Capítulo 2

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La familia se fue a sus compras por Texas y mientras, Moi y yo salimos a festejar su «libertad» con unas copas.

Estuvimos hasta tarde en un excelente bar de primera categoría, disfrutamos de la charla sobre asuntos personales generales, de trabajo, familiares, sociales, pero nunca tocamos el tema íntimo.

Estuve seguro en ese momento que aquella deliciosa experiencia del pasado había quedado sepultada precisamente en el pasado.

Estaba muy ajeno a lo que venía el fin de semana inmediato. Preparen toallas húmedas, papel higiénico y todo lo que necesiten para una buena puñeta (paja, masturbada).

Terminó la juerga y llegamos a mi departamento. Una vez dentro, Moisés fue a la nevera por dos cervezas y vino a buscarme a la habitación donde yo, con toda la confianza y con algo de intención me había desnudado completamente.

Él me observó sin comentarios, siguió un tema que había iniciado en el bar respecto a que a veces tenía problemas con su galanura, que estaba seguro que era atractivo, pero que no podía hacer nada por parecer distinto, que sus negocios iban muy bien, pero que cuando entraba en la jugada una mujer, esposa de cliente, familiar o sus propias secretarias, era un problema porque tenía muchas invitaciones y se rehusaba para no mezclar la vida personal con el trabajo.

Yo opiné que las mujeres tenían razón, que era sumamente atractivo y que si yo fuera mujer me le lanzaba encima, sobre todo si pudiera verlo al menos sin camisa y que si lo llegase a ver sin nada de ropa encima, sería mujer al agua.

Él lanzó una sonora carcajada y empezó a desvestirse.

Yo, incrédulo seguía sus movimientos y mi sorpresa aumentó cuando al tirar su boxer hacia abajo saltó como impulsada por un resorte su añorada verga, enorme, cabezona, gruesa, venuda, peluda, rica, empero, mi propia verga se puso a mil y sentí que empezaba a lubricar.

Fue entonces cuando le empecé a platicar todas las puñetas que había dedicado a su recuerdo y él me dijo que ahora podía hacerlo sin tener que usar la imaginación sino mi creatividad y habilidad para el sexo con hombres.

Me preguntó si en los años transcurridos, alguien le había ganado su tesorito. Se refería a la virginidad de mi culo y no me quedó más que confesarle que sí, que ya dos hombres habían disfrutado de mi caliente hoyo, pero que esperaba fuera ahora él quien me hiciera feliz con esa hermosa verga de la que era dueño.

Me pidió que le diera una mamada a mi manera, luego tomamos posición de 69 y empezamos la succión gemela acompasada y ardiente, no nos corrimos en las bocas, él tuvo el tacto de manipularme hasta quedar frente a él que se había sentado en un taburete… me pidió que me sentara sobre él, montándolo así, cara a cara, como había lubricado con su saliva mi agujero cuando hicimos el 69, no fue difícil que acertara a colocar la cabezota de su verga en mi entrada y bastaron tres empujones para sentirme ensartado por esa verga descomunal.

Aunque había probado muy buenas vergas, y las había disfrutado, pensar que la ensartada me la estaba dando Moi me excitó al límite máximo, le rogué, le supliqué, le pedí que bombeara con fuerza en mi interior y muy obediente me dio algunas arremetidas hasta que sentí que su verga se engrosaban más todavía y luego mi intestino inundado por espeso líquido caliente, fue delicioso sentir los mecos de mi primo en el interior de mi culo.

Cuando me la sacó, su verga rezumaba mecos y algo de sangre.

Le aseé con mucho cariño, luego le di un beso en los labios y aceptó engullendo mi lengua y jugándola con la suya dentro de su boca.

Esto hizo que sin tocarme mi propia masculinidad, yo soltara potentes chorros de mecos; mis corridas son muy abundantes, cremosas, de olor fuerte y concentrado.

Él observó eso, no me dejó hacer nada antes de que él mismo me limpiara con toallas húmedas y acto seguido, terminó la limpieza con su lengua.

Mi verga cobró una nueva erección aunque no con la potencia de la anterior y él me dijo que no me preocupara, que me haría un trabajito especial para que pronto quedara como nuevo.

El trabajito fue que su hábil lengua recorría mi glande, alrededor, lamía el tronco de mi verga, iba a mis huevos, los jugaba a lengüetazos, seguía hasta mi adolorido culo, me metía dos dedos, los olía, volvía a meterse la cabezota de mi verga en su boca y pronto la tuve tan dura como la primera vez.

«Creo que tienes una deuda conmigo,» –me dijo.

«Me urge sentir de nuevo tu verga en mi culo. Desde aquel tiempo de estudiantes, cuando tu famoso dibujo artístico, no he sentido una verga penetrándome. Y no te imaginas cuántos deseos tengo.

No quería confesártelo, pero he tenido que recurrir a dildos, vergas de goma, vibradores y toda clase de adminículos para evocar aquellas tres cogidas que me propinaste cuando jóvenes.

Quiero repetir la experiencia, pero con tu propio garrote. No importa que me partas el culo. Quiero sentirte ya».

No está de más decir que obedecí de inmediato, le chupé el culo, le metí de uno en uno hasta tres dedos y luego le levanté sus piernas, puse sus tobillos sobre mis hombros y empecé la penetración.

Fue como desvirgarlo de nuevo, sus gemidos y gritos me super excitaban y lamentablemente, a los pocos empujones y cuando mi verga tocó fondo, exploté en incontables chorros de mecos.

Esa fue la culminación de la noche.

Dormimos abrazados, desnudos, deslechados.

Al despertarme por la mañana ofreciéndome un aromático café y un cigarro encendido me preguntó:

«¿Te gustaría que nos fuéramos tres días a la playa?»

«Quiero que el mar y el cielo sepan lo feliz que me has hecho. Contigo me he reencontrado».

Yo sólo le contesté: «Siempre he soñado con un paquete lunamielero en Acapulco».

Moisés dijo: «Vámonos, yo invito».

Así que, hoy sábado 21 de diciembre de 2002, saldremos en el vuelo 405 de las 9 de la noche hacia el paraíso del Pacífico.

Ya les contaré las peripecias del viaje de Luna de miel.

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