Desde que recuerdo, sentí una atracción especial por el sexo masculino.

Mi padre nos había abandonado siendo yo apenas un bebé, y no tengo ningún recuerdo de él, ni bueno ni malo.

Tal vez por eso siempre me sentí atraído por hombres mayores.

Los chicos de mi edad no me gustaban, podía notar que eran guapos tal vez, pero no sentía nada especial, en cambio los hombres mayores podían realmente volverme loco.

La situación económica en casa no era muy buena.

Mi madre hacía lo posible por sacarme adelante junto a todos mis hermanos, trabajaba duro y pasaba poco tiempo en casa, por lo que desde niño fui bastante vago. La calle me atraía tanto como los hombres que allí podía conocer.

Necesité muy poco tiempo para descubrir que había montones de hombres a los cuales un niño de 13 años puede atraer.

Fue tan fácil y tan extraordinario darme cuenta de eso, que tengo un vívido recuerdo de la primera vez que descubrí esa especie de poder que te da sentirte deseado por alguien. Alguien que por conseguirte está dispuesto a hacer pequeños regalos, concesiones o favores.

La primera vez que tuve sexo, fue obviamente con uno de estos tipos mayores que tanto me atraían.

De la relación en sí, no recuerdo detalles, pero esa sensación de que en mi mano estaba el seguir o no adelante, se me quedó muy grabada. Me sentía fuerte y confiado, en mi juventud y en poseer algo que otros querían.

Después de conocer a un par de tipos más, uno de ellos, me ofreció un pequeño regalo a cambio de que accediera a tener sexo con él. A partir de allí, siempre traté de sacar partido de esos encuentros.

No es que cobrara ni tuviera una cuota, ni nada de eso. Me conformaba con que me llevaran a cenar a algún sitio que ansiaba conocer y al cual no podía ir por falta de dinero.

O pedía una bonita camisa que me había gustado, un disco que deseara tener o cosas por el estilo. Nunca sentí que me prostituyera, se me hacía de lo más natural recibir algo a cambio de lo que daba, y los hombres que conocí nunca me lo negaron.

Así transcurrió mi adolescencia y me acostumbré a tener todas esas cosas materiales que siempre había deseado. Cuando cumplí los 18 y terminé la preparatoria decidí que ya no estudiaría y me dedicaría a trabajar.

Mi preparación no era suficiente, por lo que fue imposible encontrar un trabajo que me permitiera seguir disfrutando de las cosas que me gustaban. Seguí confiando en que algún hombre me ayudara a salir adelante.

Así conocí a David.

Un día estaba en el aeropuerto. Volvía de una semana de vacaciones en la playa. El viaje me lo había pagado otro hombre, abogado de 45 años, casado, que me había invitado a acompañarlo en un viaje de negocios.

Yo me tiraba el día entero en la playa y él atendía sus negocios. La noche la pasábamos juntos y yo desquitaba la invitación.

Después de 3 días de esto, el abogado recibe una llamada de su despacho y debe volver.

Me da a elegir entre regresar con él o terminar mi semana allá solo, que ya estaba pagada. Puse cara de consternación y le dije que no podía volver tan pronto o mi familia sospecharía. Me permitió quedarme, me dio un beso y algo de dinero, y pasé una de las mejores semanas de mi vida.

Pues de regreso, en el aeropuerto y con ganas de orinar entré al baño. Venía con un hermoso bronceado y muchas ganas de tener acción. Como respuesta a mis sueños entró casi detrás de mí un hombre alto, bastante atractivo, como de 40 años y con uniforme de la línea aérea. Me miró brevemente y trató de entrar a uno de los tres cubículos del baño. Dos estaban ocupados y el tercero estaba fuera de servicio. Ambos nos miramos y sonreímos, esperando que alguno se desocupara. Yo brincaba de un pie a otro y él estaba casi en la misma situación. Finalmente se desocupó un cubículo. Ambos hicimos el intento de entrar al mismo tiempo y nos dio risa la situación.

Entre usted primero, -le dije.

No, – contestó -, tú llegaste primero, te corresponde a ti usarlo.

Por favor, yo todavía puedo esperar – dije apretando para aguantar.

No creo, – dijo él sonriendo mientras me veía haciendo caras -, Ok, entramos los dos y asunto terminado.

Se me hizo divertida esa solución y entramos juntos al cubículo.

Era pequeño y apenas si cabíamos los dos. Nos abrimos las braguetas y comenzamos a orinar al mismo tiempo, mirando el techo y las paredes, mientras meábamos hombro con hombro. Traté de resistir, pero la tentación de echar una ojeada fue demasiado.

Bajé la vista discretamente y me encantó lo que vía. Su miembro grueso y cabezón soltaba un potente chorro de orina que se mezclaba con la mía.

Él se dio cuenta de que lo estaba mirando y también miró mi verga, que sin ser tan gorda como la suya también es de muy buen tamaño.

Después de mirarme la pija me sonrió y yo sentí una fuerte atracción por este apuesto hombre uniformado que meaba junto a mí. La verga se me endureció y él se dio cuenta. Nos sacudimos las vergas sin dejar de mirarnos y salimos del baño antes de que alguien se diera cuenta que estábamos juntos allí.

Ya fuera del baño me preguntó mi nombre y dijo que acababa de llegar y se llamaba David. Piloteaba un avión comercial de pasajeros y tenía dos días de descanso antes de volver a su ciudad.

Me comentó que iba camino a su hotel y que le encantaría que lo acompañara a comer, porque no le gustaba hacerlo solo. Acepté con gusto su invitación.

La comida la cancelamos en la recepción del hotel, y pedimos mejor algo rápido del servicio a cuartos. Para cuando abrió la puerta de su habitación yo ya lo deseaba con pasión.

No necesité mucho para desnudarme y dejarlo descubrir donde terminaba el bronceado y dónde estaba la parte pálida que no había alcanzado a quemar el sol.

Él era bastante alto, me sacaba más de una cabeza, y me hizo sentir protegido y especial. Cuando se quitó el uniforme descubrí que tenía buen cuerpo, con una ligera pancita que lo hacía aún más atractivo.

Era uno de esos hombres que siempre han hecho ejercicio y que al llegar a la madurez lo dejan, manteniendo la buena forma, pero acumulando algunos kilos de más en la cintura y cierta robustez que a mí me encantó.

Su pene era lo mejor de todo. Lo había visto en el baño y sabía que era grueso, pero cuando me arrodillé en la cama entre sus piernas para mamárselo, se agrandó y estiró, llenando toda mi boca. Lamí su glande, ligeramente rosado y gordo.

Metí la punta de la lengua en el pequeño ojito de la punta, saboreando esa mezcla de líquido seminal transparente con cierto dejo de acre orina. El me acariciaba el pelo, con los ojos cerrados y entregado por completo a mi boca.

Me gustó su abandono, me gustó que me dejara mamarlo sin prisas, que me dejara descubrir ese cuerpo nuevo para mí con calma.

Muchos hombres que había conocido se pierden estos detalles, la calentura los domina y quieren seguir adelante, penetrar, coger, venirse.

El no. Pasó una hora y yo lamía ahora el tronco, aprendiendo el camino serpenteante de sus venas hinchadas y el sabor de sus huevos. Me dejó abrirle las piernas para olerlo allí donde sus huevos descansaban, a unos centímetros de su culo. Lamí esa pequeña zona cubierta de suave vello oscuro.

Levanté los huevos con una mano para tener acceso a ese pequeño paraíso. Su ano, apretado y rosado latía suavemente con cada lamida. Se puso suave y húmedo con mis besos.

Sus piernas bajaron y yo volví a recorrer el camino de regreso.

El glande llenó mi boca nuevamente y ascendí el caminito de vellos hasta su ombligo y su pancita. El abanico de vellos negros se abría por su pecho hasta cubrir sus tetillas erectas. Tomé una entre los labios y lo escuché gemir. Muchos hombres se pierden de esta maravillosa caricia.

Pasé varios minutos alternando entre una y otra, mientras su mano reptaba entre mis piernas hasta mi culo. Sentí sus dedos acariciando primero, y presionando después. Me abrí a ese maravilloso piloto y dejé que volara por mi cuerpo como se le antojara. Estaba agradecido por haber sabido esperar y cuando se incorporó y cambiamos la posición lo dejé hacerme todo lo que quisiera.

Pasó más de una hora explorándome, abriéndome como si fuera un regalo, besando todo mi cuerpo, y aunque sentía la urgencia, no pude sino esperar como él me había esperado.

Cuando me volteó boca abajo y sentí sus manos, lengua y dedos en mi culo, yo ya lo ansiaba dentro de mí. Estaba tan preparado para él, que la penetración fue la más placentera que yo había tenido hasta entonces, y vaya que había tenido otras.

El orgasmo, cuando llegó, fue lo menos importante de la jornada. Todo lo anterior había sido tan especial, que me vine entre una mezcla de sueño y realidad que me dejó abatido y blando como un muñeco sin cuerda.

Comimos un poco y nos dormimos toda la tarde. Al despertar volvimos a tener sexo y David estaba ya dentro de mi vida.

Pasé esos dos días con él, prácticamente sin salir de la habitación. Me enteré que estaba divorciado desde hacía 5 años y que conmigo era la tercera vez que tenía relaciones con otro hombre, pero la primera en la que se sintiera así de feliz.

Yo le conté mi vida, disminuyendo bastante el número de hombres que había conocido, y él me escuchó sin hacer ningún comentario.

Cuando tuvo que marcharse, me regaló un teléfono celular. Dijo que no sabía cuándo regresaría, porque el plan de vuelos no dependía de él, pero que estuviera seguro de que en cuanto volviera me llamaría.

Pasaron tres semanas y yo recargaba la pila del celular todas las noches para tenerlo encendido todo el día, a la espera de su llamada. Esta nunca llegó y yo volví a las andadas, conociendo hombres y teniendo aventuras con quien se me antojara, aunque seguía pensando en David y siempre cargaba el celular a todos lados.

Un mes después me llamó y yo corrí a su hotel. La historia continuó donde la habíamos dejado y él me confesó que pensaba todos los días en mí y me deseaba, porque no había tenido relaciones con nadie más. Yo le dije que estaba en la misma situación y me callé las aventuras. Esta vez se quedó 5 días y al marcharse de nuevo prometió buscarme.

Así pasamos varios meses de idas y venidas, venidas en avión y venidas en la cama. Yo estaba contento con la situación y él se estaba clavando bastante conmigo.

En su última visita me dijo que había hecho algunos cambios y que se mudaría a la misma ciudad donde yo vivía. Pensaba poner un departamento para los dos y me propuso vivir con él.

Al principio me asustó el cambio, nunca había vivido con nadie y estaba muy acostumbrado a mis aventuras y escapadas.

Por otro lado, él cada vez era más espléndido conmigo, me compraba cuanta cosa yo deseara porque ganaba bastante bien y estaba en muy buena posición económica. Cuando me dio las llaves de un coche nuevecito, acepté inmediatamente la propuesta y me mudé al nuevo apartamento.

Sí, en mi vida era más importante el bienestar y la seguridad económica que el amor y la honestidad, y sabía que tarde o temprano debería pagar un precio por esto. Pero por el momento, con 19 años y ese hombre apuesto y complaciente dispuesto a hacerse cargo de todo, no me importaba nada más.

Lo único que me pidió, o mejor dicho me advirtió, fue que me dedicara exclusivamente a él. Dijo que era extremadamente celoso y que no tenía ninguna experiencia sobre vivir con otro hombre.

Que me quería a su manera y que tratara de entenderlo. Yo le prometí todo, mientras recorría la ciudad en mi bonito coche nuevo y estrenaba costosa ropa cada semana.

Tenía la firme intención de cumplir mi promesa, pero en la primera vez que salió de trabajo dejándome solo por una semana, me topé con un tipo en el banco mientras hacíamos fila, y para cuando acordé, ya estaba a gatas en su oficina y recibiendo por el culo su verga delgada y dura, mientras me jalaba del pelo y me decía lo ricas que estaban mis nalgas.

Cuando el coche necesitó afinación, el mecánico, sucio y manchado de grasa, explicándome la forma correcta de medir el aceite, me enseñó también la forma correcta de medirle la verga, que asomaba firme y dura fuera del mono de trabajo. Cuando volví a recoger el coche la factura se pagó con una ligera inclinación sobre el cofre mientras el mecánico se afanaba en bajarme los calzones y meterme la verga hasta el tope.

Cuando David volvió e hicimos el amor, lo sucedido en su ausencia lo olvidé. Él era quien realmente me importaba y lo que había hecho antes de su llegada para mí no contaba. Aprendí mucho en ese entonces sobre fingir y mentir, y era tan bueno en esto que hasta yo mismo me lo creía.

En el siguiente vuelo largo, de casi dos semanas de ausencia, tuve un rápido encuentro con un tipo que conocí comprando libros y otro más con un antiguo conocido que me topé en la calle.

Cuando el administrador del edificio donde vivíamos me miró de esa forma especial que te hace sentir calambres en la piel, pensé que ya era demasiado, y que el riesgo de que David se enterara era muy alto, así que puse cara digna y me negué. Era promiscuo, pero no estúpido.

Dos meses después, empecé a aburrirme de no hacer nada. David me propuso que entrara a trabajar en la línea aérea y me ayudó pagándome los estudios que me hacían falta para desempeñarme como asistente de vuelo, o lo que es lo mismo, como azafata masculina.

Al principio no creí que sirviera para eso, pero terminó gustándome la idea y me esforcé en conseguirlo. Cuando obtuve el puesto me sentí útil por primera vez en mi vida, y más endeudado que nunca con David, por todo lo bueno que me había dado.

Nuestra relación seguía siendo muy buena, pero mis ganas de sexo anónimo y sin complicaciones seguían como siempre. En cuanto tenía oportunidad de acostarme con alguien que me gustara lo hacía, aunque los celos de David eran cada vez peores.

Un día me descubrió coqueteando con un tipo en un restaurante mientras cenábamos. El hombre este era un apuesto tipo con traje oscuro y pobladas cejas rubias.

Las cejas me hicieron pensar en el color de su vello púbico y la verga se me paró con estos pensamientos. Para mi suerte, el tipo me miraba insistentemente y me dejé llevar por su juego. David estaba molesto conmigo porque me descubrió mirándolo, y cometí la torpeza de pararme al baño segundos después de que el tipo de las cejas hiciera lo mismo, creyendo que David no se daría cuenta.

Para mi sorpresa, en cuanto entré al baño y me paré junto al rubio para mirar su verga asomando por los pantalones, David entró tras de mí y casi me descubre agarrándole la verga al otro.

Me jaló hacia la salida y me sacó a empellones del baño. Pagó la cuenta y nos fuimos. En el coche no me dirigió la palabra, y en cuanto llegamos a la casa, me propinó una bofetada tan fuerte que me tiró al piso. Estaba tan sorprendido, que en vez de pedir disculpas me quedé mirándolo sin decirle nada.

Me tomó de los cabellos y me gritó en la cara que era un puto y que me odiaba. Sin pensarlo siquiera me solté llorando, cosa que nunca había hecho.

Mis lagrimas no eran de arrepentimiento, sino de rabia por haber sido tan estúpido de dejarme sorprender de esa forma. Por supuesto, David creyó que lloraba por su maltrato, y de inmediato se disculpó, jurándome que no había querido hacerme daño, y diciéndome que lo había hecho porque estaba celoso y había pensado que podía perderme. Yo no lo saqué de su error, y prometí que nunca más volvería a suceder.

En vez de enmendarme, lo sucedido me volvió aún más cuidadoso con mis escapadas. No estaba dispuesto a echar a perder la situación tan cómoda en la que vivía y el maravilloso empleo que acababa de conseguir.

La primera vez que volé como parte de mi trabajo fue algo memorable para mí. Coincidió con mi cumpleaños número 21 y David me regaló un precioso Rolex para festejar los dos acontecimientos.

Pronto me di cuenta que trabajando, además de ganar mi propio dinero, que no era tanto como el que recibía de David, también contaba con más tiempo y excusas para mis aventuras.

Nuestros vuelos y fechas de descanso rara vez coincidían, por lo que muchas veces estábamos en ciudades distintas y sólo por teléfono podía David controlarme. Conocí muchísimos bares, sitios de ligue, y hombres de todas formas y colores.

Siempre volvía a los brazos de David y me sentía muy unido a él, independientemente de que prácticamente me acabara de acostar con otro apenas unas horas antes.

Lo que yo no sabía en esos momentos, era que una de las azafatas, una tal Mónica, con la que me tocaba volar bastante seguido, había tenido una aventura en el pasado con mi querido David, y que de alguna forma seguía teniendo una estrecha relación de amistad con él.

En un vuelo a Toronto, hubo un pasajero que causó revuelo. Se trataba de un actor no muy famoso, pero si bastante conocido por su programa de TV y comerciales.

Era guapísimo. Todas las azafatas querían atenderlo, pero la primera clase nos tocaba a Mónica y a mí, así que, ante la envidia general, sólo ella y yo tuvimos la oportunidad de tenerlo cerca.

Pronto empezamos a competir ambos por llamar su atención y resultó que el conocido actor bateaba de ambos lados, y a los dos nos daba entrada. Mónica hizo todo lo posible, pero no hay nada que hacer cuando me esfuerzo realmente por algo.

En cuanto el tipo entró al baño preguntándome no sé qué tontería, aproveché la ocasión y le di al tipo la mamada más espectacular a 15000 pies de altura. Para cuando llegamos a Toronto, el tipo era mío y me encargué que Mónica se diera cuenta perfectamente de que la había vencido y que me llevaba el premio frente a sus narices.

Allí empezaron mis problemas. Nunca me enteré que más tarde Mónica le contaría todo a David, y que éste, totalmente humillado y encabronado planeara vengarse y deshacerse de mí.

Todavía pasaron unos meses más. David cambió un poco. Se volvió algo retraído conmigo, un poco menos espléndido, pero jamás pensé que fuera por el tipo de Toronto, porque yo ya ni me acordaba de él.

Finalmente, sin poder explicarme cómo había sucedido, David y yo coincidimos en un vuelo, y no era cualquier vuelo. Me habían asignado por primera vez en un viaje a África y yo estaba fascinado.

El vuelo pasaba por Madrid, y de allí a Marruecos. Estaba muy emocionado, la etapa a Madrid era como de 9 horas y sería la primera vez que podría visitar esos lugares, y ya soñaba con los hombres árabes que podría conocer.

Cuando David me dijo que él pilotearía, mi emoción disminuyó un poquito, pero después pensé que sería una estupenda posibilidad de solucionar su mal humor y tal vez ganarme algún buen obsequio.

Al salir del aeropuerto, David y yo casi no hablamos, ante los demás siempre manteníamos la distancia y salvo una que otra indicación cada quién se dedicó a lo suyo.

En la sección de primera clase, que me tocaba atender, había un pasajero que me llamó mucho la atención. Me miraba con unos hermosos y profundos ojos negros.

Era todo lo que yo había soñado. Maduro, moreno, con una barba negra perfectamente recortada y un grueso reloj de oro haciendo juego con sus mancuernillas, en el traje Armani más perfecto que hubiera visto jamás. Dinero, dinero, y más dinero. Todo él exhalaba la seguridad que sólo el dinero y el poder da a algunos elegidos.

Por si fuera poco, sólo quería ser atendido por mí y yo no cabía en el estrecho pasillo de lo orgulloso que esto me hacía sentir. En un vuelo tan largo, hubo miles de excusas para acercarme a él, rozar su mano morena y velluda con mi muslo al pasar, o acercarme para oler su masculina colonia al acomodarle el cojín para que durmiera un rato.

Cuando me pedía champagne me aseguraba que fuera el mejor y el más helado. Si quería una cobija, la más cómoda y me apresuraba a arroparlo, pasando mis manos sobre sus piernas mientras alisaba la cobija.

El me miraba, y a medio vuelo hasta se atrevió a pedirme que le diera un masaje en los hombros, porque estaba cansado de ir sentado tanto tiempo.

Aprovechó esos momentos para decirme que estaba en el negocio del petróleo y que viajaba a Marruecos para una junta importante con líderes de esa industria en el país. Dijo que era libanés y me pareció el hombre más sensual que yo había conocido.

Me cuidé mucho de que alguien viera que atendía tan solícitamente a ese pasajero. La cercanía de David me tenía casi tan nervioso como la cercanía de Aman, que era el nombre del apuesto árabe.

Cuando me pidió que le buscara algún medicamento para el mareo me apresuré a traerlo, y me indicó que se lo llevara al baño, porque se sentía un poco mal.

Esta vez me aseguré que nadie me viera entrar y encontré a Aman perfectamente, y el mareado fui yo al descubrirlo sentado en la taza del baño mirándome fijamente mientras con una seña me indicaba que me arrodillara entre sus piernas.

Lo hice. El me acarició la cabeza como si fuera un perrito en espera de sus caricias. Se bajó el cierre de los pantalones y me indicó que continuara.

Metí la mano, esperando el contacto con su ropa interior, pero no había tal. Bajo el costoso Armani sólo encontré su cálido miembro y muchos pelos. Lo saqué en un segundo, aún no tenía una erección completa, pero ya me llenaba la mano con su grosor.

Un pene negro, grande y espléndido. La cabeza ligeramente más clara y el glande hinchándose con el contacto.

Lo lamí despacio y él me tomó por la nuca y me impulsó a tragármelo completo. Este no era de los que esperaban. Me lo metí y apenas si cupo en mi boca. Empezó a crecer y tuve que dejar salir un poco porque amenazaba con ahogarme.

Unas cuantas chupadas más y había alcanzado su total longitud. Grande, grande, por donde lo vieras. Y no lo vi mucho tiempo.

Aman me puso de pie, y en el reducido espacio apenas si cupimos los dos. Me acordé de David y el baño del aeropuerto, pero este era otro baño y también otro hombre.

Apenas hice la distinción cuando ya Aman me había bajado los pantalones y estaba listo para penetrarme. Ni crema, ni saliva, ni la espera angustiosa que tanto disfrutaba. La cabeza de su verga entró en mi cuerpo raspando mi ano y haciéndome aguantar un grito que casi se me escapa.

Yo no me escapé. Amán me introdujo su negro miembro en tres empellones, solo tres y ya me tenía ensartado. Miré mi reflejo en el espejo y lo empañé con mi aliento, porque Amán había empezado a moverse y yo apenas si había digerido su dolorosa introducción.

Traté de pensar en otra cosa, en David, en los demás pasajeros que podían necesitarme en esos momentos, pero nadie parecía necesitarme más que Amán. Mis nalgas estaban abiertas por sus manos morenas y velludas y mi culo empezaba a aceptarlo a pesar del dolor y la incomodidad del pequeño baño.

El no parecía pensar en nada más que en su pene grueso abriéndose paso en mi cuerpo. Resoplaba a mis espaldas quedamente, hablaba algo que yo no entendía en breves y cortos susurros.

Quise pensar que decía algo bonito, pero no lo sé, sonaba duro, de alguna forma cruel, y supe que no eran frases cariñosas por la forma en que empujaba su verga, como si quisiera romperme el culo, como si éste fuera una cosa que pudiera usar y desgarrar sin importar que se trataba de una persona y no un agujero cualquiera.

A pesar de todo, mi verga estaba dura y Amán ni siquiera la había tocado. La toqué yo y un rayo excitado recorrió mi cuerpo. Apreté las nalgas pensando en el disfrute de Amán, pero no pareció notarlo, sólo empujó más fuerte, y dos sacudidas después vaciaba su leche caliente dentro de mí.

Sacó su pene y se lo limpió con los faldones de mi camisa. Pensé reclamarle que me ensuciara el uniforme, pero era una tontería. En cuanto su verga quedó limpia desapareció dentro del Armani y escuché el cierre de sus pantalones subir casi al mismo tiempo que la puerta se abría y el árabe volvía a su asiento.

Permanecí en el baño sólo el tiempo suficiente para asearme un poco y volver a mis ocupaciones, y a mis preocupaciones, o sea David, y la posibilidad de que se diera cuenta de mi ausencia.

Afortunadamente nadie había notado nada y volví más solícito que nunca a recorrer el pasillo para checar que todo mundo estuviera bien. Menos yo. Yo no estaba bien. Amán había quedado satisfecho, o al menos eso esperaba, pero yo no. Mi excitación flotaba dentro.

No me había querido masturbar tras su salida por no perder más tiempo en el baño. Ahora vagaba por el pasillo con mi erección contenida y un frío sudor bajando por mi espalda, para mezclarse con el semen de Aman que mojaba mi camisa. Parecía sentir el olor de ese semen y hasta pensé que todo el avión podía notarlo. Pero no, solo eran ideas mías y traté de calmarme.

Mas tarde, Amán pidió más bebidas y lo atendí como si nada. El hombre seguía provocándome. Me tocaba discretamente, me miraba con esos ojos negros que parecían estar conectados a mi verga, porque se me enderezaba de nuevo con sólo mirarlos.

Si nadie escuchaba, me decía, – putito, ¿te gustó lo que te hice? -, y yo callaba mirando a ambos lados del pasillo para verificar que nadie lo había oído. Me preguntaba después – quieres más verga, ¿putito? – yo maldecía su boca sucia y ansiaba tenerla al mismo tiempo en mi cuerpo -, te gustaría ser mi esclava toda la noche? – yo decía que no y mi verga opinaba que sí. Amán me dejaba en paz y cuando lo veía dormir me acercaba a olerlo. Olía a sexo, aunque solo yo lo notara, y él, con los ojos aun cerrados murmuraba, -sí, putito, te mueres por tenerla dentro otra vez, lo sé – y me alejaba de nuevo.

El copiloto me pidió que les llevara un refrigerio y vi a David cuando se los llevé. Sentí que David podía leer en mis ojos y me sentí más nervioso todavía. Pero David parecía ignorarme, y eso me hizo sentirme seguro.

Casi para aterrizar en Madrid, donde tendríamos una espera de casi una hora para cargar combustible, Amán me dijo que al bajar lo buscara en el restaurante. No dije que lo haría, pero si supe que lo haría.

Como si supiera algo, lo cual era imposible, David me pidió que comiera con él. Le dije que debía volver al avión, que no era conveniente que nos vieran juntos, pero él insistió.

Yo miraba a Amán en otra mesa en el extremo opuesto del restaurante, mientras David me hablaba de otras cosas. La verga me dolía bajo los pantalones y cuando David me propuso que hiciéramos algo de sexo en alguna de las habitaciones destinadas para el descanso del personal me negué, inventando mil pretextos.

No me creí capaz de coger con David con el olor de Amán en mi cuerpo y teniéndolo tan cerca. David me miró con cierto recelo y hasta un dejo de tristeza. Me dijo que lo pensara bien y se me hizo extraño, pero la calentura por Amán era más fuerte y me mantuve en mi decisión. David me dejó marchar y unos minutos después Amán salió y me indicó con señas que lo siguiera.

Recorrimos pasillos llenos de gente, esperando vuelos, comiendo, platicando y yo sólo podía mirar las espaldas de aquel árabe que me tenía sorbido el seso. Probó la cerradura de varias puertas hasta encontrar una abierta. Era un almacén de artículos de limpieza y estaba vacío. Tras entrar, Amán cerró la puerta y puso el seguro.

Lo miré, mi respiración agitada y mi cuerpo tenso como un cable. Lo deseaba, como nunca a nadie. Amán me dijo que me arrodillara junto a él, y supuse que querría otra mamada.

Feliz de complacerlo empecé a bajar la cremallera de su pantalón y recibí una bofetada como agradecimiento. Lo miré atónito, pero incapaz de reclamar.

No te he dado permiso para que agarres mi verga, putito. Debes aprender a esperar.

Me dolió que hiciera eso, y sin embargo no salí de allí como hubiera sido lo correcto. Él no era mi dueño, ni tampoco era David, que tanto había hecho por mí. Era un extraño, muy atractivo y muy rico, según sospechaba. No se cuál de esas dos cualidades me hizo permanecer allí arrodillado, pero allí me quedé.

Amán tomó mi cara con una mano y la levantó hacia él.

Eres muy lindo, me gustas, – dijo -, podrías ser mío, si te portas bien y obedeces.

Yo asentí, perdiéndome en sus profundos ojos negros. Amán recorrió mi rostro con su mano grande y fuerte. Sus dedos delinearon mis labios.

Uno de los dedos empujó en mi boca para entrar, y yo la abrí, lamiendo su dedo medio, tal como lo hubiera hecho con su pene. Mientras lamía, Amán me dio permiso para acariciar su verga, pero me advirtió que no podía sacarla fuera del pantalón.

Yo recorrí con mi mano su entrepierna. Encontré el cálido bulto bajo sus pantalones. La tenía dura y gorda. Deseé poder sacársela para mamarla, para chuparla y morderla, pero había prometido obedecer y me contuve.

Después de tener un dedo en la boca, Amán introdujo otro más, y un tercero. Cuando estuvieron húmedos, comentó, – así como te caben en la boca pueden caberte en ese culo tragón que tienes -, ¿yo asentí sin dejar de lamerlos – quieres tenerlos dentro? -, volví a asentir.

Amán me puso de pie y yo rápidamente me bajé los pantalones y los calzones. Mi pene, más duro que nunca no recibió ni una mirada. Amán me volteó de espaldas y yo apoyé las manos en la pared.

Mis nalgas, blancas y listas lo esperaron. Los dedos que acababan de salir de mi boca entraron en mi culo sin más preámbulo. Contuve el aliento.

No eran una verga, lo sabía, pero estaba tan excitado que no me importó, finalmente eran sus dedos y sólo eso necesitaba saber. Empecé a gemir con cada embestida suya y el parecía en realidad querer hacerme daño más que causarme placer, pero yo disfrutaba igual.

Tras varios minutos, sacó los dedos y se limpió la mano con mi rostro. El olor de mi cuerpo llenó mis fosas nasales. Una mezcla de excitación y vergüenza me asaltó. – Lávate la cara, – dijo secamente -, hueles a culo.

Abrió la puerta aun antes de que pudiera arreglar mi ropa. Un empleado de mantenimiento estaba casi enfrente y se nos quedó mirando sin dar crédito a lo que veía. Allí estaba yo, con una tremenda erección y los pantalones en los tobillos. Amán parecía estar disfrutando tremendamente con mi vergüenza, y el tipo de la limpieza sólo me miraba mientras yo trataba de subirme el pantalón apresuradamente.

¿Te gusta mi putito? – le preguntó Amán al tipo de la limpieza, que no contestó -, porque si es así, cógetelo, está muy caliente y no ha hecho méritos para merecer mi verga.

Ante mi total sorpresa, el tipo le agradeció el gesto y ambos entraron al cuarto nuevamente. Pensé en negarme, pero Amán me miró advirtiéndome y no hice nada.

Me apoyé en la pared y dejé que mis pantalones resbalaran hacia abajo nuevamente.

El tipo de la limpieza comenzó a acariciarme las nalgas y rápido se abrió la bragueta, sacando su miembro. Era mediano y recto como una flecha, con una bulbosa cabeza roja que pronto buscó la entrada de mi culo.

Mi ano se distendió al presionar y entró hasta la mitad con el primer empujón. El tipo empezó a moverse como un conejo, rápido y eficaz. Sentía los empujes de su cadera contra mi espalda baja y nalgas.

Su verga entraba con decisión y rapidez. Miré de soslayo a Amán. Se acariciaba su verga gorda y dura bajo los pantalones mientras miraba como era cogido por ese extraño.

Cuando después de algunos minutos los jadeos del tipo indicaban su pronto orgasmo, Amán se puso entre la pared y yo, abrazándome y dejando que me recargara en él mientras el otro me poseía.

Me prendí a su cuello, aspirando su perfume y sintiendo el calor de su cuerpo. El tipo explotó finalmente, llenando mi culo con su leche y Amán sonreía complacido. Cuando terminó de cogerme, el tipo se sacudió el miembro y se abrochó los pantalones.

Amán me ordenó que me arrodillara y sin dejar que yo lo tocara se abrió la bragueta y se sacó la verga frente a mi rostro. Vi ese enorme pito oscuro a escasos centímetros y deseé poder tenerlo. Amán se lo sacudió unas cuantas veces y se vino en mi rostro. Su semen caliente y lechoso escurría por mis ojos, nariz y barbilla.

Como si fuera un privilegio comencé a atrapar el que escurría por mis labios y me lo tragué. Amán se limpió los restos de semen en su pene con mi pelo y salió nuevamente.

El otro tipo me miraba, pero para mí él no existía. Me arreglé la ropa lo más rápido que pude y salí tras Amán, pero ya no estaba. Sin llamar la atención entré a un baño y me limpié lo mejor que pude, lavando mi pelo y mi cara. Ya era tarde y el vuelo casi estaba listo para cumplir su segunda etapa.

Llegué corriendo al avión. David me miró pasar. Si mi pelo mojado se le hizo extraño, no me dijo nada. Tomé mi puesto y me hice cargo de mis obligaciones. Amán ya estaba en su asiento y me ignoraba olímpicamente.

Cuando pasé a su lado, y sin mirarme siquiera, me extendió unos billetes. – Por las molestias – fue lo único que dijo. Eran 500 dólares que me hicieron sentir como una puta, y que por supuesto guardé en mi cartera antes que alguien se diera cuenta. El avión despegó hacia Marruecos.

Cuando aterrizamos en Rabat yo era un manojo de nervios. Amán no había vuelto a dirigirme la palabra, y David, en las dos ocasiones que entré a la cabina también me ignoró como si fuera invisible.

Cuando el avión recorría la pista, buscando ya la puerta donde desembarcarían los pasajeros, vi la luz que me avisaba que un pasajero me necesitaba y era Amán. Me dio una tarjeta y la indicación de que le llamara en la noche. El corazón me dio un vuelco al saber que volvería a verlo y todavía estaba interesado en mí. No sabía cómo iba a zafarme de David para poder verlo, pero ya tendría tiempo de pensar en eso.

Después del papeleo de ingreso y demás trámites, David y yo quedamos finalmente libres para irnos a registrar a un hotel y pasar toda una semana juntos antes del vuelo de regreso.

Todavía le daba vueltas al pretexto que inventaría para ver a Amán, cuando David recibió una llamada telefónica y me informó que debería volver esa misma tarde. El piloto que debía volar de regreso había caído enfermo y él debía suplirlo. Ni siquiera se me ocurrió pensar en lo insólito de esa situación.

La compañía por norma no permitía que en vuelos largos un piloto trabajara sin tener por lo menos dos días intermedios de descanso, según las reglas de seguridad, pero yo estaba tan feliz de estar libre para ver a Amán que ni cuestioné lo que David me dijo. Puse cara contrita y hasta le reclamé que me dejara solo, en aquel país desconocido.

Cuando David dijo que intentaría negarse y que la línea solucionara su problema con otro piloto, rectifiqué rápidamente, recordándole el excelente bono que se ganaría, y que ya nosotros tendríamos tiempo de volver a Marruecos después para desquitarnos. Volví a notar la extraña mirada en David, entre desilusión y coraje, pero ya mis pensamientos estaban en el oscuro pene de Amán y el deseo feroz de tenerlo toda una noche para mí.

Comimos rápidamente y una hora después David se marchó. Salí al balcón, a mirar cómo se oscurecía en esa extraña ciudad y esperar a que llegara la hora de llamarle a Amán.

Cuando le llamé, el solo hecho de tener su tarjeta en la mano y marcar el número hizo cosquillas en mi estómago y sentí el deseo hinchando mi verga. Contestó después de varios timbrazos y su voz profunda terminó de excitarme. Me dijo que enviaría un chofer al hotel a recogerme y que estuviera listo a las 10 de la noche en la entrada.

Me di un largo baño y escogí la mejor ropa. Quería que me viera sin el uniforme y quería gustarle.

El chofer llegó puntual. Traté de conversar con él, para averiguar algo más de Amán, pero el hombre sólo hablaba árabe y bereber, y unas cuantas palabras en inglés. Lo dejé en paz y miré por la ventanilla el exótico paisaje de la ciudad.

Llegamos a una enorme mansión con altos y fuertes portones. Una cámara nos enfocó mientras el portero automático nos permitía entrar. El camino a la casa estaba a oscuras y solo la mansión, levemente iluminada se veía al fondo.

Yo estaba francamente impresionado. Pensé encontrar una fila de empleados para recibirme, pero el chofer me hizo pasar en una silenciosa y oscura sala sin nadie a la vista y desapareció.

Esperé varios minutos. Nadie venía, no había ningún ruido. No me atreví a salir, ni a encender las luces. Seguí esperando. Después de casi una hora allí, me sentía totalmente perdido.

No sabía cómo regresar al hotel. No hablaba el idioma y Amán no aparecía. Estaba por dejarme dominar por la impaciencia y el temor cuando apareció. Con una seña me dijo que lo siguiera, y pensé que quería seguir con su juego de dominación, por lo que obedientemente lo seguí sin hacerle ninguna pregunta ni reclamarle la hora de espera.

Subimos una larga escalinata de mármol y entramos en otra habitación, iluminada con velas y bastante lujosa. Allí Amán me abrazó y yo me sentí en el cielo, totalmente agradecido sin saber de qué. Sus brazos fuertes me rodeaban y sentía su barba poblada junto a mi cuello. Un atisbo de su lengua me lamió discretamente y empecé a arder de deseo.

Amán me ordenó que me desnudara. La habitación no era su recámara, más bien era como un salón, con sillones, hermosos cuadros en las paredes, lámparas y diversos adornos. Sentí algo raro al desnudarme allí, pero lo hice, permaneciendo de pie bajo la atenta mirada de Amán, que dio un par de vueltas a mi alrededor sin tocarme.

Amán abrió un enorme armario y sacó un par de esposas. Me colocó una en cada muñeca, sin cerrar el otro extremo, y yo no me resistí. Me llevó hacia el amplio sillón y me arrodilló sobre él, dándole la espalda.

Tomó mis manos, rodeando el respaldo del sillón y trabó las esposas abiertas a una barra tras del sillón. Eso me dejaba incapaz de voltearme y totalmente a su merced. La situación me excitó completamente. Mi verga, erecta como nunca, se restregaba contra el rugoso respaldo del sillón llenándome de sensaciones.

Amán me acarició la espalda, bajando hasta mis nalgas. Las abrió con sus manos y sentí el aire en el ojo del culo, húmedo ya con el calor de mi cuerpo. Desee sentir su lengua en el ano, como a David tanto le gustaba hacerme, pero Amán no lo hizo. Se limitó a mirar mi culo abierto y casi podía sentir su mirada en cada pliegue de mi carne.

Como había hecho hasta el momento, Amán me sorprendió nuevamente con un par de nalgadas que me hicieron gemir de dolor. Necesitaba su caricia y recibía su maltrato.

Mis nalgas bailaron por la fuerza de sus manazos y eso pareció gustarle. Me dio unas cuantas más y sobre mi hombro pude verlo desnudarse. Allí estaba su grueso y oscuro pene, tan oscuro como el deseo que me consumía, y el ansia de tenerlo dentro.

Amán, rápido me ensartó. Lo sentí presionar y empujar. Lo sentí abrirse paso en mi carne. Lo sentí invadirme por completo y cerré los ojos para no perder ninguna de esas sensaciones. Me sentí como una cosa, yo no importaba allí, yo no estaba para exigir placer, solo para complacer, para dejar de ser y solo estar.

El árabe me poseía y no había nadie allí para negarle ese derecho. Los empujes de su cuerpo se volvieron más violentos. Si el sillón no me hubiera sostenido hubiera acabado en el piso, en la pared, estampado como el hermoso papel tapiz de aquella habitación.

Pero estaba encadenado, no podía moverme, no podía sino aguantar los empujes furiosos de esa verga que parecía llegar hasta lo más profundo de mi cuerpo. Mis piernas estaban dolorosamente abiertas, aguantando el peso de Amán y sus feroces empujones.

Cuando el deseo estaba en su punto culminante, cuando creí no poder aguantar un minuto más sin gritar de placer, cuando la maravilla que era Amán me poseía con inusitada violencia, la puerta de la habitación se abrió y vi a David, con una copa en la mano y una sonrisa perversa que nunca había visto en su rostro.

Con la sorpresa, el aire abandonó mis pulmones, y la verga de Amán abandonó mi culo, y no supe cuál de las dos cosas me dolió más.

Amán salió al encuentro de David y lo abrazó cariñosamente.

Vi el hermoso y fuerte cuerpo de Amán totalmente desnudo por primera vez. Moreno y fuerte, cubierto de oscuro vello y hermosamente masculino. Vi ese cuerpo desnudo fundirse en un abrazo con David. Vi sus bocas entrelazarse en un húmedo beso.

Un beso que yo no había conocido en Amán, y que sabía de memoria en David. Las manos de mi querido David bajaron por la espalda de mi adorado Amán, sopesaron sus recias y fuertes nalgas, acariciando su velluda consistencia y perdiéndose en el negro rincón de año. Sus dedos exploraron la carne sudorosa de Amán.

La contuvieron, la amasaron, y finalmente la abrieron, para dejarme observar por un segundo su ano, peludo y misterioso, que se abrió a los amorosos dedos de mi David.

Después de cachondearse un rato, Amán desnudó a David, y delante de mí, sin que les importara mi presencia comenzaron a hacer el amor, totalmente ajenos a mí, como si yo fuera solo un mueble más en aquella habitación.

Yo estaba al borde del orgasmo, con unas inmensas ganas de participar, de que me jodieran, de mamar algo y sentir las caricias de cualquiera de los dos.

Y por encima de eso, estaba ansioso de saber. Saber que había pasado, como se conocían, de que iba ese extraño juego, porque me engañaban de esa forma.

Los interrumpí, les hice preguntas, me ignoraron, seguían fundidos en aquel abrazo y sus piernas entrelazadas al igual que sus lenguas me hicieron daño. Comencé a gritar, a exigir ser liberado.

Amán se soltó del abrazo y avanzó hacia mí. Creí que me liberaría, pero se limitó a ponerme un bozal en la boca que me obligó a quedarme callado, sin poder hacer más que mirar a ese par de hombres y el contraste entre la morena masculinidad de Amán y el satinado cuerpo de David. No creí poder soportarlo.

El deseo me dolía. Mi verga ansiosa parecía quemarme y tuve que soportar el largo y apasionado juego de ellos dos. David se cogió a Amán y al ver su verga blanca entrar en el oscuro agujero de Amán, separando su carne cubierta de vello hasta que sus huevos toparon con sus hermosas nalgas, pensé que moriría de envidia.

Pero ver después el maravilloso fierro negro, en total erección, grande y poderoso, entrar en David, que jamás había permitido que yo me lo cogiera, de verdad me hizo sentirme miserable.

David acogía la verga negra como si se hubiera dedicado a eso toda su vida. Estaba sentado sobre ella. Amán lo dejaba subir y bajar sobre su palo enhiesto, y David lo hacía como hacía todas sus cosas, lenta y dedicadamente, absolutamente concentrado en la placentera sensación de resbalar alrededor del falo, cubriéndolo, acariciándolo con su hueco profundo y abierto para recibir cada pedazo de carne, cada milímetro de verga, y asegurarse que Amán sintiera su cavidad de forma amorosa y complaciente.

Me vine, sin tocarme, sin la caricia de nadie, con la sola vista de los hombres que deseaba y que estaban tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Ellos ni lo notaron.

No escucharon mis gemidos contenidos en el bozal, ni mis desesperados esfuerzos de aliviar un poco la molestia de las esposas en mis muñecas y la posición de mi cuerpo, que ya llevaba más de una hora reclinado en el sillón.

Cuando terminaron, todavía siguieron entrelazados en su abrazo, y sus miradas me dolieron tanto como el sexo que acababan de tener.

Todavía se dieron el lujo de salir y dejarme allí, para volver en alguna hora de la madrugada para despertarme de forma violenta, con una sacudida que hizo que millones de calambres martirizaran aún más mi cuerpo. Las esposas me aprisionaron ambas muñecas y una cadena en mi cuello fue añadida.

Como un perro, maniatado y encadenado del cuello, me sacaron de esa habitación y me llevaron a un baño. Allí, con agua helada me obligaron a bañarme y sin más vestimenta que las esposas y el collar me ataron en un rincón, donde desnudo y muerto de frío pasé el resto de la noche.

Por la mañana, ambos vestidos con trajes de lino blanco y sandalias me sacaron de la casa y subimos los tres a un coche. Me moría por hacerles preguntas, por rebelarme, por sacudirme esas cadenas que ya estaban volviéndome loco y arrancarme el bozal de cuero que tapaba mi boca. Ellos me encadenaron en la parte trasera del coche, y con Amán conduciendo partimos cuando el sol pintaba de colores el camino.

Después de un tiempo, el azul del mar apareció en la ventanilla. El hermoso Mediterráneo que había pensado que conocería bajo otras circunstancias, y que ahora debía conformarme con sólo mirarlo, atado y desnudo, desde la parte trasera de un coche. Llegamos a un muelle, privado, lejos del resto de embarcaciones y su ajetreada tripulación.

Descendimos frente a un enorme yate, y tontamente pensé que cuando la tripulación del barco me viera bajar, desnudo y amarrado, se armaría un revuelo y sería liberado. Ninguno de los marineros con los que me topé hizo el menor gesto de que mi presencia fuera algo extraño y nunca visto.

Continuaron sus labores y yo continué caminando tras Amán y David. Ni siquiera me ataron fuera, donde pudiera disfrutar del sol y el aire salino, sino en un pequeño y oscuro camarote dentro del yate, con una pequeña y redonda ventanita que solo me permitió vislumbrar el cielo azul.

El yate se puso en movimiento y yo me moría de hambre y sed. Vino más tarde uno de los marineros. Rubio y seco, aflojó el bozal y me ofreció un vaso de agua, que bebí desesperadamente de sus manos. Mientras me daba de beber con una mano, con la otra recorrió mi cuerpo.

Yo no estaba en posición de reclamar y nada más me interesaba seguir bebiendo. Cuando su dedo, seco y duro, entró en mi ano sin ninguna lubricación, apreté los dientes y seguí bebiendo.

El marinero me soltó el vaso y lo tomé con ambas manos, dejándole las suyas libres. Se abrió la bragueta y se sacó la verga, grande y rosada. Comenzó a masturbarse mientras seguía metiéndome los dedos en el culo.

Su orgasmo llegó rápidamente, y me quitó el vaso de las manos para vaciar su leche dentro de él. Rellenó el vaso con más agua y volvió a ofrecérmelo.

El semen bailaba en el agua, flotando y sin mezclarse. Sentí asco, pero me moría de sed. Lo volví a tomar con mis manos y apuré el líquido antes de que el asco me obligara a volver el agua que tanta falta me hacía. Cuando lo terminé, tomó el vaso, colocó el bozal nuevamente y se marchó.

Finalmente, el yate se detuvo y minutos después Amán bajó al camarote a recogerme. Caminé tras él, más dócil y vencido que nunca. Cruzamos el muelle de lo que parecía una pequeña isla y un jeep conducido por un negro impresionante nos recogió a los tres, para llevarnos a una casa que despuntaba en la colina.

Al llegar, no éramos los únicos. En el enorme jardín de la casa había varios hombres, charlando en grupitos, y que al llegar nosotros dejaron de hablar para mirarme.

Sus ojos mostraron deseo, interés, pero no sorpresa. El negro me condujo por un costado de la casa mientras David y Amán tomaban una copa y se integraban con los otros hombres que deambulaban en el jardín.

Finalmente, una hora después el negro me llevó al jardín y me ataron en una tarima de madera alta, frente a todos. No era el único. Había otros 4 jóvenes en iguales condiciones, desnudos y atados. Nos mirábamos unos a otros y había miedo en sus ojos. Comprendí entonces de qué iba todo aquel asunto.

La subasta comenzó y aquellos hombres ricos procedieron a pujar por nosotros. Me perdí gran parte del proceso, no tenía cabeza para pensar, ni para tratar de adivinar cual sería mi suerte a partir de aquel momento.

Hacia el final, vi a David estrechar la mano de un hombre alto, entre gordo y corpulento, cuyo traje apenas podía ocultar su poderosa anatomía, y que me miraba con ojos decididamente lujuriosos. Supe que había sido vendido a él, y vi la sonrisa de David al recuperar lo invertido hasta entonces en mi manutención.

No volvió a mirarme. Tomó a Amán de la mano, y como viejos amigos circularon por el jardín, mientras yo era conducido por el negro hasta otro yate y otra vida, sin David para protegerme. Tal vez había volado demasiado lejos y ahora no sabía cómo aterrizar.