Nueva Amazonia
Excepcionalmente eran sólo ellas dos las que almorzaban esa mañana sentadas en la mesa habitual, Marta y Cristina charlaban como de costumbre, eran buenas amigas. Pero ese día Cristina estaba realmente interesada en lo que Marta le estaba contando.
-No sé, no estoy segura de que a Alberto le vaya ese rollo… – Bah, pero si a todos les gusta… Igual que lo de vestirse de mujer, ¿Te has fijado en la cantidad de tíos que se disfrazan de tías en carnavales y fiestas de disfraces?, ¿Nunca te ha pedido Alberto nada «especial» en la cama? -¿Especial como qué? – No sé, como que lo ates a la cama – ¡No! – O que le pellizques los pezones, ¿Le gusta que le mordisquees los pezones? – Sí, eso me lo pide casi siempre, pero… – ¿Y a veces te pide que le digas cuándo se puede correr? – Sí… eso también lo hace, pero no creo que… – Tú sólo propónselo y verás. Te vas a sorprender. – Creo que no Marta, me gustaría, de verdad, tengo curiosidad y me parece que podría ser excitante, pero me da demasiada vergüenza, si saliera de él… – Piensa que seguramente a él le da más vergüenza que a ti. De todas formas, toma esta tarjeta, por si te decides. El viernes cenaremos sobre las nueve, a las ocho ya estará abierto. – De acuerdo Marta, si cambio de idea… Oh, vaya, ¿Has visto que hora es? Vamos paga, que hoy te toca a ti -¿A mí? ¿Seguro? Bueno.
Volvieron a entrar en el bloque de oficinas moderno, muy del estilo de los ochenta, funcional, impersonal y rematadamente feo que servía para albergar la sección de la empresa de software donde trabajaban como programadoras. Pero Cristina, sentada frente al ordenador, no podía concentrarse en su trabajo. No paraba de pensar en la conversación que había mantenido durante el almuerzo con Marta. Sacó la tarjeta que su compañera de trabajo le había dado: «Nueva Amazonia». Un nombre tan sugerente que era casi explícito. De repente tomó la decisión de decírselo a su pareja. El resto de la mañana estuvo ocupada en decidir cómo plantearía la cuestión y cuál sería el mejor momento para hacerlo.
Esa misma noche, Alberto llegó a casa especialmente cariñoso con su novia, con la que compartía piso desde hacía 4 meses.
Así que estás cachondo -pensaba Cris- Creo que voy a probar algo. -Cariño, lámeme las orejas. -¿Qué? -Venga, dale ese capricho a tu nena. Lámeme las orejas. Su novio parecía muy sorprendido, pero después de dudar unos instantes obedeció y le chupó las orejas durante unos segundos, hasta que habló Cris: – Ya basta. Ahora quiero que me besuquees y me chupes los deditos.
Alberto se sorprendió al principio, pero sin duda disfrutaba con aquella excentricidad de su compañera, a juzgar por la meticulosidad con que cumplía las instrucciones de Cris. Lamía sus dedos, se recreaba en las uñas lacadas en rojo de su novia… Cris jugó un poco más, hasta que creyó que ya era suficiente. La actitud tan dispuesta de su novio con este jueguecito de yo-mando y tú-obedeces le dio todo el valor que necesitaba: se incorporó hasta quedarse sentada con la espalda apoyada en el dosel de la cama.
-Ven, siéntate frente a mí. -Alberto obedeció sin rechistar, se notaba que deseaba seguir jugando. Vamos, Cris, no pares ahora, juguemos un rato más a este juego delicioso- pensaba Alberto mientras se sentaba en la cama, completamente desnudo, era una de las órdenes que Cris le había dado. La muchacha puso su mano bajo los testículos de Alberto y empezó a masajearlos subiendo de vez en cuando al pene. Mientras acariciaba muy lentamente a su novio de esta manera, le dijo: ¿Te gustaría que fuéramos el viernes por la noche a una fiesta? – Una fiesta, Cris, cariño, … ahh ¿Qué fiesta? – Será una cena algo especial. Es un club de mujeres. – ¿Un club de mujeres? ¿Qué es un club de mujeres?
Antes de contestarle Cris acarició con firmeza el glande de Alberto, sin dejar de mirarlo a los ojos con una expresión entre perversa y traviesa.
– Pues es un club en el que se reúnen mujeres que tienen unos intereses comunes… – ¿Y qué pinto yo allí? – Ah, claro que pintas, -dijo sonriendo, mirando a los ojos de su chico, al que tenía cogido por los testículos- es un club de mujeres en el que se admiten hombres. Pero es una sorpresa, no te diré nada más. El viernes a las ocho iremos. Ahora quiero que me folles. Venga, métemela…
Aquél fue uno de los mejores polvos que Alberto recordaba. Y también era de los mejores para Cris, que comprobó como la misteriosa cita del viernes había redoblado la pasión de su novio.
Por fin, es viernes, y ya he acabado ¡Me voy a casa! Una ducha, a arreglarme y me voy con mi chica a ver eso del club de mujeres. A ver si al final va a ser uno de esos de intercambio de recetas o cursillos de vete a saber qué. Pero el jueguecito que se marcó Cris… y la forma de decírmelo, y su forma de follar luego… ¡Su forma de follar! Creo que sí, que será algo interesante.
Aquella noche conducía ella. Tuvo suerte, encontró aparcamiento justo en la puerta de la dirección que indicaba la tarjeta. Era una gran casa en las afueras, casi una mansión, de construcción moderna pero agradable. Cris pensó que por qué razón no podían construirse los edificios oficiales y los bloques de oficinas con un estilo parecido a este, y no como la colmena en la que trabajaba..
De nuevo el agradable sonido del timbre, le volvió a sorprender. Enseguida se abrió la puerta, y un empleado, elegantemente vestido, les recibió.
– Adelante. Usted debe ser Cris. -Sí, ¿Ya estaban enterados? – Sí, Marta nos lo comentó, de otro modo no hubieran podido entrar. Creo que sólo tiene una ligera idea de lo que es Nueva Amazonia. – Sí, lo poco que me ha contado Marta, pero ha conseguido interesarme. Y a mi novio también. – Si eres tan amable, allí te explicarán los detalles -Dijo señalando a una puerta a uno de los extremos del vestíbulo. La pareja se dirigió hacia la puerta. -Hola Cris. Pasa, siéntate. Soy Laura. Has venido con Alberto, ¿No? – Sí, he venido con mi novio. Marta me dijo que teníamos que venir los dos. – Bueno, en realidad no es estrictamente necesario, pero es preferible, sí.
Alberto se dio cuenta en este momento que hasta ahora todos se habían dirigido a Cris. Él parecía un simple acompañante, nadie le había hablado desde que entraron. – ¿De qué va esto? -Dijo como consecuencia de lo molesto que le había resultado darse cuenta tan tarde de este hecho, aunque bien mirado, tampoco es tan raro, tratándose de un «club de mujeres» que además se llama «Nueva Amazonia». No, parece normal que sean ellas las que hablen. Laura dedicó una breve mirada a Alberto y volvió a Cris para decir:
– Aquí creemos en la superioridad de la mujer con respecto al hombre. Esto es como un pacto. Es requisito previo para la admisión el consentimiento de los dos miembros de la pareja. Y se puede abandonar cuando se quiera, en cualquier momento. Pero esto no significa que se pueda hacer cualquier cosa. Hay unas reglas, que funcionan muy bien y que en casos graves prevén la expulsión. – ¿Qué quiere decir eso de que los hombres son inferiores a las mujeres? – Siempre que seas un habitante de Nueva Amazonia, así será. Tendrás que aceptar esto, o no podrás entrar. Recuerda que aquí entra y sobre todo se queda quién lo desea, nadie te obliga. – Básicamente, las chicas mandamos y vosotros obedecéis. – ¿Sois mucha gente? – Yo diría que bastante, para el tiempo que llevamos… sólo tres años, y ya tenemos más de cuatro mil socios en varios países… – ¿Y hay muchos hombres? – Exactamente el 57 % son hombres. – Tenemos una junta de gobierno, en la que tienen derecho a voto todas las mujeres. Lo hacemos a través de la Red. Por supuesto, un hombre debe obedecer cualquier orden dada por una mujer. Sois nuestros esclavos, la más mínima desobediencia puede significar la expulsión.. Expulsar a una mujer, a una amazona, es más difícil. Pero tampoco podemos saltarnos las reglas, recuérdalo, Cris. Por supuesto, Nueva Amazonia no quiere publicidad. Todo lo que podéis decir es lo que Marta te dijo a ti, no más. Para reconocernos, tenemos unos distintivos. Pasad aquí al lado, la puerta de la derecha, allí os harán la tarjeta y ya os irán explicando sobre la marcha, el material y todo eso. Bienvenida, Cris.
Otra mujer, impecablemente vestida y maquillada les explicaba ahora, en una oficina cercana. -Cris, tú eres una amazona. Alberto es tu siervo, tu esclavo. Este brazalete es para él, lo debe llevar siempre para que se le reconozca como ciudadano de Nueva Amazonia. Nosotras llevamos estas pulseras. Y ahora, pasad al salón y divertíos.
El Salón estaba muy animado. Algunas mujeres llevaban hombres atados con cadenas de perro, y los paseaban por el salón. Una rubia algo regordeta pero muy guapa iba de grupo en grupo con dos hombres amarrados por sendas correas. Los hombres se movían a cuatro patas. Tenía una cara angelical, y unos expresivos ojos azules. Cuando se detenía a hablar con algún grupo, sus chicos también lo hacían. Se tumbaban en el suelo intentando imitar la postura de un perro al hacerlo. Sin duda, su ama les habría dado instrucciones para que lo hicieran así. De repente, una pelirroja muy alta y esbelta se acercó hacia nosotros. Era Laura, la que nos desveló el misterio, la que nos admitió en Nueva Amazonia. Cogió del brazo a Cris y se la llevó mientras decía:
– Te voy a presentar a las chicas. No te preocupes por tu perrito. No se va a escapar, ¿Verdad, nene? – No claro que no. Estaré por aquí Cris.
La rubia de los dos hombres amarrados se acercó hasta Alberto.
– ¿Eres nuevo, no? – Sí es la primera vez -dijo Alberto desviando una furtiva mirada a los cautivos perritos. – Ven conmigo, acompáñame a ese sillón. – No, verás, es que he venido con mi chica y está allí y… – Si estás aquí dentro, ya deberías saber que tienes que obedecerme, como mujer que soy. Así que ya tienes amazona. Dime quién es y cómo se llama. – Es aquella de allá, la del pelo castaño. Se llama Cris. – Bien. Ve allí y dile a tu amazona que si le importa que te vaya enseñando lo que es esto.
Alberto estaba fascinado, y muy, muy excitado. Fue hacia el grupo donde estaba su novia. Le explicó lo que aquella chica había dicho.
Cris sonrió y dijo. -Ve y obedécela en todo lo que te diga. – Como tú quieras Cris.
Alberto volvió hasta el sillón donde ya se había sentado la mujer, con sus perros-hombres tendidos a un lado, a sus pies.
– Lámeme las sandalias. Empieza por la derecha.
Alberto empezó a hacerlo.
-Levanta. Mírame. ¿De qué color llevo pintadas las uñas de los pies? – De azul. – Llámame señora. Muy bien. Sigue limpiándome las sandalias y los pies. Sabes, tengo los pies algo cansados de pasear a mis perritos. Y mis sandalias azules están hechas una pena. Venga chico, sigue chupando.
Le dejó hacerlo durante un minuto, en el que Alberto pasó su lengua por el largo tacón de aguja de sus sandalias, por las tiras de piel, por sus uñas azules, recreándose al hacerlo, deseando que aquella adorable chica no pudiera tener queja.
– Ahora levanta. Lo has hecho muy bien. -Entretanto, algunas chicas y Cris habían venido y presenciaban cómo Alberto era humillado, y como a él le gustaba humillarse, con qué fruición lamía las sandalias… Cris se excitó todavía un poquito más, y empezó a humedecer sus bragas, ver a su chico así de obediente le ponía a cien. Puede que Nueva Amazonia se convirtiera en la nueva patria de ella y su sumiso Alberto.