Capítulo 3

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La oscuridad había caído sobre las imponentes murallas de Hogwarts para dar comienzo a una húmeda y calurosa noche. Sobre la una de la madrugada la escuela había sido engullida por el más absoluto silencio, pues todos los alumnos y docentes estaban descansando plácidamente sobre sus mullidos colchones. Todos excepto Harry Potter, el cual se encontraba en medio de un episodio de insomnio. El pelinegro era incapaz de conciliar el sueño después de lo ocurrido ese mismo día en la clase de Snape. No comprendía cómo había acabado así, chupando una polla en medio de clase como una perra en celo.

«Vamos Harry, sé que quieres. Cubrenos con la capa y agáchate.»

«Sé que quieres.»

Esas palabras retumbaban con sonoridad en la atormentada y confundida mente del adolescente. Si realmente no era maricón tal y como él afirmaba, ¿por qué le gustaba tanto la textura de los labios de Ron? ¿Por qué se había vuelto adicto a tener su rabazo en la boca? ¿Por qué amaba enfermizamente el sabor de su semen? Y lo más preocupante, ¿por qué cada día que pasaba deseaba con más intensidad que su mejor amigo le follara el culo como si fuera una mujercita como Ginny o Hermione?

Harry intentaba fijarse en Ginny; en sus incipientes curvas y en sus finos y rosados labios, un poco más delgados que los de Ron.

«¿Sabrán igual? ¡Mierda! ¡Otra vez Ron!»

No podía pensar en otra cosa que no fuera en su pecoso y atractivo amante.

Todos esos deseos y sentimientos solo tenían una explicación y Harry sabía cuál era.

El bulto del pelinegro comenzó a crecer entre sus piernas mientras experimentaba aquellos agridulces sentimientos de terror e inseguridad. Millones de imágenes del pelirrojo en distintas posturas comenzaron a ametrallar su jodida mente, provocando que su mano se adentrara en sus pantalones dispuesto a hacerse una paja nocturna. Potter no tardó en bajarse su pijama hasta las rodillas, dejando al aire su peluda y larga verga, la cual comenzó a masturbar sin importarle que sus compañeros de habitación estuvieran durmiendo en aquel momento. Intentaría no hacer mucho ruido.

El auténtico protagonista de la película que estaba reproduciéndose en su mente era Ron. En aquella fantasía la garganta de Harry era destrozada sin piedad; se imaginaba las manos del pelirrojo acariciándole seductoramente el cabello y obligándolo a tragar más y más cantidad de su gordo pollón mientras soltaba aquellos varoniles gemidos que tanto le gustaba escuchar al ojiverde. En aquel instante Harry se planteó despertar a su bello amigo con una intensa mamada, pero eliminó aquella locura de su mente tan pronto como llegó a su cabeza y se limitó a continuar la rica paja que se estaba haciendo.

De repente, la imagen de Ron comenzó a hacerse borrosa; las tiernas pecas que decoraban sus mejillas desaparecieron al completo, su rostro se deformó hasta quedarse en una forma fina y alargada y el color de su cabello pasó de un único color rojizo a un rubio plateado. Era Draco Malfoy, su mayor enemigo desde el primer día que pisó Hogwarts.

«¡No joder!, ¡este imbécil no!, ¡ahora no!»

Pero Harry no cesó su paja pese a no entender por qué estaba pensando en Draco. Es más, la continuó con muchas más ganas.

Potter imaginaba que estaba completamente desnudo en la sala común de Slytherin fumándose un porro. Mientras, Draco Malfoy se encontraba dándole un masaje en los pies. Luego, Malfoy comenzaba a repartir húmedos besos por las piernas y muslos de Harry. Hasta que llegó a su polla. Harry lo obligó a chuparla. Los labios de Draco hacían maravillas en la sucia fantasía del pelinegro. Pero él quería más; quería devolverle al rubio todas y cada una de sus humillaciones. Sus manos se apoderaron de la cabeza de Draco y comenzó a follarla duramente, golpeándole la barbilla con sus gordos y peludos huevos. Tras disfrutar de su dulce boquita y de su profunda garganta Potter llevó más al límite su fantasía. El pelinegro empujó a Draco sobre el sillón de la sala común y llegó al punto álgido de la humillación. Harry metió su largo rabo en el culo de Malfoy y empezó a follárselo. Con rudeza. Con rabia.

Conforme avanzaba la paja más y más hombres llegaban a su mente. Cedric Diggory, el que fue el chico más apuesto de Hogwarts y que se había graduado hace ya un año. Seamus Finnigan, su guapete amigo aunque carente de inteligencia. Dean Thomas, el confidente de Seamus y que debía esconder bajo sus pantalones una negra anaconda. Y por último, Oliver Wood, uno de los mejores jugadores de Quidditch de la más reciente década de Hogwarts.

Harry lo había conocido en su primer curso en Hogwarts. Oliver estaba en quinto año cuando le encomendaron la tarea de enseñar al pequeño Potter todo lo que sabía sobre Quidditch. Y desde aquel momento el pelinegro había desarrollado un tipo de dependencia hacia el mayor; siempre se esforzaba al máximo para obtener su aprobación y una palmadita en la espalda. Le gustaba mucho su capacidad de liderazgo en el equipo. En aquel entonces no lo sabía, pero Oliver Wood fue su primer gran amor.

La polla de Harry era zarandeada de un lado a otro mientras imaginaba cómo sería ahora aquel hermoso hombre del que estuvo enamorado sin saberlo. Estaba seguro de que tendría una polla digna de un macho alfa. Se imaginaba chupándola mientras miraba a los ojos a Oliver. También se llegó a imaginar cómo Wood le quitaba su pureza, follándolo a cuatro patas en los vestuarios de Quidditch.

«Dios, ¿Pero en qué estoy pensando?»

Pero Harry siguió. Ya no podía parar. Notaba como su rabo se hinchaba de más y como un líquido caliente recorría su tronco hasta llegar al glande. Potter comenzó a soltar varios trallazos de lefa que cayeron en su delgado abdomen y parte de su pecho. Algunos restos se quedaron pegados en su vello púbico, los cuales recogió y saboreó al instante. Mientras se recuperaba del orgasmo y se limpiaba el sudor de la frente Harry comenzó a asustarse y a recapacitar sobre lo que acababa de hacer.

«Joder… ¿Qué he hecho?»

Aunque le costara aceptarlo, Harry había descubierto su verdadera identidad. Harry no era hetero como el resto de estudiantes. Harry era aquello que siempre negó. Harry era un maricón. Uno muy vicioso y confuso.

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