Capítulo 3
- Despertar de la tentación: Un encuentro prohibido
- Tras la campana II
- Lección de sumisión III
La campana ya no existe. Solo existe su voz.
—En cuatro, Maryluz. Ahora.
La correa roza mi nuca, suave pero implacable. Me arrodillo sobre la mesa de laboratorio, la madera fría contra mis pezones desnudos. El clic del collar alrededor de mi cuello suena como un pacto. Me inclino, ofrezco mi culo, y siento el plug metálico deslizarse hasta el fondo: un peso oscuro que me abre, me duele, me enciende.
Él no me toca todavía. Me observa. Me estudia como quien corrige un examen.
—¿Duele, profesora? —pregunta, mientras tira de la correa, clavándome la mordaza de tela entre los dientes—. Bueno. Ahora aprenderás a pedir.
El primer azote cae sin aviso. La mano abierta estalla contra mi carne, el plug se hunde más profundo y un gemido ahogado retumba contra la tela que me amordaza. Otro golpe. Otro. La sala huele a tiza y a sexo. Mi cuerpo se convierte en un mapa de fuego: cada marca es una nota que nunca olvidaré.
Entonces lo siento: su erección, dura como acero, deslizándose entre mis labios húmedos. No me penetra todavía; me frota, me burla, me hace temblar. La correa tira, mi cuello se tensa, y el plug me recuerda que estoy llena por ambos lados. Soy su juguete, su perra, su diosa rota.
—¿Quieres que te folle, Maryluz? —susurra, desabrochándome la mordaza solo lo suficiente para que pueda balbucear.
—Sí… por favor… fóllame como tu puta—jadeo, la boca salivando, el rubor quemándome las mejillas.
No termino la frase. Se hunde de golpe, hasta el fondo, y el mundo explota: piel contra piel, plug contra carne, correa contra cuello. Me coge de las caderas y me usa, me desgarra, me eleva. Cada embestida es un castigo y un regalo; cada gemido mío, una plegaria.
Cuando corro, lo higo gritando su nombre contra la madera, chorreando, sacudiéndome como una fiera. Él me sigue, me llena, me marca por dentro. El plug late con mi propio pulso; su semen, caliente, me rebosa.
Después, me desata lentamente. Me besa la nuca, retira el plug con cuidado, me acaricia la espalda temblorosa.
—Clase terminada —susurra—. Pero la próxima vez, corregimos tu ortografía con la lengua entre mis dedos.
Y yo, todavía en cuatro, sólo atino a decir:
—Sí, maestro.