Días de sexo y sexo VII
Nos quedamos de piedra. Sara se separó de mí, y apenas disfrutó de su corrida. Eva avanzó resuelta hacia ella. Con el sobresalto, mi pene se desinfló. Aún estaba brillante de los jugos de Sara. Las dos hermanas se miraron, una, confusa, la otra, perversa. Eva cogió mi virilidad, que la saludó al momento como cuando un soldado se pone firmes al saludar a su oficial, e invitó a su hermana a tocarlo de nuevo.
-No muerde, sabes? la que puede morder eres tú. Y de súbito se la puso toda en la boca, pasando sus dientes sobre la base. Aquello me enervó, y me hizo suspirar, mientras veía aún la mirada nerviosa de Sara. La lengua se movía alrededor de mi verga mojándola, absorbiendo los restos del goce de su hermana, y, a los pocos instantes, la lava de mi placer fue directa a su garganta.
-Bueno, ahora que ambos ya estáis más calmaditos, dijo Eva limpiándose la boca, quiero que vengáis conmigo. Venga, vestíos, ordenó. Obedecimos, mientras yo pensaba en qué perversidad estaba imaginando, veía a Sara apocada, esperando la venganza de su hermana.
Hizo una llamada, y al poco rato vino un taxi a buscarnos, que nos llevó a las afueras de Madrid, a una casa que yo ya había visto en vídeo. Sara seguía preocupada aún cuando cruzamos el umbral, pero su angustia aumentó cuando vio un nutrido grupo de personas, hombres y mujeres, todos ellos desnudos y follando. Las mujeres estaban en desventaja más o menos de tres a uno. El anfitrión saludó efusivamente a Eva, fríamente a mí, y conciliadoramente a Sara. Ésta se fijaba en el mástil erguido que blandía él. Nos dijo que podíamos desnudarnos, y que podíamos hacer lo que quisiéramos, no había más norma que la de obtener placer. Como veía que Sara dudaba, entre su hermana y él la despojaron de toda vestimenta. El anfitrión (le llamaré Hugo desde ahora) ojeó el cuerpo hermoso mientras ella trataba de tapar los pechos y el peludo pubis. No las tenía todas consigo, así que Eva, sorprendiéndome una vez más, se puso detrás de ella, desnuda también, y empezó a acariciarla mientras le comentaba al oído algo. Aunque inicialmente parecía rechazarla, la visión en directo de una orgía, y las caricias bien dosificadas, empezaron a romper su resistencia. Se les añadió Hugo, quien se estiró boca arriba en la moqueta, mientras Eva le abría los labios de la vulva a Sara, y, lentamente, la obligaba a ponerse de cuclillas sobre la cara de Hugo. Cuando ambos labios se unieron, Sara se arqueó, mientras gemía de gusto. Eva la calentaba ( y a mí también) mientras además le decía que la lengua le llegaría hasta el fondo, que era un experto en dar placer, que notara cómo se removía en su interior. Los dedos de él se aferraron a sus pezones erectos, mientras ella movía rítmicamente las caderas. Tenía los ojos cerrados, y no vio cómo Eva me hacía señas de que le pusiera mi polla en la boca. Por eso, cuando el glande rozó sus carnosos labios, se sobresaltó ligeramente, pero la orden de Eva «trágatela», la ejecutó en el acto. Notaba la inexperiencia de ella en el arte de mamadas, pero ello me daba más morbo, y pronto cogió el mismo ritmo que su vientre. Cuando se corrió, se la sacó de la boca. Nunca había oído gritar a una mujer en el clímax. Tras los segundos de placer, abandonó mi rabo para rendir homenaje al de Hugo. Ambos formaban un 69, ya libre Sara de todo pudor. Eva fue por un poco de lubricante, y estuvo jugando con el culo de su hermana. Los dedos traviesos, resbaladizos, iban desde el perineo hasta el ano, y dos de ellos violaban el reducto estrecho. Curiosamente, Sara abrió más las piernas para que la lengua de Hugo entrara más adentro, coincidiendo con la entrada de los dedos de Eva, quien de nuevo me dijo que me acercara. Con la otra mano, aplicó sobre mi rabo lubricante, y, cuando ella lo estimó oportuno, sacó los dedos y los sustituyó por mi pene. Aunque con cierta dificultad, poco a poco se iba abriendo paso por el ano. Sara no podía zafarse de la penetración. estaba firmemente sujeta por Hugo en las caderas, y Eva la aplastaba con su cuerpo. Ambos cejaron en su fuerza cuando por fin entró hasta el fondo.
Me quedé allí un poco, saboreando las sensaciones de estrechez y temblores que sentía Sara. Le cedí la iniciativa cuando la lengua de Hugo recuperó el ritmo de su placer, y no me sorprendió lo más mínimo ver a Eva empalada por la enorme polla de Hugo, y Sara, como una gatita golosa, lamiendo el clítoris y lo que el coño de Eva no podía engullir. La resistencia estaba vencida…
Sara cada vez empujaba más, y mi polla martilleaba su culo sin piedad. Me sorprendió que ambas anunciaran su orgasmo casi simultáneamente. Sara se zafó de la lengua de Hugo, e intentaba hacer lo mismo con mi polla, pero la retuve cogiéndola por las tetas, y, con un empujón bestial, inundé sus intestinos. Sólo entonces se la saqué. Aunque Hugo seguía presentando batalla al coño de Eva. En uno de los embates, Hugo le alzó las piernas, de modo que al bajar ella, por fin se la incrustó hasta la raíz. Incluso nosotros nos preocupamos al ver el espasmo de Eva, quien aún tenía las piernas izadas. En un movimiento vertiginoso, él la tumbó sobre el suelo, y su maza volvió a golpear terriblemente el útero de Eva. Sus gritos de dolor y placer atrajeron al resto de la gente. Hugo bombeaba cada vez más deprisa, su verga hinchada salía por completo del dilatado coño de Eva, totalmente blanca por los jugos destilados por la hambrienta vulva, y volvía a entrar violentamente provocando sonidos acuosos en el sexo, y gritos en la boca de Eva. Su clímax fue épico.
Hugo, visiblemente satisfecho, vació entonces toda su carga en el interior de Eva. Cuando por fin se separaron, ella apoyó las piernas en el suelo, mientras un reguero blanco salía de su abierto coño. Su respiración era agitada. La miré fijamente a los ojos. Se mostró impasible, y le soltó un lascivo beso a Hugo.
Eva se me acercó.
-Bueno, ahora ya lo sabes, dijo sin ápice de remordimiento. Supongo que ahora entiendes muchas cosas. Te he presentado a Hugo como el novio de mi hermana, y, sinceramente, me gustaría que lo fueras, y que viniérais aquí, siempre que quisiérais. El quiere que yo esté a su lado siempre, aunque compartamos sexo con otras personas, por lo que podremos seguir follando…además, me ha dado mucho morbo iniciar a la «santa» de mi hermana. Mírala.
Sara estaba rodeada por hombres, que colmaban todos sus agujeros, mientras otra mujer le sobaba los pechos. Su rostro delataba el enorme placer que estaba recibiendo. Por fin le llegó un orgasmo. Sólo se le oía «¡ya, ya, ya!». Luego pidió por favor que se salieran, y lo que hicieron los hombres fue acabar de correrse sobre su blanco cuerpo. No le faltaron lenguas femeninas que la limpiaron, y la volvieron a poner a tono. Entonces fue el turno de Hugo, quien buscaba mi aprobación. Asentí, y muy lentamente, la sentó sobre el eje enorme. Ella bufaba por el esfuerzo y la dilatación, y pronto le pasó lo mismo que a su hermana. No le cabía toda, y la izó de golpe. Cuando la polla desapareció por completo, ella gritó también, aunque fue más delicado, la apretó contra sí, y controló el ritmo, ya que ella estaba inmovilizada. Sus músculos estaban en tensión por el esfuerzo de acoger tal calibre, y no tardó ni un minuto en correrse de nuevo. Hugo le bajó las piernas hasta que tocaron el suelo, y entonces, la bombeó fuerte mientras su culo quedaba desprotegido, ocasión que Eva me hizo notar. Me acoplé a ella con suma facilidad, pero notaba a través de la fina membrana el monstruo que le hurgaba la vagina. No sé cuántos orgasmos tuvo antes de que nosotros la inundáramos, pero sí que cuando acabó, a través de la maraña de vello púbico, su rajita ya era una boca hambrienta de polla.
Volvimos a casa sin Eva. Ella se había quedado en la casa, y si Sara había probado unas cuantas pollas, ella degustó todas. Una verdadera bomba sexual.
En el taxi, no pude evitar acariciar los muslos de Sara. No rechazó el intento, y se acurrucó a mi lado. Cuando mis dedos acariciaban la sedosidad de su pubis, ya que las bragas las había perdido, ella ya había deslizado su mano izquierda dentro de mi bragueta. El conductor no se enteraba de nada, y mientras nuestra excitación iba en aumento, le pregunté al oído si había disfrutado, a lo que me respondió con un «mucho», cargado de vicio. Sus labios se encontraron con los míos, mientras mis dedos la penetraron con gran facilidad. Le incomodó un poco cuando le rocé el fondo de su vagina.
-Con cuidado, estoy muy sensible. Esa última polla me ha dejado muy satisfecha, pero también dolorida.
Cuando el taxista por fin encaró el centro de Madrid, Sara ya me había obsequiado con dos orgasmos. Para evitar manchas indiscretas en la ropa, ya que yo estaba a punto de estallar, pretendí que siguiéramos en su casa, pero sus padres ya habían llegado, y tuve que contentarme con unas caricias furtivas en el rellano.
El viernes por la noche, recibí una llamada de Eva, invitándome a volver a la casa, y me dijo que Sara ya estaba. Que sería una reunión muy exclusiva, nosotros cuatro y otras dos parejas. De fondo oía unos gemidos que en seguida identifiqué.
-¿Ya habéis empezado? pregunté
-Sí, pero sólo nosotros tres. Como sabía que tardarías en volver del trabajo, ya me llevé a mi hermana. De momento, hasta que tú llegues, sólo se está dilatando con consoladores. Y, por cierto, está preciosa rasurada… hasta ahora.
Me puse el casco, y con la moto, enfilé la carretera. Durante todo el trayecto ya estaba empalmado. Cuando llegué, ya estaban todos. Eva me dio un antifaz, puesto que los otros invitados no deseaban ser identificados. Eran dos parejas de unos 40 y pico años, ellos con bastante barriga, ellas, con cuerpos modelados por gimnasio. En el centro, estirada en una camilla de ginecólogo, con las piernas atadas a los estribos, y ofreciendo su sexo impúber, estaba Sara.
CONTINUARA