Capítulo 4
- Mi sirvienta me llevó para ser usada
- Mi sirvienta me llevó para ser usada II
- Mi sirvienta me llevó para ser usada III
- Mi sirvienta me llevó para ser usada IV
CHARLINES
CAPÍTULO CUARTO
Al menos mientras bailaba no tenía que ir por las mesas. Pero ese día el alcohol corría en más cantidad que el resto de la semana y esto envalentonaba a los hombres que subían a bailar conmigo apretando mis nalgas y restregándome su bulto por el coño. La verdad que no me estaba gustando mucho y no me ponía nada.
Llegaron las diez y todo se revolucionó, se cerraron las cortinas. Yo detrás de ellas nerviosa, esperaba que sonase la primera canción. Los primeros acordes de After Dark de tito & tarántula, empezaron a sonar, en ese momento, todos bramaron como una jauría de perros.
Las cortinas se fueron retirando y aparecí en medio del improvisado escenario de espaldas a la concurrencia inclinada y tocando el suelo, mostrando casi todo mi culo. Los gritos atronaban de tal manera que sentí vibrar las tablas del escenario. Lentamente me fui levantando y empecé a contonear las caderas.
Me giré y ya de cara a la concurrencia empecé a desabotonar mi vestido. Botón a botón fui soltando todos y cada uno de ellos hasta dejarlo abierto. Mi conjunto de raso negro y semitransparente levantó, las oes, del público. Yo seguía con mi contoneo y mi sonrisa, más de miedo que de otra cosa.
El Dance For You – Beyoncé empezó a sonar, cuando lancé mi vestido al fondo del escenario. Mis manos fueron a los corchetes del sujetador, pero volvieron para acariciar mis pechos y bajar con una picante mordida de labios, las tiras del sujetador. Más gritos y más acercamiento, alguno ya casi estaba sobre el escenario.
Un rápido giro hacia atrás, ahora sí, mis manos desabrocharon el sujetador, lo saqué y lo arrojé con el vestido al fondo del escenario.
Cuando mis pechos desafiantes, se ofrecieron al público. Pony de Ginuwine atronaba en los altavoces del local. Los gritos, silbidos y vítores, acallaron por un momento la música.
Nuevo giro, ofreciéndoles ahora mi culo en todo su esplendor. Mis manos fueron a mis caderas, buscaron las tiras de la tanga y ofreciéndoles mi culo en primer plano, la empecé a bajar hasta sacarla por mis pies. Al igual que hiciera con el resto de la ropa, la lancé al fondo del escenario. Me giré para ofrecerme a esa jauría que bramaba como un rebaño de ñus. Les enseñé mis pechos y mi depilado sexo y las cortinas se cerraron, para dejarme escapar, recogiendo mis ropas en la carrera.
El delirio estaba desatado y ahora el alcohol corría como un rio corre hacia el mar. Las cortinas se abrieron y ya vestida, salí a saludar. Una lluvia de billetes caía sobre el escenario y eso sí que me calentó.
Ese día, tres hombres le habían pedido a don Genaro cerrar el local. Tres hombres fornidos, con grandes manazas y con pinta de tener hambre de hembra. Tres hombres que luego descubriría, no tendrían piedad y harían de mí un muñeco de trapo. Don Genaro se me acercó.
- Luego tienes pase especial, hoy pagaron dos mil dólares por usarte a su capricho, así que serás suya durante dos horas.
Las tripas se me revolvieron, eso quería decir paliza segura y ni mil dólares lo valían, pero no tenía otro remedio. Esa noche los magreos fueron constantes y casi todos esos hombres tenían unos dedos gordos como pequeñas pollas.
Uno de ellos metió su dedo gordo en mi coño, me sujetó contra él por la cadera y me dió fuerte, hasta ver cómo me corría. Riendo sacó su mano mojada y me la restregó por la cara para que se la lamiera. Así transcurrió la tarde, con otros cuatro orgasmos más que la verdad, me habían calentado y mucho.
A partir de las once y media ya no se sirvió nada más. Los hombres se fueron retirando y quedaron solamente los tres que habían comprado mis servicios. Don Genaro los acompañó junto conmigo al sótano y girándose les dijo.
- Ahí la tenéis es toda vuestra, Abdul la recogerá en dos horas.
Y ahí me quedé frente a ellos temblando como una hoja al viento. Un tortazo me sacó de mi ensoñación.
- A qué esperas, desnúdate.
El hombre mientras yo me desnudaba, se iba quitando el cinturón.
- Parece que necesitas algo de calor para espabilar.
Los compañeros me sujetaron por los brazos y me doblaron ofreciendo mi culo a su amigo. Este me estampó al menos diez cintazos con fuerza, hasta que consiguió que gritara como una loca.
- Para, por favor, para, para.
Mis gritos los excitaban y los dos hombres que me sujetaban, apretaban con fuerza mis pezones para hacer que me retorciera y gritara con fuerza. El de los cintazos, sacó su polla, no la vi, pero la sentí, sentí como me desgarraba el culo, pues la metió de una y sin una gota de lubricación.
El culo me dolía y me ardía, él tampoco debía tener una penetración placentera, pues terminó escupiendo sobre mi ano. Ahora quemaba algo menos, pero el muy salvaje me daba con mucha fuerza. Yo gritaba, por la enculada y por qué me querían arrancar los pezones. Tanto énfasis puso este hombre en su follada anal, que rápidamente me llenó las entrañas, dando paso al siguiente, que sin demora entro en mí de la misma forma que lo hiciera antes su compañero.
Entró de una y este la tenía más larga, pues me llegaba más adentro. También me daba con mucha fuerza, pero paraba de vez en cuando para aguantar más. Paraba y azotaba mi culo con fuerza, sin piedad, haciendo que le pidiese parar. El culo me ardía por dentro y por fuera y por fin terminó, volviéndome a llenar, con otra potente descarga.
El tercero me puso de rodillas sobre el suelo, se colocó tras de mí y me clavó al igual que los otros dos, la polla en el culo, que ahora lleno de semen ya estaba lubricado. Este la tenía más fina, me hacía menos daño. Como no gritaba, me azotaba con mucha fuerza haciéndome temblar en cada azote y haciéndome gritar.
- Para, hijo de puta, para, para
Pero estos gritos los enardecían y pronto tuve una polla, llenando mi boca. Este cabrón me follaba la boca haciéndome dar grandes arcadas. Estas arcadas calentaron al que tenía detrás y me volvió a llenar los intestinos.
El de la boca, me metía la polla hasta la garganta y la dejaba ahí un buen rato, creía que iba a morir, me faltaba el aire. Cada vez que me dejaba tomar aire, me dolían los pulmones por el esfuerzo. No sé cuánto tiempo me estuvo follando la boca, me pareció toda una vida y por fin clavando su polla hasta el fondo, me llenó la garganta con su semen, que tuve que tragar en su totalidad.
Mis pechos estaban llenos de babas y uno de los hombres las extendía por todo mi cuerpo. Este, creo que fue el segundo que me follo el culo, se tumbó en el suelo y me pidió que lo montara. Me coloqué sobre él y me clavé lentamente su polla, la quería poder disfrutar. Pero él, metiendo sus manos bajo mi culo, me elevó un poco y me dio con fuerza, con mucha fuerza, lo noté temblar y justo después me llenó el coño de su blanca simiente.
El que faltaba, me colocó en cuatro y me penetró duro en esa postura, me llegaba muy adentro y hasta me producía un cierto placer. Sus manos marcaban mi culo que debía estar ya casi negro. Me azotaba y me azotaba y cada vez imprimía más ritmo a su follada, me olvidé de mi culo y me concentré en esa espectacular follada. Noté como su polla se engordaba, como me daba más fuerte y como por fin me clavó su polla casi hasta la garganta. Caí como un fardo en el suelo del sótano, jadeando y dolorida. Al poco, noté un líquido caliente que caía sobre mi cuerpo, me giré y ahí estaban los tres orinando sobre mí, con sus pollas en la mano y unas carcajadas en sus bocas.
- Abre la boca puta, ábrela ya.
Una patada en mis costillas me hizo levantarme y abrir mi boca. Las arcadas se sucedían en mí, mientras la orina bañaba mi cuerpo. Jamás me habían vejado de esa manera.
Quedé tirada en el suelo, totalmente mojada, azotada y follada en todos mis agujeros. Pero ese no sería el peor día, el peor día fue el día de mi liberación, ese día fue horrible.
Después de unos meses, donde trabajé en el bar y trabajé igualmente de puta para don Genaro. Habiendo ganado eso sí un buen dinero, llegó el fatídico día. Don Genaro llegó sobre las nueve mientras atendía las mesas, ese miércoles había bastante gente. Don Genaro sujetó mi mano con fuerza y me aparto del bar.
- Esta noche tendrás un pase especial y hoy pagan cinco mil dólares, así que ya sabes
Ahí me cagué de miedo, cinco mil dólares eran muchos golpes, era una sesión muy dura. Pero ¿qué iba a hacer? No podía irme, ni decir que no, estaba esclavizada y vendida por mi marido a ese hijo de puta. Intenté centrarme en mi trabajo, pero ni la sonrisa falsa me salía y los clientes se daban cuenta.
- ¿Qué te pasa Silvia? Hoy estás muy despistada, te equivocaste de consumiciones
- Joder, perdona, me dieron una mala noticia.
La tarde noche transcurrió así, metiendo la pata una y otra vez. Cuando el último cliente salió, entraron una mujer muy obesa y un hombre igual que ella. Ver a la mujer, me tranquilizó, la verdad esperaba cuatro o cinco hombrones, pero verla a ella, me dio un pequeño respiro. Don Genaro llegó muy sonriente.
- Pasen, pasen, ya lo tengo todo preparado.
Don Genaro había preparado el sótano con una moqueta roja y unas argollas que caían colgando de la pared. Había varios cojines de diferentes tamaños por el suelo. Las argollas, imaginaba para qué eran, pero no encontraba sentido a los cojines. Don Genaro me dio un azote en el culo, me dijo me portara bien y se marchó.
- Tu puta, desnúdala y átala y desnúdate tú.
La mujer me desnudó, me ató con las manos en cruz, todo lo estiradas que pudo y procedió a desnudarse. Tenía unos pechos descomunales, caídos y algo flácidos, los pezones casi le llegaban a la cintura, pero eran gordos y sobresalían de la areola. Un cinturón de carne rodeaba su cadera. Su culo era enorme, con sus carnes también fláccidas colgando. Unas piernas gordas y poco trabajadas llenaban ese cuerpo de celulitis.
El hombre dio unos pasos con un látigo en la mano, se posicionó y me dio un primer latigazo. por donde pasó, la piel me ardió, pero no me rasgó la carne, simplemente me produjo dolor. Al son de mi grito la mujer se puso de rodillas, le sacó la polla. Una polla gorda, no me pareció excesivamente larga, aunque las carnes de su barriga tampoco me la dejaban apreciar muy bien.
La mujer recogió uno de los cojines y puso sus rodillas sobre él. Otro latigazo y al sonido de mi grito, la mujer se metió la polla en la boca. Aunque el dolor era considerable, aún tenía control de mis actos y pude apreciar como la mujer con las manos a la espalda, acogía la totalidad de la polla en su boca. Cada latigazo, aumentaba su ritmo. Yo tuve que cerrar los ojos, ya no aguantaba el dolor, las manos me dolían y el cuerpo me ardía. Estaba en una especie de nebulosa que me dormía, había perdido la fuerza y ahora colgaba del techo. Tres latigazos seguidos me despertaron, para poder escuchar.
- Así puta, así, chupa, no dejes nada, no dejes nada.
El muy hijo de puta se estaba corriendo al verme desmayada por su castigo. ¿Era eso lo que le producía placer? Sentí como la mujer me descolgaba y ya no recuerdo más. Desperté en una cama de hospital, no sabía ni cómo ni cuándo ni quién, me había llevado a ese hospital.
Una enfermera apareció, me tomó el pulso, cambió el suero y salió para volver acompañada de una médica.
- Hola Soledad, ¿Qué tal te encuentras?
Yo la miraba, pero no podía hablar, lo intentaba, pero no podía.
- Tranquila, tranquila, estás aún muy débil, pero te recuperarás, te dieron una buena paliza.
Empecé a recordar al tipo ese, la mujer obesa y el látigo. Pero no podía recordar más que las voces del tipo al correrse. Mi mente se fundía en negro después de escuchar las voces. Me dolía todo el cuerpo, para la única vez que no me habían follado, me habían dejado para el arrastre.
No sé cuánto tiempo pasó, días, semanas, incluso meses. Abdul atravesó la puerta del hospital. El hombre estaba compungido y yo diría que con lágrimas en los ojos.
- Perdóname Soledad, no debía haber permitido esta salvajada, pero don Genaro no me dejó intervenir. Cuando te vi ahí, en el suelo, desmayada y llena de marcas, fui a por don Genaro y le di una paliza. Después entré en tu habitación, cogí algo de ropa, tu dinero y te saqué de allí. Te traje a este hospital, donde llevas ya casi un mes, pero te recuperas bien.
Yo le sonreí en agradecimiento, intenté levantar mi mano para poder sujetar la suya y con un gran esfuerzo, lo conseguí. Le acaricié la mano con ternura, y le sonreí.
- Gracias Abdul, gracias por todo.
Una semana después Abdul empujaba una silla de ruedas para llevarme fuera del hospital. Al salir de allí, Abdul me llevó a su casa y ahí me explicó lo acontecido.
Me dijo que me dieron una gran paliza, que él consiguió ponerme a salvo, que había dado una buena paliza a Genaro y le había dicho que no volvería. Que me llevó al hospital y en un principio temían por mi suerte, creían que podría morir, pero me recuperé, aunque muy lentamente. Abdul había encontrado trabajo en la construcción y ahora me había trasladado a su casa.
La vida con Abdul era bastante cómoda, él salía a trabajar y yo me ocupaba de la casa. Con el dinero que tenía ahorrado fui decorando un poco la casa, compré unos colchones y unos somieres nuevos y le fui dando un aire algo más femenino a la casa. Abdul es un buen hombre y la verdad se vive muy bien con él.
Una noche que estábamos viendo la televisión le pregunté.
- ¿Por qué te ocupaste de mí, porque me cuidas?
- Usted siempre me gustó señora Silvia, pero está casada.
- No, ya no, acuérdate que rompí con mi marido cuando me enteré de que me había vendido a esa gente.
- Ya sé señora Silvia, pero yo la respeto mucho y así soy feliz
Ese hombre me había conmovido, me acerqué a él y le besé en la boca, un beso casto que él aceptó rodeándome con su brazo. El beso fue subiendo en intensidad y me vi llena, con su lengua ocupando toda mi boca. Me gustaba el cariño que ponía y la posesión que transmitía. Me sentía bien entre sus brazos. Noté sus manos sobre mis pechos, con cariño, con dulzura. Me quitó la camiseta que llevaba y los acarició ahora sin ropa, me los besó, los acarició y los mordió un poquito. Poco a poco me iba calentando y por fin me atreví a bajar mi mano hasta alcanzar su polla.
- ¿Pero…?
Suspiré cuando me encontré con un miembro largo y grueso, que ya estaba bien duro. Se lo acaricié y noté que aún se hacía más grande. Le bajé el pantalón y saqué su hermosa polla para poder manejarla mejor. Lo miré a los ojos y vi su súplica en ellos, bajé a su polla y metí en mi boca todo lo que pude albergar. Abdul gimió y me sujetó la cabeza, pero lo hizo con cariño, no era una imposición.
- Póngame el coño en la boca, yo también quiero satisfacerla.
Y girándome, así lo hice y ¡¡ohhh!! que sensación, esa gran lengua me lamía con mucha presteza. Recorría el canal de los labios de mi sexo y se entretenía con mi clítoris. Yo me afanaba en mi felación, intentando cubrir con mi boca el mayor trozo de esa deliciosa barra de carne. Un orgasmo me sobrevino aferrada a ese tieso mástil y conseguí engullir un poco más. Él supo de mi orgasmo, pero no paró.
- No pares Abdul, no pares, devórame.
Y no paró, continuó, ahora acercando uno de sus dedos a mi culo. Lo lamió, lo llenó de saliva y tras jugar con él en mi entrada, lo dejó entrar. ¡por dios que gusto! Aún no había entrado entero y ya me había corrido otra vez.
- Me matas Abdul, me matas.
Él movía su dedo muy lento y yo hacía lo mismo con mi boca, los dos suspirábamos casi a la vez. Sujetó con fuerza mi culo y ahí creí volverme loca, imprimió un frenético ritmo a su lengua y perdí la realidad dejándome llevar por el placer. Había tenido una ingente cantidad de orgasmos seguidos, manteniendo siempre su polla en la boca. Mi cuerpo temblaba sobre su boca y sobre su lengua, que, gracias a dios, había parado.
- ¡Casi me matas, joder, casi me matas!
Como pude volví hasta su boca y mirándolo fijamente le dije.
- Fóllame, fóllame despacio, muy despacio.
Abdul entró en mí desde atrás, muy despacio, sujeto a mis pechos. Su polla entró en mí, descubriendo partes de mi coño que nunca fueron exploradas. Me llenó de él, me volvía loca esa lentitud que me hacía sentir cada milímetro de esa polla entrando dulce y lentamente en mí. mi orgasmo se avecinaba, lo noté llegar y se lo canté.
- Me corro Abdul, me corro, me corro.
Él siguió lento entrando en mí, siguió sin descanso, muy lento. Me gustaba esa sensación de sentirme llena, de sentir mi cuerpo temblar y de sentir su calor en mi interior.
De repente, noté como su polla se hinchaba y como apretaba mis pezones a la vez que me llenaba de él. Gemía y me clavaba su polla hasta el final, abriendo ese nuevo camino que sería siempre para él.
- Abdul, me has hecho muy feliz.
- Usted también a mi señora Soledad.
- Llámame Sole.
Abrazada por ese hombre y llena de él, me quedé dormida hasta el nuevo día.
Fin
Icharlines54@gmail.com