Mujer no es
Desmantelado de golpe por la visión de un conjunto de grandes y parejas cantidades de elementos insólitos (una piedra verde de vidrio, lo que había en la mirada del cadáver de Alberto Olmedo en la foto de la revista Gente, las manos de una maestra rural de nombre Amalia, el frasco de aceitunas en salmuera del almacén, María Eugenia Rito, una forma piramidal azul que porque sí se hacía fucsia y se hacía azul y volvía al fucsia, el pubis depilado de una putita de la whiskería del Turco Abad en San Lorenzo, dos tenedores, una sidra La Farruca, 100 gramos de mortadela de marca alternativa a Paladini) que se le superponían como si todo aquello fuese como esos cantos del abismo que le dicen, como esos ruidos naturales pero inhumanos, como esa especie de identidad que ejercen ciertos placeres con el momento. Así, relampagueante de calentura, va comprendiendo cómo funciona el placer entero encerrado en cada movimiento que el otro, sin ningún remordimiento -más bien acomodándose en el piso con el proyecto de no tener ni medida ni angustia por la suma del paso del tiempo-; así, en masculino por ahora, cálido, amable, cooperativo, desprendido, flexible, justo, cortés, confiado, indulgente, servicial, agradable, afectuoso, tierno, bondadoso, compasivo, considerado, conforme, constante como un semáforo, parece el otro estar en flujo permanente de una saliva caliente, pegajosa, que ya distribuyéndosela viene desde hace una decena de minutos, en el traspatio del almacén de don Julián Brindisi, en el costado derecho del parral, a la siesta por supuesto, y en una silla con fondo de paja, sentado está Tito Brindisi, el hijo de don Julián, con su verga de gringo colorado a más no poder como quien dice, roja de contención y entregada entera a la boca de René Paso, un hermafrodita de 12 años que por algún motivo que la lucha del amor y las pueriles circunstancias del mundo tendrá a René como bando, más adelante.
Nunca estuvo claro por qué los padres de René Paso, que terminaron ambos sus estudios secundarios en la escuela de la iglesia San Ramón, nunca hicieron tratar el caso de su, digamos, hijáceo y lo/la dejaron crecer así, desprovista de identidad de 12 años que ya desde los 9 era portadora de cierta fama en la succión peniana de los hombres de cualquier edad de Fray Luis Beltrán, la ciudad del interior de la provincia de Santa fe que los acoge a todos desde siempre.
Tito Brindisi había recibido exasperados comentarios fervientes de positivos resultados de parte de Juancito Avicena y Raimundito Madrera -sus amigos de la infancia- sobre las peculiares habilidades de René Paso en cuanto al tiempo, a la calidad y a los resultados de los petes -sólo petes- que practicaba a quien se prestase. Sólo había que hablarle y preguntarle directamente: «¿Querés leche, Monguito?». Tal es el apodo -Monguito- con el cual casi todo Fray Luis Beltrán lo mencionaba a René, que al momento de petear como lo hace ahora con Tito Brindisi, mientras deparrama saliva y emite ininteligibles oraciones parecidas a una canción, no permitía que ningún otro -Tito en este caso- pronunciara palabra alguna. Ya se conoce desde julio del año pasado el caso de José Manuel García, un muchacho de 25 años de edad, de la ciudad de Bigand, de sobrenombre «Churri», quien andaba por Fray Luis Beltrán por entonces haciendo pintura en el frente de los Fraticelli y, dándose rápido por enterado de Monguito, y teniendo José como único y orgulloso mérito una pija muerta de 22 centímetros de longitud, se la ofreció displicente a René, quien al chupársela en el descampado de atrás del cementerio, escuchó que el otro cantaba una canción de, al parecer, La Renga y por eso, dicen, le mordió el pito con tanta furia que lo dejó tirado en el suelo doblado en dos del dolor. Qué cosa se trama para sí René en cuanto a la realidad de estar haciendo y siendo lo que es y hace en esos momentos, no merece una respuesta hasta que, en un mundo perfecto digamos, la sociedad de consumo deje de hablar mal de sí misma, o al menos hasta que el insólito canto de René no se haga doloroso y bramante sentido a lo que sucede desde que se conquistó la diversidad. En cuanto a Tito Brindisi, quien para acabar demora lo que demoran los colectivos interurbanos, le contará la anécdota a Raiumundito, quien se la pasará a Juancito Avicena, quien escuchará cómo Tito Brindisi le afirmó que, después que Monguito se tragó su leche y se fue del almacén, la certeza más abosluta se le vino a la cabeza. «Mujer no es», le dijo Raimundito a Juancito. Pero éste último dudó, como más de uno lo hace en Fray Luis Beltrán.