Capítulo 2
Vivía en casa de mi abuela junto a mi tío quien no perdía oportunidad de cogerme cuando estaba caliente y aún así no me sentía satisfecho. Quería probar una verga más, una nueva, distinta.
Conocí a un mozo de bar, un hombre entre cuarenta y cincuenta años que no perdía oportunidad de piropear mi culo cuando me veía pasar. Era un hombre alto, velludo, se estaba quedando calvo y siempre estaba parado afuera del bar mirando a la gente ir y venir.
No sé cómo comenzamos a hablarnos de vez en cuando ni tampoco sé en que momento empezó a referirse sobre mi culo, siempre en un tono para que solo lo oyera yo y nadie más.
-Dale putita, se te nota en el culo que te gusta – me dijo en una de esas veces
-Perro que ladra no muerde- le dije desafiante y me respondió «cuando quieras»
Me dio su dirección y quedamos en vernos cerca de donde el vivía, el salía de su trabajo a las cuatro de la tarde yo llegué primero y lo esperé con cierto nerviosismo. Cuando lo vi aparecer sentí en todo mi cuerpo una corriente eléctrica que me puso excitado.
Entramos a su departamento y me dijo que quería darse una ducha ya que su jornada había sido muy extenuante.
Mientras el se bañaba yo exploré su pequeño apartamento y decidí esperarlo en su habitación me saqué la ropa y quedé acostado boca abajo sobre la cama con las piernas levantadas.
Tenía puesta una de las tangas que coleccionaba mi tío y me sentí muy sexy y seductor, el salió del baño completamente desnudo y apenas me vió así su verga pasó de semidormida a erecta en un abrir y cerrar de ojos.
Tenía el torso velludo al igual que sus brazos, no era gordo ni delgado y su verga parecía un poco más larga que la de mi tío pero no tan gruesa. Se acercó para que se la chupe, su pubis olía al perfume del jabón y a frescura, abrí mi boca para hacerle una garganta profunda y el comenzó a moverse, a cogerme por la boca.
A cada rato me decía «mi culín» o «mi putin». Yo ya no aguantaba más, quería sentirlo adentro de mi, me puse en cuatro nuevamente y le enseñé mi gran culo en todo su esplendor, él lanzó un insulto al aire y me tomó de mis caderas con ambas manos para empezar a empujar su verga adentro de mi agujero ardiente.
Perdí la cuenta de cuantas veces me dijo mi culín, mi putíncito, loco de placer me cogía como un desesperado, se escuchaba el plof plof de su verga entrando en mi culo, se escuchaba mis gemidos que iban en aumento y se oían sus groserías lujuriosas por toda la habitación.
Me lleno el culo de leche después de tantos placenteros vergazos y siguió parado, pegado a mi como si quisiera dejar hasta la última gota de semen en mi interior. «Te quiero preñar todos los días mi reputíncito“ me dijo y por supuesto le di ese placer pero dos veces a la semana.