El cuerpo de Laurita disfrutaba de su primer orgasmo, olvidándose de su situación y hacía mal porque Don Antonio tenía mucho que hacer todavía.
Las enormes manos del hombre volvieron a recorrer todo el cuerpo de la niña que pronto sería mujer a petición propia, según había prometido.
Los pechos volvieron a ser amasados, los pezones pellizcados y tirados y la calentura de Laura volvió a aumentar rápidamente. Una mano se deslizó hacia el coño mientras la otra continuaba con las tetas.
De la palma de la mano que acariciaba la vulva se separó el dedo corazón que se dedicó a castigar el clítoris.
Pronto la niña estaba lista para otro orgasmo pero de pronto todo se paró. Las manos que la hacían tan feliz abandonaron su cuerpo y aquel orgasmo que estaba a punto de disfrutar se desvaneció y esto no le gustó.
Cuando se hubo tranquilizado un poco unos dedos abrieron sus labios vaginales y una lengua volvió a lamer lo más íntimo de su ser. Ahora la lengua penetraba en su interior como si quisiera desvirgarla. Esto era nuevo para ella y pronto volvió a estar a punto de un nuevo orgasmo y todo volvió a pararse justo en el último segundo.
Su cuerpo quería un orgasmo se encontraba tenso, quería orgasmar y no la dejaban.
Después de unos segundos de tranquilidad, Don Antonio, volvió a la carga. Se olvidó del coño. Le descubrió el ano y lo acarició con su lengua. Laura saltó como un resorte.
– ¡Ja, ja! Rió Don Antonio- el culo no es una de mis debilidades pero ya habrá otros que te harán descubrir los placeres de la puerta secreta.
Este comentario la intranquilizó pero como el hombre volvió a pellizcar su clítoris se concentró en su placer.
Unos hábiles dedos abrieron su vulva y una experta lengua recorrió todos los rincones de su coño y cuando estaba a punto de tener su merecido orgasmo todo se paró.
Su cuerpo se retorcía porque quería orgasmar pero sola y atada no podía. Su chocho estaba totalmente húmedo. Su torturador la contemplaba entusiasmado.
– Quiero tener un orgasmo- dijo Laurita con un hilo de voz.
– ¿Qué dices? Preguntó Don Antonio, como si no lo hubiera oído perfectamente. Era lo que estaba esperando.
– Quiero que me la metas, sucio cabrón- gritó Laurita. Estaba histérica.
– Tu me lo has pedido y yo te complacere.
Se puso en pié y la niña se fijó por primera vez en el pene de su desvirgador.
Era una buena verga, gorda, sin exagerar, llena de nervios que terminaba con un gran glande rojo y con un ojete que miraba a la niña desafiante pues se abría y dejaba salir un líquido como una baba brillante.
Esta preciosidad de órgano masculino se apoyaba en unos enormes cojones llenos de pelo negro.
Laurita se paralizó. Delante suyo se encontraba un oso lleno de pelo del que sobresalía un pene blanco con un ojete que tenía una mirada amenazante. Si antes lo tenía claro que quería ser penetrada ahora ya no.
– Si me penetras con esta monstruosidad me dolerá mucho. –dijo Laurita con su vocecita asustada.
– Mi pene está bien, es de buen tamaño pero no es nada exagerado. Los hay mucho más grandes. Ya los conocerás. Si me la llenas con saliva de tu boquita entrará más fácilmente y no te dolerá tanto.
Sin contestar Laura giró la cabeza a un lado y abrió la boca.
Don Antonio no se hizo rogar y en un santiamén le enterró su verga en la boquita virginal de la niña y empezó a culear como si estuviera follando en la boca.
Laura como quería llenar de saliva la enorme verga la recorría con su lengua por todos los rincones lo cual excitaba muchísimo a Don Antonio.
Los lengüetazos de la niña provocaron que la verga del hombre aumentará de tamaño y estuviera a punto de descoyuntar las mandíbulas de la niña.
Al llenar totalmente su boca, en el mete saca, los dientes rascaban en toda su longitud la verga del hombre que estaba a punto de alcanzar la temperatura de ebullición.
El hombre empezaba a sudar como un cerdo debajo de la caperuza de cuero negro que tapaba parte de su cara para que la niña no pudiera reconocerlo. Solo dejaba a la vista una poblada barba negra con algunos mechones blancos.
– Eres divina, mi niña. Dijo.
La calentura también había aumentado en Laurita.
Don Antonio salió de la boca y se situó entre las piernas de la niña. El ojete de su verga ya no miraba el coño que iba a desvirgar sino que miraba al techo mostrando toda su esplendorosa longitud.
Entre deseosa y aterrorizada la niña miraba la verga. La deseaba y la temía al mismo tiempo
El torturador de Don Antonio cogió la verga con una mano y con la otra abrió los labios virginales del coño de la niña y restregó su glande en la entrada. Con su ojete empujó el clítoris.
– A que esperas cabrón. Métamela de una vez- gritó desesperada.
Don Antonio apalancó su verga a la entrada y la soltó. Colocó sus dos manos en la cintura de la niña y despacito atrajo en cuerpo virginal hacia el suyo. Él no se movía era el cuerpo de la niña que penetraba en su verga.
La verga iba penetrando despacio y apretaba al intruso que se colaba en su interior.
– Qué estrecho lo tienes. Qué gusto me das
La niña recibía sensaciones nuevas y todas muy placenteras pero quería más.
De pronto el avance se interrumpió. El glande había tropezado con un obstáculo que cerraba su paso. La niña se asustó y el hombre sonrió.
Con un golpe de riñones Don Antonio perforó el himen de la virgen y penetró hasta el final al mismo tiempo que la niña dejaba de serlo para convertirse en mujer y para que todo el mundo lo supiera lanzó un grito que lo hubiera escuchado todo en barrio si la habitación no hubiera estado insonorizada.
Si antes los movimientos del hombre eran lentos y cadenciosos ahora eran todo lo contrario eran rápidos y desesperados.
Las manos del desvirgador acercaban y alejaban el cuerpo virginal cada vez más rápido de su verga. Cada vez resoplaba más. El orgasmo de la niña cada vez estaba más cerca
Y por fin llegó un orgasmo explosivo, que no tenía fin y cuando parecía que terminaba recibió una descarga de semen que provocó que el orgasmo se prolongara más
Cuando Don Antonio notó que le llegaba su corrida clavó su verga hasta el fondo de la vagina como intentando que su leche le saliera por la boca a la niña. La clavó tanto que cuando terminó se derrumbó sobre el cuerpo de su víctima y así estuvo hasta que se recuperó y su polla dejaba de escupir semen.
Recuperada la respiración, Don Antonio se incorporó y su verga antes tan orgullosa ahora se mostraba tímida mirando al suelo.
Al salir el pene del coño virginal también salió gran cantidad de semen mezclado con sangre.
Todo el esfuerzo realizado por Laurita hizo que se durmiera tal como estaba, atada de pies y manos a unas cadenas como de un columpio y con el coño babeando sangre y semen.