Era lunes. Un lunes de resaca. Fui a la escuela y no sé ni porque. No entré a la primera clase ni tampoco a la segunda. El motivo fue que nos fuimos unos colegas a ver el ciclo Látex a Bellas Artes esto es, un ciclo de cine porno (por extraño que parece, existe).

A las 12 salimos del bar de arquitectura técnica camino de Bellas Artes, que estaba muy cerca de ahí.

Llegamos y buscamos dónde hacían la proyección.

– Es por ahí – nos dijeron.

Seguimos el pasillo y nos encontramos con un montón de gente, y lo que es más sorprendente, la mayoría de ellos eran tías.

Entramos a la sala. Nos sentamos por el medio. A mí me tocó un extremo, ya que había entrado el último, pero dejando un asiento libre a mi derecha.

Cuando nos dimos cuenta, estábamos totalmente rodeados de chicas. Detrás. Delante. Y a los lados. A mi lado se sentó una chica rubia, que parecía sueca o danesa, seguro que era estudiante Erasmus. Pelo rubio, largo y fino.

Ojos azules, nariz puntiaguda y barbilla y cara fina. Llevaba un top y un pantalón chino holgado. Me decidí hablar con ella. Sólo por oír su voz:

– Que ponen ahora. – lo sabía perfectamente.

– Garganta profunda. La has visto?

– No.

– Es un clásico, como Ciudadano Kane.

– Vaya.- la comparación resultaba graciosa.

Empezó la proyección.

La historia era la siguiente. Una mujer había follado con más de 15 hombres consecutivamente, sin sentir placer ninguno y toda preocupada fue a ver a un ginecólogo. Éste notó que ella no tenía el clítoris en el chocho, sino en la garganta.

– «Al menos tienes clítoris».

– » A ti te gustaría tener los cojones en las orejas»

– «Umm no estaría mal, escucharía mis corridas. Además, tener el clítoris en la garganta tiene sus ventajas».

– «Como cuales»

El ginecólogo se baja los pantalones y le mete la polla hasta los huevos.

La película se animaba. Mi polla se empalmaba y mi mano la manoseaba en la oscuridad. Las tías también se calentaban:

– !!! Jodeerr que nabo ¡¡¡.

– Eso es irreal.

– Es de plástico.

– Yo quiero uno igual para mí.

– Con una polla así, quien quiere cerebro.

Cuando se corrían, la gente aplaudía.

Poco a poco, escuchaba gemidos de fondo, me quedé quieto en la butaca, sin apenas respirar. Le di un codazo al amigo que tenía a la izquierda. Se acercó:

– O es de coña o están masturbándose.

De pronto oí un gemido cercano. Era la chica nórdica. Tenía desabrochado el pantalón, y una mano dentro.

Intenté evitar mirarla, pero mi incredulidad pudo conmigo. Ella me miró fijamente.

Me giré, continuando viendo la película. Ahora se la estaban follando. De pronto noté un peso sobre mi polla. Era una mano. La de la sueca. Me giré. 

Ella estaba viendo la película como si nada ocurriera. No sabía qué hacer. 

Estaba nervioso. La dejé estar. Me desabrochó los botones del pantalón y me metió la mano dentro de los calzoncillos. Mi polla estaba en todo su esplendor. Ella me la cogió con toda su mano, como quien coge un palo, y con su dedo gordo jugaba con mi glande.

De pronto en la pantalla, la protagonista estaba follando. La sueca, con cada metida del tío, me la machacaba, como si fuera yo el que follara. 

Estaba a punto de correrme cuando el tío se corrió.

La sueca paró de masturbármela. Aproveché para alargar la mano y meterle la mano dentro de sus bragas. Si había que correrse, mejor que fuéramos los dos. Ella ni se inmutó, pero sonrió.

Yo iba jugando con su chocho. Dedo dentro, dedo fuera. Dedo hasta el fondo, dedo fuera. Clítoris arriba, clítoris abajo.

De pronto llegó el gran momento. La tía iba a follar con el protagonista. 

Nos enzarzamos. Ella machacaba mi polla al ritmo del tío, y yo le metí dos dedos dentro, también a ritmo de la película.

Todo iba bien hasta que el tío se encarnizó venga la envestida salvaje.

La sueca me la machacaba a lo bestia. Iba a correrme pronto, y quería morir matando. Así que incremente el ritmo en el conejo de la rubia. Aguanté mi corrida hasta que pude. Una vez me corrí, continué metiéndole los dedos a la sueca. Ella me la continuaba machacando, y eso que tendría toda la mano ensementada. También estaba corriéndose. Bajé el ritmo. Ahora era más suave.

Hasta que se calmara. Una vez paró de gemir paré.

Me subí los pantalones y me salí al lavabo para lavármela y para tirar los calzoncillos, pues no iba a estar todo el día con peste a semen.

Una vez en el lavabo, me cerré el pestillo, me quité los pantalones y el calzoncillo. Oí pasos. Llamaron a la puerta. Me agaché para ver los zapatos.

Era de chica. Abrí la puerta. Ella entró riéndose:

– Que crees, que ya hemos terminado.

Y me empujó hasta que me senté en la taza del wáter. Se sacó un condón del bolsillo. Se bajó los pantalones, dejando al descubierto una sensacional figura. Ella estaba realmente muy buena. Parecía ser una quinceañera de porcelana.

– Me ha gustado mucho lo que me has hecho ahí dentro. – me dijo mientras se quitaba las bragas.

– Y a mí me ha encantado. – le dije mirando su pelambrera rubia.

Se agachó delante de mí y se puso toda mi polla en su boca.

– Que tienes el clítoris en la garganta?

Ella se partió de risa. Quitó el envoltorio al condón y me lo puso con suavidad. Se levantó y puso su chocho delante de mi boca. Sus pelos eran rubio platino.

– No. Tengo el clítoris aquí.

Y se sentó encima de mí, metiéndose mi polla dentro de su cueva.

Me pasaron los brazos por encima de mi cuello y empezó a moverse suavemente. Yo tenía mis manos en su cintura, acompañando el movimiento. Nos mirábamos a los ojos. Yo buceaba dentro del mar azul de los suyos.

Sus tetas estaban dentro del top. Me hubiera gustado lamerle los pezones, pero daba igual.

Ella empezaba a moverse más rápidamente, y gemía. Torció el cuello hacia atrás, y después toda la espalda. Se estaba corriendo. Estaba cesando en su movimiento. Como a mí aún me quedaba cuerda para tres o cuatro minutos, y ella llevaba ánimo de parar poco a poco, me costó levantarle cogiéndole por las piernas y metiéndole mi polla mientras arqueaba y movía mi cintura.

Resultó bien, pero cansado.

Tardé tres minutos en correrme salvajemente. Disfrute como un loco. En ese momento ella empezaba a gritar y gemir en voz alta. Paré, nos besamos largamente en la boca. Nos levantamos. Empecé a besarla apretándola contra la pared y poniendo mis manos en su desnudo y prieto culo. Nos despedimos hasta otra. Nunca más la volví a ver…