Cuando la puerta se abrió vi su sonrisa enmarcada en aquel rostro moreno, juvenil, guapo. No me resistí y tan pronto puse un pie dentro de la casa me abalancé sobre el besándolo apasionadamente.
«Qué bueno que viniste» -me dijo Roberto al final del beso mientras se separaba un par de pasos de mí. Tenía solo una camiseta gris encima y unos boxers cuadriculados del mismo color dejando ver sus piernas hermosas, con pocos vellos, pero gruesas como dos pilares que necesitaban ser limpiados por mi lengua ya excitada.
Hacia una hora me había llamado a mi oficina. Me dijo que quería verme. No pude resistir la oferta después de todo lo que pasamos en el cine y de todo lo que no hicimos (ver relato «Mi mochila y el cine triple XXX«). Además, y sin saberlo, aquella relación seguiría creciendo con el paso de las semanas.
Poco a poco sabría que Roberto tenía 21 abriles -mientras yo ya rayaba los 30 – había dejado la universidad para trabajar como bar tender en un lujoso restaurante de la ciudad, no tenía más que unos amantes casuales – hasta que llegue yo a su vida -le gustaba la libertad y darla a su pareja, y si bien era pasivo como gay asumía con facilidad su posición de macho si le era requerida. En fin, era alguien como él que había estado esperando por bastante tiempo.
«Te dije que podía agarrar el carro y venir cada vez que pueda»- le conteste mientras me soltaba un poco la corbata azul que llevaba puesta.
«Quieres algo de beber?»- me pregunto mientras se daba media vuelta y caminaba hacia la cocina. Por un instante no le conteste pues me detuve a contemplar aquel culito parado moviéndose de un lado a otro como diciéndome «aquí estoy. Disfrútame».
«Estoy de servicio»- le conteste con una sonrisa -«solo agua, por favor».
Sostuvimos una conversación sosa por un par de minutos mientras bebía el agua fría que era como un manantial enmedio del calor del mediodía tropical. Los dos permanecíamos de pie, nerviosos sin saber exactamente qué hacer.
Sabía que era yo el que tenía que tomar la iniciativa así que puse el vaso vacío sobre la mesa y le tomé su mano.
«Que lindas manos tienes»- le dije observando aquella mano suave con uno que otro vello en sus dedos -«Mejor dicho… todo está lindo en ti».
Roberto bajo la mirada.
«De verdad?» – pregunto avergonzado.
«De verdad»- le conteste mientras levantaba su mano y se la besaba. Pude ver como los vellos de su brazo se erizaban y no pude detenerme así que se lo besé con delicadeza.
Roberto me tomo de la otra mano guiándome hasta el cuarto donde una amplia cama con sábanas ordenadamente extendidas daba la bienvenida. Me detuvo a solo unos centímetros de ella y me beso.
Sentí su lengua caliente que se entrelazaba con la mía, aun fría por el agua que acababa de tomar. Su cuerpo se acercó lentamente al mío mientras sentía sus palpitaciones sobre mi pecho y su erección debajo del bóxer.
Nos tiramos a la cama mientras nuestras lenguas se entrelazaban en una danza erótica que era solo el preámbulo de la sinfonía sensual que tendríamos.
«Quítate la camisa, se te puede arrugar»- me dijo el mientras ya me tomaba de la corbata deshaciendo el nudo -«además me gusta ver tu pecho». Los abundantes pero limpios y sedosos vellos de mi pecho siempre han sido un atractivo para mis amantes. Me quite la camisa y la puse sobre el respaldar de una silla, me baje también el pantalón y lo doble rápidamente colocándolo sobre la misma silla.
Roberto no me permitió agacharme sobre él, sino que se sentó en la esquina de la cama y me beso el abdomen y mi pecho haciendo que mis pezones se pusieran igual de erectos que mi pene. Sentí su saliva como inundaba mis tetillas y como el placer inundaba mi cuerpo.
Al cabo de unos segundos su lengua bajo hasta el elástico de mi calzoncillo donde se detuvo para recorrer lo ancho de este antes de mordisquear mí ya abultada entrepierna. Luego se tiro de espaldas sobre la cama invitándome con sus manos a tirarme sobre él.
Yo quería devorarlo allí mismo, así que me detuve en sus piernas primero haciendo con mi lengua círculos que poco a poco fui subiendo hasta llegar a su ombligo donde me detuve por unos segundos para luego continuar por el resto del abdomen hasta llegar a sus tetillas erectas, casi moradas por el placer.
Después de hacerlo gozar un rato y de jugar con los pocos vellos de su pecho subí hasta sus labios carnosos donde me esperaba una serie de intensos besos mientras mi cuerpo tocaba el suyo y nuestros bultos se rozaban unos con otros.
Nos besamos por largo tiempo mientras nuestras manos jugaban libremente con cualquier parte de nuestro cuerpo que se nos ocurriera: las nalgas, los paquetes, la espalda, las piernas.
«Qué bueno es tener un hombre de verdad»- me dijo haciéndome pensar que quizá se refería a mi madurez.
«Y que rico es verte gozar igual que yo»- le respondí mientras lo miraba a esos ojos café oscuro tan vivaces y picaros. Creo que en ese momento me comencé a enamorar de él, sin quererlo o saberlo.
«Necesitaba tanto de esos besos… de esas manos…de las caricias»- me dijo casi en tono de agradecimiento mientras ponía su dedo índice dentro de mi boca.
«Me gustas mucho»- le confese en un arranque de pasión. Él no me contesto y se limitó a empujarme un poco hacia arriba mientras me quitaba mi calzoncillo. Mi verga salió de su prisión mientras los huevos se contraían hacia arriba en un desafío a la gravedad. Me volvió a empujar esta vez hacia un lado de la cama quedándome de espaldas.
Él se agacho un poco dejando su paquete casi a la altura de mi cara mientras agarraba mi verga con su mano derecha y la sujetaba con suavidad como si fuera de cristal.
«Es hermosa, perfecta…ni tan larga ni tan gruesa…»- comento pocos segundos antes de engullirla como una serpiente a su presa. Mi verga pulsaba con cada mamada que Roberto me daba y se movía cuando la dejaba sin tocar para bajar a mis huevos chupándolos como a un bombón.
Yo no podía menos que compensar esa placentera experiencia, así que le quite de un tirón el bóxer mientras su verga, también hermosa y erecta salía de su escondite.
Levanto su pierna pasándola sobre mi cabeza y juntos hicimos un 69 que nos llevó a la gloria. Mientras yo le mamaba también puse mi mano en su culo sobándoselo en varias ocasiones. Él se volvió más atrevido y también puso un dedo en mi esfínter haciéndome gozar aún más.
Después de varios minutos lo levante de su posición, me di vuelta y le bese la espalda hasta llegar a su culito suavecito y hambriento. Sus nalgas paraditas me daban un espectáculo para enmarcar de toda la vida. Mi verga le gritaba al cerebro: «entra, cógetelo, hazlo tuyo».
«Espera un momento»- me dijo el parándome en seco. Se puso de pie, y me encanto verlo desnudo como una estatua griega viviente. Se acerco a la cómoda a la par de la cama y me dio un bote de crema lubricante -«Ponme algo de esto…y ponte un poco en tu culo».
Las fichas del juego estaban ya tiradas, nos cogeríamos en una función sexual que nos llevaría a la locura.
Unté la crema en su esfínter y fui abriéndolo con dos dedos hasta llegar al orto. Él ya se movía de placer, seguramente esperando mi verga. Pero antes, le hice caso y me unté crema en mi culo.
«Cógeme que quiero ser tuyo»- me suplico poniéndose de cuclillas y abriendo su culo lo más que pudo. Yo me puse sobre mis rodillas tomando mi verga con mis manos para atinarle al hoyo que se abría frente a mí.
El roce de las nalgas en mi verga la lubrico aún más así que al momento de la penetración no tuve problemas para entrar. Sentí como mi verga entraba lentamente en el culo de mi amante abriéndoselo milímetro a milímetro mientras el daba gritillos de placer.
Lo empale con todas mis fuerzas mientras mis huevos rebotaban en sus nalgas y su verga se paraba al máximo dejando caer baba sobre las sábanas.
Disfruté aquellos minutos mientras como macho poseía a otro hombre, y lo hice disfrutar llevándolo al éxtasis. Pero yo no quería terminar, así que me detuve después de unos minutos.
«Ahora es tu turno»- le indique -«Ahora soy yo el que quiero ser tuyo».
Saque mi verga de su culo y me coloque de espaldas abriendo mis piernas en posición de «V».
Roberto se agacho un poco y me beso mis nalgas abriéndome lentamente el culo con su lengua. Luego se puso de rodillas y repitió mi rutina. Su verga abriendo mi orto me dolió al principio y hubiera querido retirarlo de mí, pero a la vez quería ser suyo, quería que me sintiera que era suyo.
Mi expresión de dolor lo detuvo por un instante, pero yo le dije que continuara, que me gozara.
Así, al cabo de unas cuantas estocadas el placer sustituyo al dolor. Sentía como su verga inundaba mis intestinos cada vez con más fuerza, con más pasión. Sin siquiera tocarla mi verga comenzó a explotar de placer y a bombear cuanto semen guardado había en mis huevos.
El saco su verga de mi culo justo a tiempo de terminar dejando todo su semen sobre el mío que yacía en mi abdomen. Nos contorsionamos por el éxtasis por unos segundos y luego nos hundimos nuevamente en un beso apasionado.
«Te quiero tener conmigo siempre»- me dijo en un susurro mientras su cuerpo ardiente se topaba al mío.
«Aquí estaré cada vez que me necesites»- le conteste también en un susurro mientras nos besamos apasionadamente.
Y allí estuve por muchos meses, a veces con mi mochila, a veces sin ella, pero siempre con toda mi pasión.