Yo soy Carlos, tenía 19 años cuando conocí a Ramón, él tenía 20. Estudiábamos juntos, y los dos nos hicimos muy buenos amigos.
Yo siempre he sido muy despistado, y algunas veces mi padre llegó a darme un par de buenas galletas por esta razón, siempre decía que no perdía la cabeza porque no podía despegármela del cuerpo.
En más de una ocasión perdí las llaves de mi casa.
Una de las últimas veces que me ocurrió mi padre me dijo que, si volvía a perder las llaves, me sacudiría un revés que me arrancaría la cabeza de los hombros, seguro que no la arrancaría, pero sí que iba a doler un huevo…
Lo que quiero contar paso un lunes, en plena época de exámenes, cuando ya el calor va acercando el verano.
Aquel día, uno de los pocos que no íbamos a preparar examen por la tarde Ramón y yo decidimos ir a echar unas canastas, cuando llegamos a la cancha comenzamos a jugar, el calor pegaba fuerte y en poco tiempo comenzamos a sudar.
Nos remojábamos en una pequeña fuente de agua que teníamos cerca y seguíamos jugando.
Cuando terminamos de jugar nos sentamos en una de las esquinas de la cancha para recobrar el aliento y estuvimos charlando de los exámenes y del fin de semana que acababa de terminar.
Comentamos las dos chicas que habíamos conocido y como después de haber estado toda la noche bailando con ellas, morreando y metiéndoles mano, ninguna de las nos dejó concluir la faena.
Ramón me contó que en una de las ocasiones pudo meter la mano por debajo de la minifalda que llevaba la pibita e introducir dos de sus dedos para acariciar su pubis, me dijo que era muy suave y que pudo notar como no tenía apenas pelos…
La verdad es que entre el calor que hacía y lo que habíamos sudado nos estábamos poniendo cardiacos con la conversación…
Cuando nos tranquilizamos un rato decidimos irnos, pero no fue hasta que llegamos cerca de mi casa que me di cuenta que no llevaba las llaves, no podía creerlo, otra vez las había perdido.
Corrimos a la cancha por si estaban por allí, e hicimos todo el camino de vuelta mirando con cuidado todo el suelo por si aparecían.
No las encontramos, y entre una cosa y otra se hizo algo tarde, de manera que acordamos ir a su casa y con la excusa de prepararnos un examen quedarnos a dormir allí, de esta forma yo podría volver a mi casa a una hora que no estuviera mi padre, ya que, si llamaba a la puerta, lo primero que este haría, sería preguntarme por las llaves y… zas…! galletazo al canto…
Llegamos a casa de Ramón y tras decirle a su madre que me quedaría a pasar la noche para preparar un examen, llame por teléfono a mi casa para contar la misma historia.
Una vez que habíamos cenado nos fuimos al cuarto de Ramón y estuvimos viendo la tele con el volumen bien bajo para que no se percataran sus padres y cuando estos se acostaron nosotros aún seguíamos viéndola.
A la hora de dormir, Ramón sacó una cama nido de debajo de la suya como ya habíamos hecho otras muchas veces, que sería donde yo dormiría.
Esta cama tenía una de las patas rotas de manera que no las poníamos, sino que la dejábamos abajo.
De manera que su cama quedaba como unos cincuenta centímetros por encima de la mía.
Nos acostamos y estuvimos de nuevo hablando sobre las pivas del último fin de semana, hasta que nos quedamos dormidos. No se cuánto tiempo habría transcurrido cuando me desperté.
Tenía calor, sed y estaba totalmente empalmado. Me quede un momento con los ojos abiertos, mirando al techo y notando como mi polla se convulsionaba bajo la sabana.
La agarre con mi mano derecha y comencé a masajearla, pensando en ir al cuarto de baño para terminar el trabajo.
Con mis ojos acostumbrándose a la poca luz que entraba por la ventana entreabierta vislumbré las botas de deporte de Ramón.
La verdad es que no sé por qué coño, comencé a recordar el partido que habíamos jugado por la tarde y en lo que sudamos, no puedo explicarme por qué comencé a ver a Ramón mojado de sudor y tirando a canasta, y sin plantearme nada ni pensar en lo que hacía, me acerqué silenciosamente a aquellas botas que estaban en el pie de la ventana y sin pegarme mucho intente percibir el olor que desprendían.
No sé cómo describirlo, no apestaba ni mucho menos, era un olor intenso, una mezcla entre alcohol y algo dulce, aunque al final se distinguía un olor algo amargo, a estas alturas mi polla parecía que iba a estallar y me la machacaba con una mano mientras con la otra sostenía la bota de mi amigo pegada a mi cara, en medio de toda esta lujuria incontrolada se enciende la luz y veo como mi amigo Ramón me pregunta con cara de sorpresa:
¿Qué haces, tío?
Solté la bota de inmediato y me senté en la cama tratando de imaginar que todo aquello no había ocurrido más que en un sueño.
Sin hacer referencia a lo de su deportiva, y sin mirar siquiera para la ventana le dije que estaba muy cachondo y que no me podía quedar dormido.
Ramón apoyó su espalda en el cabecero de su cama y se agarró su polla que también estaba reventando mientras me decía:
A mí me pasa igual tío, estoy muy cachondo y necesito aliviarme…
Mientras decía eso, se masajeaba su verga de arriba abajo, fue cuando me percate del tamaño de esta, yo nunca había visto tu polla tiesa y dura como aquella noche.
Entonces yo me seguí machacando la mía mientras miraba como hacia él lo mismo con la suya. Pero de nuevo sentí aquel olor que en esta ocasión venía de sus pies que estaban casi a mi altura, ya que mi cama estaba más baja que la suya como ya expliqué.
Mientras estábamos cada uno a nuestro trabajo comencé a acercar mi cabeza a sus pies, y con la cara apoyada en su cama, casi podía tocar su pie con mi nariz.
Fue entonces cuando Ramón levantó su pierna pegando la planta de su pie en mi cara sin dejar de pajearse, mientras yo seguía machacándome mi polla.
Yo no pude aguantar mucho aquella situación, y para cuando comencé a correrme, mi lengua lamía sin tregua aquel enorme pie, que me hacía soltar mis chorros de semen por toda mi cama. Ramón tampoco tardó mucho en correrse.
Sin hacer ruido, ni mediar palabra me levanté de la cama y fui hasta el cuarto de baño donde me limpie con papel.
Cuando volví al dormitorio Ramón estaba dormido, o eso parecía.
Me volví a acostar y tratando de esclarecer un poco mis ideas me quedé dormido.
Ninguno de los dos hemos vuelto a hablar del tema. Yo no me quiero para a plantearme nada, no sé si me interesa.
Hemos seguido saliendo juntos, conociendo nuevas tías, y creo que nuestra relación no ha cambiado en nada.
Aunque si me paro a pensar, no hemos vuelto a dormir en su casa, ni en la mía, juntos, quizás un día nos sentemos a discutir sobre el tema tranquilamente, pero después de 2 años no creo que esto ocurra.