El mejor regalo

Magdalena oyó un suave toque en la puerta, sabía que era el hombre que acababa de conocer en el casino mientras ella gastaba sus últimos francos con la esperanza de recuperar lo perdido la noche anterior.

Recordó el momento cuando deslizó la última moneda y como la máquina despiadada mostró tres figuras diferentes.

En ese instante no pudo controlar su desaliento y sin querer dijo en voz alta, demonios, ahora sí no queda nada.

El hombre que estaba en la máquina de al lado, jugaba distraídamente y no quitaba la vista de las bien torneadas piernas de Magdalena, que habían quedado inadvertidamente descubiertas por una traviesa falda.

Magdalena oyó que le decían, no se preocupe linda, así es esto, casi siempre se pierde y pocas veces se gana.

¿Qué le parece si la invito a cenar y a ver si después nos cambia la suerte?

En cualquier otro momento Magdalena le hubiera rechazado la invitación a un viejito tan insignificante, pero se sentía tan desvalida, tan abandonada y con la perspectiva de acostarse con el estomago vacío, que sin pensarlo mucho aceptó y le dio la dirección de su hotel para que pasara por ella unas horas después.

Mientras esperaba, Magdalena lo había pensado bien, no quería dejar lugar a dudas, no le interesaba una cena romántica, ni mucho menos una aventura amorosa, quería, necesitaba conseguir dinero para poder regresar a casa.

No tenía muchas alternativas, ni tiempo para buscarlas, así que decidió que el oficio mas viejo del mundo era su única oportunidad y se preparó para lograr su objetivo de manera directa y contundente.

Se despojó de toda la ropa y solo se quedó con una playera de algodón de un lila claro que combinaba de maravilla con su pelo rubio, sus ojos verde aceituna y su piel blanca.

Al oír que tocaban en la puerta, rápidamente se sentó en la cama sobre sus piernas entrecruzadas, dejando claramente visible su dorado vello púbico y dijo en voz alta, adelante, la puerta esta abierta.

Ella esperaba conmocionar a su visita, convencerlo rápidamente de tener sexo y sin mayor problema obtener el dinero que necesitaba.

El extraño quedo desconcertado ante el inesperado y bello espectáculo y antes que pudiera articular alguna palabra, Magdalena se apresuro a decir, mi situación es desesperada, espero que la puedas entender, no tengo dinero, ni crédito, ni alhajas que vender y tengo que regresar pronto a casa; no sé francés, ni tengo forma de pedir ayuda, lo único que puedo hacer para conseguir lo que necesito es vender mi cuerpo.

¿Te interesa?. En su voz había una mezcla de desesperación y un toque final de coquetería.

Eduardo se había imaginado una cena reposada, disfrutando de la presencia de una hermosa muchacha, quizás con un poco de baile y de sentir un cuerpo fresco pegado al suyo, aspirando el olor de la juventud que le estimulara los sentidos y le refrescara emociones olvidadas.

La posibilidad de llegar a más se le antojaba solo un sueño, una última oportunidad de disfrutar esa pasión que su cuerpo rara vez le exigía.

Sexo sí lo había deseado, pero nunca lo pensó pagado, así que su primera reacción fue de rechazo, su sueño romántico se desvanecía y su ahorradora conciencia le señaló que no convenía, pero al contemplar el bello rostro de la chica y su cuerpo juvenil y bien formado, solo alcanzó a decir, ¿Cuánto quieres?.

Magdalena dijo, no lo sé, nunca he hecho esto por dinero, pero el boleto de avión debe costar como 300 dólares y necesitare otros 100 para el viaje.

Tras un momento de silencio Eduardo musitó, es mucho dinero, no traigo tanto efectivo y no tenía pensado gastar esa cantidad en imprevistos, lo siento pero no te puedo ayudar.

Cuando mucho puedo darte 100 dólares.

Magdalena se quedó viendo al hombre, como sopesando si valía la pena el sacrificio por tan poco dinero.

Tendría como unos 50 años, delgado, de piel clara, cabello totalmente blanco y unos pequeños ojos azules que se perdían en un rostro lleno de arrugas que expresaba bondad y cansancio acumulado.

¿No puedes darme mas?, dijo quedamente, 100 no me sirven para nada.

-No preciosa, pero eres tan bella que si los tuviera, con gusto te los daría.

Eduardo hizo un lento movimiento de retirada, mientras en su mente buscaba posibilidades de poder ayudar a la chica y al mismo tiempo de satisfacer ese deseo que crecía dentro del él, de poderla tocar, de sentirla entre sus brazos.

Antes de abrir la puerta para salir del cuarto, giró para ver por última vez la angelical visión que pronto se desvanecería y súbitamente dijo, vengo con tres amigos, a la mejor cada uno quiere gastar 100 y así obtendrás lo que necesitas.

Las palabras se perdieron en el silencio del cuarto y la respuesta llegó como un eco extraviado.

¿Me tendría que acostar con los cuatro? Pregunto Magdalena resignada.

-Bueno, eso siempre y cuando a mis amigos les parezca el plan; a ninguno de nosotros nos sobra la plata y aunque a todos nos gustaría una aventura, no nos agrada pagar por ella. De hecho lo único que me detiene es tu rostro tan hermoso y esos ojos que dicen, que en verdad estas en aprietos. ¿Quieres que les hable?.

A Magdalena le asustó la idea de quedar a merced de cuatro hombres desconocidos, pero era la oportunidad de conseguir el dinero de una sola vez y por otra parte el comportamiento de Eduardo le inspiraba confianza.

Está bien dijo con voz queda, pero me dan el dinero por adelantado y me prometes que no me van a lastimar, ni a forzar a hacer cochinadas, ¿de acuerdo?.

De acuerdo dijo Eduardo, tomó el teléfono y llamó al hotel donde se encontraban sus amigos, pero no obtuvo ninguna respuesta, probablemente habían salido a cenar.

-Lo siento preciosa, mis amigos no están, pero mañana obtendrás tu dinero. Relájate, date un baño y ponte guapa, mientras iré a comprar algo de comer, ¿Te parece?.

Magdalena asintió y sin decir palabra entró al baño para tomar una ducha, mientras que Eduardo encendió un cigarrillo y salió del cuarto.

Tras la puerta del baño Magdalena no sabia si reír o llorar. «Maldito Jaime, por tu culpa estoy aquí haciéndola de piruja de ancianos, ojalá nunca mas te vuelva a ver, no sé que te haría, mira que abandonarme sin dinero y sin nada. Maldito, maldito, púdrete en el infierno».

Magdalena se terminó de desnudar y mecánicamente se recostó en la bañera, mojó su cuerpo y empezó a enjabonarse. No sentía ningún deseo de reunirse con Eduardo, solo sentía la rabia de que Jaime la hubiera abandonado a su suerte por una estupidez.

Ella había despilfarrado el dinero en las maquinitas del casino, porque tenía la corazonada que en Niza obtendría un premio memorable y así, una y otra vez busco ganar.

Una hora después, en lugar de haber gastado los 50 dólares acordados con su pareja, había perdido 500 y cuando se lo dijo a Jaime, éste se puso como energúmeno y sin mas, sacó sus cosas del hotel y se fue, lo único bueno es que ya estaba pagada la cuenta del hotel hasta esa noche.

Sintiendo el agua tibia recorrer su cuerpo, Magdalena estaba ensimismada en sus pensamientos, «Después de todo no me fue tan mal, solo tenía esta noche para conseguir el dinero y ya casi lo tengo, bueno claro que tengo que hacer un buen trabajo para sacarle todo el dinero a este vejete. ¿Pero como le hago, que tal si se pone pesado y me obliga a hacer cosas que no quiero?.

Pues me niego y ya, fácilmente lo puedo dominar, yo soy mas joven y más fuerte, pero de todas maneras, ¡qué asco!, debe oler a rancio y su cuerpo debe de estar todo flácido y arrugado. ¡Hay Magda, en que lió te metiste!.

Bueno, espero que el viejo no sea vigoroso, a la mejor ya ni le sirve el aparato, ja, ja. Seguro ha de tener años de no darse una buena revolcada y estoy haciendo una obra de caridad. Por lo menos se ve tranquilo y amable, seguro está en viaje de negocios o es un viudo que salió con sus amigos a conocer el mundo. No se ve que sea muy rico, trae buena ropa pero ninguna joya».

Eduardo regresó con las compras, acomodó los alimentos en una pequeña mesa, encendió la radio sintonizando una estación con música tranquila y dijo en voz alta. Madame la cena esta servida.

Magdalena se enjuagó rápidamente y secó su cuerpo con una toalla y con otra enjugó el agua que chorreaba de sus cabellos, automáticamente se puso la ropa, una combinación de encaje negro que recién había comprado para agradar a Jaime durante el viaje y un vestido alegre y vaporoso de color azul cielo con algunas flores amarillas, no se puso medias ni zapatos.

El pelo era una desgracia y por supuesto ya no tenía maquillaje.

No sabia si odiar o agradecer al viejo libidinoso que la esperaban al otro lado de la puerta, pero de cualquier manera ya no tenía caso hacerlo esperar mas tiempo, se cepilló un poco el pelo y exhalando un profundo suspiro abrió la puerta y salió al cuarto.

Al abrir la puerta del baño, Eduardo la estaba esperando y dándole un rollo de billetes le dijo: Bien guapa todo esta listo, aquí tienes tu dinero, guárdalo y ven a disfrutar los bocadillos que te traje.

Eduardo se la quedo mirando a los ojos, tratando de adivinar el estado de ánimo de la chica. Magdalena le obsequió una media sonrisa y dijo, veamos pues, me estoy muriendo de hambre.

La habitación se encontraba en penumbras, la única luz provenía de una lámpara sobre la mesa, que iluminaba trozos de baguette, queso, aceitunas negras y pastelillos coronados con una cereza.

Había dos vasos llenos de vino tinto y un pequeño ramillete de flores frescas. Eduardo, que la seguía esperando a la puerta del baño, la tomó delicadamente del brazo y la llevó al centro de la habitación y apartó una silla para que Magdalena se sentara a la mesa.

Magdalena no pudo evitar pensar que era la primera vez que la trataban con delicadeza, ella siempre era la que tenia que preparar la mesa, servir la comida y ser la última en sentarse.

-Que bellas flores, ¿a esta hora en donde las encontraste?.

Eduardo no respondió nada, se limito a acercarle las viandas y a comer en silencio, pero todo el tiempo la miraba a los ojos. A Magdalena le molestaba el silencio y la mirada fija de Eduardo, así que un poco agresiva le dijo:

-¿Qué tanto me ves, acaso tengo monos pintados en la cara?.

-No no, solo estoy guardando la imagen de tu rostro en mi mente, no quisiera olvidar este momento.

El vino estaba delicioso, ligero, alegre y de sabor delicado y sin mucho intercambio de palabras terminaron la cena. Eduardo se dirigió al baño y estuvo ahí unos momentos, al regresar traía en la mano un cepillo para el pelo de mango redondeado y acercándose por las espaldas le preguntó a Magdalena si le dejaba escarmenar su cabello.

-Si eso te agrada adelante, pero hazlo con cuidado, no me gusta que me jalen el pelo.

Al principio el cepillado fue torpe por lo húmedo y lo enredado del cabello, pero poco a poco se fue convirtiendo en una caricia relajante, que aunada al efecto del vino, adormeció a Magdalena.

«¿Hace cuanto que nadie me cepilla el pelo?, creo que desde que era chica y mamá lo hacia antes de llevarme a la cama, que coincidencia, ahora lo hace este abuelo y también para llevarme a la cama». Magdalena se sonreía para sus adentros y disfrutaba el paso una y otra vez del cepillo y la mano sobre su cabeza. La voz de Eduardo le sonó lejana y cálida:

-Preciosa, ya sabes que me llamo Eduardo y que soy tan viejo como para ser tu padre, pero debes saber que lo que más me gusta en la vida es contemplar a una mujer hermosa.

Magdalena pensó, «claro que te debe encantar contemplar a las mujeres, porque dudo que puedas hacer algo más».

Las manos de Eduardo ahora recorrían suavemente los brazos y los hombros de la muchacha.

Hizo a un lado el pelo y empezó a besar el cuello de la chica hasta llegar a su oído en donde susurró tímidamente, eres un ángel, eres un sueño.

Magdalena se sintió desconcertada, estaba preparada para ser tratada como un objeto, para ser desvestida y embestida rápidamente, como lo hacia Jaime, pero no esperaba una escena de ternura.

Sintió ganas de reír y de burlarse de ese pobre viejo que le besaba el cuello y le decía palabras cursis al oído, pero pensó que era mejor no hacerlo enojar. Cerró los ojos para concentrarse en sus pensamientos y fugarse de ese momento negro de su vida.

» Que raro es dejar que un extraño toque tu cuerpo, quisiera decir que siempre no, que fue un error, pero no, no tengo de otra, lo mejor es ignorar lo que sucede. ¡Que diferencia cuando Jaime me acariciaba!, cuando después de besarme en la boca como loco, empezaba a meter sus manos bajo la ropa para apretar mis pechos y como mi cuerpo lo esperaba con ansias, ah, como lo disfrutaba y como deseaba que me desnudara y que empezara a morder mis pezones y a meter sus manos entre mis piernas, si, que sensación tan embriagante y esa desesperación por sentirme penetrada, llena de ese miembro vigoroso y palpitante que se enterraba dentro de mi una y otra vez hasta hacerme llegar a un delicioso orgasmo. Puedo jugar a que no estoy aquí con este viejo, que es Jaime el que esta conmigo, que es él, el que me besa y me acaricia, que es él, el que me dice palabras tiernas, pero no, el nunca me dijo que yo fuera un ángel, o que fuera un sueño, para el yo solo era una mas de sus conquistas, aunque claro es tan guapo, tan tremendamente atractivo y con ese tórax poderoso y esos brazos de músculos abultados y duros y esa piel lozana y suave, hay Jaime, ¿dónde estarás?.»

Viniendo desde atrás, las manos de Eduardo llegaron a sus pechos y sus manos empezaron a acariciarlos lentamente, primero sosteniéndolos suavemente y después con las puntas de los dedos rozando sus pezones.

Con extrañeza Magdalena percibió que sus pezones se endurecían al contacto con los dedos y que la caricia le resultaba agradable. Esperaba percibir un aliento rancio y desagradable y le llegaba un aroma a dulce de anís y violeta.

Eduardo hablaba, mientras sus manos seguían sobre los pechos de la chica y su boca continuaba dándole besos a su cuello, pero sus palabras ya no fueron escuchadas. Magdalena ni siquiera abrió los ojos cuando sintió que arrastraban y giraban la silla en que se encontraba sentada, ni cuando las manos de Eduardo empezaron a acariciar sus piernas y sus muslos y su boca avanzaba de sus pies a las rodillas depositando pequeños besos y uno que otro lenguetazo.

Un leve cosquilleo apareció entre sus piernas, mientras sus pechos exigían caricias más intensas.

Magdalena complacida se recostó sobre la silla, separando mas las piernas y permitiendo que las manos y la boca de Eduardo llegaran mas arriba.

Este al percibir que la chica estaba mejor dispuesta, empezó a alternar los besos sobre la cara interna de ambos muslos y a dejar pasear su lengua desde las rodillas hasta el borde de la pantaleta.

Sus manos viajaron hasta los pechos de la chica para acariciarlos y después oprimir sus pezones entre dos dedos.

Magdalena empezó a respirar cada vez más rápido y a separar cada vez mas sus piernas.

Sin querer empezó a darle ordenes mentales a su pareja, ahora aprieta mas fuerte mis pechos y mete un dedo en mi cosita, pero nada, las ordenes no eran obedecidas, en lugar de eso percibió un aliento caliente que cada vez se acercaba mas al centro de sus emociones protegido por la tela delgada de su ropa interior y unas caricias que más velozmente recorrían sus piernas.

Eduardo se paró del suelo, tomó las dos manos de la chica y llevándolas hacia su rostro las besó con ternura y la ayudó a levantarse de la silla. Le soltó las manos y lentamente se colocó detrás de ella.

Magdalena sintió como bajaban la cremallera de su vestido y lo desprendían de sus hombros mientras más besos eran depositados en su espalda, recorriendo desde la base del cuello, al nacimiento de su cintura.

El cosquilleo era ahora por todo el cuerpo, sus pechos fueron liberados del sujetador y una boca llegó a ellos chupando sus pezones alternativamente. Una mano de Eduardo recorría su trasero y la otra se estacionó entre sus muslos.

La excitación de Magdalena iba creciendo paulatinamente, ya no había pensamientos, solo se concentraba en las sensaciones que llegaban de todo su cuerpo.

Sus pequeñas bragas fueron retiradas con sumo cuidado y se sintió arrastrada y depositada suavemente sobre la cama. Eduardo empezó a besarla delicadamente en los labios, una mano se ocupó de sus pechos y la otra de su pubis, jugueteando con su vello y haciendo que un dedo recorriera lentamente toda la extensión de su vulva.

Involuntariamente Magdalena separó las piernas y entreabrió su boca para corresponder los besos; con sus manos apretó hacia si la cabeza de Eduardo y empezó a gemir imperceptiblemente y a ondular su cuerpo para apretar su clítoris contra esa mano que sentía entre las piernas.

La mente de Magdalena recorrió los recuerdos de las pasadas experiencias, las sensaciones y la excitación eran diferentes; con los otros predominaba el deseo de ser penetrada, de sentir su orgasmo y la eyaculacion de su pareja.

El centro de sus sensaciones siempre había sido su vagina, el sentirla llena y distendida, vaciada y súbitamente vuelta a ocupar y el frote de su clítoris contra el cuerpo vigoroso de alguno de sus amigos.

Con Eduardo quería que las caricias no terminaran, se sentía excitada y deseosa de llegar al delirante final, pero disfrutaba esa sensación de ser adorada en cada centímetro de su piel, de sus piernas, de su espalda, de sus pechos, esa sensación de que todo su cuerpo era objeto de ternura y veneración y ese cuidado y suavidad al ser acariciada, que contrastaba con la brusquedad y rapidez con la que siempre le habían hecho el amor.

Eduardo la giró sobre la cama, dejándola recostada boca abajo, besó y acarició nuevamente toda su espalda, haciendo que el cosquilleo en Magdalena se convirtiera en insoportable.

Después bajó hasta sus pies y los besó en las plantas y chupó sus dedos, subió dando besos en toda la parte posterior de las piernas y los muslos, mientras las manos acariciaban sus caderas. Beso y mordió suavemente las nalgas mientras con unos dedos acariciaban la entrada del orificio vaginal.

Magdalena ya no sabia que pasaba, su sorpresa era total, jamás había esperado que pudiera disfrutar hacer el amor con un anciano. Sintió que unas manos separaban sus glúteos y que la lengua caliente y húmeda de Eduardo jugueteaba con su ano, llenándolo de saliva y luchando por abrirse paso entre el poderoso esfínter.

Débilmente intento protestar, no, no, no me gusta, me vas a lastimar, pero sus protestas no fueron escuchadas y la sensación le empezó a agradar cada vez más. Nuevamente fue girada sobre la cama y ahora la boca de Eduardo se apodero de su vulva, una de sus manos fue a sus pechos y un dedo de la otra empezó a acariciar el centro de su ano.

-Por Dios, ya ven tu, quiero sentirte dentro de mí.

La lengua de Eduardo recorría ahora toda su vulva, desde el clítoris hasta el final de la entrada a su vagina, las secreciones de Magdalena eran abundantes y se entremezclaban con la saliva haciendo que su sexo estuviera empapado y escurrieran los fluidos hasta la cama. El dedo suave pero tenazmente venció la resistencia y el recto de Magdalena fue por primera vez invadido.

-Si, si papito, sigue, sigue, te siento, te siento, oh, que sensación tan rara, que maravilla.

-¿Te gusta mi ángel?, ¿Te gusta mi reina?.

Eduardo succionaba y mordisqueaba el clítoris de Magdalena, mientras ella se retorcía de placer. Él deslizó dos dedos al interior de la vagina, abriéndolos y cerrándolos y al mismo tiempo girando la mano levemente.

Los empujó hasta el fondo y los retiró lentamente, con uno de ellos buscó los pliegues de la vejiga para localizar el punto de máxima estimulación de Magdalena y cuando lo encontró ella se puso súbitamente rígida y empezó a decir si, si, sigue amor.

Eduardo persistió con la caricia, con su lengua oprimió el clítoris de la muchacha y con la otra mano pellizcó los pezones de Magdalena y al sentir que ella se acercaba al orgasmo, introdujo un dedo a su recto metiéndolo lo mas profundamente posible.

Magdalena explotó en ese momento, su cuerpo se arqueo violentamente, su vagina se contrajo rítmicamente y se lleno de abundantes secreciones, que Eduardo sorbió como si fuera el néctar más delicioso sobre la tierra.

Magdalena jadeando, relajó todo su cuerpo y solo acertó a decir, fue maravilloso, estupendo, la mejor corrida de toda mi vida.

Eduardo no dijo nada, pero siguió besando y lamiendo el clítoris de Magdalena, aunque ahora lo hacia de forma suave y lenta.

Magdalena le dijo, no puedo mas, déjame descansar.

Eduardo respondió, ¡cómo preciosa, si acabamos de empezar!

Magdalena se sintió maravillada, vaya que este tipo había resultado una caja de sorpresas, si, tienes razón, ahora te toca a ti. Increíblemente ella quería darle placer al vejete, así que se enderezó de la cama y buscó con la mano el miembro del anciano, pero este no la dejó tocarlo, no preciosa, hoy tu eres la reina, hoy todas las atenciones son para ti.

Dócilmente Magdalena se volvió a recostar y cerró los ojos, buscando un momento de reposo. Las manos de Eduardo continuaron acariciando todo su cuerpo.

«Lastima que este hombre sea tan viejo, por que parece que conociera mi cuerpo, en donde y como me gusta que me acaricien y además lo hace con ternura, como si me amara, como si yo fuera su joya mas preciada. Ahora sé lo que realmente es tener un buen amante».

Las caricias fueron subiendo de tono, ya no eran suaves y superficiales, ahora eran firmes e intensas.

Sus pezones estaban sumamente sensibles y cada caricia era como un toque eléctrico, su vagina reclamaba ser invadida y un leve dolor, hasta ahora desconocido le escocía en su ano.

Eduardo se subió sobre de ella y con un movimiento le separó las piernas, metiendo su miembro en el sexo de la chica.

No la penetró totalmente, sino que introducía solo la punta de su pene y la retiraba lentamente.

La excitación de Magdalena de nuevo fue creciendo, pero esta vez aceleradamente, bastaron unos pocos movimientos para que ella deseara ser penetrada completamente, impulsó sus caderas hacia delante y por fin el apéndice de Eduardo la llenó totalmente.

No era un miembro fuera de serie, pero suficiente para estimular la cálida profundidad de Magdalena. El ritmo era lento, metiendo y sacando todo el miembro, mientras la boca del hombre besaban los pechos y la boca de la chica.

En un movimiento soprendentemente ágil, Eduardo se retiró de la chica, la volteó y la puso de rodillas y nuevamente la penetró profundamente.

Ahora a Magdalena le dio la impresión de que el miembro era enorme, que le llegaba hasta el fondo y le impactaba la matriz en el abdomen.

Cada vez que el miembro entraba y salía de ella, la invadían oleadas de placer y deseó como nunca ser penetrada, quería mas y mas y que no terminara nunca.

En el clímax de su excitación se sintió frustrada cuando nuevamente Eduardo se salió de ella, pero pronto fue consolada, al sentir la lengua de su amigo totalmente insertada en su orificio, mientras un dedo regresaba a jugar con su ano.

Mas, mas, decía Magdalena, mientras Eduardo introducía el dedo en su recto, pero la mujer ya no quería seguir en actitud pasiva y se giró dejando a Eduardo sobre la cama.

Se montó sobre el, insertando el miembro en su vagina y moviéndose alocadamente, para incrementar a su gusto las sensaciones. Eduardo la atrajo hacia si para volver a besar y morder sus pechos y cuando lo logró llevo sus manos al trasero de la chica, para con ambos índices dilatar su esfínter.

Magdalena estaba concentrada en esas salvajes sensaciones que llegaban de su sexo y de su trasero así que no se dio cuenta cuando Eduardo agarró el cepillo con el que le había escarmenado el pelo y humedeció su mango con saliva.

Ella solo sintió un intenso y fugaz dolor cuando el mango del instrumento le fue introducido en el recto.

Su reacción instintiva fue de coraje al sentirse lastimada, pero Eduardo no hizo ningún movimiento y al desaparecer el dolor, la presencia de ese cuerpo extraño dentro de una zona virgen de su cuerpo se transformó en una nueva sensación que incrementaba su deseo.

Ella continuó moviéndose, sintiendo repletos su dos orificios y sus pechos salvajemente mordisqueados, los atisbos de un nuevo orgasmo fueron apareciendo y creciendo como la luz del sol cuando nace el día. Los balanceos de ella Magdalena se fueron haciendo mas frecuentes y Eduardo empezó a jugar con el cepillo, primero haciéndolo de un lado al otro y después sacándolo y metiéndolo lentamente.

Magdalena empezó a pedir mas, mas profundo, mas rápido y mas fuerte y Eduardo complacido obedeció las ordenes.

Ya mero, ya mero, dijo Magdalena, yo también, yo también fue la respuesta de Eduardo.

Magdalena se enderezó bruscamente introduciendo aún mas el miembro y el cepillo y una vez mas su vagina se inundó de fluidos, pero esta vez con la generosa contribución del semen de Eduardo.

Sus orgasmos fueron tan intensos que ambos cayeron sobre la cama como fulminados por un rayo y quedaron dormidos profundamente.

Cuando a la mañana siguiente Magdalena despertó, la habitación se encontraba a obscuras, sintió su sexo y su trasero adoloridos y la entrepierna pegajosa de semen y de sus propias secreciones.

Sonriendo recordó con placer lo sucedido horas antes, hasta que su mente se hizo consciente que Eduardo ya no estaba y la posibilidad de que el dinero hubiera desaparecido.

Saltó bruscamente de la cama y al encender la luz de la lámpara, encontró sobre la mesa una nota, que al abrirla dejo escapar varios billetes.

Magdalena los recogió apresurada y al contarlos se dio cuenta que eran los 500 dólares que necesitaba, sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción y agradecimiento y a través de ellas leyó el recado que Eduardo había dejado.

«Hermosísima princesa, espero que mi regalo te ayude a llegar a donde quieres, yo tendré que acortar mi viaje, mas me llevo para siempre tu recuerdo, de una mujer preciosa que me regaló la noche de amor que durante tantos años había soñado y quizás la mejor de toda mi vida, por que sabes corazón, seria mentira decirte que te amo, pero lo que si es cierto es que siempre he amado a la mujer bella y tierna, sucedáneo de los ángeles aquí en la tierra y tu hermosura y tu forma de ser me permitieron hacer realidad todo aquello que solo existía en mis pensamientos. Muchas gracias por todo, cuídate mucho y que tengas suerte. Eduardo».

Con el dinero Magdalena pudo regresar casa, jamás le contó a nadie su experiencia de esa noche. Sus amigas nunca entendieron por que ya no se reconcilió con Jaime.

Tampoco lograron comprender por que una chica tan popular y desinhibida termino casándose con un chico serio y callado, que adoraba a Magdalena y la trataba con anticuada cortesía y cuyo único y dudoso mérito era escribir poemas de amor.