Un día descubrí a mi vecino del edificio de enfrente parado completamente desnudo detrás de la cortina de su balcón masturbándose. Era un hombre de unos 70 años, cabello blanco, de 1,75 de altura, no era gordo pero tenía la típica barriga propia de la edad.
Desde la pequeña ventana de mi habitación, que siempre tenía la persiana a media altura, yo solía espiar lo que hacía antes del atardecer. Las primeras veces lo veía con cierto nerviosismo a que me descubra pero después ya era mi obsesión esperar ese momento. Imaginaba su pene largo y no muy grueso, curvado hacia arriba, el glande rosado y húmedo, duro, caliente; recién bañado, quería sentir su aroma, su sabor, tenerlo en mi boca, entrando en mi culo, llenando de leche mi interior. Yo también me masturbaba y acababa a chorros deseando cumplir esa fantasía.
Tanta calentura me daba que un día decidí que era hora de hacer mi sueño realidad. Imaginé mil formas, seguirlo, estudiar sus hábitos, encontrarlo de casualidad en el supermercado, mi cerebro juvenil maquinaba a full, pero nunca me decidía. Hasta que un día, el salió al balcón en bermudas y el torso desnudo bebiendo algo; yo, sin pensarlo dos veces levanté con fuerza la persiana, corrí la cortina y me asomé para que me viera. Por el fuerte ruido de la persiana el giró la cabeza y me miró, yo sostuve su mirada y después de unos segundos pasé lenta y lascivamente la lengua por mis labios. Era mi declaración, él aceptaría?
Me seguía observando fijamente, movió la cabeza a un lado señalando la entrada a su edificio, asentí, bajé prontamente y crucé la calle lleno de nerviosismo y temor. El ya estaba esperando y me saludó como si fuese alguien de la familia, subimos en silencio por el ascensor y entramos a su departamento. Vivía solo, jubilado hace algunos años, tenía bien cuidada su vivienda.
Se llamaba Juan, le dije Miguel es mi nombre y le conté que siempre lo veía hacer su rutina erótica y lo excitante que se había vuelto para mi. Con una media sonrisa me contó que se había dado cuenta que lo espiaba, un movimiento trás la cortina me había delatado alguna vez, pero no sabía de quien se trataba.
Nos quedamos en silencio, hubo tensión, miré su entrepierna y me acerqué, toqué el bulto y le dije que no daba más. Desprendí su bermuda, baje con lentitud su slip y su verga erecta asomó para mi, era tal como soñaba, quizás no tan larga pero era maravilloso verla por primera vez. Lamí la cabeza, besé sus huevos, sentí su aroma y se la chupé con devoción. Él cerró los ojos, por ratos apretaba mi cabeza para que la trague toda y gemía.
Su verga, mi lengua, sus gemidos, mi boca, sus dedos jugueteando en la puerta de mi ano, quería más. Lo senté en el sillón mientras me lubricaba el culo con saliva me senté despacio, dolía y no entraba, volvía a mamársela, volvía a ensalivar mi agujero hasta que sentí la punta abriéndose paso en mi interior, al fin entró toda su pija en mi culo que se empezó a mover buscando el ritmo, me estaba culiando.
Después fue mi turno de ir sobre el sillón, de cuatro, me tomó por la cintura y me cogió a lo perrito, era fuego, locura, placer, embistiendo cada vez más fuerte y con un bramido acabó apretando mi cuerpo contra el suyo mientras su pene temblaba en mi interior.
Fue divino sentirlo acabar, fue hermoso sentir el placer de mi daddy. Era la primera de muchas tardes de sexo.