Noche loca de tequilas

Mi nombre es Lidia y me gustaría compartir con vosotros una historia muy especial.

Tengo 27 años y trabajo como sexóloga en mi propia consulta privada.

Hoy es viernes. Acabo de telefonear a mi secretaria y al parecer no hay ninguna cita concertada para esta tarde.

Quizá sea el momento idóneo para pensar en tomarme un pequeño descanso; lástima no poder disfrutar de mi chico este fin de semana…

Hace un par de años le ofrecieron una oportunidad laboral que no pudo rechazar.

Trabajar como historiador siempre fue el sueño de su vida. La oportunidad surgió en Méjico, un poquito lejos para los dos, pero ambos procuramos vernos con la mayor frecuencia posible, pudiendo gozar además durante nuestras vacaciones de las exóticas playas mejicanas.

De modo que aprovechamos muy bien nuestros momentos de intimidad, aunque siempre nos quedamos con ganas de más…

Afortunadamente, hace unos días Víctor, mi novio, me sorprendió con una noticia estupenda.

Había hablado con el rector de la Universidad de México comentándole nuestra situación y dándole buenas referencias sobre mí, y éste le había propuesto contratarme para trabajar como psicóloga en un nuevo proyecto de la Universidad: un servicio de atención psicológica al alumnado, como los que ya funcionan en algunas universidades españolas.

Al parecer la propuesta era seria, puesto que ayer me telefoneó el mismísimo rector para concertar una entrevista personal.

Pues bien, esta misma mañana me reuní con él en un hotel cercano al aeropuerto (acababa de llegar y se tomó la molestia de venir expresamente para la entrevista) y firmé el contrato sin dudar. Aún intento asimilarlo, estoy loca por poder dormir al fin junto a mi chico todas las noches…

Sin embargo, siento que puedo perder a alguien muy especial. No, no estoy enamorada de otra persona, Víctor es el hombre de mi vida, pero reconozco que Claudia, mi joven secretaria, se ha convertido para mí en algo más que mi mano derecha durante todo este tiempo de trabajo en la consulta.

Es una chica estupenda: organizada, responsable, discreta, eficiente, muy avispada y observadora… y sabe escuchar como nadie, lo que la convierte en mi consejera y mi mejor amiga. Su ternura me proporciona la calma que en tantas ocasiones mi corazón solitario pide a gritos.

A veces pienso que no nos hace falta ni hablar, nos basta una sola mirada para saber lo que alguna de las dos está necesitando. Y casi siempre no es más que una escucha activa, una sonrisa o una caricia.

Víctor también la conoce y ella se ha ganado nuestra confianza a pulso.

Podríamos pasarlo tan bien los tres allí en Méjico… pero ella tiene toda su vida aquí en España. Aun así, tengo que intentarlo.

Hablaré con el rector, no puedo perderla así, sin más. En cualquier caso, esta noche será especial. Sé que ella ha estado tratando de ocultarme su inquietud desde el momento en que le comenté la posibilidad de irme.

Se alegró muchísimo por mí, pero su mirada ya no transmitía la misma vitalidad de siempre. Debo comunicarle mi decisión definitiva y, en caso de poder irme con ella, darle una sorpresa. Sí, se merece una noche muy especial…

Acabo de telefonear al rector comentándole el tema de Claudia. No me ha prometido nada, como era de esperar, pero me ha dicho que hará todo lo que esté en sus manos y que me llamará en unos días para comunicarme la decisión. Ahora solo me queda esperar…

Vaya, otra vez el dichoso teléfono. Como sea otra vez la pesada de la teleoperadora tratando de persuadirme para comprarle otro de los milagrosos e innovadores productos de su maldita empresa…

¿Dígame?

Lidia, soy yo, Claudia. Estoy en la estación de trenes. Salgo ahora mismo para Valencia. Vuelvo con mis padres. Lo siento, he tratado de soportar la tensión, pero sé que mi trabajo en la consulta ya es cuestión de minutos y… bueno…la verdad es que no puedo disimularlo más, no lo llevo nada bien, Lidia. Además…

Eh, un momentito, no te embales. Escúchame bien, Claudia. ¿Acaso no te has planteado hasta qué punto puedes ser importante para m…, para mi trabajo? Quiero decir…

No trates de forzar todo esto, ya es demasiado duro y te entiendo perfectamente, pero debes aprovechar esta oportunidad, este tipo de cosas no se presentan a diario y no seré precisamente yo quien suponga un obstáculo.

Claudia, quédate donde estás. Voy a recogerte en el coche. Estaré allí en diez minutos. Confía en mí y hazme caso. Hasta ahora cielo. Nos vemos en la puerta principal.

«Sé que me esperará… sé que me esperará…»- no dejo de repetirme

interiormente mientras conduzco. Al fin, llego a la estación. No puede ser… no la veo. La busco por todas partes. Ahá, es ella. Esta pidiendo algo en la cafetería. Me aproximo a la barra… «que sean dos, por favor»- le dedico un sutil guiño.

Así que pensabas pirarte sin decirme nada, ¿eh loca?

Bueno… (da un sorbo a su té helado retirando levemente su mirada de mí), te he llamado para decírtelo, ¿no?

Has sido muy astuta. ¿O me vas a decir que no te imaginabas que saldría a buscarte, lista? Mírame Claudia.

No responde…

Mírame a los ojos, por favor.

Sus enormes ojos azulados se clavan en los míos de tal modo que me cuesta muchísimo reprimir un apasionado beso. En ese instante, suena el móvil (muy oportuno, como de costumbre).

Disculpa un momento Claudia. ¿Sí, dígame?

¿Doctora Lidia?

Sí, soy yo. ¿Es usted don Óscar?

«Es el rector…» susurro a Claudia tapando el auricular.

Así es, Lidia. La llamo para confirmarle la decisión que hemos tomado con respecto al asunto que me comentó y la respuesta es sí. No hay ningún inconveniente. Puede usted traerse a su secretaria personal. Pensamos que el trabajo puede ser mucho más enriquecedor y bueno, un buen clima laboral siempre favorece el rendimiento, como usted bien sabrá, ¿no es así?

Por supuesto. Le estoy muy agradecida, Óscar . Acaba de hacer algo muy importante para mí. Gracias, muchísimas gracias.

Muy bien; pues un abrazo y que sepa que las esperamos a las dos con los brazos abiertos.

Gracias, un abrazo.

Bueno, dime. ¿Qué te ha dicho? ¿Qué es eso tan importante que ha hecho por ti? No se te habrá ocurrido…

—¡Pues claro que se me ha ocurrido, preciosa!

«Ahora no pienso reprimir ese beso»- me digo. Pero ella se me adelanta, sorprendiéndome al transmitir en ese beso toda la pasión reprimida y acumulada durante mucho tiempo. Mis labios se funden en los suyos…

La ayudé con sus maletas y nos dirigimos hacia casa.

Después de comunicarle a sus padres la decisión de marcharse a trabajar conmigo, ella fue a comprar una botella de tequila mientras yo preparaba mi equipaje. Guardamos la botella en el frigorífico, nos arreglamos y nos fuimos a cenar a un chino (ya habría tiempo de sobra para la comida mejicana). Jamás olvidaré aquella noche.

Al volver a casa, nos dimos un aromático baño antes de irnos a la cama. Su piel había absorbido todo el aroma frutal de las sales de baño… estaba bellísima.

La cogí de la mano para ayudarla a salir de la bañera, la lié en mi albornoz (que dejé abierto a propósito para poder contemplar su precioso cuerpo) y cepillé su cabello hasta dejarlo completamente liso.

A continuación, terminé de secar su cuerpo, abrí el albornoz e hidraté toda su piel con crema de olor a frambuesas. Ella se giró buscando mi boca. No podía dejar de besarme.

Cada uno de sus besos me estremecía más y más… tanto, que llegué a sentir cómo pequeñas gotitas de flujo descendían por mis ingles, recorriendo la cara interna de mis muslos. Ella se percató y empezó a acariciarme el pecho con masajes y a besar mis pezones hasta ponerlos durísimos.

No pude más. La cogí nuevamente de la mano, pero esta vez para llevármela a mi dormitorio. La sola imagen de su cuerpo esbelto, suave, perfumado y completamente desnudo me excitaba muchísimo. Las gotitas de su cabello, aún mojado, descendían por la superficie de mi cuerpo recorriendo cada rincón, cada curva…

Yo estaba tumbada. Ella se incorporaba para abrir mis piernas y…

— Voy a hacerte disfrutar durante mucho rato, cielo, ¿estás dispuesta a aguantar?

Espiré un «sí» lleno de deseo y ella comenzó a lamer mis muslos y a rodear con la punta de su lengua los labios de mi vagina, hacia un lado y hacia otro, sin dejar intacto ni el más mínimo rinconcito de mi pubis. Mientras, una de sus manos continuaba masajeándome el pecho…

Mi humedad aumentaba hasta hacer brillar toda su boca. Ella también estaba excitadísima, lo noté al frotar suavemente una de mis piernas contra su sexo.

Yo movía las piernas cada vez más, deslizando mis pies sobre la cama; la excitación ya no me permitía mantenerme quieta. Me costaba mucho seguir retrasando el orgasmo. Sin embargo, cuanto más intentaba apartar inútilmente su cabeza, ella ponía más empeño en seguir, lo que en el fondo me excitaba aún más…

Sus pezones estaban tan puntiagudos ya como los míos; yo procuraba chuparlos con frecuencia para mantenerlos erguidos, aunque no era necesario, pues con solo rozarnos manteníamos la excitación. Nuestro deseo era inagotable…

Ponte de espaldas— me dijo. Quiero comértelo por detrás.

Obedecí y me puse a cuatro patas entregando mi culito por completo

a su boca. Mi sexo debía estar exquisito, ya que ella no dejaba de juguetear con su lengua, chupaba y chupaba… ambas disfrutábamos de lo lindo mientras nos contemplábamos en el amplio armario de espejo.

Luego me introdujo un «juguetito», haciéndolo deslizarse suavemente por las ardientes, suaves y empapadas paredes de mi vagina.

Me hizo llegar en su boca. Jamás podré olvidar de la sensación de las contracciones de mi sexo entre sus carnosos labios. Ella no dejaba de besármelo, aun después de haber llegado al orgasmo, llegué a pensar que tendría varios seguidos… y así fue.

Volvimos a besarnos. Aquella noche apenas pudimos dormir, estuvimos toda la noche haciendo el amor… hasta que la luz del sol nos recordó que aún teníamos que sacar los billetes del avión para partir hacia Méjico y reunirnos con Víctor.

Allí quedaría mi vieja casa. Solitaria, pero llena de tantos recuerdos… y también solitaria, sobre la mesita de noche, una botella de tequila con la boca llena de carmín como testigo de aquella noche inolvidable.