Capítulo 1
- Lejos de casa y sin mi mujer I
- Lejos de casa y sin mi mujer II
- Lejos de casa y sin mi mujer III
Capítulo I: El hombre libre
Una sensación de libertad plena y placentera reinaba en mi espíritu esa tarde. Hacía tiempo que no experimentaba esa agradable paz. Me tiré de espalda en la cama cómoda y blanda del hotel donde la compañía en la que trabajaba me había reservado hospedaje por una noche. Miré al techo pulcro con luces tenues. Eran ya pasadas las cinco de la tarde y tenía hambre. Debía bajar al restaurante del hotel para cenar, pero me sentía bien allí disfrutando de esa paz de no estar con mi mujer, aunque fuera solo por esa noche. Y no era porque no quisiera a Paola, sino porque un hombre necesita de vez en cuando estar solo, en paz, sin la rutina del matrimonio o como dice mi amigo Pablo, sin la rutina del matricidio.
Me levanté y fui a cenar solo, tranquilo, un plato con pescado y ensaladas. Al rato subí nuevamente a la paz de mi habitación. Tomé una ducha y ese fantasma del morbo sexual fantasioso comenzó a tentarme. Estaba solo, lejos de casa, sin esposa que jodiera y diera lata. Salí del baño fresco y me vestí con ropa cómoda. Abrí mi laptop y en modo oculto ingresé a una de las páginas de chat que furtivamente frecuento las raras veces que Paola no está en casa o detecto que tengo privacidad garantizada. Pero esta vez, tenía toda la paz y privacidad del mundo.
Ingresé al chat y escogí el canal de mi país. Había, como de costumbre, muchos hombres escribiendo esos mensajes típicos: “¿Alguna para escrito morboso?” “¿Quién para chat hot?” “¿Alguna gordita?”, pero también otros texteaban frases tácitas: “¿Quién curioso?” “Charla entre casados”, etc.
Al saberme solo y lejos del peligro inquisidor de Paola, quise dar rienda suelta a mis curiosidades. Así que sin temor alguno escribí: “¿Algún casado curioso en Valledupar?”. Lo hice un poco por necedad. No esperaba que algún tipo me fuera a responder en una ciudad relativamente pequeña, pero contra todo pronóstico, un “hola” simple apareció en una pestaña que se abrió en mi chat. Respondí sorprendido con un “hola”.
Resulto ser un hombre casado de cuarenta y tres años que respondía al seudónimo de CasaditoQ. Me dijo que era hetero curioso y que buscaba lo que surgiera. Al preguntarme él a mí, ¿qué buscaba yo en el chat?, le respondí igual: “Lo que surja”, sin estar realmente convencido. No obstante, la conversación se fue tornando amena a base de esas preguntas básicas que los casados curiosos nos hacemos en los chats al sentirnos seguros bajo el anonimato que otorga esos sitios. ¿Qué rol eres? ¿Qué te gusta hacer? ¿Has hecho algo real con hombres? Etc.
CasaditoQ me dijo que era activo y que tenía experiencia real, pero que hacía más de un año que no se cogía a un hombre. Muchos dicen cosas inciertas en esos chats solo para impresionar o fantasear consigo mismos bajo el anonimato. El hecho es, que cierto o no, lo que él escribía me resultaba excitante e interesante. Por su parte, a él parecía seducirle mi sencillez y honestidad al escribir. Le comenté entonces que yo no tenía ninguna experiencia real, pero que sospechaba que probablemente yo debía ser pasivo, porque me generaba mucho morbo ver los penes e imaginarme en situaciones sexuales con hombres en donde yo era penetrado.
La conversación se tornó más caliente, intensa y fluida. Ambos estábamos excitados leyendo lo que nos escribíamos. Los dos perfiles casaban como guante en la mano. Los ánimos se subieron y fue entonces cuando CasaditoQ me propuso una paja mutua por cámara. Me animé todo excitado, pero le advertí que debía ser sin mostrarnos los rostros. Preferí serle honesto y le dije que eso me daba miedo. Él, con mucha cordura y seriedad, escribió que igualmente prefería jugar al morbo sin mostrarnos las caras.
Intercambiamos nuestras cuentas por el chat y nos conectamos por la aplicación Skype. Primero nos llamamos solo por voz. Él, así lo pidió arguyendo que le resultaba más excitante iniciar de ese modo. Yo seguí su sugerencia. Su voz era varonil, reposada y mesurada. Denotaba ese buen hábito de pensar antes de hablar. Entonces me contó brevemente su última experiencia sexual con un hombre. Me dijo que tuvo un amigo permanente durante algunos meses. Un tipo separado de su mujer, que vivía solo y que trabajó temporalmente en Valledupar. Lo había conocido a través del mismo chat por el que hablábamos hacía minutos.
- Era fácil, porque como él vivía solito en un apartamento. Yo llegaba cuando podía escapármele a lmi mujer y le daba buena verga – me contaba con voz emocionada.
Luego nos pusimos la webcam. En la pantalla de mi laptop, apareció entonces un tipo de pie sin cabeza, con un calzoncillo clásico gris y en camisilla blanca. Yo, al poner mi cámara, también estaba en bóxer corto y una franela puesta. Él se acariciaba su bulto que ya denotaba una erección manifiesta. Se quitó su franela y su pecho y abdomen velludos saltaron a la vista. Un típico cuarentón en forma con un cuerpo bien moldeado, con poco abdomen, muy natural, sin ser producto de horas de gimnasio. Su tez era oliva clara siendo un poco más clara en sus piernas.
- Quitate la franela – me dijo.
Yo lo hice. Me expresó que le gustaba mi cuerpo. Yo tenía vellos en el pecho como él, pero menos poblados. El continuaba sobando su bulto por encima de su calzoncillo hasta que éste devino en una punta grotesca como carpa de circo. Me encantaba ver ese bulto. Le dije que eso me daba morbo y el meneaba sus caderas para que el bulto se agitara ante la cámara. Me deleité mirando eso. Entonces se bajó el calzoncillo y su pájaro potente se liberó. Lo tenía grueso, perfectamente derecho, alineado con el eje vertical de cuerpo. El color rojizo del glande me resultaba llamativo y una vena central le reforzaba su virilidad. Su falo duro lo coronaba un espeso vello púbico.
- ¿Te gusta?
- Mucho, sí, lo tienes, no sé, provocativo.
- Déjame verte a ti. Quítate todo – me hablaba con cierta autoridad y eso extrañamente me gustaba.
Me desnudé por completo. Mi pene erecto curvo y más delgado que el de él lo tenía en su pantalla.
- Me gusta que lo tienes curveado.
- No, a mí eso no me gusta, es difícil a veces para penetrar.
- Ja, ja, ¿en serio? ¿pero tu mujer está contenta o no?
- Pues, sí.
- Bueno, eso es lo importante compadre. A ver, déjame conocer ese culito.
Se lo mostré con algo de vergüenza. Tomé una silla de escritorio. Me subí a horcajadas con mis rodillas en el cojín y mis manos en el espaldar y empiné mi trasero para presentárselo de la mejor manera posible. Un silbido emitió.
- Pero si tienes mejor culo que la mujer mía – dijo seguramente exagerando.
Igualmente me sonrojé y me daba un morbo inexplicable sentir que un hombre hiciera cumplidos a mi culo. La verdad es que yo era bien consciente de que, por herencia, era un hombre nalgón al igual que mis hermanos y hermanas. Tenía las mismas nalgas redondas y algo velludas de mi papá. Me sorprendía de todas maneras que tal atributo físico podía ser atrayente para otro hombre.
- ¿Cómo puede ser que un culito así aun esté sin estrenar? No, no, no puede ser – decía medio riendo.
Me giré entonces. Yo quería verle la verga. Él, muy complaciente, la acercaba a la cámara para que yo pudiera verla grande en mi pantalla. Era bella, perfecta a mi gusto, sin ser exagerada, tenía un grosor que armonizaba con la virilidad que CasaditoQ proyectaba desde que empezamos a escribirnos en el chat. Me encantaba su glande chato, recortado como media luna de un color entre rojizo y morado.
- Óyeme, ¿y tu mujer? ¿no hay riesgo de que te pillé en estas? – le pregunté por precaución.
- No-oh, es enfermera y está de turno nocturno esta semana. Ella llega casi a las once de la noche.
- Ah vaya. Tienes esa ventaja.
- ¿Y la tuya? ¿A qué horas llega? – fue entonces cuando le dije lo que cambiaría toda esta historia.
- No, yo estoy en un hotel. Pensé que te había dicho. Yo no vivo aquí en Valledupar. Mi mujer está en Cartagena.
- ¿Qué dices? ¿Es en serio? – exclamó con voz sorprendida.
- Si, en serio – le respondí con voz interrogante.
- Óyeme, ¿eres consciente de que tenemos una oportunidad única, ahora mismo de hacer esto real?
- Pues, eh-hm…
- Lo digo en serio. Tú estás solito, sin tu mujer que te joda la vida. Yo, ahora mismo también. ¿Hasta cuándo estas acá?
- Me voy mañana. La empresa me envió para trabajar dos días. Hoy y ya mañana por la tarde viajo.
- No puede ser compadre. ¡Es ahora o nunca! – dijo exasperado y excitado.
Su verga se había apagado un poco. Me propuso de vernos en real. Yo no atinaba ni a digerir la idea. El miedo me bloqueaba. Ni me había planteado yo llegar a eso. Pero si analizaba con cabeza fría las circunstancias, CasaditoQ tenía razón. Teníamos todo a favor y una oportunidad así, al menos yo, difícilmente la volvería a tener. Pero el miedo carcomía mis nervios. No tenía agallas para tal cosa. No. Imposible. No me daba el alma como para eso. Me quedé en silencio un momento. Luego tomé aire y le hablé.
- Mejor, ¿por qué no seguimos por aquí, así virtual? – le dije con voz tímida, como resignado conmigo mismo. Su pene ya estaba completamente blando y colgando. Bello ante mis ojos.
- Vamos, anímate. Somos dos tipos serios, casados, con el mismo morbo y necesidad sexual. Llevamos ya media hora dialogando rico desde que nos contactamos por el chat. Tú me caes bien. Yo creo que te caigo bien. Tú, pasivo. Eso se nota. Yo activo. Además, tengo experiencia y soy muy serio y respetuoso. Créeme. Ese culito tuyo me puso loco y lo quiero probar – Lo escuché sin interrumpir.
- Es que, te digo, francamente. A mí el miedo me come. Lo siento.
- Pero, dime algo, a ver. Tú, honestamente. ¿Quisieras hacer algo real con un macho o no?
- Si te hablo con la verdad, verdad. Pues. Si. Si quisiera, pero…
- Pero nada compadre, la vida es una sola. No hay muchas oportunidades estando casado. Te lo digo por experiencia. Vence al miedo.
Hubo un silencio glacial. El miedo no me dejaba decidir, a pesar de que las cosas estaban claras. Mi corazón latía de susto. Nunca había estado tan cerca de dar el paso de una maldita vez y enfrentar el fantasma de este deseo oculto que ya llevaba años incrustado en mi ser. Lo deseaba. Lo quería experimentar, pero el miedo me paralizaba. Me sentía cobarde. La calentura se había ido y una suerte frustración se apoderó del ambiente. CasaditoQ estaba en la pantalla. Ahí sin cabeza con su cuerpo velludo y su verga colgando. Como esperando alguna reacción de mi parte. Pero me sacó de mis indecisas cavilaciones.
- Para que veas que hablo en serio. Te propongo algo. Mira, ya que nos enfriamos, pongámonos la ropa, hablemos por la cámara unos minutos, mostrándonos las caras. Hablemos como tipos serios que somos. Sin riesgo de nada. Vestidos, como una llamada normal entre conocidos. Y que surja lo que surja, sin presiones ¿Qué dices?
Me la pensé dos veces, pero la verdad apreciaba el esfuerzo, el interés, la seriedad y la confianza que ese tipo casi desconocido me inspiraba. No tenía excusas. Acepté. Con miedo, pero acepté.
Él, entonces se vistió. Se puso una franela blanca y un blue jean. Yo me puse mi pantalón corto y un polo azul claro. Su rostro apareció en la pantalla de mi ordenador. Me dio tanto miedo presentar la mía. Por un instante dudé y hasta quise colgar la llamada y borrar su contacto para poner punto final a toda esta historia, pero mi ética me lo impedía. No sería justo ni limpio. Entonces también le mostré mi rostro, sonriente de nervio.
Fue amable. Su cara denotaba tranquilidad y seriedad. Era un tipo bien parecido, bien afeitado con cejas algo pobladas y boca pequeña. Me sonreía y me dijo que le daba mucho gusto que nos viéramos y que no había nada que temer. Para mí todo esto era abrumador. Me sentí cruzando límites que ni me había planteado. Dialogamos unos minutos breves. Finalmente me propuso de vernos en persona, sin presiones, sin la obligación de tener sexo siquiera. Eso afirmó la percepción que yo tenía de hombre serio.
- Si surge ok, y si no, si no te sientes seguro o no nos sentimos seguros o lo que sea, pues nada compadre, no pasa nada. Lo importante es crear la oportunidad y no quedarse uno con esa sensación de no haber aprovechado una oportunidad.
Le di el nombre del hotel. Arqueó las cejas y sonrió.
- Ah, en el centro, por la séptima con diecisiete. Estoy como a veinte minutos apenas. Mira, dime tú. Si quieres llego allá y vemos que hacemos. ¿Te parece bien?
- Si. Está bien – dije con voz asustada.