Alejandro I
CAPÍTULO PRIMERO
El sargento Cazañas, ochenta kilos de rolliza carne y lo que sólo podría describirse como «una cara amable», deja caer su pesada mano en algún lugar a la derecha del volante y, en el acto, los lúgubres faros de su viejo Volvo se apagan.
De repente, la calle Intenciones regresa a las sombras. Tan sólo el letrero de una discoteca cercana, con su continuo parpadeo de luces psicodélicas, borra las penumbras.
Bajos sus fugaces luces de colores, la calle deja de ser igual a las demás: con sus coches aparcados, la oscuridad que lo envuelve todo y un silencio aterrador; para transformarse en una gran Sodoma gay, donde incontables tíos disfrutan de los placeres de la carne del mismo sexo, a la espera de que las puertas del Fantasy se abran.
Cazañas, impaciente e incómodo, consulta el reloj. Marca las doce menos cinco.
– ¿Te apetece una mamadita, mi amol?
Sobresaltado, levanta la vista y comprueba de dónde proviene esa voz cavernosa, de origen, sin duda, cubano. Un negro está apoyado contra la ventanilla – que por suerte está cerrada -, mirándolo y esperando una contestación; pero sólo obtiene silencio y la insolente mirada del sargento.
– Vamos, si quieres te lo dejo chupar. Es un chupete muy grande… – dice y, de pronto, sus manos bajan hacia la cremallera de sus pantalones – la mirada de Cazañas las acompaña – y se saca la polla: un enorme nabo negro, circuncidado y reluciente bajo las luces del Fantasy.
Lo aferra entre sus manos, tan anchas como surcadas de venas, y presiona el capullo. De él, salen unas gotitas de leche.
– Joder, baja la ventanilla y abre la boca… Estoy cachondo – grita y empotra la polla contra la ventanilla -. Ahhh, mira como está… ¡qué rica! Abre la ventanilla y será toda tuya.
Y vuelve a embestir. Esta vez con más fuerzas. El coche, como una hoja sacudida por el viento de otoño, tirita de miedo.
De nuevo, el sargento contempla el cipote. Aunque el cristal está ahora borroso debido al semen del negro, lo ve claramente: aplastado ante sus narices, emulando el movimiento de una violenta penetración. La punta es gorda y carnosa, sobre todo por los bordes. Produce un contraste extraño por lo negruzco del mástil: un palo largo y grueso, peludo por la parte baja y arqueado ligeramente por el centro, que desaparece por la bragueta entreabierta de sus pantalones, de donde salen unos pelos aún más negros.
– ¡Vamos, hijo de puta, abre! – grita desesperado.
Rápidamente, los inescrutables ojos de Cazañas efectúan tres movimientos: el primero a los ojos del negro. Están aún más rojos que su nabo; el segundo al reloj del salpicadero. Ya es media noche; y el tercero, hacia las puertas del Fantasy.
– A trabajar – piensa al verlas ya abiertas…
Y, sin más, saca las llaves del contacto, se acomoda diestramente el paquete y abre con brusquedad la puerta. Un golpe, un terrible quejido y otro golpe mucho más seco se suceden con gran celeridad mientras el sargento cierra su Volvo. Al darse la vuelta, contempla como el negro, presionándose las pelotas, se retuerce de dolor en el frío asfalto.
– Maricón de mierda – murmura Cazañas mientras se aleja apresuradamente en dirección al Fantasy.
En su mente, resuenan las palabras del inspector Romero:
– Se trata de un asunto de vida o muerte. No hay tiempo que perder.