El cuadro del apocalipsis fue testigo de un amor apasionado mientras en la calle rugía la tormenta

Era un día de tormenta. Igual que hoy, el miedo no me dejaba descansar.

Esos truenos que no paraban de retumbar en mis oídos, como eternos golpes sobre el metal.

Y no se va. Subí a la terraza, no se fuese a hundir el techo de la habitación que daba a la buhardilla de mi vecino. O tal vez subí porque la intranquilidad me decía que tenía que buscar cobijo, o tal vez, pero no podía ser.

Sólo lo había visto una vez, en El Corte Inglés. Aquél día entré a los probadores con un pantalón negro de pinzas, muy elegante; al salir del probador para que la dependienta me diera su visto bueno a cómo me quedaba el pantalón de largo, me crucé con su mirada que, con un gesto algo burlón, o al menos así me lo pareció, me comentó: – ¡te quedan perfectos!.

-¡Ah!, ¿eres tú el nuevo dependiente?. Risas.

Sus dientes blancos, perfectos, su cara de osito de peluche, ojos para no dejar de mirar, boca para besar.. ¿de dónde había salido este chico tan atractivo?. Mejor ni preguntarlo. Elvira llegó pronto. Pareció comprender las risas y el motivo. Irritada por el atrevimiento, le pedí por favor, me midiera el falso, porque me daban mucho miedo las tormentas y se avecinaba una buena con esta lluvia.

– Tranquila, me dijo, con un brillo especial en esos ojos burlones, tan almendrados que dios le había dado, o su padre y su madre, que para el caso es lo mismo. Ágilmente me puso alfileres alrededor del falso, medida perfecta y pasé al probador, quería irme antes de que la tormenta fuese cada vez más fuerte. Reconozco que era un miedo no superado desde aquella vez, en el pueblo, que estuvo lloviendo durante toda la noche «a cántaros»; mi vecino Manuel, que así se llamaba, al subir a tapar las goteras que caían techo abajo, se resbaló y cayó sobre nuestra azotea. Murió en el acto. La visión de su cuerpo allí sangrante y sin poder hacer nada por remediarlo, se quedó grabado en mi mente.

Era demasiado pequeña para comprender aquella injusticia del destino. Dejaba dos niños pequeños y una viuda muy joven.

Últimamente estoy de un sensiblero cursilón tremendo, cualquier cosa me irrita o me excita… tendré que ir más a menudo al gimnasio, pensé. Salí acelerada, tomé las escaleras del fondo y, en vez de bajar hacia la calle, que era lo lógico, subí a tomar un té con hierbabuena a la cafetería. Había estado otras veces.

Muchas. Me gustaba el olor a té, a café, el ruido sin distinción de frases, ecos de voces de la gente que siempre había en aquella hora punta. «Un te con hierbabuena, un aroma en el recuerdo y nada en de gusto en el paladar.

Andares que investigaron otros mundos de este pequeño universo, pasos aprendidos que nunca se olvidarán.

Pero no todo lo investigado, conocido derivó en placeres encontrados, aunque sí quedó para siempre una imagen, una voz sonora, unos ojos que brillaban vivos, expresivos, gritando: ¡ basta ya!. Letras de canciones – con temas críticos- la fábrica, el trabajo, la rueda dejó de ser madera hace tiempo para no cesar de girar. Palabras y más palabras, frases entrecortadas, nerviosas, impregnaron nuestro recuerdo, sólo eso que no es mucho y nada más».

La nuca empezó a quemarme. Sentía una mirada fija en ella. Lo notaba. No quise levantar la cabeza hasta que se acercó el camarero con el servicio pedido. Dándole las gracias, giré hacia donde mi nuca me delataba, pero no vi nada especial.

Al volver la cabeza hacia mi humeante té allí estaba él. Se había sentado enfrente y, me empezó a contar que en días de tormenta como el de hoy, él prefería la compañía de una chica guapa. – No protestes. -Escucha. – Tengo mil historias que contarte. Hablaba, hablaba. Gesticulaba con las manos; me abarcaba toda con su dulce mirada.

Acabé participando de la conversación. Apenas recuerdo cuando, ni cual fue la palabra que encadenó mis frases con las suyas, qué alegó o afirmó, pero allí estábamos los dos, discutiendo sobre las nuevas tecnologías y la fuente de alimentación de mi ordenador, que a buen seguro, me costaría más de 60 euros, por haberme dejado la ventana abierta de par en par.

Aquella tormenta no parecía tener intención de interrumpirse.

Tenía la manía de tener el ordenador pegado a la pared y justo a mi derecha, había un ventanal enorme que me gustaba.

Cuando llovía las gotas se agolpaban en el cristal con ese ruido tan característico que tanto me gustaba. Todo perfecto si no había rayos, truenos, todo menos eso.

Subí a la terraza, toqué a su ventana y me abrió al instante. Otra vez esa sonrisa tan suya. Sus gestos. No hacía falta que dijera ni una palabra, sentía que podía leerle el pensamiento. Me embriagaba.

-¿Estabas espiándome?.

– Qué amabilidad la tuya chica, encima de que intento que olvides tus terrores por las tormentas. Sé cuanto te asustan. Me disponía a pedirte el favor de que me acompañaras. Podíamos jugar una partidita de mus, de ajedrez, lo que sea, seguro que se pasa enseguida, anda, pasa.

-¿Pasa?. Querrás decir que baje a la calle y me acerque a tu portal. Tu buhardilla no tiene entrada a la terraza, ¿recuerdas?. Pensándolo bien. ¿no decías que tenías un dinero ahorrado?. Podías pedir permiso y hacer la ventana más baja.. nos serviría de puerta. – ¿Qué te parece?.

Ya estás inventando. – Anda, no te demores. Cerró la ventana.

No quise tomar el ascensor por si se iba la luz. En el rellano había un farol azul, me quedé parada. Recordé las luces azules del quinqué en forma de botijo de Galerías.

Cómo Tomás me había abrazado, besado, ansiado en aquél rellano del cuarto piso.

Giré la cabeza. Estamos locos.

Sólo que en Galerías, inesperadamente nos encontramos con una alfombra que algún empleado había dejado olvidada, lo cual nos alegró ya que nos sirvió de cobijo al deseo, la gula de nuestros cuerpos, el olvido del presente hacia un larguísimo infinito…Sus manos me acariciaban seguras, firmes, justo por donde yo más deseaba sin indicárselo.

Nuestra armonía era perfecta y nuestros deseos satisfechos en sincronía como amantes que llevan conviviendo juntos toda una vida y les ha dado tiempo de contarse mil una manías, querencias, gustos, para hacer el acto de amor más placentero.

Ese pensamiento aceleró mecánicamente mi paso. En unos segundos estaba tocando a su puerta. Un poco cansada, cuatro pisos que me empeñé en subir.

Manías vergonzosas de contar, pero que podían llegar a paralizarme si con la lluvia venían tormentas, truenos o relámpagos. Me recibió con una camisa de rayas manchada de restos de pintura.

-¿Qué hacías?. ¿Pintabas?

– Si. Pasemos a la buhardilla. Entra. Estaba acabando «El Apocalipsis», me presento al premio L’Oreal y me queda poco tiempo, se acaba el plazo el día 15 de mayo.

-¿Puedo verlo?

– Claro. Qué preguntas tienes. Me gusta una buena crítica y tu opinión se que será sincera y muy instructiva para mí.

Me senté a contemplar como terminaba unos trazos, sombras sobre la figura de un gran caballo alado que iba montado por un bello arcángel.

– Qué preciosidad. Es muy original. Nunca había visto nada igual, en serio. La estructura del cuadro es perfecta, siendo como es un mural tan grande, la armonía es lo más destacable del cuadro, así como el colorido.

Cuanta belleza en las imágenes del mundo, las aguas, las gentes, los animales sobre la tierra, y estos caballeros del Apocalipsis… parece que me están hablando.. Qué caballos, ni que trotaran. Es maravilloso. Si no te dan el premio es que hay tongo.

Tenía puesta una música suave y adornos de luz, mucha luz, por todas las esquinas de distinta intensidad. -¿por qué tanta luz?.

– Así doy al cuadro la sensación, en tonos y sombras, de que ocurre el gran capítulo que movió al mundo. Me ayuda a crear el entorno… Me costó varios meses prepararlo. He tenido en cuenta todos los detalles, incluso rodé una película primero del movimiento de los caballos. Si, creo que por eso te gustan tanto. Me ha costado pero el fruto lo estoy recogiendo ahora que está casi acabado.

– Uno de los arcángeles no llevaba más vestimenta que sus alas y curiosamente estaba muy excitado. Me llamó la atención ese detalle y se lo comenté. Me contó que la muerte, cuando se siente cercana excita. No sabía como explicármelo, pero así es.. por esto ha representado a este arcángel al borde del éxtasis.

Sus explicaciones, sus manos moviendo los pinceles, sus piernas debajo de aquella camisa de pintor me estaban poniendo muy excitada… sentía mi cuerpo latir deseoso de sexo, de la pasión que inundaba aquél cuadro.

Fui hacia él, puse mis manos sobre sus piernas, subí lentamente hacia las ingles, lamí su piel hasta las rodillas, luego hacia su cintura… le pedí que se quitara la camisa con decisión, casi mandando.. lo deseaba ya.. no quería que se rompiera el embrujo que me estaba embriagando.

Sentí como si el mismísimo arcángel bajara del caballo, poderoso me tomó en sus brazos, pecho con mucho vello rizado, aroma a óleos, trementina.. pasión y gozo entre sus muslos. Al poco tiempo ya estábamos gritando de placer mutuo por el suelo, sin más ropa que la piel de nuestro cuerpo, sin más sentires que nuestro sentimiento… «su cuerpo, sin prisas, se aproximó a mi cuerpo, rompe el aire que nos separa y me cobija en un inmenso abrazo.

Su boca es mi boca, tus brazos en mis brazos, sus manos me envuelven toda, acariciándome al compás de mi ritmo cardiaco.

Déjame que te vaya necesitando, que mi cuerpo reclame tu piel, tu calor, olor, sabor, para formar un sólo cuerpo, una sola alma… Quiero sentir tu cuerpo en mi cuerpo y tu piel en mi piel.  Como un acordeón me despliego a tus encantos.

Abriré para ti, de par en par, las piernas que sujetan la vida que da a otras vidas.  La tierra que habité la arranco con uñas y dientes, construiré nueva sabia donde brotará la leche que un día me amamantó,  de tanto placer como los dioses me han otorgado al sentir tu presencia.

Me tomarás, besarás, follarás…, a ese ritmo que sólo tú sabes hacerme sentir, esa necesidad de ti que me abre toda como una flor con cada uno de sus pétalos. Sin convicción, anulados mis sentidos, con toda la lujuria que el amor otorga a los perfectos amantes. Con ese deseo que sólo tú sabes calmar.  Tómame. Te quiero.»

Con sus manos fuertes, poderosas, me tomó con fuerza, me hablaba. Decía palabras fuertes, escandalosas a los oídos de los niños.. empezó a acariciarme con ansiedad, beso a beso, pequeños mordiscos por todas partes… ¿Quieres que te folle?. Pídemelo. Dime. ¿Quieres?. Me tomó la boca, cerró mis labios con un beso que me quemaba.

Abrazado a mí con fuerza me dijo al oído que le amara. ¡Ámame!.  Rodamos por el suelo, besos fundidos en más besos. Saliva de mi boca en su boca.

Me tomó por la cintura y me subió encima de su miembro, duro, fuerte, me penetró con toda su fuerza.. Sólo se oía hablar al placer, acompasados.. jadeábamos los dos.

Gritos de amor que se llevó el viento del sur.

No estábamos solos. A lo lejos, en la pared del fondo, el Apocalipsis bendecía nuestro deseo.. Nada importaba. Le seguí besando mucho rato.

Me estuvo montando con tanta fuerza que todo me dolía…, hasta las caderas… Mis manos sujetaban su cabeza, pelo corto, moreno. Le besé una vez más la boca y,  en el oído,  le dije muy flojito: ¡¡Te deseo¡¡

El sol dejó sus reflejos de atardecer jugando con nuestros cuerpos. ¿Quieres más?. ¡ Pídemelo.!. Así estuvimos, muy juntos hasta el amanecer, follando y follando sin descanso.

No recuerdo cuando, pero exhausta me quedé dormida.

Gozamos entre el inmenso mar de luz de aquella habitación de pintor.

Amor sin prisas, al tiempo que la avaricia de su cuerpo me pedía más y más.

A lo lejos oí como si el arcángel alado me hablara desde aquél lugar dominado por los jinetes del Apocalipsis, que me había parecido, nos sonreían con mucho descaro.

«Han pasado muchas lunas, mareas bajas, peces en los ríos, sueños que despertaron  y todo sigue igual. La hoja amarilla fruto del álamo en otoño, la nuez del invierno, el chasquido del agua en la roca, el canto del jilguero, parece que nada ha cambiado, todo sigue igual».