Muñeca bondage
Creo que lo suyo antes de contar lo que propiamente cabe esperar por el título del relato es cómo he llegado a ello. Así en corto, he firmado un contrato con mi novio en el cual soy básicamente una propiedad suya. En largo, la sumisión ha sido inherente en mí desde siempre y que descubrí siendo pequeña viendo dibujos animados en los que aparecían escenas mínimas de bondage. Luego ya vino la adolescencia y comencé a trastear con mis primeras cuerdas, atándome las piernas para a continuación retorcerme tratando de liberarme, pero siendo sumamente insatisfactorio al no quedar realmente bajo el control de otra persona. Más tarde vino mi primer beso con un chico, mi primera mamada, mi primer polvo. Placentero, sí, pero insuficiente. Yo quería que me ataran y me usaran sexualmente como le diera en gana a mi captor, y aunque nunca he sido ni la más tímida ni la más lanzada, proponerles algo así a las parejas que iba teniendo me daba algo de corte. Hasta que ya no pude más, claro, hasta que incluso el sexo anal se me quedó insulso. Fue así como fui a dar con un follamigo, alguien con el que tenía la suficiente confianza para contarle lo que realmente deseaba, ser el juguete bondage de mi pareja. Y tras experimentar en mi propia piel su evolución y aprendizaje con las cuerdas llegamos finalmente a firmar el susodicho contrato. Básicamente, desde fuera, parecemos un matrimonio de la época de mis abuelos. Él trabaja, pone el dinero en casa, soluciona los problemas y yo me encargo de todo lo doméstico, sólo puedo hablar en público cuando alguien se dirige directamente a mí y con el aditivo de que puede atarme cuándo le plazca, durante el tiempo que él quiera y todos mis orificios están a su entera disposición en todo momento. Hay límites, obviamente, la gran mayoría de ellos no están escritos en piedra, y a medida que evolucionó como juguete bondage, los vamos ampliando. Mi boca ya se ha hecho, por ejemplo, a ballgags de 6 cm, ahora uso pinzas para los pezones con un poco de peso, mis codos ya pueden atarse juntos, ya me he dado algún morreo con alguna mujer a pesar de ser 100% heterosexual, y me he comido la polla de algún amigo de mi propietario a petición suya (la última fue a un pobre que lo acababa de dejar su novia y mi amo quiso que le levantara la moral).
Hasta ahí un poco lo que vendría a ser el preámbulo. Quiero aclarar también, antes que nada, que no diré mi nombre, ni mi edad, ni cualquier pista relacionada con mi vida privada. Ya tuve una muy mala experiencia en el pasado por filtrar información personal, con amenazas y acoso, y no se volverá a repetir. Así que el lector puede imaginarme cómo más le guste. Ningún problema con ello, no os cortéis. Al fin y al cabo el motivo que me trae a pulsar estas teclas es precisamente que el lector se masturbe a gusto.
Era viernes por la noche, ya bien entrado el invierno, y mi amo me había ordenado que me pusiera uno de los vestidos que él llama de “putilla”. Escotados, ajustados y tan cortos que continuamente tengo que estármelos bajando para que no se me vea el culo. Eso y el maquillaje fueron las únicas elecciones que pude hacer yo; la ropa interior la escogió él. No me sorprendió que tuviera que llevar liguero negro (es uno de sus fetiches), ni que no tuviera que llevar sujetador, pero sí que me pusiera lo que nosotros llamamos “zapatos de follar”: unos con un tacón tan alto y tan fino que realmente no sirven para caminar y los usamos básicamente para lo que reciben su nombre. Generalmente este tipo de calzado lo usamos exclusivamente en casa, pero aquella velada los iba a llevar fuera. Intrigada nos subimos al coche.
-Abre la guantera -me dijo tan pronto llegamos a la autovía.
En ella había una venda y me la puse sin necesitar más instrucciones por su parte. Ni a él le gusta explicarse demasiado ni yo soy tan tonta como para no saber qué se espera de mí. Aún así era la primera vez que me veía en una situación así y eso me puso cachonda, como siempre que no sé que va a pasar y mi amo me aplica cualquier tipo de restricción, ya sean cuerdas, mordazas o vendas. Una vez la tuve puesta mi mano salió disparada a su polla, y por encima del pantalón comencé a ponérsela dura (me encanta sentirla crecer y posteriormente hacerla explotar), pero como era costumbre en él mientras conducía me ordenó que tuviera las manos quietas. Para que las tuviera ocupadas puso en ellas pinzas para papel. No sé muy bien cómo describirlas, pero para que os hagáis una idea son del tipo que no me gustan. Aplican mucha, demasiada presión, (mucho mejores y más gentiles eran las que teníamos del sexshop) y aunque no soy nada amiga del dolor, en nuestro contrato está estipulado que puede hacer llevármelas una vez durante un máximo de 15 minutos a la semana. A ciegas suspiré con resignación, me saqué las tetas fuera del vestido y me masajeé el pezón izquierdo hasta hacerlo emerger por encima de su aureola, tal y como a él le gustaba, abrí las mandíbulas de la primera pinza y dejé que estas se cerraran entorno al pezón (ESE era el segundo peor momento de ponerse las pinzas. El peor de todos, a años luz de diferencia, cuando te las quitabas y te volvía la circulación). Mordiéndome el labio inferior apagué el grito que amenazaba con escaparse de mi boca y jadeé con fuerza por la nariz repetidas veces. El dolor, intenso de inicio, fue remitiendo a medida que mi pezón se quedaba dormido por la presión. Repetí la operación en el derecho con idéntico resultado, y así, con la boca cerrada en una mueca de dolor, dejé mis tetas a la vista.
-Vuélvete a subir el vestido, ya vas llamando suficientemente la atención con la venda. Si nos paran va a ser muy complicado de explicar y no quiero llegar tarde.
Fui a ponerle malos morros, incluso a replicarle, pero para eso teníamos firmado un contrato, para que yo hiciera lo que me dijera sin rechistar si entraba en nuestras condiciones. Si él era consciente o no de lo que implicaba cumplir sus deseos no estaba en mi mano hacérselo ver. Con el pulso acelerado estiré el vestido por el escote y lo más suavemente que pude lo deposité encima de mis tetas, comprimiendo las pinzas contra ellas en el proceso y haciendo que me quejara muy audiblemente. Esa sensación, nueva para mí, era una no muy deliciosa tortura. La apretada tela doblaba las pinzas y con ellas mis pezones en un ángulo imposible, impidiéndome ser capaz de evadirme de esa sensación.
-Buena chica -dijo acariciándome el pelo-. Con lo valiente que estás siendo quizá hasta dejo que te corras hoy.
-Sí, claro -respondí con el cinismo que me permitía el dolor que sentía en las tetas.
Por aquellos entonces llevaba exactamente 476 días sin tener un orgasmo. ¿Qué por qué sabía que eran esa cantidad de días exactamente? Porque mi propietario los iba apuntando en el calendario e iba actualizando el número escribiéndolo bien en grande en la pizarra que teníamos en el frigorífico para que lo tuviera presente en todo momento. A raíz de eso me había vuelto una completa experta en masturbarme llevándome justo hasta el límite antes de abandonar mis caricias. Esa era la única manera que tenía de quitarme el mono, aparte de que también era mi obligación, ya que a mi propietario le encantaba elegir mi porno diario y que me toqueteara siempre mientras lo veía.
Para clemencia de mis pezones no tardé en notar como el coche aminoraba su velocidad y, después de lo que debían ser unos cuantos semáforos, se detenía por completo. Con el motor ya apagado suspiré ante la emoción de recibir nuevas órdenes. Le escuché a él salir y el maletero abrirse. No tenía ni idea de cuál era el plan esa noche, y esa ignorancia me estaba poniendo super cachonda.
-Espera, que te ayudo a salir.
Asentí con la cabeza dando las gracias. Entre la venda y los zapatos era muy posible que me fuera contra el suelo si nadie me guiaba, y cogiéndome de la mano me sacó fuera del coche. Sentí el frío de la noche morderme toda la piel, semivestida como iba, y con un temblor me sacudí de encima esa sensación. Pasándome el brazo por la cintura me acompañó a donde fuera que me estuviera llevando.
-Quédate aquí un momento -dijo mi propietario soltándome un momento.
Lo siguiente que sentí fue como me apartaba el pelo y pasaba este por detrás de mis orejas. Cuando noté que me introducía algo en los oídos supe qué eran los tapones que me había hecho a medida precisamente para cuando quería que oyera lo más mínimo posible. La privación sensorial de mi vista y mi oído hizo que frotara mis piernas entre sí y que me aguantara las ganas de suspirar. Unido al dolor en mis pezones me hacía sentir más suya que nunca y todo eso me estaba dando un morbazo de narices.
Avanzamos un poco más. Al principio unos pocos pasos, me detuve, luego unos pocos más y noté la vibración que hacía una puerta al abrirse. Avanzamos y a continuación sentí calor. Ya estábamos dentro del sitio que fuese al que me había llevado y mi imaginación echó a volar y con ello mi coño a humedecerse.
¿Cuánta gente habría a mí alrededor? ¿Quién me follaría esa noche? Imposible saberlo. Aunque los tapones me aislaban de casi todo, unas voces inentendibles llegaban a mis oídos.
Me quedé un rato largo de pies en medio de la más absoluta oscuridad, sonriendo lo mejor que me dejaban las pinzas en mis pezones al saberme observada. Mantenerme tan de puntillas por la curvatura de mis zapatos de tacón alto tampoco es que fuese cómodo precisamente, pero muy elegantemente eché las manos hacia atrás y estirada ofrecí la mejor visión posible de dos de las partes más importantes de mi cuerpo, mis pechos y mi culo. Quién fuera que me estuviera viendo tenía bien claro que se le estaría poniendo la polla bien dura al contemplarme como estaba y tan dispuesta a satisfacerles. Se me pasó por la cabeza saludar, pero mi propietario no me había dicho que pudiera hablar, así que nada.
Forcé un poco la postura para así hacer que el vestido se me subiera un poco y pudiera apreciarse el liguero y el tanga que mi amo había elegido para mí y para esa ocasión, y ya por fin llegó el para mí tan ansiado toqueteo. Una mano me apretó el culo, y por el cómo lo hacía yo juraría que era mi propietario. Noté como mi vestido se subía hasta casi mi cintura y como me bajaban el escote para dejar mis tetas desnudas. Me mordí el labio a medio camino entre el dolor que me produjeron las pinzas y la oportunidad de sentirme tan vulnerable. Una sola mano me manoseo una teta mientras la otra seguía en mi culo y jadeé de dolor. Apreté mis manos entre sí a mis espaldas ante la tensión que me producía lo que sabía que iba a venir: llegaba el momento en que me quitarían las pinzas. Obviamente no lo vi venir, y cuando las mandíbulas de una de ellas se abrieron entorno a mi pezón grité de dolor, grito que rápidamente silencié cerrando la boca pero que no me quedó más remedio que expresar aunque fuera doblando la rodilla y venciéndome sobre quién fuera que me estaba sobando (era mi amo, lo supe por su perfume). Bufé y me retorcí, y cuando sentí la mano cambiar de pecho mi respiración se volvió vertiginosa. No, otra vez no. No quería que la pinza se quedara ahí donde estaba, pero tampoco quería que me la quitaran. Y entonces pasó, y grité y boté en el sitio. Dios, cómo odiaba esas pinzas. Las odiaba con todo mi alma. Las otras que teníamos en nuestra colección eran mucho mejores, hacían exactamente la misma función pero de manera mucho menos cruel que esas.
Amablemente me comenzaron a chupar los pezones, a mimarlos con la lengua y suspiré del gusto echando la cabeza hacia atrás. Esa alternancia de sensaciones era una verdadera delicia, pasar del dolor al cariño me hizo sentir cuidada y deseada.
Cuando se aburrieron de rechupetearme las tetas me guiaron hasta hacerme poner de rodillas e intuyendo lo que se esperaba de mí abrí la boca para recibir la polla que con tanto ansia mi coño reclamaba. De todos mis orificios para dar placer a mi amo la boca era mi preferida. Cuando me follaba por delante o por detrás era él el que hacía el esfuerzo, sin embargo, satisfacerlo con la boca era la muestra perfecta de sumisión. Yo no recibía placer alguno al hacerlo, él recibía toda la atención que se merecía sin hacer nada ya que yo me encargaba de hacer todo el trabajo y no hacía falta limpiar posteriormente su corrida ya que esta iba a parar al fondo de mi garganta.
Con la polla bien limpia por mi saliva bastaba con que se volviera a subir los calzoncillos y los pantalones para continuar con los ires y venires de su día a día.
Sin embargo, mi boca tendría que esperar, ya que una vez de rodillas me reclinaron hacia delante, exponiendo todo mi culo. No tenía ni idea de cuánta gente habría a mi alrededor, percibía vibraciones y presencias entorno a mí y también voces inidentificables, y eso me excitaba de sobre manera. ¿Cuántas pollas ya habría puesto duras con la rendición y sumisión de mi cuerpo? Con las manos separé bien mis nalgas, ofreciéndome a la audiencia. Noté que comenzaron a masajear el clítoris por encima del tanga, y ahí sí que sí ya supe que era mi propietario quien me estaba poniendo a cien. En la posición en la que estaba sabía perfectamente qué era lo que iba a ocurrir. Mi amo me estaba calentando para relajar mi culo y reventármelo posteriormente con su polla o con un plug anal. Sabía que no me había dado la orden expresa de que pudiera correrme, pero como siempre me sentí tentada de hacerlo. Estaba ya tan cachonda y sensible que con un poco de atención por su parte ya me bastaba para alcanzar el clímax. Conteniéndome de que eso ocurriera y gimiendo noté que hacían a un lado mi tanga sin quitármelo, y el tacto frío y denso del gel lubricante en contacto con mi ano me hizo dar un respingo.
-Sí, por favor, rómpeme el culo -susurré apenas audible.
Me cayó un azote en consecuencia, que no supe si era un halago o un castigo por mis palabras, y ya por fin noté como un dedo se abría paso dentro de mí, entró al fondo y salió girando, haciéndome sentir en el cielo. Una y otra vez, aclimatándome para lo que iba a venir a continuación. Y sí, era un plug anal. Pero no uno como a los que estaba habituada, más cónicos que ovalados. Este tenía esta última forma, y por cómo comenzó a incidir por entrar era más grande lo habitual. A mí propietario no le gustaban los consoladores que eran más grandes que su propia polla. No por envidia o comparativa, como me hizo saber una vez. No, era simplemente que si mi coño y mi culo se dilataban más de la cuenta, cuando me follara, iba a sentir menos placer. Los necesitaba bien prietos para su propio disfrute personal. Sin embargo, ese tapón anal en cuestión era bastante MÁS grande. Apreté los dientes y me obligué a relajarme. Si mi amo me lo quería meter lo acabaría haciendo, costara lo que costara, así que lo mejor que yo podía hacer por mí era no resistirme.
Con las manos abriéndome las nalgas se lo puse lo más fácil posible, e incidiendo y retrocediendo mientras giraba, mi culo comenzó a hacerle hueco al plug. Menos mal que me fue masturbando mientras lo hacía, ya que a medida que este llegaba dentro de mi ano a su circunferencia máxima me fue haciendo daño y, con ello, transportándome al pasado, cuando el sexo anal era doloroso de inicio. Una vez pasó ese punto crítico todo fue coser y cantar y mi culo engulló ese juguete sin esfuerzo, relajando el esfínter en torno al pequeño cuello que tenía para que no se me saliera. En el momento en que eso pasó también se detuvo mi masturbación. Gruñí a modo de queja, pero más por postureo que por otra cosa. Siendo sincera, me bastaba con sentir uno de mis orificios llenos para sentirme completa y deseada.
Fui a incorporarme, pero una mano en mi espalda me mantuvo en la posición expuesta que ya estaba. No sabía qué más podía ofrecer yo a la audiencia en esa postura, pero como siempre mi impaciencia quedó en evidencia cuando sentí el tanga volver a su posición inicial.
Mi amo no se hizo de rogar y me ayudó a levantarme. Puso mis brazos a la espalda en posición de ángulo recto respecto al codo y sonreí visible y lascivamente ante la perspectiva del “boxtie” que intuía me iba a practicar. Sin duda alguna esa atadura de bondage favorita, bueno, o quizá no. El “hogtie” disputa muy mucho ese primer puesto. Además, ¡eran complementarios! Lo que tiene el “hogtie” es que cambia una barbaridad las sensaciones que me produce dependiendo de si mis piernas están atadas a la altura de las rodillas o de los muslos, o cuando en vez de atarme los tobillos juntos estos están cruzados. Eso sin contar que no es lo mismo unir los tobillos con las muñecas o a la espalda o al pelo, y que puede cambiar drásticamente dependiendo de lo que tensen las cuerdas. Así que sí, yo creo que pongo al “hogtie” como mi atadura favorita y el “boxtie” en el segundo puesto. Pero bueno, a lo que iba, el “boxtie” me encanta porque ya no es sólo que te aten las manos a la espalda, el cual es para mí el requisito más indispensable del bondage, sino que al poner los codos en ángulo recto dejas expuesto todo el culo, quedando accesible para cualquier tipo de penetración, ya sea por delante o por detrás.
Pasaron la cuerda por mis muñecas, y una vez juntas esta subió hasta por debajo de mis hombros, envolviéndome por delante y por encima de mis tetas, pasando a atrás para volver a pasar hacia delante esta vez por debajo de ellas. Un clásico que nunca pasaba de moda. Ahora quedaba asegurar y fijar, y primero subió la cuerda por mi axila izquierda, me rodeo el cuello por detrás siguiendo los hombros y bajó por la otra axila. Como siempre probé a liberarme, y retorciéndome comprobé qué movilidad tenía. Las muñecas podía moverlas hacia arriba bastante, pero contaba y deseaba que por poco tiempo. El bondage mal hecho me ofendía. El bondage no estético me desagradaba. De hecho, en el contrato que firmamos mi amo y yo quedó en negro sobre blanco que tendría que mejorar mucho sus habilidades a las cuerdas. Estaba bastante verde cuando comenzamos nuestra relación, pero la verdad es que ahora, sin ser un virtuoso, lo que hacía lo hacía muy bien, y cuando me ataba resaltaba todos mis atributos a la par que me inmovilizaba como Dios manda. Así que cuando pasó una cuerda a la altura de mi vientre y la usó para fijar aún más mis muñecas me di por contenta. Ahora sí que estaba a su merced, y por mucho que lo intentara jamás conseguiría desatarme por mis propios medios.
-Gracias -dije con coquetería.
Todavía quedaban mis piernas y el cómo fueran atadas estas, o no, me dejaría bastante claro qué se esperaba de mí esa velada. Me guiaron hasta el suelo y me empujaron hasta quedar tumbada boca arriba, plegaron mi pierna izquierda sobre sí misma y sonreí cuando la primera cuerda comenzó a afianzar mi tobillo contra mi muslo en un “frogtie”. Buf, ¿qué sería? En esa posición podían hacer conmigo cualquier cosa, ponerme a cuatro patas, penetrarme tal cual estaba… En esas dudas seguía todavía cuando repitieron el proceso con mi otra pierna. Me encantaba que mi propietario me follara desde atrás con un plug en el culo, sentir su polla dentro de mí empujando mientras el consolador anal presionaba contra ella era una sensación difícilmente superable. Ojalá fuera eso, pensaba con el coño humedito.
Me reincorporaron dos brazos y juró que, incluso a ciegas como estaba, supe que lo habían hecho entre dos personas. No sé, quizá fue la fuerza con la que lo hicieron o la falta sutil de coordinación en el movimiento. Pffff, ya tenía claro de antes que había alguien más aparte de mi amo, pero la confirmación táctil de ello fue una verdadera subidona.
Noté como un pulgar se metía dentro de mi boca y comencé a chuparlo con ansia y lascivia. Con el resto de los dedos me inmovilizaron la mandíbula impidiéndome hacerlo, así que adelantándome a los acontecimientos ofrecí ésta abriéndola al máximo sacando la lengua todo lo que podía. Entonces comenzaron a deslizar dentro mi boca algo con textura de paño. Gruñí un poco mientras lo hacían. Primero por la brusquedad, segundo porque el “mouth packing” no era mi mordaza favorita, aunque fuera la más efectiva. La que más me gustaba era sin duda alguna el ballgag. Me encantaba cómo me lucía entre los labios y los dientes y me encantaba dejar que la saliva se me escurriera, sabedora de que esa visión excitaba de sobremanera a mi propietario. Sin embargo, reconocía que no era la mejor mordaza si lo que se quería era silenciarme realmente. A menudo se piensa que amordazar a alguien consiste en taparle la boca, y esa afirmación es incorrecta o, cuanto menos, imprecisa. Amordazar consiste en inmovilizar la boca de alguien. Os lo digo yo que sé de lo que me hablo. Con una ballgag realmente la cubres, pero incluso por grande que sea la lengua está bastante libre. Ya no hablemos de las mordazas más tradicionales, una cleave, una OTN o una OTM. Por sí solas son puramente estéticas. Ahora bien, el “mouth packing”, por poco que me guste, es la mordaza definitiva. El paño comenzaron introduciéndomelo primero en ambos carrillos llenándome los mofletes, luego lo enviaron al fondo de mi boca, y desde ahí, comenzaron a rellenar hacia el exterior inmovilizándome la lengua al 100%. Usaron un nuevo trapo y me llenaron por completo la boca, impidiendo que pudiera abrir o cerrar la mandíbula lo más mínimo. Cuando comenzaron a pellizcarme los labios tratando de hacer que me entrara por completo el segundo paño me centré en respirar tranquilamente por la nariz. Iba a ser esa una mordaza muy dura de llevar. Lo siguiente que noté fue la venda cohesiva en mi mejilla, extendiéndose a lo largo de mi boca para luego llegar a mi cuello y continuar así en varios círculos completos, reteniendo los trapos dentro de mi mandíbula hasta que mi amo lo deseara. Por cierto, que el lector se lo meta bien en la mollera, mucho mejor la venda cohesiva que la cinta americana. Es más elástica, por lo que ejerce mejor presión para amordazar, y al no tener adhesivo no daña ni la piel ni el pelo. No seáis tacaños y cuidar a vuestras sumisas como los bienes preciados que son.
Llegados a ese punto no sabía qué esperar de mí. Entre que mi tanga seguía en su sitio, el plug y la mordaza sólo iba a poder entretener a mi amo con el resto de mi cuerpo. Si decía dejarme así para el resto de la noche iba a suponer una decepción, pero si era lo que se requería de mí, ¿quién era yo para oponerme?.
Me volvieron a aupar y sentí que mis brazos y mi espalda los pegaban a una especie como de columna redonda. Me obligaron a quedarme de cuclillas sobre mis tacones super altos y con más cuerdas me fijaron al poste. Para terminar noté como ataban una cuerda a mis ataduras del “frogtie” y como tiraban de ella para obligar a abrirme bien de piernas y quedar así, ofrecida. A ver, eso mismo lo hubiera hecho yo sola ya que me encanta exponerme cuando mi amo me deja, pero al obligarme a hacerlo quedaba claro que no estaba en mi mano objetar al respecto.
Fue entonces, cuando pasados unos minutos de pura inmovilización y cosificación, llegó la oleada de manos. No me lo podía creer. A mis oídos taponados llegaban atisbos de voces y risas, pero ni aún con eso me era imposible llegar a adivinar cuántas personas me estaban sobando. Unas manos me acariciaban gentiles una teta, la otra me la apretaban con furia, me clavaban las uñas en el culo, me acariciaban las piernas por encima de las medias, me tiraban del pelo obligándome a levantar el mentón… Todo eso mientras alguien me pasaba una cuerda por la cintura y me aplicaba un salvaje “crotchrope” como si temiera que el plug que me llenaba el culo se pudiera escapar de ahí por sí solo. Jadeaba y me retorcía, gozándomelas con el trato que estaba recibiendo, moviendo la pelvis lo poco que podía para tratar de llamar la atención para que alguien me masturbara el clitorix. Pero era como si esa parte de mi cuerpo estuviera prohibida y la atención más próxima que recibía era cuando me presionaban y movían un poco el plug. Besos en el cuello, en las pezones, encima de mis labios amordazados… Con tanto impetuoso manoseo se me comenzó a caer la venda, pero rápidamente la devolvieron a su lugar y la tensaron. Gemía de puro placer lo que me dejaba la mordaza, tratando de hacer audible cuánto estaba disfrutando con aquel trato. ¡Era una experiencia completamente nueva para mí! ¡Qué alguien me masturbara, por favor!
Poco a poco la intensidad del sobeteo fue remitiendo hasta que prácticamente toda la atención la recibían mis tetas y mis pezones. No os lo vais a creer, pero ya para entonces estaba cansada. La agitación sexual que sentía sólo podía deshacerme de ella respirando trabajosamente por la nariz, la férrea inmovilidad que me proporcionaban mis ataduras era tal que las piernas y los pies se me estaban durmiendo sobre esos zapatos de tacón altísimo. Cambiar el peso o mínimamente de posición era imposible, tener la boca abierta y llena con la mordaza me impedía totalmente aliviar la mandíbula o siquiera tragar, y mantenerme tal y como estaba era un ejercicio de fortaleza física y mental.
El manoseo se volvió discontinuo e intermitente y mi respiración pudo normalizarse. Moví los dedos y el cuello ladeando la cabeza por el mero hecho de sentir el alivio de tener en libertad alguna parte de mi cuerpo. Los zapatos y la mordaza eran realmente lo que me estaba matando. Controlé el agobio para evitar la sensación de atragantarme que sabía siempre venía a mí con un “mouth packing” como aquel, y me quedé así para el deleite visual del público.
Casi no me lo creí cuando unas manos en mi cara comenzaron a quitarme la venda cohesiva. Lo hicieron intencionadamente lento, eternizando cada vuelta de desenredo para que anhelara la liberación de mi mandíbula más y más. ¡Más deprisa por favor! ¡Ver el final del camino tan distante pero tan cerca era una tortura! Cuando ya me la quitaron del todo me contuve de empujar fuera lo que fuera que me llenaba la boca. A mi amo no le gustaba nada que hiciera eso. Si quería mi boca libre lo tenía que hacer él. Una vez lo hicieron la relajación que sentí en toda la cara me supo casi como un orgasmo.
-Gracias… -susurré apenas con aliento, gesticulando con la boca para aliviarla.
Pero si me habían desamordazado era exclusivamente para darle otro uso a mi boca. Cuando noté una esfera carnosa y esponjosa rozándome los labios me lancé con ansia a succionar ese glande. Me sorprendió que no se tratara de la de mi propietario. Era bastante más ancha, y me obligaba a tener la boca bastante abierta. A mí siempre me gusta empezar una mamada de manera lenta y gradual, cada cual tiene sus maneras, así que me llené la boca exclusivamente con el glande y comencé a jugar e incidir con mi lengua en él. A veces presionaba con insistencia, otras simplemente recorría toda su superficie, todo para calentar a su dueño antes de empezar con el mete saca. Ahora tocaba comprobar cuán larga era. Estirando el cuello comencé a bajar y a bajar, y me sorprendí en el momento en que mi nariz tocó su bajo vientre depilado. Era gorda, pero de una longitud estándar. Iba a ser una polla muy agradecida de satisfacer. Mi plan era dejarla un rato completamente dentro de mi boca y mi garganta, así que cuando una mano en mi nuca me aprisionó contra ella me complací de estarle dando a su dueño lo que él realmente quería. Apenas tenía arcadas, todas ellas muy llevaderas, y cuando me liberó y pude llevar el capullo de mi garganta a mi boca rápidamente volví a tragármela por voluntad propia y ya me puse en modo frenético. La mano detrás de mi cabeza se mantuvo firme acompañando todo mis movimientos y cuando noté que sus yemas se me clavaban ligeramente aceleré el mete saca sabiendo qué iba a venir a continuación. Me encanta cuando los hombres os corréis pronto, me encanta poneros tanto que no os podáis contener. Es la mejor muestra de afecto que me podéis brindar. La corrida, que no fue mucha, me inundo la boca en dos fuertes espasmos y, mezclada con mi saliva, me la tragué fácilmente (sabía salina, lo habitual, y un poco dulce y mantecoso) Una vez lo hice obviamente seguí chupándola, quedando a disposición del propietario decidir cuándo había tenido bastante. Como si tuviera prisa prácticamente no me dejó hacerlo y con dos cariñosas bofetadas en mi mejilla se despidió. ¡Cómo siempre había sido un verdadero gustazo tener dos pollas dentro mío al unísono!
Volví a ofrecerme manteniendo la boca abierta, sabedora de que había más pollas que tragarme. El relevo no se hizo de rogar y cogiéndome del pelo con rudeza comenzó a follarse mi boca como si fuese un coño. Sinceramente, pensé que el siguiente sería mi amo, pero definitivamente no era él. Ese tipo de mamadas no le entusiasmaban demasiado. A él le gustaba que mi boca y mi lengua hicieran todo el trabajo, más por suavidad y fricción que por presión, y lo que me estaban haciendo era más placentero por degradación que por técnica. ¡Ningún problema con ello! ¡Yo estaba para servir! Tratando en toda medida posible de seguir sus movimientos con mi cabeza abrí la boca al máximo y saqué la lengua fuera todo lo posible para que el roce con mis dientes fuera mínimo. Parecía una locomotora hasta que optó por seguir con el mismo método pero desde una perspectiva distinta. Me aferró la cabeza por detrás con una mano y con la otra me tomó del mentón dejándome fija en una posición y ahora fue él el que comenzó a meter y a sacar su polla de mi boca. Fue impresionante toda la energía que tenía, no sé el tiempo que estuvo, pero os puedo asegurar que ha sido una de mis mamadas más salvajes. Cuando parecía que iba a hacer una pausa me llegó a los oídos un jadeo muy mitigado por los tapones y recibí la corrida en toda la cara. Apuntaba a la boca, de eso estoy segura, pero no midió la potencia del chorro y está se fue contra la venda, un poco a mi nariz y otro poco a mi lengua. Una verdadera pena tener los ojos vendados y no haberle podido mirar directamente a los suyos mientras se corría.
Tragué lo poco que me había dejado para mí un poco enfadada. Honestamente, no pienso en el semen de un hombre como una recompensa. Es algo que yo me gano, algo que yo deseo, algo que es más mío que suyo. Pero bueno, acepto mi condición de sumisa, aunque en aspectos como este a veces a regañadientes.
-Dadme otra, por favor. Necesito más de vuestra leche rica, quiero que sea mi única cena hoy.
Con una suavidad casi fraternal me tomaron de las mejillas y eso me dio un vuelco al corazón. ¿Eran uñas largas lo que estaba sintiendo? ¿Eran uñas de gel? ¿Las uñas de una mujer? Fui a exclamarlo, pero una lengua se introdujo dentro de mi boca y traía semen con ella. Buf, qué rico. Buf, qué pasada. Esa desconocida y yo nos dimos el lote. Un morreo de proporciones épicas mientras el sabor de su corrida se mezclaba con la de las mías. Parte del semen me resbaló por la comisura de los labios y la lengua ávida de la mujer rápidamente evitó que se perdiera para siempre, volviendo a continuación a fundir su boca con la mía y a permitir que estas bailaran juntas hasta que el semen fue más saliva que leche.
Cuando acabamos un vitoreo llegó casi mudo a mis oídos, y cansada y vencida dejé colgar mi cabeza muerta a un lado. Noté una presencia cerca de mí y levantaron mi mentón sin miramientos. Cuando me comenzaron a encasquetar una ballgag en los labios chasqueé los dedos, la señal de advertencia que teníamos mi amo y yo, para poder hablar.
-Por favor, quítame los zapatos y desátame las piernas. Tengo calambres en ellas. El plug, aunque molesto, es llevadero. Si lo deseas déjame atada de todo lo demás…
Unos labios se depositaron en mi frente y mis deseos fueron concedidos. Y así quedé el resto de la velada, atada a un poste, amordazada con una ballgag y con el sabor todavía caliente de semen en mi boca.
FIN
Esta fue la cuarta vez que fui atada en público y de lejos la más memorable hasta el momento. Aquella noche ocurrió más o menos como la he contado. El relato lo he aderezado con las impresiones que intercambiamos posteriormente mi amo y yo, de qué había estado bien y en qué se podía haber mejorado. ¡Nunca dejéis que la veracidad os arruine una buena historia!
Os dejo mi email hecubaht@gmail.com para que me escribáis y me digáis en qué parte del relato os habéis corrido o simplemente si lo habéis hecho. O bien podéis escribirme en los comentarios o por Tumblr. Mi cuenta es @hecubaht y acabo de abrirla hace nada para seguir reportando mis experiencias como sumisa a las órdenes de mi propietario.