantada, señalando hacia mí, desafiante. Recordé que ayer no había encontrado uno de los juegos de llaves que solía dejar en el salón, sin duda él lo había cogido antes de marcharse de casa. Pensé en salir corriendo, pero estaba desnudo y además Tarek no me dejaría. Se fue acercando y se metió en la bañera, bajo la ducha conmigo, sin perder una sonrisa que yo percibía como una amenaza de lo que me esperaba. Intenté decirle que no podía, que aún tenía dolor por lo del día anterior, pero no me hacía caso, cogió jabón y comenzó a enjabonarme con sus rudas manos mi cuerpo, mis pechos, mis piernas, las nalgas, metía las manos entre ellas. Luego me dijo que lo enjabonara yo a él, o al menos eso creí comprender.
Me llené las manos con gel y comencé a acariciar sus brazos musculosos, su ancha espalda, su pecho baje por el hilo de vello que conducía a su pubis, me desvié y enjaboné sus piernas, él dirigió mi mano a su polla, que seguía enhiesta como una lanza, la enjaboné bien, acaricié sus huevos. Él parecía impaciente pero yo confiaba en que no esperara de mí otra cosa que una paja bien hecha. Sin embargo, de repente, como si ya no aguantara más, me alzó en sus brazos y abrió mis piernas. Tuve que agarrarme a su cuello, apretarme contra él para no caerme, me mantenía en el airé y me fue bajando lentamente sobre su polla, que se me clavó hasta el fondo. Me folló así durante un rato bajo la ducha moviéndome hacia arriba y hacia abajo en el aire, subiendo y bajando por su polla. Luego me dejó de pie dentro de la bañera, me dio la vuelta y me puso contra la pared, intenté poner resistencia pero él sujetó fuertemente con su mano mi cabeza contra los azulejos. Con una de sus piernas abrió las mías y levantó una de ellas hasta que mi pie se posó sobre el borde de la bañera. Noté cómo su polla se preparaba a entrar nuevamente en mi culo. Protesté, intenté resistirme sin éxito cuando noté que su polla lo empezaba a perforar. La sesión del día anterior y el jabón hicieron que esta vez entrara más fácilmente, aunque no por ello sin que me hiciera nuevamente gritar de dolor.
Él de pie a mi espalda se apretaba contra mí y la metía hasta el fondo en fuertes empujones, hasta que sus huevos me golpeaban. Comenzó con movimientos lentos hacia fuera y hacia dentro hasta que toda su polla se perdía dentro de mí. Él gemía de placer. Sus empujones se fueron haciendo cada vez más rápidos y fuertes y siguió así durante minutos y minutos. A veces apoyaba su cabeza contra la mía o me agarraba y me daba suaves tirones del pelo, otras veces me agarraba de los hombros y me apretaba contra él, hasta que mi culo tragaba por completo su polla. Luego cambió de ritmo, lo aceleró y noté cómo se corría dentro de mí, mientras gritaba de placer entre fuertes espasmos, continuó aún un poco más moviéndose dentro de mí, luego sacó su polla. Se rió satisfecho, me dio unas fuertes palmadas en las nalgas, se duchó un poco más, se secó con mi toalla, salió de la ducha y poco después oí cómo la puerta de mi casa se cerraba.
Pensé en el consejo que me había dado Marisa al comienzo de mi estancia, en cómo me lo había saltado y en las consecuencias que eso iba tener para mí a partir de ahora. Tarek tenía las llaves de mi casa y en cierta forma me consideraba de su propiedad, se creía con el derecho a venir cuando quisiera y a utilizarme como su juguete sexual cuando le viniera en gana, y si era verdad todo lo que me había dicho Marisa sobre los hombres árabes, mucho me temía que sus ganas serían muy frecuentes. No podía irme de repente de allí, dejar mi trabajo abandonado, debía como mínimo avisar con quince días de antelación. Por otro lado, tal vez me estaba precipitando, no sabía cómo iba a evolucionar la situación y he de reconocer que en el fondo, esa incertidumbre y el sentirme como una posesión de un chico tan salvaje y rudo pero con un físico tan atractivo, que en cualquier otro lugar se disputarían decenas de chicas, sentirme su desahogo sexual, me producía un tremendo morbo. Decidí esperar.
Recibí nuevas visitas de Tarek los siguientes días, pero luego dejó de venir. Un día, al mirar por la ventana de mi salón vi que estaba en frente de la casa apoyado en una pared y hablando con el portero de mi edificio. ¿Estaría vigilando o esperando a que yo saliera? ¿Pidiendo información sobre mí al portero, contándole sus diversiones con esa jovencita española del tercero? ¿O tal vez simplemente se conocerían de antes, como casi todos en esta ciudad? Esperé temiendo que subiera, pero no sucedió. Tampoco supe nada de él los días siguientes. Tal vez ya se había cansado, una vez probada había perdido el interés por mí, quizá había encontrado a extranjera con la que seguir divirtiéndose.
Decidí hacer del sábado un día especial, compré algunas delicatesen de la cocina marroquí, dormiría la siesta y por la noche tal vez saldría a dar una vuelta, de ir a un bar, ni hablar, ninguna mujer, salvo las prostitutas los frecuentaban y sólo me faltaba eso, ir con el cartel de puta en ese país. De todas formas estaba segura de que muchos me conocerían al menos de oídas.
Me encontraba preparando la comida, cuando me pareció oír voces al otro lado de la puerta. Cuando salí al pasillo vi que la puerta de la calle se abría y tras ella parecían Tarek y otro chico marroquí vestido de militar. Tarek le señaló y dijo «»Aziz, amigo». Aziz me miró de arriba a abajo y luego sonriendo le dijo algo a Tarek, ambos se rieron. Supuse que ya le había contado lo que hacía conmigo. Aziz hablaba español, lo que me facilitaba las cosas. Era un chico atractivo, un poco menos alto que Tarek, con algunos años más, tal vez 32 o 34, con bigote, como la mayoría de los árabes de esa edad, militar destinado en el sur pero que había venido a pasar el fin de semana a Tánger para ver a su amigo Tarek. Éste me dijo que preparara algo de comida y ellos se sentaron en el salón a fumar un cigarro y a charlar, de vez en cuando me llegaban sus carcajadas. No entendía muy bien la situación. ¿En qué nos habíamos convertido yo y mi casa? Yo había comprado una comida especial y eran ellos quienes se la iban a comer ¿y todo eso por qué?
Tarek bajó a comprar cigarrillos, momento que Aziz aprovechó para ir a la cocina, donde yo estaba. Intenté tantearlo para ver si me podía servir de ayuda frente a Tarek pero él me miró de una forma claramente lasciva y supe que no tenía nada que hacer, ni ninguna ayuda que esperar de él, más bien al contrario.
-Tarek ya me ha dicho que se divierte mucho contigo, que tú eres muy complaciente. Eso me da envidia. Sabes, en el ejército lo más duro es estar sin mujeres. Un hombre, ya sabes, tiene sus necesidades. Los árabes somos muy fogosos y necesitamos mucho sexo, pero en el ejército no hay mujeres y claro, tenemos que recurrir a otros medios. Yo no tengo problema para eso, soy el oficial que se encarga de la instrucción de los jóvenes que quieren entrar en el ejército, así que a veces busco alguna excusa para mandar a uno de esos recién llegados al calabozo y por la noche le hago una visita. A veces mi polla no aguanta más y necesita un agujero donde meterse. Él quiere salir de la celda, ingresar en el ejército y yo puedo ayudarle, a cambio mi polla quiere pasarlo bien y él tiene el agujero necesario para conseguirlo. A mí me gustan mucho las mujeres, por supuesto, soy muy macho, pero a falta de hembras… No creas que me sirve cualquier recluta.
Hay algunos muy feos y brutos, a mí me interesan sólo los más jovencitos, los que tienen la piel suave como los de una chica, y un culo virgen preparado para mí. Ya me encargo yo de que sean complacientes, más les vale. Eso es solo por necesidad, porque lo que me gustan son las mujeres, sobre todo las chicas europeas, rubias, con ojos claros, la piel muy blanca y unas nalgas suaves y duras, exactamente como tú. Pero, sabes lo que me ha pasado, pues que le he cogido gusto a los culitos, son más estrechitos y calientes, dan más gustito. Tarek me ha dicho que él desvirgó el tuyo. Ya me hubiera gustado hacerlo yo.
Aun así creo que merece ser probado. El culito de una chica europea guapa… no puede haber nada mejor.
Tenía ya puesta su mano en m mi culo cuando se oyó la puerta de la casa y Aziz volvió al salón a reencontrarse con su amigo. Comimos los tres, ellos hablando y riendo casi sin parar y yo en silencio, sin comprender sus palabras. Tarek parecía orgulloso, como si quisiera presumir ante su amigo de dirigir y hacer lo que quisiera con esa joven española que estaba a su completa disposición. Hacía calor y Tarek se había quitado su camiseta y Aziz se había desabrochado su camisa militar, dejando al descubierto un pecho cubierto de abundante vello. No paraba de lanzarme miradas morbosas. Cuando volví de la cocina al salón tras recoger la mesa, los dos me estaban esperando en silencio. Habían comido mucho y bien, se sentían satisfechos y, relajados sobre las sillas, se pusieron a fumar un cigarro. Tarek me hizo un gesto para que me acercara. Se sentía contento de que Aziz viera cómo le obedecía en todo. Cuando estuve frente a él, me señaló que me arrodillara y luego agarró mi cabeza y la apretó contra su paquete. Los dos lanzaron una carcajada. Con un gesto me dijo que siguiera, mientras él continuaba fumando su cigarrillo. Sabía que no tenía otra alternativa que hacer lo que él esperaba. Comencé a desabrochar su pantalón y saqué su polla que estaba dura e inmensa. Seguí la fórmula que tanto le había gustado la primera vez, ya que quería sobre todo que se sintiera satisfecho. Comencé a pasar mi lengua por toda su polla, sin dejar un solo lugar sin humedecer, jugaba con ella por su glande y luego bajaba y volvía a subir. Descendí después hasta sus huevos y los chupé una y otra vez. Veía la cara lujuriosa de Aziz que ya se tocaba claramente el paquete y empezaba a meter la mano dentro de la bragueta de su pantalón militar. Se estaba poniendo rojo de envidia. Tarek lo sabía y disfrutaba doblemente, gimiendo de placer. Volvía subir con mi lengua por su polla y una vez arriba la engullí hasta que sentí que casi chocaba contra mi garganta.
Continué en mis movimientos hacia arriba y hacia abajo, moviendo mientras tanto mi lengua por su polla que continuaba dentro de mi boca. Sabía que Tarek estaba muy excitado. Comenzó a acariciar mi pelo, luego me agarraba de él para marcarme el ritmo de mis movimientos, más tarde cogió fuertemente mi cabeza con sus dos manos y continuó moviéndola, haciendo que su polla entrara hasta lo más profundo. La sacó, me acercó más a él y colocó su polla entre mis pechos los apreté contra ella mientras él movía, masturbándose con ellos, aceleró sus movimientos y de repente sentí un fuerte chorro caliente contra mi cara, golpeó contra mi frente, mis ojos, luego sentí otro y otro más, hasta que mi cara estuvo toda cubierta de su leche, sacó su polla y me la restregó, extendiendo aún más su semen por mi cara. Luego me soltó y fui al baño a lavarme. Les oía reír, hablar, a Tarek con su voz orgullosa, presumiendo, sin duda, de lo buena que era yo y de todo el placer que le daba. Oía la voz de Aziz insistiendo en algo, repitiendo una frase. Luego Tarek me llamó. Cuando acudí fue Aziz el que me habló:
-Ahora me toca a mí, a ver si me lo haces pasar tan bien como a mi amigo.
Miré a Tarek, que me hizo un gesto para que me acercara a Aziz. Éste tenía la camisa totalmente abierta y su pantalón a punto de reventar, con la bragueta abierta. Me agaché de nuevo y me dispuse a descubrir lo que escondía ese pantalón. Me quedé helada. Su polla era todavía mayor que la de Tarek. Algo más larga y arqueada, pero sobre todo más gruesa, también algo más oscura. Me iba a costar tragar eso.
-¿Te gusta mi cola? Seguro que nunca has chupado una tan grande. De auténtico macho árabe. A ver qué tal lo haces.
Decidí emplearme a fondo y con esmero con mi lengua por su enorme polla, por sus huevos. Él parecía impaciente por meterla dentro de mi boca y haciendo un esfuerzo tragué todo lo que pude, aunque no pude evitar sentir de nuevo arcadas.
-Oh, ¿no me dirás que es demasiado grande para ti? Pues te la vas a tragar enterita, cómela hasta el fondo.
Y me la metió todo lo que pudo. Se notaba que le gustaba por su expresión y los ruidos de placer que emitía. Me agarraba con fuerza del pelo, moviendo mi cabeza sin dejar que su polla saliera ni por un momento de mi boca.
-Así, así, no pares. Mueve la lengua. Uhmmm.
Así ponía todo mi empeño en ello, aunque me costaba mantener todo eso en mi boca. Vi que Tarek se movía por la habitación. Estaba desnudo del todo y su polla de nuevo en alto, apuntándome. Me agarró por la cintura y me levantó, con lo que dejé de estar de rodillas, pero sin que Aziz permitiera ni por un momento que su polla saliera de mi boca. Me quitó la falda y bajó mis braguitas. Comenzó a acariciarme el ano, a frotarlo con su saliva y después, abriendo mis piernas, acercó su polla a la entrada de mi culo y comenzó a empujar. Sentí de nuevo un fuerte dolor al notar cómo penetraba en mí, pero Aziz no me dejaba parar.
-Tú sigue, no pares, que te vamos a dar lo que te mereces.
Mi cuerpo llevaba dos ritmos: el que Tarek me marcaba por detrás, con sus fuertes sacudidas y con el que Aziz manejaba mi cabeza, hasta que logré que los dos se acompasaran. Empecé a notar cómo Tarek se derramaba dentro de mí. Al poco tiempo un fuerte chorro de esperma de Aziz golpeó contra mi garganta. Instintivamente sentí una arcada e intenté sacar su polla de mi boca, pero no pude, él la sujetaba firmemente muy dentro de mí, así que seguí sintiendo nuevos chorros que golpeaban fuertemente en mi garganta y que yo tenía que tragar.
-Trágatelo, trágate toda mi leche.
Continuó agarrándome con fuerza, mientras se arqueaba de placer y gemía en alto sin parar. Cuando me tragué hasta la última gota dejó que su polla saliera de mi boca. Tuve aún que pasar mi lengua por ella, hasta que quedara totalmente limpia.
-Qué bueno. ¿Te gusta cómo sabe mi leche? ¿Te ha gustado verdad? Tu también le has gustado a mi cola. Lo haces muy bien, como una auténtica puta o mejor, ninguna me lo ha hecho como tú. Les tendrías que enseñar a mis reclutas. Pero aún hay algo más que me gustaría probar, ya sabes tú qué.
Le dijo algo a Tarek, pero éste, que acababa de limpiarse y estaba vistiéndose, se negó en seco. Aziz insistió pero Tarek pareció enfadarse y casi gritaba.
-Bueno, bueno, mi amigo quiere tu culito solo para él. Es un egoísta, pero ya veremos lo que pasa, yo siempre consigo follarme a quien quiero. Nadie se me resiste.
Acabaron de vestirse y se fueron, los dos de nuevo tan amigos, satisfechos y riéndose. Tarek cerró la puerta con llave. Y yo me quedé allí con una mezcla de rabia, incertidumbre y dudosas expectativas.
Me acosté temprano porque estaba cansada. Mi habitación estaba totalmente a oscuras y yo profundamente dormida, boca abajo. No oí ningún ruido, pero me desperté de golpe, aterrada. Sobre mí había caído un gran peso, enseguida comprendí que era un hombre, noté que estaba desnudo y que tras dejarme inmovilizada sobre el colchón me bajaba las braguitas que era lo único que yo llevaba puesto. Notaba su vello sobre todo mi cuerpo, su bigote rozaba mi nuca y por la rudeza y violencia de sus movimientos, supe que se trataba de Aziz. El aliento se olía a alcohol y a tabaco. Parecía aún más envalentonado por la bebida. Intentaba resistirme, suplicarle, moverme, sin éxito.
-Quieta, no vas a conseguir nada. Este culito no se va a librar de sentir mi polla muy dentro. He tenido que quitar las llaves a mi amigo y antes de que se las devuelva, le vamos a dejar muy bien follado. Ya te dije que mi polla siempre se consigue meter donde quiere.
Recordé su polla y la imaginé intentando entrar en mí y me pareció imposible. Comenzaba a notar cómo empujaba y di un grito cuando entró, se me saltaron las lágrimas.
-Tranquila, aguanta, que esto es solo el principio. Ya verás cómo te va a gustar.
La metía primero despacio, un poco, luego cada vez más hasta que me la clavó por completo. A partir de ese momento sus embestidas se hicieron salvajes, brutales. Me agarraba con fuerza, a veces del pelo, a veces apretándose contra mí, sin dejarme ninguna concesión al menor movimiento y así siguió hasta que noté que se corría dentro de mí en medio de un alarido de placer, y todavía un poco más.
-Buena chica, te has portado bien. Voy a devolverle las llaves a Tarek. Le diré que me lo he pasdo muy bien contigo, no creo que se enfade conmigo, somos amigos desde hace mucho y hemos compartido muchas cosas. ¡Él no iba a ser el único en disfrutar de ti! Ya me pasaré más por aquí cuando salga del cuartel, algo así no hay que dejarlo pasar y además, como yo no soy egoísta, te traeré a algunos amigos del cuartel que me agradecerán el favor. Allí se echan mucho de menos estas cosas, aunque como te dije yo no me puedo quejar y tengo todos los culitos que quiero, pero no de chicas tan guapas como tú ni tan sabrosos como el tuyo. Uhmmm, una delicia. Creo que haré una copia de las llaves antes de devolvérselas a Tarek. Me gusta llegar así como hoy, de improviso.
Sabía que Tarek no se tomaría muy bien la noticia y así fue. Apareció por mi casa gritando, supongo que insultándome. Luego su expresión cambió. No entendía todas sus palabras, pero parecía decirme: que me iba a enseñar una lección para que se me quitaran las ganas de serle infiel. Se marchó. No apreció en todo el día y pensé que tal vez había interpretado mal sus palabras y que quizás sólo se había despedido, despechado. Sin embargo, cogió las únicas llaves que me quedaban y cerró por fuera, con lo que me quedé encerrada en mi propia casa. Supuse que ése era mi castigo aunque ignoraba cuánto iba a durar.
Al día siguiente me estaba duchando cuando oí voces dentro de la casa. Tarek hablaba con alguien más. Fue a buscarme y sin dejar que me vistiera me llevó a mi habitación. Allí había tres hombres negros. Eran nigerianos según supe. Iban bien vestidos, llevaban cadenas de oro, uno estaba hablando con su móvil. Uno llevaba vaquero y una camisa, otro un pantalón claro y una camiseta ajustada que marcaba sus músculos, tenía la cabeza rapada. El tercero llevaba un pantalón de chándal en el que abultaba su paquete. Calculé que dos de ellos rondarían los 30 años y el tercero, el del chandal, estaría en torno a los 25. Eran bastante altos, con cuerpos fuertes, el más joven algo más bajo y más ancho, atractivos.
No sabía muy bien que pretendía Tarek llevándolos a mi casa, pero cuando vi cómo me exhibía delante de ellos, cómo me miraban y me examinaban como si fuera una mercancía que podían comprar, cómo acariciaban mi pelo, mi cara, mis pechos, mis nalgas, entendí que era precisamente eso lo que estaban haciendo. Pareció que yo les gustaba, se reían entre ellos. Luego intercambiaron algunas palabras con Tarek, al parecer acordando las condiciones del trato, sacaron unos cuantos billetes (no pude ver cuántos) y se los dieron. Tarek los contó y se fue, cerrando la puerta de mi habitación tras él. De repente me quedé sola entre esos tres hombres, que me miraban como si fuese suya. Comprendí que Tarek les había dado carta blanca sobre mí. Ellos parecían contentos de disponer de una chica tan blanca, rubia y joven para a su antojo.
Quise hablarles en inglés, decirles que les daría el dinero que ellos habían pagado o más pero que no me hicieran nada. Saqué de mi cartera algunos billetes y se los ofrecí, se rieron, los cogieron, pero empezaron a tocarme. Luego comenzaron a desnudarse. Tenían unos cuerpos impresionantes, sin apenas vello, excepto uno de ellos, musculados, bien proporcionados. Se desnudaron por completo. No me atrevía a mirar hacia sus paquetes, pero uno de ellos se acercó a mí y empezó a darme golpecitos con su polla. La miré. No parecía humana, era desproporcionada. Miré hacia las de los otros dos, que estaban totalmente en erección y el tamaño que alcanzaban era descomunal, su grosor me hizo pensar en la de un caballo o un toro. Nunca había visto algo así, ni siquiera en una película porno con actores de color.
Uno de ellos me metió su polla en la boca, aunque sólo me entraba la parte superior, así que me hizo emplear a fondo mi lengua por toda ella. Enseguida se acercaron los otros dos y tuve que ir alternando una polla tras otra, a veces las juntaban y yo hacía un esfuerzo sobrehumano por intentar abarcar dos de ellas de una sola vez. Disfrutaban bastante y albergué la esperanza por un momento de que se conformaran con eso, pero al poco tiempo mis ilusiones se derrumbaron cuando uno de ellos, el que parecía de más edad comenzó a acariciar mi coño y a meter un dedo en él. Enseguida lo sustituyó por su polla y mientras yo, doblada por la cintura chupaba las pollas de los otros dos, éste comenzó a intentar meterme la suya desde atrás, pero costaba que entrara. Siguió en su empeño hasta que los consiguió y la metió todo lo que pudo de una vez. Me sentía totalmente llena, a punto de romperme, pero él continuó follándome sin parar, con fuerza.. Continuó por un buen rato, luego comenzó a meter un dedo en mi culo y sacó su polla. Noté que la ponía en la entrada de mi ano, yo notaba cómo presionaba sin conseguir que algo tan grande entrara ahí. Lo dejó, pensé que abandonaba por imposible, pero al momento le vi que volvía con un bote de crema corporal que yo tenía en el cuarto de baño. Embadurnó bien su miembro con abundante crema y volvió a presionar.
Esta vez noté que comenzaba a entrar en medio de un dolor desgarrador y de un suave gemido de placer por su parte. A veces pensaba que iba a perder el sentido por el dolor, la rudeza de su forma de follar y sobre todo por el tamaño de su polla que me rompía por dentro. Me agarró de las piernas, me alzó en el aire, con su polla siempre dentro, y me folló así, sin que yo tuviera ningún apoyo ni más sujeción que su polla dentro de mí. Al cabo de un rato, sin que los otros dejaran ni por un momento mi boca vacía noté que mi culo se inundaba de leche. Era el turno del siguiente.
Me colocó de espaldas sobre la mesa, puso mis piernas sobre sus hombros y me penetró. Me folló un largo rato por el coño, luego Me dio la vuelta, me puso a cuatro patas sobre la mesa, se subió él también, se untó de crema su polla y se dispuso a follarme el culo también. El tercero mientras tanto se puso de rodillas también sobre la mesa y colocaba su aparato en mi boca, obligándome a chupar su polla y a bajar hacia sus huevos, algo que parecía encantarle. Fui de nuevo objeto de una follada bestial, hasta que noté cómo se corría dentro de mí y cómo después sacaba su polla y me la restregaba por todo el cuerpo, llenándome de su leche. Era el turno del tercero. Esta vez me llevó sobre la alfombra, me colocó tumbada sobre un costado, él se puso detrás de mí y me la metió de golpe por mi vagina. Después de un rato siguió en la misma postura pero esta vez metiéndola por mi ano.
Luego hizo que me sentara sobre su polla de espaldas a él. Me sentí empalada, apenas podía entrar, pero él me empujaba con fuerza hacia abajo. Agarraba mi cuerpo y lo subía y lo bajaba por su polla, siempre dentro de mí, tan dentro que pensé que acabaría perforando algo en mi interior. Noté que uno de los anteriores se ponía de pie frente a mí, con su polla de nuevo dura y enorme. Sin embargo había algo que no había podido ni imaginar pero que sucedió a continuación: mientras el más joven la tenía dentro de mi culo, él que fuera el primero, se situó frente a mí y me la metió por coño. Notaba sus dos pollas dentro de mí a la vez, sus empujones, sus ritmos, me sentía aplastada entre ellos, apunto de romperme por dentro, me parecía que sus pollas casi se tocaban dentro de mí. Ellos estaban casi apoyados el uno contra el otro, gimiendo a la vez de placer.
Cambiaron de posición y mientras el de más edad se tumbaba en el suelo y hacía que yo me sentara sobre él, metiendo su polla en mi coño, el más joven me penetraba por detrás en el culo, con fuertes embestidas, hasta que se corrió. Supe entonces que aunque ya todos se habían corrido, mi tormento, mi tortura sexual no acababa ahí sino que volvería a empezar. Habían pagado y querían sacar el máximo partido a su dinero.
Durante las siguientes horas me follaron de todas las formas posibles, de uno en uno, de dos o de tres. Sobre la mesa, el suelo, la silla, apoyado contra la pared o sujeto por uno de ellos en el aire. Se corrieron una y otra vez en mi boca, dentro de mi culo, en mi cara, por todo mi cuerpo. Luego, exhaustos, se vistieron y se fueron en medio de risas y bromas.
Yo estaba deshecho, apenas me podía mover. Ahora sabía lo que me esperaba si me quedaba en Marruecos. Las visitas de Aziz con sus militares y el negocio de Tarek alquilándome. ¿Qué podía hacer? De repente caí en la cuenta que la puerta no estaba cerrada con llave. Sin duda Tarek volvería pronto a encerrarme, como la vez anterior. Intenté hacer un esfuerzo, pero me costaba mucho andar. No tenía tiempo siquiera de ducharme. Cogí mi pasaporte y el poco dinero que me había quedado y salí de mi casa. El portero estaba de espaldas a la puerta y me moví con sigilo tras él para que no me viera. Oí la sirena del ferry que estaba en el puerto a punto de salir. Calculé que era el último de ese día y mi única esperanza de escapar de allí. El puerto sería el primer lugar en el que Tarek me buscaría. Atravesé como pude la medina, la gente se me acercaba, se reían de mi extraña forma de caminar. A duras penas conseguí llegar al barco, comprar un billete y coger el ferry apenas unos minutos antes de que partiera.
Ha pasado algún tiempo desde entonces y no he vuelto a saber nada de aquellas tierras. Me quedé sin trabajo, sin la fianza del piso y sin muchas de mis cosas, pero nada de eso me importa. Pasé varios meses sin tener relaciones con nadie. Más tarde conocí a un chico, salimos varias veces y me acosté con él, pero no me gustó, me dejó indiferente, no era como yo lo deseaba.
Cada vez, a pesar de todo, pienso más en Tarek, en su cuerpo fuerte y viril, en la forma en que me poseía, me dominaba, me hacía sentir que estaba a su total disposición, que él podía hacer conmigo todo lo que quisiera y es entonces cuando más me excito. Es algo que añoro y que me gustaría volver a sentir.
Hace poco he empezado a frecuentar el barrio madrileño de Lavapiés. Hay calles en las que me parece estar de nuevo en Marruecos, apenas se ve más que a hombres árabes con la misma expresión de deseo y esa mirada que parece desnudar a las chicas.
A veces me siento en un banco y espero por si alguien como Tarek se me acerca buscando hacerme suya, como aquella vez. Aún no me he atrevido a aceptar ninguna de sus proposiciones pero lo deseo y sé que pronto diré que sí a uno cualquiera de ellos, aunque luego tal vez sea demasiado tarde para volverse atrás.