Capítulo 1
— Vale chicas, pues… hay tres habitaciones, una para cada una. Son del mismo tamaño así que no habrá problemas en escoger, ¿qué os parece?
— Esto… chicas, somos 4, ¿dónde duermo yo?
— Ya estamos con Doña “dónde duermo yo”, pues donde te digamos, así que a callar y trae nuestras maletas.
— Pero…
— ¡AHORA!
— Perdón, ya voy.
Iban a ser las peores vacaciones de verano para Sandra, ya lo veía. No sabía en qué momento se le ocurrió plantear esto para intentar salvar una relación de amistad con sus amigas de toda la vida. Y ahí se encontraba, recogiendo las cuatro maletas del maletero de su coche, para llevarlas dentro de su casa, donde esperaban las demás mientras elegían habitación.
Cada paso que daba en dirección a la casa, sabía que estaba un paso más lejos de la libertad. No era adivina ni nada por el estilo, pero fue ella la que propuso el plan de estar todas juntas en el verano, ya que el próximo año cada una se separaría por temas laborales o personales. El tiempo pasa y ya no eran las niñas que iban juntas a clase, se pasaban los apuntes u opinaban de los novios que tenía la gente, este era su último año juntas, no sabía cuándo volvería a verlas y realmente quería disfrutar con ellas una última vez.
Pero la realidad era otra, propuso el plan de las vacaciones de verano porque fue ella quien se separó durante un tiempo del grupo, todo por los chicos. Se enamoró de uno de su instituto y cuando empezó a salir con él dejó de lado a sus amigas, todo porque su novio del momento se lo dijo, que ellas no eran buenas para la relación y bla bla bla. La ilusa de Sandra le creyó y se separó del grupo en el que estuvo toda la vida, paró de hablarlas, de salir con ellas e incluso dejó de seguirlas en redes. Al principio le costó trabajo separarse por completo, pero con el paso del tiempo cada día era más fácil, ya casi ni pensaba en ellas; también gracias a Diego, su novio, que estuvo con ella siempre que podía, consolándola y calmándola. Cuando Sandra se puso a pensar en su grupo de amigas, se dio cuenta de que ya pasó un año desde la última vez que habló con ellas, pero no la entristeció porque seguía muy agusto con Diego, el que ya creía que era el amor de su vida y empezó a imaginarse una vida juntos, con hijos, un coche… lo típico de una familia feliz de película.
La diferencia es que esto no era una película, sino su vida. Una vida en la que tomó decisiones haciendo daño a otras personas y ahora tenía que pagar por ello. La relación con Diego se acabó, llegó un momento que él se cansó y la dejó por otra, haciendo lo mismo que hizo ella con sus amigas del pasado, un día se presentó en su casa, le dijo que la dejaba y se fue sin volver a hablarla.
Con una mano delante y otra detrás, Sandra se quedó sin amigas y sin novio en un momento. Pasó unas semanas así, sin hablar con nadie e intentando socializar con nuevas personas. Al ver que era imposible decidió acercarse de nuevo a sus “amigas”, a ver si con un poco de suerte conseguía volver a integrarse en el grupo. Y ahí se encontraba ahora, intentando encajar de nuevo, con 4 maletas y en la puerta cerrada de la casa de verano, esperando a que alguna de las de dentro la abriese para poder entrar. Al principio pensó que si se disculpaba de corazón con ellas la perdonarían y tan amigas como siempre habían sido, qué equivocada estaba; para su sorpresa las demás accedieron al plan de Sandra, con una condición: ella tendría que demostrar realmente que se arrepentía de haber roto su amistad con el grupo.
Sin lugar a dudas, Sandra aceptó y demostraría que se arrepentía de haber hecho eso solo por un chico que le dijo cosas bonitas. Le dijeron que ella se encargaría de todo, pondría la casa de verano como sitio donde pasar las vacaciones, lejos del ruido de la ciudad y donde podrían estar tranquilas. Tuvo que ir con su coche a por las demás y conducir hasta la casa pagando ella sola la gasolina y lo que comprarían por el camino. Por último, justo antes de entrar con el coche, tuvo que aceptar que ella no tendría palabra en todo lo que se decidiría, haciendo eso demostraría que se arrepentía de dejarlas de lado y volvería a conseguir la amistad que tanto ansiaba de sus amigas.
— ¿Se puede saber por qué tardaste tanto? — Se abrió la puerta dejando ver a una chica rubia con el pelo sobre los hombros, una mano en la cadera y el ceño fruncido, Irene.
— Perdona Irene, es que es difícil llevar las cuatro maletas a la vez.
— En fin, pasa.
No supo muy bien dónde dirigirse así que la siguió escaleras arriba con las maletas. Al subir se encontró con las tres amigas esperándola en el pasillo, las tres con los brazos cruzados.
— Hoy no vamos a salir, por lo que cada una de nuestras maletas al cuarto que te digamos. Ya que las tres habitaciones están seguidas, empezaremos por la primera, la mía. La maleta azul, a este cuarto, y vas a sacar la ropa y colocarla en el armario. — Dijo Irene ante la mirada de las otras dos. — Luego iremos a la de Susana que es la maleta verde y por último a la de Lucía con la maleta negra. Veo que sobra la maleta blanca imagino que será la tuya, esa ya la abriremos, dependiendo de cómo vayamos de tiempo.
Ante la orden de “andando”, Sandra agarró la maleta azul y se dirigió a la primera habitación. Empezó a sacar toda la ropa de verano que llevaba y colocándola en el armario. Dentro de él, había juegos de sábanas y utensilios de cocina. Siguió colocando y colocando mientras escuchaba a sus amigas charlar y reírse como siempre.
— Muy bien, bien colocado, para la próxima no tardes tanto eh. Por cierto, ¿no tenéis calor? — Preguntó Susana.
— Uff ahora que lo dices sí. — Contestaron las otras dos a la vez.
— Mmm yo no… —Dijo Sandra.
— A ti nadie te ha preguntado, aceptaste ser la última en opinar si querías recuperar nuestra amistad. Vas a obedecer lo que te digamos, te dejarás hacer y así demostrarás cuánto te arrepientes, ¿entendido? — Mientras Lucía hablaba, Sandra agachaba más la cabeza. — Yo creo que para que lo entiendas mejor vas a hacer una cosa, nosotras tenemos calor así que quítate el pantalón y la camiseta.
— Pero si yo no tengo calor, quitaos vosotras la ropa, ¿no? — Contestó Sandra inocente.
Como consecuencia recibió un bofetón de parte de Lucía. Se llevó la mano a la cara mientras sintió como el pantalón corto que llevaba quedó en el suelo de un momento a otro.
— Mira, si quieres vernos desnudas, perfecto, pero nosotras decidiremos cuándo. No tienes voz ni voto, si decimos que te quites algo, lo haces, si decimos que te tires al suelo, lo haces, si decimos que me chupes los pies, lo haces, ¿TE QUEDA CLARO? — La pregunta fue directa al oído de Sandra, que aún en shock asentía como loca. — Muy bien, pues ahora te quitas de una vez la camiseta, quiero ver la ropa interior que llevas y así te vas a la habitación de Susana a colocar su ropa.
No supo muy bien cómo reaccionar ante los comentarios cuando se quitó la camiseta y dejó ver la ropa interior básica que llevaba. No tenía un cuerpo escultural digno de top model, es más, desde que lo dejó con Diego, cogió unos kilitos. No estaba gorda, pero siempre ha sido de una complexión delgada, por lo que en el momento que engordaba, se notaba. Al pasar por el umbral de la puerta para salir al pasillo notó una mano tocando su culo mientras escuchaba: “oye, se le puede sacar partido a este culito eh, creedme”. Nunca ha tenido complejo acerca de su cuerpo, así que no le sentó mal el comentario. Con lo que no podía era con la humillación que sentía al mostrarse así a sus “amigas”.
De nuevo en la siguiente habitación, abrió la maleta y se dispuso a colocar todo lo que había en su interior. Se sentía incómoda por ir casi desnuda; además de que las otras aún iban con toda su ropa a pesar del supuesto calor que estaban pasando. — Sandrita, quiero que me saques las chanclas para andar por casa y me las coloques en los pies. — Susana se acercó a ella descalza esperando a que cumpliese la orden que le acababa de dar.
— Esto… — Otro bofetón aterrizó en la cara de Sandra, esta vez no llegó a pronunciar una segunda palabra.
— Ya me estás cansando. Si ordeno, obedeces. Para que a partir de ahora no se te olvide y te des cuenta del papel que tienes en esta casa. No hablarás en ningún momento a no ser que te preguntemos algo o directamente te dejemos hablar, ¿entendido? Ahora puedes contestar.
— Sí Susana. — No supo qué hizo mal pero recibió un azote en las tetas.
— Merecemos que nos trates con respeto, a partir de ahora siempre que te refieras a nosotras nos llamarás por nuestro nombre y un Señorita delante. Ah y ni se te ocurra tutearnos porque ahí te dejamos el culo rojo todo el verano.
— Sí Señorita Susana. — Dijo Sandra dócil y humillada, nunca pensó que llegaría a esto. Sacó las chanclas y se las puso en los pies a su amiga.
— Muy bien, parece que con esta habitación has acabado, vamos a la última, pero antes… estás sudando y acalorada, será mejor que te quites lo que llevas.
Fue Irene la que habló ahora con una sonrisa maquiavélica en su rostro. Levantó las cejas para enfatizar su orden ante la inactividad de Sandra. La estaban ordenando que se quedase completamente desnuda, se llevó las manos a la espalda para desabrochar el sujetador negro que llevaba dejando ver unas tetas un poco más grande de lo normal acorde a su talla pero bien puestas, los pezones estaban salidos no por el frío, sino por la vergüenza que estaba pasando en ese momento. Llegó el turno de las bragas, que, con los pulgares en los laterales las bajó de un movimiento, tenía una vulva depilada sin un solo pelo, en eso era muy cuidadosa, no le gustaba tener pelo ahí abajo.
Susana, que era la que estaba más cerca, la agarró por los hombros y la obligó a dar la vuelta para que mostrase su trasero. Era más pequeño que el de sus amigas, las nalgas ya un poco más blandas de lo que le gustaría debido al poco gimnasio que hizo este último año. — Dóblate. — Ordenó Susana empujando su espalda hacia abajo.
— Vamos a ver cómo está esa entrepierna. — Se acercaron las otras dos que estaban en la puerta.
— Uy uy, está húmeda jajajajaja.
— ¿En serio?
— Sí, ábrela más. — Susana, divertida, agarró las nalgas de Sandra y las separó lo máximo que pudo para satisfacer la petición de Irene.
— Me da que Sandrita es una putita que le gusta esto. ¿Te gusta putita?
— No, paren por favor…
— Nueva orden putita, en ningún momento podrás llevarnos la contraria si no quieres ganarte un castigo. Te vuelvo a preguntar, ¿te gusta, putita?
— Sssssí Señorita Lucía, me gusta. — Contestó Sandra. Se vio obligada a contestar eso, y ahora mismo su cabeza era un mar lleno de dudas.
Podía entender por qué estaba mojada, por qué a cada trato más humillante y vejatorio, esta se humedecía más y más. La relación con Diego de cara al público era normal y corriente, pero en el momento en que se quedaban a solas, Sandra adoptaba una postura sumisa ante él. En la cama le gustaba ser usada, no tener el control y obedecer órdenes, ella pensaba que solo le gustaba con su pareja, por la forma que tenía tan autoritaria de ordenar. Nunca se imaginó que se mojaría si sus amigas le hacían algo así, hasta el día de hoy. Sin embargo, había una parte de ella a la que no le gustaba esto: la humillación que sentía de mostrarse así a sus amigas, además de la propia vergüenza al no controlar su excitación. Había accedido a hacer lo que le ordenasen incluso antes de entrar en la casa, pero nunca pensó que llegarían a este nivel.
— Jajajaja, cuanto más meto el dedo, más le tiemblan las piernas.
— Sigue, sigue, seguro que le gusta que le azoten también.
— ¿Te gusta que te azoten putita? — Preguntó Susana acariciando sus nalgas.
— Sí, Señorita Susana, pero por favor, paren.
— ¿Por qué, te vas a correr? — Habló Lucía.
— Ssssíííí — La voz de Sandra era un leve suspiro.
— Pues no, no te vas a correr hasta que te lo digamos.
— Pero si sigue no podré aguantarme. — Estaba al borde.
— Más te vale aguantar. De hecho, mientras vamos a ver cuánto te gustan los azotes. No pares de tocarla Lucía. — Sandra vio como Susana se quitaba una de las chanclas que le había dado y acto seguido la estampó contra su nalga derecha.
— AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH
— Shhhhh menos mal que no hay gente cerca pero no quiero que grites, ¿entendido? — Ordenó Susana.
— Sí, Señorita Susana.
Siguieron los azotes mientras Lucía la penetraba con sus dedos. En el momento que chocaba la chancla en su culo, esta metía dos dedos hasta el fondo de un empujón. Estuvieron así unos minutos, las piernas de Sandra ya se doblaban al mero contacto y estaba apunto de correrse como nunca. Su culo estaba rojo y con la marca de la suela de la zapatilla. Cuando se cansaba de nalga, iba a la otra, al igual que Lucía con los dedos, no supo cuánto tiempo estuvo tocando su vagina; de vez en cuando un dedo se pasaba tímidamente por su ano intentando presionar un poco sobre él.
— Jajajaja, bueno chicas parad, ya habrá tiempo de seguir más tarde. Puta, te queda mi maleta, andando. — Entre risas, Susana y Lucía pararon y se fueron con Irene, dejando a Sandra aún doblada y mostrando su culo rojo y la vagina brillante.
Se recompuso como pudo y anduvo desnuda hasta la siguiente habitación. Repitió el mismo proceso: abrir el armario, subir la maleta a la cama, abrirla e ir colocando la ropa. La diferencia es que ahora sus amigas estaban con ella, de vez en cuando le daban algún azote para que no se le olvidase el picor; o la agarraban del pelo y tiraban de ella solo por diversión; hasta la tiraban al suelo y tocaban sin miramientos.
— Tengo entendido que esta casa es de tu familia, ¿no?
— Sí Señorita Irene.
— Muy bien, pues ya que has terminado, nos enseñarás la casa.
Efectivamente justo después de colocar la última camiseta, un agarrón del pelo la tiró al suelo. “Empieza, y dirás diciendo que és cada habitación”. La casa se componía de tres plantas, era una casa bastante grande por lo que le llevó tiempo enseñarla entera. Comenzó por la planta de arriba que era una buhardilla, esa estancia se usaba principalmente para guardar todo lo viejo que no usaban ya desde hacía años. En ese momento se encontraba casi vacía, únicamente tenía una jaula de perro, la caseta y una bolsa con juguetes.
— Uy, ¿qué es esto puta? — Preguntó Lucía curiosa.
— Esto… es… las cosas de nuestro perro, que murió y nos dio pena tirarlas para mantenerle en el recuerdo.
— Jejeje, bueno una pena por tu perro, pero quién sabe, a lo mejor la siguiente mascota vas a ser tú.
— Hala tíaaaaa, un poco de respeto por su perro mujer. — Saltó Irene.
— Gr-gracias Señorita Irene. — Sandra estuvo apunto de llorar por el comentario de Lucía.
— No, no, lo digo por tu perro, por ti ninguno, sería una falta de respeto al animal que algo que no le llega a su altura, como tú por ejemplo, usase sus cosas.
— JAJAJAJAJAJAJAJA — Rieron a la vez las otras dos.
Ese comentario afectó a Sandra, que no pudo aguantar las lágrimas. Siguieron por la planta de abajo: había tres habitaciones y dos baños. No tuvo que enseñar mucho de los dormitorios porque ya habían estado ahí durante casi toda la tarde mientras Sandra colocaba las maletas de sus amigas. Los baños se componían de lo normal: inodoro, lavabo y ducha. Les sorprendió lo grande que eran las duchas, una persona podía tumbarse completamente en el suelo sin chocarse con las paredes.
— Vale, somos tres y hay dos baños en esta planta así que tendremos que ver cómo los usamos. — De nuevo no contaron con Sandra, que se encontraba de rodillas en el frío suelo de baldosa.
— Seguro que nos coordinamos bien.
Siguieron con la planta principal, que se componía de: un salón amplio, cocina, otro baño con inodoro y lavabo; y en el exterior estaba el jardín: con piscina y una zona para hacer barbacoa. En cuanto salieron, a Sandra se le puso el vello de punta; era ya tarde y estaba entrando la noche.
— Uy uy, me da que la putita tiene frío.
— Un p-p-poco Señorita Susana. — Un azote cayó sobre sus nalgas.
— ¿Quién te dijo que pudieses hablar?
— Ay, perdone, Señorita Susana.
Estuvieron fuera bastante rato, viendo la piscina, sentadas en el césped y humillando a Sandra. Hizo de todo, desde rebozarse por el frío césped hasta meter los pies en la piscina. No pararon de usarla a su placer, en esa tarde había mostrado tanto sus agujeros que ya no los sentía suyos, y para su decepción, le gustaba, estuvo mojada todo el tiempo desde que escuchó la primera orden.
— ¿Con Diego eras así? — Dijo Irene a la vez que hurgaba en su vagina, volviendo a calentarla.
— Sí Señorita Irene.
— Cuenta más, queremos todos los detalles.
— Pues empezó bien, en la cama íbamos bien hasta que llegó un día que perdí la motivación. Estuvimos apunto de dejarlo y… AAAHHHHH
— Espera, espera putita. — Para que parase de hablar, Susana pellizcó sus pezones. — ¿Quién iba a dejar a quién?
— Yooooooo le fui a dejaaaarr… pare por favor, me duele mucho.
— No voy a parar, sigue.
— Iba a dej-dejarlo pero antes l-le pregunté en cambiaaaaaaar el juego en la c-cama. Le dije de llevarlo a la sumisión, cuando leía sobre el tema me excitaba y le pregunté.
— O sea que va a ser verdad que te gusta esto y que eres una puta. — Rió Susana.
— Se me ha ocurrido, ya que te gusta tanto como estoy viendo, sigues con el coño chorreando, a partir de ahora Sandra no será tu nombre, te llamarás puta. — Secundó Irene.
— No por favor. AYYYYYY.
— Me he cansado, a cuatro patas ahora mismo puta. Te voy a azotar por desobediente y contarás cada azote mientras dices como te llamas.
— AYYY, uno, me llamo puta.
— Muy bien.
— D-dos me llamó puta.
Cada azote que recibía, más le dolía el culo, no quería ni imaginarlo de cómo lo tendría. “Diez, me llamo puta” Susana se entretuvo jugando con las tetas mientras que Lucía subía a por la maleta de Sandra.
Cuando bajó, Sandra estaba llorando de los golpes que había recibido en su maltrecho culo. Además, Susana cambió de entretenimiento a la vagina, por lo que las lágrimas de sufrimiento se mezclaron con las de placer.
— Vale escuchad un momento, tengo aquí la maleta de la puta, ya que ella nos ha colocado la nuestra, creo que sería justo colocar nosotros la suya.
— Sí, me parece bien, pero no voy a dejar de usarla, saca tú la ropa. — Parecía que Sandra era un buen entretenimiento.
— Vale, comenzamos con… la ropa interior, sé un sitio perfecto para ella. — Se dirigió a la piscina y tiró toda al agua.
— Nooooooo — Gritó Sandra.
— Tú cállate — Ordenó Susana metiendo sus dedos en la boca, provocando arcadas en la puta.
— Sí, es buen sitio, total, no la vas a usar puta, mírate, a cuatro patas sobre el césped con una mano en la boca y otra en el coño.
— Que por cierto, sigue chorreando. — Dijo Lucía. — ¿Quieres correrte puta?
— Sí, por favor, dejen que me corra.
— ¿Cómo te llamas?
— Puta, Señorita Lucía.
— Muy bieeeen, sigue así. Ahora siéntate bien, pero antes de posar el culo, ábrete las nalgas.
— ¿Puedo preguntar algo, Señorita Lucía? — Dijo, mientras obedecía, le dio un escalofrío en la entrepierna.
— Qué quieres.
— Por favor, ¿puedo correrme? — Seguía sollozando.
— JAJAJAJA NO, ¿quién crees que eres, alguien con derecho a correrse? Pues no, y ahora calladita y atenta a tu ropa.
Después de las risas, siguieron con su maleta. La mayoría de las zapatillas las dejaron tiradas por el suelo: “Creo que hemos encontrado con que azotarte jajajajaja cuando seas una putita mala”. Sandra no podía creer lo que estaba viendo, desnuda sobre la hierba, tiritando de frío mientras ellas, vestidas, hacían lo que querían con su ropa. Al acabar solo quedaron los vestidos que eligió para llevarse a las vacaciones, con una diferencia: los cortaron. Si antes apenas llegaban a la rodilla, ahora casi llegaban a su entrepierna, en el momento que se agachase, enseñaría a todo el mundo sus intimidades. Toda la ropa desechada acabó en la piscina, junto con su maleta que se hundió a lo más fondo de ella.
— Ahí queda esa ropa que no sirve para nada, ¿deacuerdo puta? — Sandra, únicamente asintió.
— Muy bien, ha sido un viaje largo y estamos cansadas, ahora nos vamos a ir a dormir. Como no hemos encontrado un sitio para ti todavía, nos acompañarás, dejarás que te usemos cada una en nuestra habitación, y cuando acabemos te tumbarás en el suelo del pasillo a dormir. — No dijeron una palabra más y se fueron en dirección a los dormitorios. Sandra se levantó y las siguió.
Dentro de cada habitación, fue sometida a cosas distintas. Cada una de las tres tenía gustos diferentes a la hora de dominar a Sandra. Irene le ordenó abrirse de piernas y quedarse de pie a su lado mientras ella jugaba con su vagina hasta que se cansaba y pellizcaba el clítoris o tiraba de sus labios. Le costó quedarse dormida debido a la diversión que estaba sintiendo con su nuevo juguete.
Susana le ordenó dar vueltas en la habitación a cuatro patas mientras repetía “Me llamo puta”, para después jugar con sus tetas, mordiendolas, pellizcándolas. Tenía los pezones rojos e hinchados casi tanto como su culo. Susana, en cambio, se aburrió más rápido y se durmió.
La última fue Lucía, que sin duda era la más sádica. Estuvo media hora azotando a Sandra por todo el cuerpo mientras la obligaba a mantener los brazos en la cabeza. Agarró un bolígrafo y escribió “PUTA” bien grande en su frente para luego, después de hacerla una foto, mandarla a dormir.
Sandra, exhausta, salió de la habitación llorando. Había sido humillada, golpeada, mordida, arañada, maltratada por todos lados de su cuerpo. Se tumbó en el suelo y se tapó la cara para que nadie pudiese verla. Estaba confundida, no le gustó el trato recibido por sus amigas, pero aún seguía con la vagina chorreando, le había gustado cómo la tocaban, cómo la ordenaban, todo, incluso su nombre en la frente, lo que no podía creer era que se sometiera así a esas tres chicas que conocía de toda la vida. Pero aún después de todo ese trato, tenía clara una cosa, quería demostrar que se arrepentía de dejarlas de lado y estas iban a ser las vacaciones de verano perfectas para ello.
CONTINUARÁ…
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